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Fundación Le pregunto a muchos: ¿Cómo es que nace una ciudad?. Busco respuestas no eruditas; sino espontáneas, cotidianas, quizás con la esperanza de saber cuál sería el impulso de los interrogados respecto a su participación en el nacimiento de una. "Alguien las funda" me respondieron casi todos. ¿Será así como aparece en las enciclopedias y billetes, en las láminas de libros y revistas, donde un conquistador de armadura de hierro, lanza en mano, adarga y estandarte, grita hacia la sabiduría universal: "En nombre de su altísima e ilustrísima majestad, El Rey, e investido de los poderes por Él delegados en este servidor, fundo la ciudad de San Tal y Cuál, para su mayor gloria y beneficio del reino; a veintidós días del mes del señor de este año de gracia"? Dicho así, muchos entre los que lo veían de ese modo intuitivo, evocan una imagen absurda que los hace desistir de la idea; al menos en parte. Algunos reflexionan y concluyen que quizás en un lugar apropiado, como, digamos, La Isla de Francia, ribereña del Sena, se instala una familia que prospera en el lugar. Otros los siguen y llega a formar un pequeño poblado que crece hasta llegar a ser la Ciudad Luz. A su vez, los conquistadores y próceres fundadores, quizás buscaban un buen lugar para instalar avanzadas militares por orden de un imperio. Si las cosas se daban, una orden administrativa podía decretar fundada una ciudad en el campamento militar. Tal vez más tarde, asegurado el éxito de la instalación y conquista, se hacía una ceremonia fundacional. Con todo, lo más probable es que muchas y muchas ciudades hayan sido originadas en la llegada espontánea de grupos humanos. Esta idea no me parece del todo rara. La imitación hace que se produzca la gregariedad que es posible que haya jugado un papel importante en el nacimiento y prosperidad de muchas ciudades. Recuerdo, al pensar así, el teorema "De la Citroneta Azul" que alguien me expuso del siguiente modo: Íbamos de viaje, en auto, con la familia. Era un viaje suficientemente largo como para hacer un alto para almorzar. Nos detenemos en una larga arboleda de eucaliptos, a la orilla del camino. Elijo un lugar cualquiera a unos doscientos metros antes del término del bosquecito y quinientos después de su comienzo. Estamos en una avenida recta, de manera que se nos puede ver desde lejos, tanto como nosotros podemos ver venir todos los vehículos que pasan, con varios kilómetros de anticipación. De este modo, entonces, veo en la lejanía, mientras como un huevo duro, un punto azul que se aproxima lento. Después de un rato el punto azul ha tomado volumen y puedo verlo bambolearse en la ruta. A poco andar diviso atado al techo un sillón rojo y distingo el andar acunado de una citroneta azul. Se acerca hasta unos cien metros de nosotros y de pronto se desvía, saliendo de la calzada. Bamboleante sigue por la avenida de tierra junto a los árboles hasta que, con el cabeceo típico de estos aparatos, está a unos cinco metros. Oigo chirriar los frenos y en otros tres metros se detiene. Se abren las puertas y comienza a bajar gente del vehículo. Dos niños se corretean, uno le lanza un escupo al otro, se pegan, se ríen y se acercan a los árboles frente a nuestro auto y orinan largo y abundante como si compitieran, dejando sendos riecillos que surcan la hojarasca hasta el lado nuestro. Una mujer gorda y desordenada bufa quejándose del calor mientras saca viandas, sillas, una caja refrigerada, una cocinilla y lo va esparciendo, todo, alrededor. El chofer un hombre recio y basto, con un faldón de la camisa salido fuera del pantalón y el vientre enorme sale con esfuerzo de detrás del manubrio, se golpea con las manos extendidas el vientre; suelta un sonoro pedo y un suspiro de alivio. Me pregunto: ¿Por qué la citroneta azul se detuvo junto a nosotros y no cien metros antes o después?. Concluyo que, si bien toda la arboleda era de igual frescura y agrado, sólo donde nosotros estábamos había prueba de confortabilidad. Alguien había corrido el riesgo primero. Entonces hice el siguiente enunciado, que se aplica a este y a cualquier otro caso similar: No importa qué tan solitario, amplio y alejado sea el lugar que se elija para establecerse; siempre llegará una citroneta azul que se pondrá al lado obligándo a ser gregario. Algunos corolarios son así: En una concurrida mole comercial hay un pequeño localito al que nadie entra. Venden revistas antiguas, estampitas religiosas de colección, libros que nadie lee, láminas de futbolistas de los años cuarenta y figuritas de animales, de yeso y baquelita. El dueño se aburre en el interior, anciano, algo sucio y mal vestido. Un paseante entra y pregunta por las figuras de baquelita porque son iguales a las que tuvo de niño. Ya en el interior, le llama la atención un número antiquísimo de la revista "El Peneca", desaparecida hace muchos años, cuya portada está ilustrada por la artista Elena Poirier. La toma y la ojea. En el intertanto, dos personas se han detenido en las vitrinas y miran al interior de la tienda, curiosas; más que la mercadería, observan el interés del cliente único. Uno de ellos entra, tímido, pasea la vista, toma un libro, lo deja, gira un adorno de yeso, lo levanta. En la vitrina ahora hay cuatro personas. Dos de ellos entran y miran los artículos en venta en el interior. Después de cinco minutos la tiendecita está llena de curiosos. No sé cual es el tactismo preciso, si la gregariedad compulsiva, la inevitable curiosidad, o el temor de perder la ventaja que otros consiguen. Otro es la moda que tarde o temprano las gentes se ven obligadas a seguir y hay muchos más que uno va encontrando cuando ya conoce este teorema de la citroneta azul. En farándula y política se puede encontrar muchos otros. No desafío a nadie a buscarlos: Llegan solos. Cualquiera sea la pulsión, el resultado final es la gregariedad. Es muy posible que las ciudades, muchas, quizás todas hayan nacido o prosperado al amparo de la citroneta azul. Viña del Mar, como muchas de las ciudades de nuestro mundo nuevo, fue fundada por un prócer de ésta. En este caso, José Francisco Vergara. La moda la convirtió en un balneario concurrido y su festival de la canción la ha transformado en un punto turístico, que ha atraído miles de citronetas azules. El festival de la canción que se desarrolla en el mes de febrero, en la temporada alta de turismo de verano, es una actividad que, sin embargo, toma todo el año para su preparación. En la década de los ochenta, cierto director eventual tuvo un desempeño desastroso, al punto que al término del evento hubo de esconderse. Los periodistas lo llamaban por teléfono a su casa; contestaba él mismo: "Lo siento el señor R. está de vacaciones en su granja en Nebraska. No. No sabemos cuándo vuelve". Bueno; Nebraska es un estado del centro del mapa de los estados unidos, eminentemente rural. De esta manera los asentamientos humanos suelen ser pequeñas familias que viven de sus granjas y visitan pequeños pueblos cercanos sólo para abastecerse de lo que ellos mismos no producen. En Nebraska casi no hay citronetas azules y la forma de vida es en general muy básica. Aquellos que prosperan, o que tienen ese impulso vital, emigran a los estados costeros, donde están las grandes ciudades. ¿Es este otro corolario del teorema de la citroneta azul? Las ciudades pueden nacer, como Viña del Mar o Nueva Amsterdam, por fundación. Pero si ambas crecieron, a partir de su gestación, debió haber algo que atrajo a las gentes a ir al lugar, a establecerse. Viña del Mar fue siempre ciudad jardín. Ahí iban los ricos a descansar a orillas del mar, mirando el infinito lejano, lleno de ilusiones, y a establecer grandes casas de veraneo. La belleza del lugar, la natural y la añadida por sus habitantes, llamó a los otros a imitar a quienes llegaron primero. Siempre su carácter fue el solaz, la entrención y el ensueño. Acertadamente se instituyó como la gran fiesta del verano el Festival de la Canción, que se ajustó armónicamente a ese carácter de diversión, al que también contribuye su casino de juegos. La vida pública es ahí, la diversión. No importa si en julio o agosto, en el invierno frío, no lo es en realidad, para sus habitantes consuetudinarios. De todos modos quienquiera que llegue ahí, en cualquier época, se divertirá más que en Omaha, al borde de Nebraska. Nueva Amsterdam, en cambio, nace de un negocio. De un buen negocio: Peter Minuit compra por la suma de veinticuatro dolares en abalorios, la isla de Manhattan a los indios Lenape o Delaware, sus habitantes primitivos. Ahí fundó la ciudad que luego llegó a ser el centro financiero y de negocios universal bajo el nombre de Nueva York. Nueva Amsterdam se estableció en ese lugar como un gran centro de intercambio de porquerías como cinturones de cuero con chapas de metal, por las apreciadas pieles de castor y otros animales que los colonos holandeses y belgas enviaban a Europa. Ese fue siempre el carácter de esta ciudad: Comercio, negocio, finanzas. Las ciudades tienen, o forjan, en su historia su carácter. Florencia es ciudad de arte y cultura. Desde antiguo, aunque no en su fundación, la ciudad es conducida y marcada por los Medici, familia de banqueros riquísimos. Lorenzo de Medici no conoció premuras de tipo ninguno, de manera que su vida ramoneaba en torno a las artes, la filosofía, la diplomacia y por último la política y el gobierno desde donde promovió el mecenazgo en todo Italia y quizás Europa. Florencia forjó con Lorenzo su carácter de ciudad de arte y cultura, mientras los negocios familiares iban cayendo uno a uno, en Brujas, en Londres y el resto de Europa. Leipzig y los fabricantes de finos instrumentos dieron su sello a la ciudad de la música, Esparta fue la guerra, Atenas la cultura y el pensamiento, Roma la conquista y la civilización, París es ciudad de leyendas y mitos: De ahí las cigüeñas nos traen a todos, al nacer, al lado de nuestras madres. Quizás por eso fue en París donde nace la revolución modernizadora, con figura de mujer libre, de gorro frigio y pechos al aire. "¡París no existe!" me aseguró alguien algún día. "Es sólo un club literario; y quien llega a París debe juramentarse que jamás revelará esta verdad, para que el mundo siga soñando que tiene una gran ciudad luminosa". Verdades, mentiras, leyendas, aproximaciones, lo único cierto es que el hombre se hizo hombre en la prosperidad de las ciudades. Si nunca hubiera habido ciudades, sólo seríamos manadas errantes, ramoneando en torno al agua y la caza. ¿Por qué?: es la pregunta. Hay tantas respuestas que intentar. Desde el saber popular se puede aventurar una que toma diversas formas: "Dos cabezas piensan más que una" o "La unión hace la fuerza" y también "Unidos venceremos", que es otra forma de "El pueblo unido jamás sera vencido". Otros la hicieron canción: "¡Arriba los pobres del mundo!". El instinto llama a la unión de esfuerzos. Hay un escolio para el que tenga dudas. Cuántas veces se enfrenta, uno, al problema de sujetar con una mano e intentar atar con la otra. Se piensa entonces: "Si tuviera tres manos, ¡qué fácil sería!". La ciudad nunca deja al hombre completamente solo. Ahí todos pertenecen a una red de amparos y prosperidad que los hace, a la vez, carentes y potentes. Imagino, vicioso de las ficciones; que por un artilugio raro, de repente la ciudad quedara despoblada, que se dejara en ella sólo a un hombre solo. Tendría a su disposición toda la gran maquinaria, el enorme artefacto urbano, pero no podría maniobrarlo: ¿Cómo mantener la electricidad? El hombre moderno no sabe vivir sin ella. ¿De qué se alimentaría en cierto plazo mediano o largo?. Y si lo lograra: ¿No enloquecería de soledad? El hombre moderno, ni siquiera en su granja de Nebraska, puede vivir absolutamente solo. Desde su granja se hace citadino de Cairo como sus ochocientos habitantes, a treinta kilómetros de su casa. Ahí se une a su red de amparos. No hay duda que hay otras respuestas, mucho más complejas, que hablan de familia, de clan, de territorio, defensa y conquista, formas culturales y más. Sí. También. Por ahí se encausa una de las potencias urbanizadoras del hombre, aunque no todas. Viena, nace del asentamiento de antiguos celtas, luego de germanos y otros grupos. Todos se establecían en las riberas del Danubio quizás por el acceso al agua. Sólo adquiere estatus de ciudad cuando la expansión del imperio romano establece en el lugar campamentos militares para defender el territorio del imperio. El río Sena en la actual ubicación de París tuvo asentamientos humanos desde más de tres mil años antes de la era actual. El pueblo celta de los Parisii tuvo un poblado en la isla de la Cité que fortificó para defenderse de invasores. A la llegada de los romanos, estos instalaron en el mismo lugar sus fortificaciones militares, que se expandieron a ambos lados del Sena fundando Lutecia. Este nacimiento de muchas ciudades da cuenta de la forma del poder durante mucho tiempo. El impulso social estaba dominado por el poder militar. Muchas ciudades surgieron como asentamientos militares, incluso más allá del influjo del imperio romano, civilizador por la fuerza para imponer, en lo posible, una cultura. Más tarde ese poder militar lo ejercían los grandes señores: Reyes, príncipes, duques que conquistaban territorios y consolidaban poder por el dominio de la fuerza militar. Ciudades como Lübeck, la de los Buddenbrook de Thomas Mann, en cambio, al norte de Alemania, en la desembocadura del Treve en el Báltico, siempre fue una ciudad comercial con vocación gregaria. Dos ciudades comercian mejor que una, y cuatro mejor que dos, de modo que los comerciantes de Lübeck promueven y fundan la Liga Hanseática. Así sucede con muchas otras ciudades que nacen al amparo del comercio, haciéndose del poder cuando los señores que manejan el poder militar buscan recursos para financiar sus campañas de dominio o defensa. La fusión de estos poderes crea el poder político moderno, hijo bastardo de la fuerza y la economía. En la vieja Europa, muchas ciudades fueron estados independientes: Dantzig, Lübeck, en Alemania, Venecia, Florencia, Roma en Italia. Hasta hoy el principado de Mónaco y el estado Vaticano. No obstante, la gregariedad, el que dos hagan en lo mismo, más que cada una y que su producto pueda resultar, al fin, mayor a la suma de los productos, va haciendo de las uniones una tendencia, de modo que las unificaciones o el nacimiento de estados que reunen muchas ciudades, ha sido por siglos el camino. Hoy sin embargo, lentamente, y empujados quizás por un nuevo poder que se sobrepone y abarca poco a poco al económico, como es el poder de las tecnologías, aunque al amparo del capital, ha producido la globalización, a partir de la cual, quizás a tropezones aún, va reuniendo estados en grandes conglomerados como la Unión Europea. Se vislumbra en este fenómeno, aunque aún no concientizado con claridad, un conflicto fundamental, entre los poderes tradicionales: Económico, político y militar enfrentados a la potencia tecnológica, que quizás esté construyendo un híbrido entre el poder empresarial, de hacer, de producir bienes y servicios, y la capacidad de la tecnología. Quizás en el futuro mediano, el estado esté reemplazado por la empresa, o haya estados empresa, de cuya administración se derive naciones empresa, cuyos ciudadanos sean Matsushita, Endesa, Capitalisa, AA&F, Horst & Albin GmbH y más, en vez de Cordoveses, Granadinos, Noeyorkinos, Bonaerenses, parisinos. Habrá muchos que digan que es absurdo: Concedido; lo es. Pero está ahí: Hoy para sentarme ante este teclado debí transitar una ruta privada, propiedad de una empresa, cuya tecnología me permite viajar por una ciudad cercana al colapso vial. Para ello debí hacerme de un artefacto electrónico que se convirtió en mi pasaporte de acceso. Llegado a un nudo imposible, debí desembarcar en un estacionamiento privado, manejado tecnológicamente, y continuar, gracias a otro nuevo pasaporte en el tren subterráneo. Todas estas entidades se administran autónomas, según sus propios intereses, cada vez más independientes de los intereses políticos, al punto que las negociaciones de pasillos públicos van siendo cada vez más inanes, quizás sólo rituales, en tanto los hombres de la política van adquiriendo pertenencias en el mundo de la empresa. Un ministro de estado, por ejemplo, de economía, terminado el gobierno o la confianza de quien lo nombra, debe tener claridad de su futuro. ¿Cual es su destino? ¿Un banco? ¿Una sociedad de inversiones? ¿Una inmobiliaria? Ya desde que es nombrado en un cargo de gobierno debe estar preparando su salida al mundo de la empresa. Cada vez más gobierno y empresa se fusionan, como se fusionó en un momento el poder militar y el burgués. A futuro, quizás, llegará el momento en que la tecnología potencie de tal manera el poder de la empresa, que esta prescinda del estado y lo reemplace, a la espera que la tecnología logre un desarrollo tal, que a su vez consolide un poder autónomo y perverso, equivalente al poder de la fuerza militar. Desde luego, toda la antigua y lenta fragua donde se cocían los caldos sociales que trazaban el curso y carácter de las ciudades, se han conectado y acelerado hasta el vértigo en la sutil red electrónica y digital universal, en la cual a su vez se han formado nuevas estructuras de poder en las llamadas redes sociales. Aquí, de un modo u otro están los ciudadanos Facebook, los ciudadanos Twitter, los Linked In, las modernas anarquías hackers y más. El hombre prosperó inserto en las ciudades físicas y en su vida pública: ¿Llegará a haber ciudades digitales, virtuales, en las que habite el hombre del futuro, bajo el gobierno del poder tecnológico, que habrá convertido a la economía y el comercio, al poder militar y policial de la fuerza, al administrativo y político en apenas recursos optativos disponibles?. Kepa Uriberri |
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