Se trata del "efecto cucaracha", observa el gobernador, y combatirlo requiere de recursos importantes para crear una división especializada en esos delitos dentro de la policía estatal. Dice también que aunque el mal no tiene las dimensiones brutales de otras regiones ensangrentadas por las mafias, sus niveles son muy preocupantes.
Los sicarios están llegando de los territorios donde se libran los más fieros combates; se están dispersando como las cucarachas bajo la lluvia de balas de los exterminios masivos. Quizá. Pero quizá también andan buscando fuentes de financiamiento para sus tropas, sobre todo los grupos más violentos y menos aptos para las operaciones del tráfico de drogas, como los Zetas. Sus actuales jefes crecieron en la custodia y en la logística de seguridad del jefe del cártel del Golfo, Osiel Cárdenas, y asumieron el negocio del narco cuando aquél cayó y ellos debieron procurarse su propio sustento controlando territorios cedidos por los sustitutos de Osiel en la organización. Pero su especialidad, como desertores del Ejército, eran las armas, y Osiel, que a eso se había dedicado cuando su jefe era Juan García Ábrego, también era menos ducho en el tráfico de drogas que en el control territorial y la venta de seguridad a los traficantes; luego la venta de seguridad derivó hacia una clientela forzada de empresarios de giros diversos con negocios ilegales. Hoy día esa herencia amenaza no sólo a los empresarios ilegales sino a todos; y no sólo a los empresarios, sino a cualquier ciudadano, pobre o rico, del que se perciba que puede contribuir a la causa de la banda.
Los Zetas son profesionales de la guerra, no del negocio del narco; sus jefes fueron soldados de cuerpos especiales. Su potencial de fuego no reside tanto en su número de efectivos, sino en su capacidad estratégica. Son hábiles y crueles; saben reclutar e instruir. Identifican delincuentes locales propicios en todas partes del país, los amoldan en ilustrativos cursos de tortura, coaccionan a las autoridades policiacas de su entorno, blindan de impunidad a sus nuevos reclutas, los ponen a trabajar a su servicio, incrementan sus filas de ejecutores, despliegan su presencia y el terror en los nuevos ámbitos, hacen autosuficientes a los comandos que ahí operan, fortalecen el mercado de la venta de protección, y transfieren remesas adicionales a las sedes administrativas, en el norte del país, para el avituallamiento de su gente en los frentes de conflicto más activos.
Son los peores adversarios de los capos dedicados en exclusiva al narcotráfico, como el Chapo Guzmán, el Mayo Zambada, el Azul Esparragoza, Nacho Coronel y otros. Los Zetas han dado al traste con la estabilidad del negocio, han promovido la intervención abierta y en gran escala de los aparatos de seguridad del Estado, y han inducido la ocupación cada vez más plena y con menos resistencias políticas de los aparatos de seguridad de la superpotencia vecina -la nación más consumidora de drogas en el mundo, cuyos vicios descomunales han alentado por décadas el poder económico y político del narco mexicano.
Es cierto que las rupturas del cártel de Juárez y de los Beltrán Leyva con el Chapo y sus aliados recrudeció la violencia en el norte del país, y que ambos grupos radicalizaron sus bárbaros métodos de ajuste de cuentas. Pero fue el ejemplo de los Zetas el que generalizó entre sus ahora aliados la práctica de la violencia extrema, así como los choques francos y de poder a poder de todos ellos contra las fuerzas armadas.
Cuando los Zetas sólo eran el ala armada del cártel del Golfo de Osiel Cárdenas, Edgar Valdés Villarreal, la Barbie, militó en sus filas y dejó una pavorosa estela de horror en el ejercicio de sus deberes. Luego se fue con el Chapo, que contaba con la fuerza de los Beltrán, y las batallas contra los del Golfo multiplicaron sus saldos de pesadilla. Luego los Beltrán y la Barbie se confrontaron con su antiguo aliado y sumaron el contingente de los Zetas y el cártel del Golfo a su causa. La Familia Michocana –más regional, concentrada en El Bajío- se alejó del Golfo y se asoció con el Chapo contra los demás: los de Juárez, los Beltrán (con la Barbie) y los del Golfo (con los Zetas). Hoy día los del Golfo han pactado con el Chapo para acabar con los Zetas, y la Barbie ha roto con los Beltrán. De modo que los Beltrán, los de Juárez y los Zetas tirarían contra la Barbie, y también los del Chapo y los del Golfo, para cuyos bandos mató, con el sadismo desaforado que lo caracteriza, en dos épocas de su breve pero no por eso menos ejemplar y descuartizadora carrera profesional dentro del hampa. La Barbie ha decidido ahora establecerse por su cuenta en Guerrero, donde controlaba el Pacífico sur para los Beltrán, pero el cerco de sus enemigos se estrecha. Y del mismo modo que los Beltrán le aniquilan a su gente en Morelos y en Guerrero con sus mismos métodos espeluznantes de ejecución, los del Golfo escarmientan a los Zetas con encarnizadas degollinas y destazamientos, al mejor estilo de cuando la Barbie y ellos eran felices bajo el manto de Osiel en los territorios de miedo del Golfo norte.
La guerra es devastadora y está mermando más que nunca el negocio del narcotráfico. Hay que disparar para todos lados y enfrentar a los militares y a los policías de todos los niveles y de todas las nóminas de las bandas criminales enemigas, además de cuidarse de los efectivos de las agencias antidrogas y de los demás organismos de seguridad americanos, que pululan en número creciente por las zonas más críticas y que ocupan mayores espacios de trabajo en la Embajada y en los consulados de Washington en el país.
El negocio se complica y las operaciones de exterminio demandan muchísimos recursos adicionales más. Las organizaciones más dedicadas al tráfico de drogas quieren acabar cuanto antes con las plagas de sicarios reventadores que lo socavan con la estridencia del terror.
La estrategia de los capos "pacifistas" incluye acciones de imagen. Servando Gómez, La Tuta, por ejemplo, uno de los líderes de La Familia Michoacana, ha defendido su causa en programas de radio y televisión, donde se ha comportado con expresiones y modales muy comedidos frente a la audiencia, para denunciar los atropellos de los agentes federales de Seguridad Pública y los engaños de su jefe, el secretario Genaro García Luna, de los que es víctima, dice, el presidente Calderón.
No atacan a los mafiosos como él –como la Tuta, no como Calderón-, sostiene, porque los policías federales son cobardes e incapaces; atentan en cambio contra sus familias y matan a sus hijos que nada deben, y García Luna, afirma, es el dirigente principal de ese cártel policiaco.
Ismael El Mayo Zambada, por su parte, compadre y socio de Joaquín El Chapo Guzmán, se cita y se encuentra con el prestigiado periodista Julio Scherer, fundador del semanario Proceso, y se retrata con él y aparece en la portada de la revista y levanta toda suerte de comentarios en todos los medios de opinión pública de México y del extranjero. Y mientras los violentos y los sanguinarios atacan y acallan medios de prensa y asesinan periodistas a diestra y siniestra, el Mayo le pasa el brazo por los hombros a "Don Julio", en un gesto de respeto y de aprecio a uno de los iconos del periodismo crítico, y le concede una entrevista donde se conduce con la mayor probidad. Su mensaje: los narcos no son lo peor, sino los bárbaros que desprestigian la empresa imponiendo el miedo y destrozando la vida de la gente indefensa del país. A ésos es a los que se debe acabar, y ellos, los capos buenos, son los que tienen el poder para hacerlo y nadie más.
Y son ellos, en efecto, los que tienen recursos de sobra para sostener campañas bélicas duraderas sin recurrir a la violencia indiscriminada; han acumulado fortunas enormes; han tejido redes y relaciones comerciales, financieras y políticas a todos los niveles; son, en algunos casos, jefes corporativos de dimensión global –y si no que lo diga la revista Forbes, que ya ha incluido al Chapo Guzmán entre los hombres de negocios más ricos del mundo.
Los otros se han especializado en el sadismo del secuestro, la tortura y la extorsión, y más tomarán rehenes y demarcaciones políticas enteras si no se impide a tiempo el reclutamiento de delincuentes locales ni se cortan de tajo la indolencia y la impunidad institucional, que incuban la noción juvenil –y aun infantil- en las periferias del lumpen, de que dedicarse a intimidar y a amenazar personas puede ser un oficio rentable y sin complicaciones.
Si el cáncer, como dice Félix González, está proliferando –por la huida de sicarios de las principales zonas de guerra o porque están buscando nuevos fondos para el aprovisionamiento de sus fuerzas-, hay que volverse minuciosos y detallistas con los focos potenciales de abasto de mano de obra y de objetivos por asaltar. Hay que encender las alarmas en los medios –no para asustar, sino para que la gente sepa que hay un plan en marcha y que debe sumarse y cooperar, y para que quienes pretendan iniciarse como efectivos del narco o traten de imitar a los sicarios y secuestradores, se enteren de que puede irles menos bien de lo que piensan.
El desplazamiento de sicarios –recaudadores o en fuga- de las zonas de guerra hacia acá, puede también incrementar la violencia y el terror en la entidad. Y detener a tiempo ese previsible estado de guerra debe ser la mayor de las prioridades de gobierno.
Del mismo modo que reza el dicho de los políticos tradicionales mexicanos, que la amistad con la gente que asume el poder “se refleja en la nómina”, las prioridades de la seguridad y de la paz social se deben reflejar en los presupuestos y en las estrategias para combatir el crimen. El secuestro, la extorsión sangrienta y las amenazas, se están convirtiendo en el pan de cada día, y se están volviendo más y más indiscriminadas: lo mismo las realizan los sicarios profesionales que sus aprendices y sus imitadores, y lo mismo incluyen a los empresarios honorables y a los truhanes, que a cualquier vecino desprevenido, tenga dinero o no, y sea gente de bien o no.
En las campañas electorales no se oye por lo pronto nada al respecto. De hecho no se oye nada de nada que interese en razón de la promesa real de su servicio, y es por demás preocupante que lo que más inquieta y demanda la población, que es su integridad y la tranquilidad de su entorno, no encuentre expresión alguna de calidad entre los candidatos.
(Y es que si ni siquiera se aborda el asunto, menos puede haber sustancia tras el enunciado; es decir, algo más allá de que va a incrementarse el número de agentes, el equipamiento policial y esos lugares comunes. Se requieren políticas públicas, de seguridad pública, pero sobre todo el reforzamiento estructural de la Fiscalía del Estado, de la procuración de justicia, de la defensoría social contra el delito. Se requiere profesionalización, eficacia y profundidad en la renovación ética de los ministerios públicos, de las policías ministeriales, de los peritos en criminalística, de los especialistas forenses, de los investigadores técnicos y de todo el personal que converge en las indagatorias y las consignaciones, porque lo que hoy día existe en la Procuraduría de Justicia del Estado es corrupción, incompetencia e impunidad, químicamente puras.)
Se dice y se sabe que “el movimiento se demuestra andando”, y ya debiera haber una estrategia perfilada en los equipos de campaña sobre el particular; y ya debieran estar sonando las declaratorias de guerra contra los mafiosos en todos los medios de opinión pública, al mismo ritmo de los rumores y las noticias sobre las amenazas, los secuestros, la tortura, las extorsiones, los asesinatos y los intentos de asalto contra las víctimas potenciales y reales de los sicarios y de sus imitadores.
Pretender el poder público en esta hora de derrumbe nacional y de tanta sangre corriendo por el país, debiera significar tener arrestos y nociones muy claras de la situación tan extrema en la que se puede arribar al poder.
El peligro está en cada esquina, en cada policía corrupto, en cada escolta oficial al servicio de la mafia, en cada funcionario responsable de las instituciones de seguridad. El peligro, la muerte y el espanto son nuestro paisaje cotidiano, y no se puede seguir viviendo en la frivolidad de los lujos del poder y jugando con todos los riesgos que entraña. El poder tiene que servir para enfrentarse con la muerte y con la furia homicida e inmisericorde de nuestros días, de frente, sin titubeos y con una estrategia sólida y visionaria para atacar por todos los flancos al crimen organizado.
Porque en la estrategia presidencial contra las fuerzas del hampa lo único que no se advierte por ninguna parte es la estrategia. El Ejército está en las calles peleando contra lo que se encuentra, rastreando llamadas anónimas y pistas que a menudo son de las propias bandas para sorprender a sus adversarios, disparando contra las caravanas de sicarios que se topan en el camino, etcétera. Y la Policía Federal…; bueno, de la Policía Federal cualquiera sabe para qué sirve, basta enterarse cuántos excolaboradores del equipo de confianza del jefe García Luna están en el bote por narcos.
En México lo que se necesita en efecto es una estrategia de guerra contra el narco, y no los palos de ciego que anda dando por todos partes de manera absurda el Gobierno federal; palos de ciego en los que bien le ayuda el Congreso de la Unión, con leyes como la de Seguridad Nacional -que ahora pone a las Fuerzas Armadas a merced de iniciativas de autoridades civiles, cuya incompetencia y cuya turbiedad han favorecido el crecimiento de las mafias, al grado de someter a dichas autoridades y obligar por eso, como medida emergente y desesperada, a sacar a los soldados de sus cuarteles violentando para ello las disposiciones constitucionales.
Se necesita, por supuesto, una estrategia, y no la habrá mientras no haya un liderazgo nacional fuerte, respetable, temido por el crimen y decidido a enfrentarse a él. Y decidido a enfrentarse a él por la vía de las instituciones, de acuerdo, pero sobre todo por la vía de su autoridad personal para tomar el toro por los cuernos y para hacer que sus decisiones se cumplan en todo el territorio republicano, y sobre todo en el terreno de las zonas más violentas, donde dichas decisiones, por supuesto bien informadas, deben sumar la voluntad de los ciudadanos, transformar su miedo en capacidad de respuesta, y consolidar la presencia de la autoridad presidencial como una autoridad verdaderamente representativa y legítima, no sólo por ser reconocida como tal por el electorado, sino por asumir las responsabilidades más indispensables, por temerarias y atrevidas que sean.
Una personalidad de esa envergadura, sin embargo, no va a salir de un sufragio ciudadano orientado por el quehacer educativo de la mafia del SNTE y por la influencia complementaria de los monopolios de la radio y la televisión.
Una personalidad así, que en su mandato deberá exterminar para siempre esa mafia y esos monopolios fortalecidos en el analfabetismo funcional y en la incivilidad política consecuente, deberá imponerse en la conciencia del electorado a contrapelo de los figurines entronizados en la ignorancia “ciudadana” por la televisión.
Mientras eso no ocurra, no habrá milagro. La vía de los acuerdos políticos entre los partidos ha sido la vía de la intransigencia, la pérdida de tiempo y el fracaso. Esa perspectiva “democrática” ha sido la de la diversidad de los intereses políticos mercenarios. La de la demagogia, la de la simulación, la del retroceso. Seguir por ese camino democrático es dejar la seguridad nacional propia en manos de la seguridad nacional de los Estados Unidos de América. El veneno contra la plaga siniestra no se vende en las tienditas de los partidos políticos. De hecho es un insecticida mortal que debe arrasar también con muchos bichos en esos agujeros.
fuente:"Estosdías, el semanario de Quintana Roo"
informacion@estosdias.com.mx
No hay comentarios:
Publicar un comentario