Todos los años, desde 1968, González se reúne con la vieja pandilla. Los muchachos de la cuadra. Los pibes. Aquellos que jugaron a la pelota en la calle y compartieron las bolitas, las figuritas, el rango, el dinenti, las primeras películas prohibidas (suecas), los picnics en Ezeiza, la primera noviecita, el tiempo de los besos a escondidas, los bailes del sábado a la noche, y después el casamiento por iglesia, los hijos, los divorcios, los nietos...¡Hasta hoy mismo!
La cita es, como siempre, en la Cantina Vesuvio de Villa Devoto. Faltan algunos muchachos que -digamos- partieron antes. Pero alrededor de la mesa, cubierta con manteles de papel, sonríen Cataldo, Sánchez Contaldi, Varela, Cottone, Zanabria y el propio González. O sea, los sobrevivientes. El abrazo de siempre. Un buen vaso de vino. La picada de caracoles, sopresatta, cantimpalo, longaniza y queso de campo. El Tano Roque, patrón del lugar, se acerca a sus clientes de hace 40 años, y reparte besos y saludos. Hoy, la casa recomienda puchero de caracú y mollejas al limón.
Cuando se hacen las once de la noche, el animador de la mesa, el siempre ocurrente petiso Cataldo, se pone de pie, alza la copa y anuncia un brindis: "¡Por la sexalescencia, muchachos!". Todos parados (aunque no muy firmes) ríen y beben. Luego se sientan.
Aprovechando una pausa, González pregunta:
- Decime, Cataldo. ¿Qué es la sexalescencia?
-¡Pero Gonzalito! Me extraña...Es la edad de moda. Fijate lo que son las cosas. Hace dos siglos no se había inventado la adolescencia. O sea: los tipos pasaban de niño a hombre, a los 13 años. Personajes como Liniers, San Martín o Rosas, a los 11 años eran nenitos que jugaban a la pelota, iban a la escuela, comían caramelos, se dejaban malcriar por las tías, etc. Pero a los 13 años ya estaban en los batallones disparando tiros, fusilando prisioneros, ahorcando enemigos. ¿Entendés? Eran hombres. Y las chicas, lo mismo: a los 10 años eran nenas y a los 14 estaban casadas, con un bebe al pecho. Como Remedios Escalada. Pero después se inventó la adolescencia. Y quedó acordado que entre la niñez de los 10 años y la juventud de los 20 había un período especial. El que hemos vivido vos y yo. Colegio secundario, besos en el cine, masturbación y demás. Ahora, la adolescencia se estiró hasta los 30 años y casi hasta los 40. Pero, al mismo tiempo, se inventó una nueva edad: la sexalescencia.
- Dale, Cataldo, dejate de embromar...Todos los que estamos acá tenemos 65 años...
- Claro. Estamos en plenitud.
- ¿En plenitud de qué, Cataldo? ¿Vos me estás cargando?
- No, Gonzalito. Fijate: es un nuevo concepto. Vos ya no tenés hijos que te impiden dormir, no te levantás a las seis de la mañana, no tenés que llevar a los chicos al cole, a clase de piano, de rugby, de solfeo, ni buscarlos a la salida del baile, a las cuatro de la mañana...¿No?
- Claro, querido, por supuesto. Mis hijos ya me han hecho abuelo. Yo paso a ver a mis nietos cuando tengo ganas...
- Perfecto. Y tenés una buena jubilación.
- ¡Una miseria! Pero gracias a Dios, con la renta que me dan dos departamentos alquilados y dos cocheras, vamos tirando...
- Muy bien. Salís a comer afuera. Por ejemplo, esta noche.
- ¡Sí, Cataldo, pero fijate que en la barra faltan cuatro o cinco que están mirando crecer los rabanitos desde abajo!
- Es cierto. Pero vos estás vivo y yo también. Tenés una linda vida sexual. ¿No?
- Vos me estás cargando, Cataldo. Tomo mil pastillitas e inyecciones...¡Vos sabés cómo son las cosas!
- Por supuesto. Pero con todas esas ayudas, funcionás. ¿No? Entonces, si lo mirás bien mirado, tenés una nueva adolescencia. Sos libre, tenés alguna platita, te las rebuscás con el sexo, tus hijos ya están criados, cobrás una jubilación, disponés de tiempo...¡Son los gloriosos sesenta!
- Sesenta y cinco, Cataldo.
- ¡Mejor! Aprovechalo mientras puedas. ¿Acaso no te vas a Europa?
- Sí, pero no todos los años. El año pasado estuvimos en París, Roma y Madrid. El año que viene vamos a visitar a los parientes, a Oviedo. No sé si me dan los ahorros. A lo mejor nos escapamos una semanita a Cancún.
- ¿Te parece poco? ¿Acaso no tenés tu propia casa de veraneo en Pinamar?
- Fruto de muchos años de trabajo y ahorro. Mi mujer y yo vamos en enero, pero alquilamos en diciembre, febrero y marzo para pagare los gastos y los impuestos.
- ¿No te das cuenta, Gonzalito, de que estás en un momento privilegiado de la vida?
- Privilegiado era a los veinte años, cuando jugaba al fútbol. Todavía tenía ilusiones de ponerme la nueve de Boca. Por supuesto, era un desubicado. A los veinte, ya es tarde.
- ¿Y ahora, que estás ubicado? El fútbol no es para tipos de 65, porque vas a parar al fisioterapeuta. Pero jugás al tenis. ¿No?
- Sí, Cataldo, cuatro pasos a la izquierda, cuatro a la derecha. No soy Federer.
- ¿Y quién te dijo que tenés que ser Federer? Sos Gonzalito. Estás en la cresta de la ola. Tenés auto. Ya sé que no es una Ferrari, pero no tenés que hacer la cola del colectivo.
- ¿En serio me lo decís?
El señor González empezaba a sentirse mejor. Se miró al gran espejo, del otro lado de la sala. Se vio bastante presentable.
- ¡Estás fenómeno, Gonzalito! Mientras tengas buena salud y un peso en el bolsillo, nadie te puede parar. Es cuestión de administrarse. Pensá en tus hijos: cuarenta años, las mujeres que protestan, los chicos que dan trabajo, el madrugón, la lucha por delante, los jefes que te verduguean, los empleados que te roban, la hipoteca...Pensá en tus viejos: recién bajados del barco, sin hablar el idioma, con hambre y sin ilusiones. ¿Vos te das cuenta de lo que te toca vivir? A vos, a mí, y a todos los sexalescentes de 65 años.
- O sea, petiso - respondió González, como comprendiendo algo mágico - que después de la edad adulta, a los 60 años, no viene la vejez. La vejez sería a los...¿ochenta? Y mientras tanto...
- ¡Mientras tanto la sexalescencia, la edad de la felicidad!- proclamó Cataldo- Somos los reyes del mundo. Tenemos toda la experiencia, algo de plata, la vida ya vivida, las pastillitas necesarias para esto y para lo otro, nosotros llenamos los aeropuertos y los hoteles...somos los capos. Somos libres. Por fin, libres.
- ¿Sabés que tenés razón?
González alzó su copa y volvió a brindar.
Fue una noche muy feliz. Se recordó a los amigos fallecidos, se contaron anécdotas, se presentaron los rezongos habituales contra las "brujas", y cada uno relató orgulloso las hazañas de su hijo el ingeniero, el doctor, el que vive en Montreal, el que acaba de instalarse en Reims. Y finalmente, todos mostraron las fotos de sus nietos.
González y Cataldo se fueron juntos, en un taxi. Mejor no manejar ¿Para qué?.
FUENTE: diario 'LA NACION', DE BUENOS AIRES
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