CHILE-Santiago: Permítaseme que mis primeras palabras sean para agradecer la presencia de todos ustedes, autoridades, hermanos masones, amigos y familiares y especialmente a mis hijas. Agradezco la gentileza de Carlos Wise Pozo, el historiador con mayor conocimiento en Chile sobre las Logias de la época de la Independencia; y la amable hospitalidad de la centenaria y venerable Sociedad Chilena de Historia y Geografía. Hago un grato recuerdo a la distancia de quienes me colaboraron desde España, Italia, Uruguay y Argentina para la compulsa de materiales que habrían quedado, de otro modo, fuera de esta investigación. Agradezco de modo especial a mi querido amigo Anselmo Mandiola por su generoso apoyo. Quisiera contarles cómo nació la idea de esta obra que hoy presentamos. Desde hace un par de decenios estoy embarcado en la ardua empresa de escribir un diccionario biográfico de los masones que existieron en Chile, entre 1850 y 1906. Digamos de paso que esperaba encontrar no más de algunos centenares de nombres; sin embargo, para mi sorpresa, esta investigación ya tiene registrada y comprobada la existencia de 3.500 personas que fueron miembros activos de Logias masónicas en ese período. Para desarrollar dicho trabajo, me he abocado a la lectura de documentos oficiales de la Masonería, pero también de periódicos y archivos notariales del siglo XIX. Fruto, pues, de estas lecturas sistemáticas apareció la historia tan difundida en su época de la existencia de un Papa, título dado al máximo jefe de la Iglesia Católica, que, a pesar de ser el mayor enemigo de las ideas modernas y de la Masonería en particular, habría sido masón en su juventud. Se trataba de Juan María Mastai Ferretti, que al asumir el trono pontificio tomó el nombre de Pío IX. Para la investigación biográfica que he recordado, una de las valiosas fuentes documentales de las que me he servido fue el diario La Patria, fundado en Valparaíso hace más de 150 años, por el liberal y masón Isidoro Errázuriz. El diario La Patria exigía reformas políticas, defendía el regionalismo frente al centralismo capitalino y luchaba por la tolerancia religiosa y la separación del Estado y de la Iglesia Católica. En el marco de esta pugna ideológica, se enfrentaba con frecuencia con altos representantes del clero, que por ese entonces tenía un discurso altamente beligerante, dados los avances cada vez más victoriosos de las nuevas ideas que comenzaban a extenderse por el mundo. El poder temporal del papado declinaba y las opiniones que pudieran venir del Vaticano eran vistas con mirada profundamente crítica de parte de sus detractores. Así ocurrió con un documento pontificio promulgado en el Vaticano a fines de 1864: El Syllabus. En el Syllabus, que es un anexo a la encíclica Quanta Cura, se compilaron 80 ideas que la Iglesia consideraba erróneas: “I. Panteísmo, naturalismo y racionalismo absoluto; II. Racionalismo moderado; III. Indiferentismo, latitudinarismo; IV. Socialismo, comunismo, sociedades secretas, sociedades bíblicas, sociedades clérico-liberales; V. Errores sobre la Iglesia y sus derechos; VI. Errores sobre la sociedad civil, considerada ya en sí misma, ya en sus relaciones con la Iglesia; VII. Errores sobre la ética natural y cristiana; VIII. Errores sobre el matrimonio cristiano; IX. Errores sobre el principado civil del Romano Pontífice; y X. Errores relativos al liberalismo actual”. El Syllabus cayó como una bomba entre los republicanos y los partidarios del liberalismo. El lenguaje usado por el Papa era violento e insultante, al hablar de “estas impías doctrinas y maquinaciones”, de “estos hombres falacísimos”, que sólo buscaban “inficionar y depravar míseramente las tiernas y flexibles almas de los jóvenes con toda suerte de perniciosos errores y vicios”. Según el Papa, los sostenedores de estas ideas condenadas tenían “criminales planes” para “trastornar el recto orden de la sociedad” con sus “pestilenciales doctrinas”. Tanto en Italia como en otros países, los gobiernos prohibieron la difusión de su texto, pero de a poco fue trascendiendo y dándose a conocer en todos los países, principalmente por parte de los detractores de la Iglesia Católica, que se burlaban de su contenido. Ante la idea de algunos que querían impedir la divulgación de este texto en el territorio nacional, La Patria advirtió: “Las medidas represivas harían víctimas de los empecinados sectarios del poder temporal, del odio al siglo y del oscurantismo pontifical. Medidos con la vara de la discusión libre, ellos y su obra serán objeto de la risa y de la compasión del mundo”. Aquí fue que surgió la primera alusión chilena a la pertenencia del Papa a la Masonería. El 27 de septiembre de 1865, La Patria destacó que el jefe de la Iglesia Católica en el Syllabus “no dijo ninguna cosa especial de la francmasonería, sin duda porque recordaba que cuando visitó Chile, el Brasil y parte de la República Argentina, se hizo reconocer como maestro simbólico de esa orden, y en 1838 recibió en Nápoles la investidura de soberano príncipe rosa-cruz, grado 18”. Pero se equivocaba el diario, pues en una época en que las comunicaciones tardaban varias semanas en llegar de un continente a otro, no podía saber que sólo dos días antes el Papa había atacado a los masones. La Masonería había vuelto a instalarse en Chile en 1850, y hacia 1865 había seis Logias funcionando en Valparaíso, Santiago y Copiapó, habiéndose extinguido poco antes la que funcionaba en Concepción. Esta abierta alusión a la calidad masónica de Pío IX me impulsó a profundizar en el tema. Me dediqué entonces a investigar en obras escritas por la época en que el Papa Pío IX vivía, consultando a panegiristas y detractores, para ver qué tan cierta podía ser la pertenencia del pontífice a la Masonería. Resultó ser que se manejaban varias teorías al respecto, pero la más aceptable era que este personaje se habría incorporado a las Logias en la época en que Italia estaba invadida por las tropas francesas de Napoleón Bonaparte. Mastai Ferretti era hijo de un conde y durante su juventud vivió la vida de todos los nobles, frecuentando los salones, amando mujeres y gozando de la vida. A los 19 años integró el regimiento conocido como Guardia de Honor. Uno de sus biógrafos escribía en 1854 al respecto: “El decreto de 1811, por el que Napoleón organiza las guardias de honor, encontró a Mastai en una de esas épocas confusas, en las que no sabía hacia donde dirigir su indecisa actividad. Con diecinueve años y no habiendo oído todavía la irresistible llamada de Dios, el joven conde se alistó en el Primer Escuadrón del Primer Regimiento (...). Partió, pues, y cumplió dos años de servicio en aquellos cuerpos de elite. A la caída de Napoleón y con el desmembramiento del Imperio, Mastai se alistó en un regimiento austriaco, pero no permaneció mucho tiempo: había poca afinidad de caracteres y de ideas entre él y los otros oficiales. Una vez libre, solicitó y consiguió (tras grandes esfuerzos) ingresar en la Guardia Noble, reconstituida por el Papa Pío VII”. Como es bien sabido, por donde pasaban las tropas de Bonaparte iban las ideas de la revolución, pero también acompañaban a sus hombres las Logias masónicas. Debe haber sido en esa etapa militar de su vida que se incorporó a la Masonería. Lamentablemente para su vocación de uniformado, Mastai comenzó a sufrir ataques de epilepsia. Esto le impidió continuar la carrera de las armas y se vio de pronto sin objetivos en la vida. A los 22 años de edad le escribió a un amigo diciendo: “La mejor solución sería tomar la sotana, pero, desgraciadamente, no tengo vocación”. La situación de su salud, sin embargo, le impedía continuar con la vida militar, y debió resignarse a aceptar aquello para lo que no se sentía inclinado. A los 24 años le escribió a su amiga Giacinta Marchetti: “Ahora te voy a dar una noticia que posiblemente te parezca extravagante, y cuyo resultado tal vez no apruebes. Mi ropa ha cambiado totalmente, mi forma de vida es completamente distinta y estoy vestido de clérigo porque espero seguir la carrera eclesiástica”. Tres años más tarde era ordenado sacerdote y gracias a su pariente, el Papa Pío VII, obtenía un empleo remunerado. Fue este Papa quien lo incorporó como agregado a la Misión Muzzi, enviada por el Vaticano a pedido del gobierno de Chile para poner orden en los asuntos eclesiásticos nacionales. El 5 de marzo de 1825 llegó a Santiago de Chile y, según relato de sus contemporáneos, en nuestro país se presentó como masón ante quienes lo eran. El masón Luís Alberto Navarrete reseñaba una conversación que había tenido con Benicio Álamos González en 1910: “Don Ramón Errázuriz contaba a su nieto, el hermano Isidoro Errázuriz, y al hermano Álamos González, que la primera logia establecida en Santiago se llamó Aurora. La fundó Camilo Henríquez por el año 1822. Cuando vino Mastai Ferretti, que era masón, visitó la Logia, siendo oficiales de ésta: Venerable Maestro, Camilo Henríquez; Primer Vigilante, José Miguel Infante; Segundo Vigilante, Ramón Errázuriz; Orador, Francisco Antonio Pinto. Como se le dieran a Mastai Ferretti conferencias para demostrarle que el catolicismo era enemigo del progreso, el visitador no volvió a la Logia”. Otro testimonio lo aportó el oficial de la marina chilena Ángel Custodio Lynch Irving, en una Reunión Blanca de la Logia Justicia y Libertad Nº5, de Santiago, en 1895. Allí recordó que sus dos abuelos habían sido masones: “Por aquel tiempo – señaló –, se estilaba mucho el bautismo masónico y mi abuelo paterno don Estanislao Lynch, hizo bautizar a su hijo primogénito que fue mi padre, y por padrino del acto fue el canónigo Ferreti”, de quien se decía, que “era un entusiasta hermano muy asistente como visitador de las logias que trabajaban en Chile”. También hay testimonios sobre la participación de Mastai Ferretti en la Masonería uruguaya, según declara el historiador Martín Lazcano. Los acontecimientos que cambiaron al mundo en la segunda mitad del siglo XIX, también cambiaron a los hombres, y Mastai Ferretti, que llegó al trono pontificio precedido de una aureola de hombre liberal, cambió su ideología y aplastó con la ayuda de ejércitos extranjeros al pueblo italiano que pedía república y libertad. Por esta causa escribía Roque Barcia en 1869: “Este Mastai Ferretti es el italiano que fue masón, para matar después a los masones”. Cuatro años antes, una Logia de Parma había criticado acremente el documento pontificio titulado Multiplices Inter Machinationis, diciendo: “Hubo un hombre llamado Mastai-Ferretti que recibió el bautismo masónico y juró fraternidad y amor a sus hermanos. Más tarde, este hombre fue nombrado Papa bajo el nombre de Pío IX y ¡vedle ahora lanzar la maldición y la excomunión contra todos los afiliados a la francmasonería! La maldición y la excomunión caen sobre su propia cabeza; además, por ese mismo acto se ha convertido en perjuro. El Papa, pues, se excomulga a sí mismo”. El proceso de beatificación de Pío IX fue uno de los más largos de la historia de la Iglesia. Se inició en febrero de 1907 y recién culminó el 30 de septiembre de 2000. Sin embargo no ha logrado concretarse su paso al panteón de los santos del catolicismo. Tal vez la excomunión que pesa sobre los Masones le sigue penando al desaparecido pontífice. Debo confesar que crear este libro me entretuvo mucho. Espero que ustedes, apasionados también por los enigmas de la historia, tengan el mismo goce al leerlo. Reitero mis agradecimientos a Carlos Wise Pozo por sus benévolas palabras y a la Sociedad Chilena de Historia y Geografía por su amable hospitalidad para este encuentro. Los invito a compartir una copa de vino para celebrar el nacimiento de un nuevo libro. Muchas gracias a todos por su presencia. Manuel Romo Sánchez Santiago de Chile, 18 de noviembre de 2011. |
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