Variantes
novedosas en los códigos y modos de saludar se van sumando a los
clásicos protocolos de saludo. Desde hace un par de décadas, por
ejemplo, se ha naturalizado el beso. Ya no es privativo de una
convención reservada a las mujeres, sino que se extendió también para
los hombres entre sí .
Compañeros de trabajo, de estudio, parientes y
amigos, más allá de la edad, y muchas veces de las jerarquías en las que
se posicionan, se besan al verse y al despedirse. Aún hoy causan cierta
gracia dos policías saludándose en un cambio de guardia con un beso, o
la llegada a la plaza de uno de los jubilados que comparten el banco
cada mañana, al sol.
Los
abrazos son otra expresión afectuosa que singulariza el encuentro con
otro. La efusividad en el contacto entre pares tiene, más allá de los
hábitos globalizados, un fuerte color y calor locales. Intensos,
envolventes y duraderos son los abrazos de oso industria Argentina.
Tienen un tono afectivo que no es fácil encontrar en otras latitudes. La
temperatura emocional de nuestros hábitos de saludo ha canjeado
formalidad por distensión y contacto cuerpo a cuerpo.
No sería
disparatado pensar que tanta virtualidad en la comunicación nos va
generando un hambre de cercanía que se plasma en la posibilidad de
abrazar. Destaco y disfruto las sutiles variantes que se reconocen entre
los abrazos protectores y envolventes, los abrazos cómplices, aquellos
que agregan unas palmaditas que acarician, los abrazos sonoros y
aquellos más enérgicos y duraderos, propios de despedidas intensas. Un
lenguaje gestual con especial fuerza expresiva.
En
los nuevos circuitos tecnológicos por donde transita la comunicación
seguimos buscando el tono apropiado.
No sabemos cómo saludarnos.
Improvisamos con ingenio y sin fórmulas compartidas. El resultado es por
momentos bastante anárquico. Tenemos que inventar códigos adecuados
para introducirnos y despedirnos. El correo electrónico, por ejemplo, se
resiste -con sensatez- a conservar las convenciones de aquel
intercambio epistolar que viajaba ensobrado y usaba estampillas.
A
menudo, luego de enviar un mail, un mensaje o un chat, nos asaltan
dudas. ¿Demasiado frío? ¿Inadecuadamente afectuoso? ¿Sintético por
demás? ¿Con qué entonación lo lee el destinatario? El mundo adulto se
fue apropiando de la jerga de una generación de nativos digitales que no
hace mayor diferencia entre el lenguaje coloquial y la
palabra escrita. Muletillas gráficas, como ja ja, por ejemplo, son hoy
una expresión tan corriente y familiar para los jóvenes como ajena para
quienes no lo somos.
Entre
estos nuevos hábitos de saludo hay uno en especial, patentado por los
más jóvenes, que merece una reflexión. Al despedirse, es frecuente
escuchar de los jovencitos, con tono enfático, la expresión cuidate.
El
plato fuerte del saludo es el cuidado. Un mensaje que transmite interés
por el otro, a quien se advierte, se sugiere, se ruega.
Leo
en esta exhortación una chispa de preocupación por el otro que alude al
compromiso y a nuestra responsabilidad por todos los otros. No es
casual que quien me hiciera reparar en este gesto fuera un amigo
puntano, donde sabiamente suelen tomarse el tiempo y la dedicación que
una despedida merece. Cuidate refuerza, además, la riqueza gestual y la
transparencia afectuosa del abrazo genuino.
Cuidate
señala una evidencia. Reconoce que estamos expuestos a una escalada de
riesgos y que la experiencia cotidiana requiere de gestos activos de
cuidado. Estos hoy ya no corren solamente por cuenta de la mirada
adulta, paternalista y protectora. Este llamado a la prudencia, que
surge de los adolescentes mismos, es una toma de posición digna de
enfatizar.
Una manera fraterna de implicarse subjetivamente, que guarda
estrecha relación con la necesidad de cuidado que hoy tenemos todos..
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