jueves, 18 de marzo de 2010

Ian Welden desde Copenhague, Dinamarca: "Los Hombres tambien lloramos"





Milagro
LOS HOMBRES TAMBIÉN LLORAMOS
"Tiene mi corazón un llanto de princesa
olvidado en el fondo de un castillo desierto".
Tengo miedo


Pablo Neruda


Me llamo Juan Valdés y soy un modesto refugiado que llegó a Dinamarca en la década de los años mil novecientos setenta huyendo de las hordas violentas y prepotentes que de pronto surgieron desde la entrañas más oscuras de mi patria, usurpando nuestro orgullo y encarcelando, asesinando y expulsando al destierro a todos los que nos opusimos a sus pesadillas.Caminé muchos años por las calles de este tranquilo y generoso país buscando algún lugar donde descansar mis huesos apaleados y desempacar las escasas pertenencias y recuerdos que logré rescatar en mi huida.Cuando llegué finalmente al barrio de Valby, ciudad de Copenhague, hace tantos años atrás, ya andaba Brian Svendson por aquí cometiendo crímenes y ofensas. Era un niño sueco de aproximadamente diez años de edad, piel rosada como la de los cerditos, ojos azules muy dañinos y cabellos color naranja. Casi un gigante en comparación con los otros pequeños de este pacífico suburbio de gente silenciosa y trabajadora. Su pasatiempo favorito era aterrorizar a sus compañeros de juegos con golpes, amenazas y extorsiones e insultar escupir y hasta golpear a sus profesores. Cuando un día me robó la bicicleta fuí de inmediato a su casa para hablar con sus padres, encontrándome con la triste sorpresa de que no los tenía. Ambos habían muerto en cárceles suecas, derrotados por el alcohol, la heroína y la prostitución, según me contó el parco verdulero de la esquina de mi calle.Tenia sí una abuela cruel y prepotente. Los rumores decían que azotaba constantemente a su nieto con la hebilla de metal de su cinturón de cuero y lo privaba de amistades y de ir a la iglesia los domingos Ante mi queja del robo se rió en mi cara llamándome "cerdo de mierda" y me cerró la puerta en las narices. Sintiéndome impotente y humillado por el cruel insulto y por mi condición de extranjero pobre e indefenso intenté olvidar el asunto. Pero en el futuro las paradojas de la vida me lo hicieron recordar de manera irónica y brutal. Muchos años después de ese incidente, Brian Svendson aun vivía en Valby. Se había convertido en un delincuente peligroso. Un verdadero gigantesco vikingo monstruoso y temible. Con sus ojos malignos como los de una serpiente siempre a punto de morder y su colorada cabellera afeitada, sus tatuajes azules desteñidos por los años y su boca burlona en ese inmenso rostro cubierto por profundas cicatrices, era un demonio escapado del mismo infierno. Asaltaba pequeños negocios con su ya tristemente célebre navaja automática y se emborrachaba en las tabernas locales provocando tumultos y riñas violentísimas. La policía lo había detenido en muchas ocasiones pero las leyes de este país lo mantenían libre en las calles bajo vigilancia. Aún no había matado a nadie decían. En las madrugadas sus alaridos de bestia enloquecida y herida se escuchaban por todo el barrio. "Soy inmortal! Soy Lucifer el todopoderoso y he venido desde el fuego eterno para hacerlos pagar! Malditos daneses! Soy invencible!" Había que bajar los ojos e intentar pasar desapercibido cuando uno se encontraba con él en los obscuros recovecos y callejones del sector. Brian jamás me había molestado o golpeado como era su costumbre hacerlo con otros vecinos. Incluyendo a mujeres, niños y ancianos.Siempre nos habíamos observado con cautela cuando nos encontrábamos en las obscuras y nevadas callejuelas del barrio. Yo le tenia miedo por supuesto y él lo sabía. Pero también existía algo parecido a la empatía entre nosotros. Supongo que algún instinto, algún dolor lejano de desarraigo nos acercaba. Acostumbraba llevar libros de poesía en una bolsa de plástico que leía sentado en un banco de la placita, hediendo a ira y soledad. Jamás le conocí amigos.Tenía un apodo que usábamos en secreto para referirnos a él entre los habitantes de Valby: El Cerdo Sueco . Supongo que ya lo sabría y se avergonzaría profundamente. Apodar de cerdo a alguien en Dinamarca es una ofensa denigrante y gravísima. Y yo ya lo había experimentado en mi propio ser. Por las noches rondaba con un tarro de pintura y una brocha escribiendo una amenazante consigna roja como la sangre en los blancos muros del barrio: "BRIAN JAMÁS LLORA! ATACA!" Y en las nevadas aceras matutinas un hilo colorado conducía indudablemente hasta la puerta de su inmundo departamento. En esas ocasiones yo creía ver el viejo fantasma de su abuela ya muerta montada en una escoba y graznando como un cuervo sobre los techos del barrio. Una noche fatal el Cerdo se extravió en los laberintos de su propia naturaleza patológica y agresiva. Yo dormía tranquilamente soñando con las ariscas cordilleras de mi país cuando desperté sobresaltado con gritos provenientes del departamento de mi vecina Eva. Eran urgentes rugidos de hombres luchando, entre los cuales reconocí de inmediato los bestiales alaridos de Brian. Me vestí rápidamente y salí al pasillo. Cinco enormes guardias uniformados y armados con lumas intentaban sin mucho éxito pacificar al gigantesco sueco. Afuera en la calle un grupo de paramédicos atendían a mi vecina quien yacía llorando desconsolada y sangrando en una camilla de emergencia al interior de una ambulancia. Brian había amarrado a Eva a una mesa y había intentado violarla luego de haberle propinado una paliza que casi le destrozó la cara. Algún vecino anónimo dió la alarma y la eficaz policía danesa llegó rápidamente impidiendo que la solitaria anciana fuera asesinada.Yo era el único vecino presente durante el arresto. Por primera vez me atreví a dirigirle la palabra al Cerdo."Hijo; se acabó tu libertad para siempre. Usa este largo tiempo que te espera para llorar. Ya no más para atacar y causar sufrimiento...""Brian no llora; ataca!" Respondió con la voz asustada y quebrada de un niño muy pequeño. Me miró unos segundos con pavor y angustia. Su mueca burlona había desaparecido y tenía minúsculas pero auténticas lágrimas en los ojos. Después de algunas semanas Eva regresó ya recuperada del Hospital del Reino. Como no tenía familiares ni amistades el estado danés le puso dos enfermeras a su entera disposición para que la cuidaran y acompañaran. La misma noche de su llegada me invitó a celebrar su retorno con unas viejísimas y polvorientas botellas de vino chileno. Las bebimos en silencio haciéndolas durar hasta el amanecer, como si se tratara de alguna ceremonia religiosa.Y los vecinos de Valby reanudamos nuestras rutinas y quehaceres como siempre en silencio, bajo la nieve y sobre el hielo. No hablábamos del Cerdo pero tristemente sentíamos algo parecido a la nostalgia o a la compasión en nuestros corazones.Y hoy me llegó la carta:

Sr. Juan Valdés, Valby 2500
Copenhague, Dinamarca

Hola señor Juan,

He aprendido
que cuando las mujeres lloran
lo hacen en silencio.
Ocultan sus lágrimas en pañuelitos blancos
junto a otras mujeres en pena.

Cuando los hombres lloramos
lo hacemos solos
y desencadenamos violentos diluvios de agua salada
y alaridos de bestias salvajes perdidas en las noches.

Y sin embargo ese llanto de mujeres
con sus coches y bebés también llorando
cambian al mundo con mayor fuerza
que nuestros gritos y golpes y volcanes en erupción.

Aquí en la cárcel yo lloro en el baño
solo y bajo llave
como las mujeres, en silencio,
para que los otros hombres no me vean.

Por favor no le cuente esto a nadie.

Atentamente
Brian Svendson´
El cerdo sueco
Penitenciario Central
Dinamarca.


Autor: Ian Welden
ian.welden@mail.dk

Ilustración de Maritza Álvarez
maritza_alvarez_vargas@hotmail.com

http://maritza-verbal.blogspot.com

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