viernes, 1 de enero de 2010

El amante de Ava Garner: Asalto al Policlínico Bancario en Argentina


Investigación histórica de Roberto Tito Bardini

Pasaron cuarenta años. José María Guido hacía lo que podía intentando gobernar el país, bajo la vigencia del tristemente célebre Decreto 4161. En las elecciones presidenciales de julio de 1963, con el peronismo proscrito, triunfaba Arturo Illia con el veinticinco por ciento de los votos. El 17 de agosto, Día del Libertador, un grupo de la Juventud Peronista se apoderaba del sable corvo del general San Martín.



Poco después, el jueves 29 de agosto de 1963, un comando armado toma por asalto el Policlínico Bancario, frente a la plaza Irlanda, cerca del centro geográfico de la Capital Federal. Es el primer caso de una operación de guerrilla urbana en el país. También la primer expropiación de dinero –o si se prefiere robo- de un grupo extremista. Pero todo esto tardaría varios meses en saberse.



Una ambulancia con la sirena encendida llegó a media mañana de ese jueves al estacionamiento del nosocomio. El conductor y su acompañante vestían guardapolvos blancos y declararon al guardia de la entrada que traían a un enfermo. El vigilante observó que en la parte trasera del vehículo un hombre de rostro pálido yacía dormido en la camilla, cubierto por una sábana, y les permitió entrar. Casi inmediatamente arribó al lugar una camioneta IKA de la Dirección de Servicios Sociales Bancarios con catorce millones de pesos de la época (alrededor de 100.000 dólares) destinados al pago de los sueldos del personal. A bordo del vehículo venían dos empleados administrativos custodiados por un sargento de la Policía Federal. Dentro del sanatorio de la obra social, alrededor de cien personas -entre médicos, enfermeras y trabajadores- formaban fila ante la ventanilla de cobranzas. Como de costumbre, dos oficinistas salieron del edificio y se dirigieron a la camioneta para recibir los paquetes con el dinero.



-¡Quietos! ¡Esto es un asalto!- se escuchó de pronto.



Las miradas del suboficial y de los cuatro empleados se volvieron hacia un joven rubio que empuñaba una ametralladora PAM. Sorprendidos, asustados y momentáneamente paralizados, no alcanzaron a ver a otros dos muchachos que los apuntaban con pistolas, escondidos entre los coches estacionados. Ante un movimiento en falso del policía, el rubio disparó una ráfaga: dos ordenanzas murieron en el acto mientras el sargento y los tres oficinistas rodaban por el suelo, heridos. Las personas que caminaban por el lugar se arrojaron cuerpo a tierra o corrieron hacia el edificio. Repentinamente, aparecieron los dos jóvenes que estaban ocultos, tomaron los paquetes con el dinero y los subieron a la ambulancia que había llegado antes. En pocos minutos más todos los asaltantes huyeron.



A partir de la alarma, la División Robos y Hurtos de la Policía Federal citó a un testigo presencial, a dos empleados de la agencia de automotores donde quince horas antes se había alquilado la ambulancia y al chofer del vehículo, a quien le habían aplicado dos inyecciones a través del pantalón para adormecerlo (era el hombre pálido que yacía en la camilla de la parte posterior). En la Sección Identificación, un comisario –dibujante y experto en retratos hablados- logró una descripción detallada de los asaltantes. Los investigadores les mostraron a los testigos voluminosos álbumes con fotos de delincuentes con antecedentes. Al anochecer de ese mismo jueves, la certeza era casi total: el asalto había sido cometido por dos conocidos malhechores con una extensa trayectoria al margen de la ley, Félix Arcángel Miloro, El pibe de la ametralladora, ex integrante de la célebre banda de Jorge Villarino, y Salustiano Franco, alias Salunga, eran los responsables del robo.



La División Robos y Hurtos movilizó a sus 144 agentes tras los rastros de Miloro y Franco, consultó informantes, policías retirados, ladrones de segunda categoría y prostitutas, ordenó allanamientos y detenciones, e intensificó lo que en la jerga del periodismo policial se designa con el cínico eufemismo de “intensos interrogatorios”. No era para menos: según Clarín, el asalto al Policlínico Bancario, “al constituirse por su importancia en el número uno de los ocurridos en nuestra Capital en todos los tiempos, ha calado hondo en el ánimo de magistrados y funcionarios”. Finalmente, un soplón dio la dirección de una vivienda en la provincia de Córdoba. El 10 de septiembre, alrededor de cien agentes federales se dirigieron velozmente al lugar. El aguantadero fue ubicado y rodeado. Adentro estaban Miloro y otra pareja. Un oficial de policía ordenó a los gritos que se entregaran y que no intentaran escapar. Los pistoleros no se rindieron ni huyeron: en realidad, fueron literalmente masacrados; el cuerpo de Félix parecía un colador.



El expediente del asalto fue cerrado y archivado.



Seis meses después trascendió que El pibe de la ametralladora había sido acribillado a balazos por error, y que no había tenido ninguna vinculación con el asalto al Policlínico.



En verdad, el joven rubio que empuñaba la PAM se llamaba José Luis Nell, descendía de irlandeses y era estudiante de derecho. Uno de sus mejores amigos y compañero de facultad era Cacho, un ex-cadete del Liceo Militar de ascendencia sirio-libanesa llamado Envar El Kadri. Otro de sus amigos, era José Joe Baxter, de 24 años, también estudiante de abogacía y empleado de Teléfonos del Estado. Nell y Baxter habían caído presos varias veces pero no eran delincuentes: eran, junto a otra docena de participantes del operativo, militantes del Movimiento Nacionalista Revolucionario Tacuara (MNRT).



El botín estaba destinado inicialmente a financiar una invasión por mar a las Malvinas.



Hasta entonces Tacuara estaba considerado como un activo grupo juvenil con gran inserción en los colegios secundarios de Buenos Aires, cuyos integrantes profesaban el revisionismo histórico y un fuerte antisemitismo. La opinión generalizada era que estaban más ocupados en pintar cruces svásticas en las paredes, arrojar alquitrán contra alguna sinagoga y enfrentarse a otros grupos estudiantiles que en asaltar bancos u organizar operaciones comando. Como máximo, cachiporras, trompadas o pedradas. Lo nuevo, ahora, era el agregado de Revolucionario a la denominación Movimiento Nacionalista. Lo cierto es que la investigación policial terminó dando un giro de 180 grados, y de Robos y Hurtos pasó a la Dirección de Coordinación Federal y a la División de Orden Político.



Nell, de 22 años de edad, estaba cumpliendo con el servicio militar en una base de la Fuerza Aérea en Río Gallegos, Santa Cruz. Al principio de su conscripción era chofer del ministerio de Defensa, pero fue enviado al sur como castigo al comprobarse que usaba automóviles del Ejército para asuntos particulares (sus jefes, claro, aún no sabían en qué consistían esos asuntos). La investigación lo alcanzó. Encapuchado y aún vistiendo el uniforme de soldado, Nell fue trasladado en avión a Buenos Aires el 26 de marzo del 64. En el aeroparque lo esperaba una custodia integrada por carros de asalto de la Guardia de Infantería, agentes de civil con armas largas y motociclistas del Cuerpo de Tránsito, que lo llevó directamente al Departamento Central de Policía, donde lo interrogaron hasta altas horas de la madrugada.



El 4 de abril la Policía Federal informó que de enero a noviembre de 1963 los miembros del Movimiento Nacionalista Revolucionario Tacuara habían protagonizado cuarenta y tres hechos terroristas. Y ya no eran agresiones a la comunidad judía. Ahora se trataba de ataques a los centinelas de la Escuela Superior de Guerra, la Dirección General de Remonta y Veterinaria del Ejército, el Tiro Federal Argentino y el destacamento de guardia del Aeroparque Jorge Newbery, con el objetivo de apoderarse del armamento. También habían robado municiones de un camión de la firma Duperial-Orbea y de la fábrica de armas Halcón.



Los nuevos tacuaras también habían realizado atentados contra la fábrica Philips, estaciones de servicio ESSO, supermercados Minimax y empresas de origen británico y norteamericano. Según la policía, se habían descubierto planes para atacar la guarnición militar de Campo de Mayo y efectuar acciones de sabotaje contra la usina central de SEGBA (Servicios Eléctricos del Gran Buenos Aires), un gasoducto ubicado en La Plata y depósitos de Shell. En allanamientos a varios domicilios se habían encontrado, además, una imprenta y volantes de apoyo a la Confederación General del Trabajo y a la Juventud Peronista.



Con relación a las nuevas pistas del asalto al Policlínico, la Policía Federal divulgó una extensa lista de dieciocho detenidos y once prófugos. Algunos de ellos no habían participado del operativo comando del 29 de agosto pero eran buscados por otros hechos. Casi todos eran estudiantes que trabajaban, pertenecían en su mayoría a la clase media, se definían como peronistas y, detalle para ser tomado en cuenta, la edad promedio era de veinte años.



A fines de noviembre de 1955 se había creado el Grupo Tacuara de la Juventud Nacionalista en el local que la Unión Nacionalista de Estudiantes Secundarios (UNES) poseía en Matheu 185, en el barrio de Once. Más tarde, la Unión Cívica Nacionalista (UCN) les presta un destartalado local de tres habitaciones en un viejo edificio de Tucumán 415. En 1958, el nombre de Tacuara quedará asociado a las enormes manifestaciones con violentos enfrentamientos estudiantiles entre la laica y la libre, en torno a la discusión sobre la educación religiosa.



El jefe político de Tacuara es Alberto Ezcurra Uriburu, nació en 1937 y es el séptimo hijo de un modesto profesor de historia. Es un austero, inteligente, astuto, estudioso y casto joven de 21 años que abandonó sus estudios de seminarista y se gana la vida como pintor de motos. A los 13 años, había ingresado a la Unión Nacionalista de Estudiantes Secundarios (UNES). Usó toda su vida lentes de gruesos cristales y marco negro bajo unas cejas espesísimas, poseía una sólida formación histórica y era un orgulloso descendiente de Juan Manuel de Rosas y del general José Félix Uriburu. Su padre, Alberto Ezcurra Medrano, nacido en 1909, era conferencista, articulista en una docena de publicaciones nacionalistas y autor de alrededor de veinte libros. Se le considera entre los precursores del revisionismo histórico y uno de sus seguidores lo definió como antiliberal, católico, rosista e hispánico. Con los años, Alberto Ezcurra hijo terminará finalmente volviendo al seminario, ordenándose como sacerdote y cumpliendo una larga y brillante carrera al servicio de la Iglesia.



El subjefe es José Baxter, alias Joe o El Gordo, un ex afiliado a la Unión Cívica Radical que ingresó a Tacuara en 1957 y que pronto se transformó en su vocero. Nacido en 1940 e hijo de un capataz de estancia descendiente de irlandeses, el robusto Baxter estudia derecho y trabaja como telefonista.



La edad de los jefes oscila entre los 21 y los 24 años, y entre ellos se tratan de usted. Predican un estilo austero. La revista Ofensiva, órgano de la Secretaría de Formación de Tacuara, lleva en su portada un escudo con un águila feudal germana. La bandera del Movimiento Nacionalista Tacuara posee tres franjas horizontales: las dos de los extremos superior e inferior son de color negro y simbolizan la revolución nacional; la central es roja y representa la revolución social. Sobre esta franja hay una Cruz de Malta celeste y blanca. Varios militantes exhiben en sus solapas también una cruz de Malta celeste y blanca o la estrella federal de ocho puntas, color rojo punzó, o un crucifijo que cuelga del llavero.



El escritor izquierdista uruguayo Eduardo Galeano comenta: -Vienen en busca del mito del poder, los atrae la emoción de los campamentos, en los que las maniobras militares suelen hacerse con verdadera munición de guerra y con verdaderos heridos, la magia de los juramentos en las galerías subterráneas del cementerio, el estampido de los primeros balazos, el culto del peligro elaborado en torno a las fogatas, lejos de la familia y el hogar -y de la blanda vida burguesa de la que pretenden liberarse- reivindicándolos a sangre y fuego, como ‘un pelotón de soldados que salva a la civilización’, que dijera Oswald Spengler.



Diez años después del operativo comando en el sanatorio de los bancarios, el 11 de julio de 1973, un Boeing 707 de la compañía Varig que debía volar a Bruselas se estrelló en el aeropuerto parisino de Orly a los cinco minutos de despegar. Murieron 123 de sus 134 pasajeros. Fue muy difícil para los familiares de uno de ellos retirar el cadáver calcinado, porque viajaba con un pasaporte falso. Era argentino, tenía 33 años y había vivido en la cuerda floja durante la última década de su vida. Se trataba de Joe Baxter y hoy está sepultado en el cementerio británico de Buenos Aires. Su historia posterior al asalto al Policlínico terminó por convertirse en una leyenda fenomenal, paradigmática de una época. Ni siquiera sus viejos camaradas de distintas organizaciones quieren tocar el tema, como no sea en muchos casos para tratarlo de chanta. Y es que Baxter fue un controvertido personaje con una trayectoria política igualmente controvertida y en una época histórica absolutamente controvertida.



Poco después de la acción que hoy evocamos, Baxter habló en la Facultad de Filosofía y Letras ante estudiantes de izquierda presentando al Movimiento Nacionalista Revolucionario Tacuara y tomó distancia del grupo dirigido por Alberto Ezcurra. Dijo: -No sólo hay liberalismo cipayo e izquierdismo cipayo; hay también nacionalismo cipayo. Los nacionalistas cipayos son quienes creen que la batalla por la soberanía argentina se jugó en la cancillería de Berlín en 1945.



Después del asalto al Policlínico, fugitivo y bajo el nombre de Salvador Ballesteros, vivió durante casi tres años en el barrio de Pocitos de Montevideo. Se relacionó con el dirigente agrario Raúl Sendic y participó en la creación del Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros.



También fue oficial del ejército cubano, viajando en incontables oportunidades a la isla.



Para 1968 residía en París y fue testigo del Mayo francés, un masivo movimiento universitario que levantaba consignas como La imaginación al poder o Seamos realistas: pidamos lo imposible. Fue allí donde se vinculó al contador santiagueño Roberto Mario Santucho. Se integró entonces, con el nombre de Rafael, al Partido Revolucionario de los Trabajadores - Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP). Después se unió a un desprendimiento trotskista: la Fracción Roja, perteneciente a la Cuarta Internacional, que entonces dirigía el economista belga Ernst Mandel (cuando murió en el mencionado accidente aéreo precisamente volaba para reunirse con él en Bruselas).



También viajó a Madrid, El Cairo y Argel, donde se entrevistó sucesivamente con el ex presidente Juan Domingo Perón, el mandatario egipcio Gamal Abdel Nasser y el estadista argelino Ben Bella. En esa oportunidad, en España, tuvo un amorío pasajero con la actriz Ava Gardner. Después vuelve al Uruguay, porque debe encontrarse en Punta Carretas con el ex presidente del Brasil, Joao Goulart, exiliado en Montevideo.



Junto con un grupo de ex-tacuaras de izquierda y militantes de la Juventud Peronista recibió entrenamiento militar en China. Después pasó a Vietnam y se unió al Vietcong. Su leyenda personal sostiene que, gracias a su aspecto físico -alto, corpulento, pelirrojo y con pecas- entró vestido de militar canadiense al Club de Oficiales del ejército de Estados Unidos en Saigón, dejando un explosivo. Se dice que también, durante la famosa contraofensiva del Thet, participó de aquella decisiva operación de guerra. Se dice incluso que el líder vietnamita Ho Chi Minh lo condecoró por su valor en combate.



Obvio, además estuvo en el Chile de Salvador Allende y el MIR.



Un personaje aventurero y legendario –aunque denostado sin piedad por la mayoría de los que lo conocieron- que pretendió vivir peligrosamente, un poco a la manera de un Lawrence de Arabia, de un André Malraux, o de un Che Guevara.


FUENTE
http://ifcpjuanperon.tripod.com/id25.html

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