DIE BEIDE ANNE
Américo Gollo Chávez.
Para Alfred Hitchcock, in memoriam. Stuttgart 2005
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Llegó el tiempo de que nos
separemos, que cada quien sea cada quien
y sea lo que tiene o tuvo que ser o
debió ser. Así habló Ana Isabel. Habían llegado al mismo sitio largos años
atrás. Fue un día de abril, cálido, suave, y de esas cosas que ni el destino sabe
por qué ocurren, allí estaban las dos. Habían transitado caminos muy diversos
y los fracasos, a pesar de la
premeditación en la escogencia de sus decisiones, habían sido los compañeros de ruta de Ana
María, quien siempre se propuso llegar
lejos, muy lejos, sin que nadie
notara qué iba a hacer para
alcanzarlo; pero en su ocultamiento escogió de un guía sus manos para
no extraviarse en el camino y no solo
que le marcara el sendero, sino,
que en los trayectos más
complejos la llevase cargada sin pasar ningún riesgo y, menos, ser reconocida
u observada por alguien o algún extraño que le dejase las maletas al final de la travesía. Cuidaba con tal celo esa fijación, que
borraba las huellas que quedaban del viaje. Es mejor así, y si
quien la llevaba cargada o de la
mano quisiese reconstruir los trayectos juntos hechos no pudiera rehacerlos o se perdiera en el regreso. Ella, Ana María,
tenía como su meta, así decía, su fin,
lograr los éxitos sin que nadie supiera, y le horrorizaba hasta el colmo
el hecho de que, para alcanzarlo, bien
fuese llevada por un lazarillo o bien la guiara una estrella, en ambos casos se violaría su propósito de que nadie supiera
de ella. Ana Isabel, en cambio, asumió
la vida desde siempre a mar abierto,
dejando que el viento recorriera
con ella las olas montadas en los
más diversos movimientos. Ana
María ocultaba en la cueva más honda de su alma sus deseos y sus hechos. Pero, en sus fantasías, quiso
vivir como las princesas que
aparecen en las revistas de los salones
donde se adorna la belleza; escudriñaba
cada biografía hasta hacerse una
exégeta: podía dar cuenta de las conquistas
e intrigas de las mejores cortes,
de las parejas más consagradas llenas de glorias y dinero y se preguntaba: ¿Qué tiene esa que ha llegado tan lejos? Se comparaba con Grace Kelly, Lady Di, con la esposa del Rey Juan Carlos ,
con Jacqueline Kennedy Onassis, y,
sin dudarlo, una a una establecía
las relaciones y se tocaba su piernas. Son más bellas las mías, mi culo es
más perfecto, es más dulce y más
terso, y mis nalgas erectas son el atractivo de todos los ojos, los
voraces del macho y los mágicos de los
poetas, y va siempre cargado de todas
las miradas que sobre él se posan buscando algo travieso. Ana María, callada, envuelta en el más profundo de los
silencios, se reía de las princesas que
salían de la nada y de la fortuna o las idioteces de algún príncipe o rey que la llevaron muy
lejos, jamás como ella. Libre en su
soledad, no conocía la envidia y se sabía
en sus detalles de mujer perfecta. No era, pues, envidia ante la afortunada
que de ayer a hoy se hizo princesa o reina; no, eso no era su juego. Le
molestaba, sí, la idiotez de los
príncipes o las reglas de los reyes sujetos a vivir la prudencia
como la más acabada de las hipocresías. Total:
la vida no era de ellos, era del
qué dirán. Siempre soñó con ser princesa grande, de esas
que vuelan y remontan de los cerros al cielo.
Cómo no amar un yate de esos inmensos con perfumes y vinos que
engalanan los grandes sitios de los reyes según
se imaginaba a los imperios de Francia, los zares rusos, los mandarines
chinos. En los salones, sus
pensamientos hacían del éxito su
centro de reflexión. ¿Cómo lo hicieron?
¿Que tienen ellas que no tenga
yo? Soy mejor, soy más bella, se decía
cerrando sus ojos como para que no interrumpiera la palabra el silencio.
Anduvieron juntas y
se contemplaron con tal sigilo
que nadie pudiera darse cuenta de que se escudriñaban sin dejar ni uno solo de
los detalles, sin dejar nada fuera, con el rigor de la envidia o la vanidad,
que nacen como iguales: la
primera para sentir lo distinto y mejor
que cada quien tiene, la segunda por la dicha que provoca saberse superior en
algunos detalles. La femenina expresión “qué tiene
ella que no tenga yo”, no cabía entre ellas. Cada quien sabía al solo olerse que cada una tenía lo que la
otra poseía y que tan solo el talante
las diferenciaba. Su memoria guardaba fiel cada paso que daba
cada quien. Al principio del invierno, cuando la vida se levanta para alcanzar los cielos,
olían a playa límpida donde el amor fresco de las vírgenes realiza sus primeras
entregas y la luna contempla sus hallazgos
en dionisíacos juegos. Y así
anduvieron juntas separadas. Una era el ocultamiento, la otra la exhibición;
una la prudencia para el cálculo llevado hasta el extremo de su perfección en
el silencio, la otra, el lado opuesto extremo:
el hacerse sentir por encima de los grandes ruidos y tormentas.
Hace tantos años, décadas y
algo más, que hemos transitado los mismos lugares, nos tropezamos casi todos los días y nos
hemos visto en posiciones diversas. Alguna vez estuve arriba en funciones claves de nuestros
haceres, pero nunca en la intimidad de
nuestro amante por encima de ti, musitó Ana Isabel como para oír lo
profundo de su alma y luego, en voz más alta,
como si declamara, prosiguió: Hoy que es la despedida, bueno es decir que hice todo cuanto tú
quisiste que yo fuera y, ahora lo sé,
lo vivo, lo comprendo bien, nunca
hice las cosas por mí, sino que mis acciones fueron calculadas por ti y tan perfecta tu obra es, que yo nada hice que tú no supieras,
programaras, ordenaras. El placer que viví en la ejecución de tu programa fue tan de maravillas, que siempre pensé que
era mi placer con él y nadie más que
él; en cada caso sabía de él, lo supe apenas hace poco, siempre alguien de
amantes se cuentan las historias. Él me
contó la más bella de todas las historias a las cuales debí tener acceso, debí
ser yo y no tú; pero tú fuiste. Al conversar contigo de todo esto, sé de lo que me he perdido, nunca tuve tiempo
de conversar conmigo; en cambio, Tú sabías todo y vivías por quién sabe
qué ni cómo, de la intensidad de mi felicidad
que con él construimos. Sí, porque eso fue, con él en distintas posiciones
fuimos felices, solo que tu felicidad
estaba en lo furtivo, en lo concupiscente de lo oculto y en la ficción de lo que hará contigo al final del
pacto hecho para dar garantías a tu espera. No sé, eso si no lo dijo, si ese pacto de espera fue obra tuya, una promesa
suya o un acuerdo. Una de esas
historias, la más pletórica de aventuras
y misterios, fue la noche aquella que en
su propia casa, a la cual te llevó con un pretexto de esos que hacen impoluto
el engaño, cuando todos disfrutaban del
sueño, tú fuiste a su alcoba. Había frío
y ni él que todo lo prevé estaba convencido de que irías.
Me contó que jamás vivió amor tan intenso. Fue un torbellino, según él
describía, nada de ti quedó fuera del sexo y nada de él que tú no alcanzaras como
la conquista de todos tus anhelos. Una hora, no más, y viviste una cúmulo de
orgasmos. Estabas en suspenso, sostenida entre el amor, el miedo, la pasión, la
intriga, la traición; pero mucho más que
eso - según él me contara - no
saber si yo lo hacía mejor que tú, sino
probarle que eras la perfección y que luego, conmigo, él debía
superar tus lecciones. Eso me dijo que hizo, pero nunca alcancé tu
maestría, según su testimonio. Tu secreto estaba no en el insuperable
domino magistral de tu sexo, ni tu
manejo sin fronteras del cuerpo, el
tuyo, desde luego, pero el de él: no había lugar donde tus caricias, tus
arrullos, tu lengua, tus manos, tus dedos, tus ojos, no despertaran
excitaciones de esas que, según dice de sus experiencias en el
mundo, ni siquiera las geishas del Japón lograron darle. Tu placer estaba más
allá, en lo oculto, lo obscuro, lo
prohibido, en imaginarme a mí tratando de superarte para mejor complacerlo, lo
que no alcancé. A pesar de lo bueno, fueron, me dijo él, imitaciones fallidas,
imaginando también a su mujer, a quien compadecías. Las esposas, me
contó que dijiste, son parcas,
estúpidas en la cama, y eso de ella te daba lástima, pero era, según él te
veía, una lástima tierna.
Que la compadecías y que tuviste además de la
lástima, comprensión y gran respeto por ella.
Cierto que usaste su alcoba y en
su cama consumaste el amor, pero el
sigilo fue tal que no quedaran
huellas, solo marcas en él, para que él
no olvidara. Complacido lo cuenta como el más alto trofeo de tu estrategia. Él,
como yo, cuando estábamos juntos, no
sabíamos qué hacíamos, salvo vivir, vivir la intensidad del sexo, mientras
tu vivías la intensidad del sueño que aún perdura en los cortos momentos
de la sublimidad y éxtasis que con él
alcanzabas. Eso me decía él siempre
evocándote. Al principio sentí alguna molestia; pero, en fin, pagaba bien y yo
con él iba alcanzado el camino de mi propio éxito.
Yo, Ana María, vi y viví
aquí, tú en las galaxias.
¿Recuerdas? A esta altura de mi vida puedo decir que él es un
delincuente honorable, al menos no me mintió nunca ni promesas me hizo para seguir hasta el final
conmigo; me confesó que eso lo hacía
contigo, que lo agobiaba su conciencia porque no sabía si podría cumplir lo
prometido: llevarte lejos, tenerte una mansión secreta más allá de las nubes
donde solo él y tú supieran que existías. Sería lejos, , donde no hubiera ojos conocidos y pudieras tener un lujoso
auto, ser miembro del más caro de los clubes, disponer de chequera tan solo con
los límites de la discreción para no delatarse.
Él seguiría siendo el marido perfecto que cubre todo según la medida de
su bolsillo; tú el placer ideal que se hacía vivo en oportunidades distanciadas
para que más intriga tuviera contigo
construirse en sexo. Cuando
hacíamos el amor, siempre me dijo que era un modo de hacerlo contigo, solo que
en detalles diversos y que mis orgasmos
eran más extensos, libres de la presión que la máscara de la pureza
impone. Sí, tu pureza, para la cual creaste tu propio universo. Un santo hiciste de tu compañero, de adoración
pública, de perfección total, y se reían de él con buenos sentimientos
en los pocos momentos que, cuando estaban
juntos, aparecía en escena. Nadie
sería capaz de pensar ni un instante que
podrías serle infiel. Ni siquiera él, eso creíste, calculaste muy bien; pero él trazó su propia venganza sin que
tú lo supieras: aparentar que te asumía
impoluta… él quizá, piénsalo ahora, hizo su propio juego. Su indeferencia ante
todos tus hechos fue la clave de su
éxito secreto, ser feliz de tus atenciones que mayores eran según fueran los
remordimientos de conciencia que solían venir a ti y el vivir tus atenciones todas que, no tanto por amor, sino por tu resguardo,
tenías que brindarle.
Hay algo que me queda sin entender de ti,
Ana. Amas el éxito y no tienes miramientos ni escrúpulos ante quien por
cualquier vía lo haya alcanzado. Lo importante es el éxito y los seres de
éxito, dijiste a él muchas veces, no tienen defectos porque les
sobra con qué pagar virtudes. Él lo
tiene, lo logró, como es más frecuente ,
vendiendo el alma al diablo. Tú más que yo lo sabes porque tenías más tiempo
para la meditación; yo, en cambio, el
tiempo con él era para que la cama sirviera de lecho a mi propia aventura tras
mi éxito. Tú, a diferencia de mí, sólo
sola lograbas el éxito en la idea de que alguna vez lo alcanzarías, que serías
feliz allá en la casa sobre los cielos y
en aquel lugar libre de ojos de miradas interrogantes; pero, es curioso, eres
feliz en tus frustraciones con el sexo ajeno. Yo soy feliz cuando lo hago a
cielo y mar abierto, sin detenerme mucho a definir quién es con quien lo hago; que sea quien sea, pero que lo haga bien es mi dilema, y la grandeza de él, el bien hacerlo.
Debemos despedirnos. Si nos
tropezamos jamás debemos vernos. No por indiscreciones que delatarte
puedan y se caiga la máscara de pureza,
de virtud e inocencia que bien llevas, áureo sudario que encubre tu lujuria y tu concupiscencia. Es por algo
mejor, por él, a quien ambas debemos proteger: porque tú, yo y ella, las
tres, bien lo apreciamos, lo
estimamos, queremos, adoramos y amamos cada una según somos con él.
Allá
lejos, en su mansión de memorias y hechos,
Enrique y su esposa, señora de
altos vuelos de discreción perfecta para conservar creciente el
patrimonio, celebraban las historias de Anas que con él se
consagraron al amor, saboreando un buen vino como el que Jesús hizo en las bodas de
Canaán y que él había aprendido a
degustar siguiendo las instrucciones de
la Torá. Cuando vuelvas a
verlas, Enrique, hazlo por mí por
nuestros hijos, nuestro hogar: mantenlas
siempre ciegas mintiéndoles sobre
mis incompletitudes y tus inconformidades conmigo. Que
jamás sepan que ensayabas con ellas para la plenitud de nuestro propio
juego en nuestro inagotable Kama Sutra
de verdades y ficciones lleno, y
realimenta del amor su esperanza con tus canciones favoritas,
un tango, una ranchera, que
evocan los delirios de las camas para el nuevo comienzo.
Ah! Pon las Lied de Brahms y
con Fausto brindemos con Tokai.
¡Oh!, se excusó él. No te sientas mal, dijo muy quedo, yo brindaré con un escocés de
25 e invocaré a Mefisto.
En el costado izquierdo de la
isla de Goat, el FBI y la Policía
Montada esperan los resultados de la necropsia
de la esposa de Enrique. Hay
indicios de que pudo haber sido envenenada y tirada al Niágara o, según el compungido marido, se resbaló
al contemplar la grandeza de las aguas colgando en cataratas. Ana María
cerró la Revista Time que ojeaba, donde leyó y vivió intensamente la noticia.
Acarició con fruición su vulva y alcanzó su vagina izando en su memoria las
historias que con Enrique hicieron. Notas premonitorias las noticias, se
dijo. Se levantó displicente y miró a su
peluquero de siempre. ¡No nos veremos más! , así exclamó arrogante. Ha llegado
mi tiempo. Airosa, sus caderas
danzaban atrevidas. ¡Se murió el qué
dirán! Abría la Primavera su comienzo.
Nota: Gracias a la Doctora Ana Mireya
Uzcategui por su atenta revisión.
fuente: recibido directamente del Autor, al que agradezco
AMERICO GOLLO CHAVEZ:
Ingreso a LUZ
01.02.69. Dirección de Cultura.
09.07.93. Profesor. Facultad Experimental de Ciencias
Titular
Jubilado
Estudios Realizados
Doctor en Filosofía. Universidad Eotvas Lorand
Budapest. Hungría. 03.05.79
Investigación Post doctoral, Estética
Instituto Schiller, Alemania Federal. 1991
Licenciado en Letras Hispánicas. LUZ. 69
Primer Nivel de Maestría en Educación Superior. LUZ l973.
Sociología Literatura. 1 al 24 de nov. 1974. FHE.LUZ
Semiología del Objeto. LUZ 84 Hs. FEC.LUZ. 1976
Lengua Alemana. Un año Instituto Goethe. Prien. 1977.
Tercer año de Economía. LUZ. 61.62.63.
Idiomas: Latín, Español, Francés, Alemán. Cargos Desempeñados en LUZ: Decano Fundador(I) de la Facultad Experimental de Arte, desde el 06 02 00 Prof. De Comunicación y Lenguaje. FEC. LUZ. Desde l973. Primer Lugar en el ingreso según la metodología empleada. Coordinador del Eje del Pensamiento Simbólico: Matemática, Lógica, Lenguaje, FEC. Años 73 74 75. Profesor de Epistemología: Matemática y Sociedad; Ciencia y Sociedad. Departamentos de Matemática, Física. FEC. LUZ . Profesor de Estética. Postgrado de Letras Facultad de Humanidades Profesor de Metodología de la investigación. Fac. De Ciencias Jurídicas y Políticas de LUZ. Postgrado en Ciencias Políticas. Coordinador de la Comisión Central del año Jubilar de LUZ, en El 50 aniversario de su reapertura. Proponente y Coordinador de la Comisión para la creación de La Facultad Experimental de Arte. Representante de LUZ ante la Comisión Bicameral y la AVERU para el análisis del PLES. 98 –99. Coordinador Primer Encuentro de Educación Musical para América Latina, UNESCO, CONAC; UCV, LUZ...Caracas Sep 1996 Moderador del II Encuentro Musical de Expertos de A.Latina. UNESCO, UCV, LUZ; .....Caracas 1997.
FUENTE:http://www.analitica.com/va/politica/opinion/3980242.asp
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