domingo, 26 de junio de 2011

PERU: Eduardo González Viaña: ¡Por la paz… no lo indulten!

Correo de Salem

Por Eduardo González Viaña

¡Por la paz… no lo indulten!

¡Van a matar otra vez a mi hijo! ¡No, por favor! -sollozó Raida Cóndor cuando le dijeron que van a indultar al culpable de la tortura, el asesinato y la incineración de su hijo, la de otros ocho compañeros de estudios y la de un profesor en la Universidad de La Cantuta.

Ya van a pasar veinte años de ese crimen bestial y, sin embargo, el luto de Raida no tiene cuándo terminar.

En julio de 1992, apenas se enteró de que su hijo había sido secuestrado por soldados del ejército peruano, lo buscó en las comisarías, en los cuarteles y en los hospitales. “Por aquí no ha pasado”- “Ya le avisaremos cuando aparezca” “¿Está usted segura de que su hijo existe? ¿No lo está inventando?”.- le respondieron con sarcasmo en cada uno de esos lugares.

El muchacho no estaba ni vivo ni muerto. Era uno de los miles de desaparecidos durante la dictadura. De la mayoría de ellos no se ha vuelto a saber, y sus familiares no han tenido ni siquiera el consuelo de enterrarlos. En otros casos, tras meses o años, las madres han tratado de identificar los huesos del hijo amado entre decenas de tibias y calaveras que pudieron hallarse en las fosas clandestinas.

Algunas semanas después, Raisa tuvo la primera “noticia oficial” acerca de Armando. Una voz gangosa que mezclaba el castellano con acentos asiáticos se acercó a la televisión para anunciar que los jóvenes de La Cantuta no habían sido apresados ni muertos. Por el contrario, estaban vivos y se habían ido a juntar con las huestes de Sendero Luminoso, según el que hablaba, el entonces presidente Alberto Fujimori.

Con una sonrisa perversa, Fujimori mataba cualquier esperanza de Raida. Si decenas de personas habían presenciado el secuestro por parte de las tropas acantonadas en la universidad y ahora el presidente soltaba esa mentira tan evidente, todo le indicaba que su hijo estaba muerto.

El luto continuó. En abril y mayo del 93, un grupo de oficiales valientes y por fin el general Humberto Robles Espinoza –quien tuvo que exiliarse- denunciaron el crimen. Bajo presión de la prensa internacional, el caso llegó a los tribunales. Pero allí también: el miedo que inspiraba aquella dictadura infernal hicieron que los magistrados pasaran el caso al fuero militar donde por fin se dictó sentencia en 1994.

¿Terminaría allí el luto de Raida?... No… En 1995, el Congreso manipulado por Fujimori aprobó una ley 26749 “de Amnistía” que devolvía la libertad a los ejecutores de la masacre entre otros centenares de asesinos pertenecientes a las fuerzas armadas.

El resto de la historia es muy cercano como para olvidarlo. Fujimori se refugió en Japón. Después, su primaria inteligencia lo hizo dirigirse a Chile. Por fin, fue extraditado, juzgado y condenado en 2010 a 25 años de prisión por sus bestiales crímenes contra la humanidad.

Quizás en esos momentos Raida descansó de su dolor. Quizás dejó de pensar en la caja de huesos que le habían devuelto y prefirió recordar en el joven que se pasaba el fin de semana jugando con los perritos y que soñaba con ser maestro o sacerdote. O tal vez violinista.

Un año después, sin embargo, sus heridas se han abierto otra vez. En vez del financiamiento, el aval, las felicitaciones y los ascensos que brindó a los ejecutores del grupo Colina, los defensores del dictador arguyen que Fujimori no estaba enterado de nada. Era quizás tan sólo un generoso autista, un bien intencionado débil mental. Ahora el pobre está deprimido. Ahora tal vez es necesario que se le conceda el indulto presidencial.

Raida ha leído que el indulto será anunciado cualquiera de estas noches y recuerda que, precisamente, la amnistía de los hombres que golpearon a su hijo y que después lo rociaron con kerosene fue también dispuesta por el congreso fujimorista después de las 11 de la noche, o sea también entre gallos y medianoche.

Hay miles de madres, padres e hijos que viven al igual que Raida un prolongado luto. La nación entera está enferma… sobre todo de miedo como lo demostraron las últimas elecciones.

Una persona o un país que han sido víctimas de un brutal atropello o una sangrienta dictadura requieren de un tiempo y de una terapia para curar sus heridas. En Alemania, luego de más de medio siglo, se sigue buscando a los criminales nazis y, por su parte, los que ya fueron condenados han muerto en prisión. En España, se buscan los huesos del poeta García Lorca. En Argentina, la paz se construye con el recuerdo de las víctimas y la prisión de los verdugos.

En ese país hermano, el objetivo del régimen de terrorismo de Estado fue destruir la memoria y la identidad misma de los opositores. Ni los niños nacidos en cautiverio escaparon de ese perverso designio. Les robaron el apellido y los vendieron a padres postizos. En esta misma semana, las Madres de la Plaza de Mayo lograron que se tomara el examen de ADN a dos jóvenes que fueron extraídos del vientre de la madre mientras se dejaba que aquella se desangrara.
Ni siquiera a eso pueden aspirar las peruanas a quienes se las hizo abortar contra su voluntad o aquellas a quienes se les arrancó la matriz.
La prisión de Fujimori no tiene nada que ver con las razones de humanidad que se aducen. Es necesario que permanezca en la cárcel soñando con el rostro y las voces de sus víctimas. Solamente así, volverá al país la paz del amor que no es la del miedo ni la de los cementerios.
Quien indulte a Fujimori debe saber desde ahora que la historia lo señalará para siempre como el hombre que una vez más se burló del dolor de Raida e hizo permanente el luto de miles de madres peruanas.
Estoy seguro de que ya lo sabe y que no quiere que la historia lo recuerde de esa manera sino como el hombre de la paz gracias a quien los niños siguen jugando con perritos al volver de la escuela y los adultos somos felices con el olor de los limones, la canción de los vientos, el rumor de la paz.




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