sábado, 6 de febrero de 2010

En cuántas lenguas se puede hablar el hebreo?





Autor: Tzvi Kito Hasson*

El 7 de enero de l858 nació Eliezer Ben Iehuda (hace ya l52 años) y esta fecha se proclama en el Estado de Israel, a su memoria, como el “Día del Idioma Hebreo”.

Esta antiquísima lengua hebrea porta ya sobre sus angustiadas espaldas más de 3.500 años de veteranía idiomática.
Este vetusto idioma nuestro es parte de la babélica familia de más de 5.000 lenguas, idiomas y dialectos, que pululan en las bocas y los escritos de nuestra humanidad.

Mas, todos ellos, incluido nuestro semítico y nunca suficientemente respetado hebreo, se ven hoy en día amenazados por el inglés (¿el neo esperanto de la globalización?), que se impone casi inconteniblemente, conquistando término a término, apertrechando sus arsenales vocabularios.

El milagro de la resurrección del hebreo, que de una situación de entierro-destierro, entre plegarias y polvareda de miles de años, aparece hoy rebozante y madrugador, con impropias energías de tan ancestral figura, este hebreo está umbilicalmente unido a la revolución sionista.

El retorno y la concentración del pueblo judío en su Tierra histórica es un retorno a las raíces bíblicas, a la historia pretérita, a los Profetas, los Jueces y los Reyes; es un retorno a la moral básica del Judaísmo, a su concepción cultural, civilizadora y filosófica. Es un retorno, con todas las inmensas dificultades de escalar 2.000 años de abismos y rupturas, y construir un puente que una y por el cual pueda deambular un pueblo entero. Ello era dado a hacerse con aquel hebreo arcaico, anquilosado, polvoriento y en un estado de coma. Revivirlo, actualizarlo y lograr (qué empresa titánica e inconcebible) ponerlo en las bocas, la mente y el corazón de un pueblo que se expresaba en cientos de idiomas diferentes ¡y... vivos!

Era preciso aprenderlo, estudiarlo, actualizarlo, vitalizarlo, darle fuentes de energía y valor para entrar en el mundo de la globalización idiomática... y luego hacerle el marketing necesario.

Todo ello, si no era una aventura, romántica, peligrosa, destinada a desaparecer a la próxima madrugada. Sólo podría ser otro de los milagros sionistas, que en tantos terrenos y situaciones demostró ser la herramienta fundamental, la más concreta y real de las herramientas (¡el milagro!) para un pueblo racional, pero muy terco
.
Y, entonces, tal vez por todo ello, la figura enjuta y humilde, con sus pesados y austeros anteojos, de Eliezer Ben Iehuda, debería ser reubicada, justicieramente, en el triángulo que formarían Herzl, Ben Gurión y el propio Ben Iehuda.

Nacido en Lituania, a mediados del siglo XIX, había heredado la terquedad judía que era típica del judaísmo lituano, como también la tenacidad y la acerada voluntad y el empuje sin igual de ellos. Frágil de salud y de endeble y dubitativa figura, Eliezer Ben Iehuda era un motor de impulsos, tenacidad y creatividad.
El, su familia, su casa, su barrio, su ciudad, todo su entorno, sintieron que estaban frente a un titán incontenible, un luchador que no se doblegaría ante las dificultades, la sorna, la indiferencia, la incredulidad o la realidad y la razón misma, que no parecían estar de su lado en su lucha por el idioma hebreo.
El haría renacer el idioma, ni más ni menos. El, delgado, corto de vista, ajeno a todos los visos de alguna dosis de carisma, sería el hombre que impondría al ishuv judío de Palestina y a todo el pueblo y el futuro Estado, que debíamos volver a ser hebreos, idiomáticamente también. La ardua y titánica misión de revivir un muerto; de hablar un idioma que sólo poseía términos bíblicos empapados de pasado, sin presente ni futuro alguno; un idioma de enigmáticas plegarias, que habían pasado de generación en generación empapadas de misterio y enhebradas las unas a las otras, como fantasmas que existen, sin existir, como sombras huérfanas de los cuerpos que las crearon.
¿Podrían los judíos de Palestina en el siglo XIX, comprar pan en ese idioma? ¿Podrían los comerciantes en los mercados, vender sus especies en hebreo? ¿Podrían los clientes expresar sus necesidades, usando tal idioma, no idioma? ¿Se podría editar diarios, libros, escribir novelas y poemas, cantar canciones y denominar toda la tecnología, que no existía en las épocas del Templo, y sin ellas, hoy en dia, estamos mudos e inermes? Ben iehuda no tenía la menor duda que ello era posible, y no sólo posible, sino urgentemente necesario y no sólo necesario, sino ultimativo. Sencillamente, en su opinión, no podía ser de otro modo.

Entonces, él, su hijo Itamar, toda su casa, toda su familia, y posteriormente su barrio, sus amigos y los primeros aventureros que lo acompañaron en la cruzada,, crearon la Primera Academia de la Lengua Hebrea.

Así empezó la revolución idiomática, cultural y conceptual que habría de ser la cuna del hebreo moderno, idioma nacional del Estado de Israel.
Podía, entonces, el pueblo judío, enrolarse a la revolución sionista en ciernes, en un idioma suyo, histórico, enraizado en las bases mismas del judaísmo sionista. Con ese idioma, podría el sionismo prepararse para su amalgama espiritual, idiomática, literal, poética; sólo con ese idioma, enquistado en el pasado, podrían delinear el futuro Estado judío.

“Fuimos un pueblo sin tierra y sin idioma. Sin la base en la vida temporal y sin fudamento en la vida eterna. Esa es la situación del pueblo en la diáspora”. Asi definía Birenfeld la situación del pueblo judío en su destierro, como una anomalía telúrica, y su anomalía idiomática, como una lisiadura espiritual.
Así lo pensaron y lo impulsaron los Jovevei Sión, que daban una primacía increible a la “resurrección” del hebreo.

Biniamín Zeev Herzl dudaba un poco más, al respecto. En su monumental opúsculo “El Estado Judío” detalla Herzl, en un mini capítulo dedicado al idioma: “Tal vez alguien podría ver una seria dificultad en el hecho que somos un pueblo sin un idioma común; por supuesto que nosotros no podemos comunicarnos entre nosotros en hebreo. Nadie sabe lo suficiente, nadie podría imaginarse que es dable comprar un boleto de tren en hebreo”.
Hoy, me parece a mí, modestamente, casi risueño que alguien pueda comprar un boleto de tren en otro idioma que no sea el hebreo. En esto, Herzl se equivocó, diametralmente.
Nuestro país habla, compra, vende, escribe poemas, sueña, insulta, piropea, se enoja y ama en hebreo. Rezonga, elogia, estudia matemáticas y geografía, química y física, bendice y maldice, declama, declara, miente y deforma, explica y discute (¡cómo discute!) y compra boletos en los autobuses, los trenes, los cines, los teatros y la ópera... hasta subimos a los aviones, cargando nuestro idioma junto a nuestras maletas.

Sin muchos esfuerzos, en forma muy sencilla y normal, cada cosa se hace en hebreo en nuestro país. Ese es el idioma en las calles, en las escuelas, en las universidades, en el ejército, en las fabricas, en los pubs (asi se llaman todavía, pronto los hebraizaremos también), en los jardines de niños y en el Parlamento. En todo lugar. Bueno, casi en cada lugar.
No olvidemos que somos un país de olim, de inmigrantes, donde uno de cada dos ciudadanos nació fuera del país y aprendió aquí el hebreo. Por ello, el hebreo se ha ductilizado y va, a cada instante, escuchando y captando términos, figuras literarias, insultos, maldiciones, cantos; enriqueciendo su despensa de expresiones y ampliando sus limitadas fronteras arcaicas, captando de otras culturas y otros idiomas y mezclando, revolviendo y amasando la blanca harina del pan idiomático diario, para hacer, como el pan: el hebreo nuestro de cada día.

Por ello, seguramente, se relata la babélica situación lingüística que dice que ¡un israelí insulta por lo general en ruso, maldice solamente en árabe y hace sus cuentas (para estar seguro de no equivocarse) en idish! Finalmente, cuando un israelí quiere simplemente hablar, lo hace con sus manos, en una versión idiomática mímica, llena de modismos figurativos muy convincentes. Finalmente, si se pretende acallar a un israelí... ¡amárrenle las manos; entonces, enmudecera totalmente!

Hertzberg solía relatar que, a su criterio, había dos grandes escándalos en la vida del pueblo judío y de los israelíes: uno era que los nativos sabras, nacidos en Israel, saben muy poco sobre la vida, la historia y los sucesos que acontecen con sus hermanos, los judíos de la diáspora. Por ello, va en desmedro la fraternidad entre el judío de la diáspora y los de Israel.

El segundo gran escándalo, a opinión de Hertzberg, es el hecho que los judíos del mundo no saben ni utilizan el hebreo.

Los extranjeros no entienden

Por ello, van perdiendo la posibilidad de una relación normal, fraterna, con sus hermanos israelíes. Incluso cuando llegan de visita a Israel son, concretamente, turistas, sin posibilidades de comunicarse directamente, entender, escuchar, opinar, captar, palpar el sentir del pueblo, de la prensa, del teatro hebreo, del taxista, del niño israelí, de los diputados en el Parlamento, de los ministros, de los olim procedentes de tantos puntos del globo que se concentran en una sola calle jerosolimitana, como ejemplo.

Nuestros hermanos judíos del extranjero no pueden gozar de un poeta israelí, ni emocionarse con un escritor en forma directa; no podrán palpar el sentir del israelí en forma directa, íntima, diaria. Todo ello, en opinión de Hertzberg es un escándalo que exige esfuerzos por ambos, para manetener y desarrollar el contacto, la comprensión y la fraternidad judía.

En síntesis; el hebreo en su vetusta ancianidad y en su rejuvenecida longevidad, es un idioma palpitante, atractivo, desafiante, un puente irremplazable como factor de concatenacián entre las distantes y diversas capas del pueblo judío.
El hebreo está hoy en boca de millones que lo hablan y de otros millones que, en otros idiomas, hablan de él. Está en las plumas de una pléyade de poetas, dramaturgos y escritores que lo alimentan y lo proliferan, lo enriquecen y lo expanden. Estos son, sin duda, momentos muy buenos para un idioma, que hace sólo menos de 70 80 años estaba enterrado y desterrado.
Hoy en día goza de buena salud. Decenas de nuevos términos, neologismos hebraizados, que emanan de las raíces bíblicas ancestrales y de las oraciones de miles de años atrás, que hoy se escuchan; también en los mercados, en los jardines infantiles, en las escuelas, en las universidades, en las calles, en los campamentos militares, en los teatros y la ópera.

Una deslumbrante despensa de nuevas palabras va danzando en nuestras bocas en hebreo y van embelleciendo la cultura hebrea, la antigua y la nueva, que emerge de los campos de la Galilea, de las calles de Haifa, de los mercados de Jerusalén, de los cines y teatros de Tel Aviv, del desértico Néguev y de las playas de Eilat.
Hoy, a 152 años del nacimiento deEliezer Ben Iehuda, el hebreo lo saluda y lo recuerda.


* Directivo sionista de reconocida trayectoria
Tzvi Kito Hasson,
nació en Chile y se radicó en Israel hace más de cinco décadas. Vive en el kibutz Tel Itzjak y cuenta con una amplia trayectoria en diversas instituciones. Es miembro del Ejecutivo Sionista Mundial (WZO) y de algunas Comisiones del mismo (Contralor, Movimientos Realizadores Mundiales, Federaciones Sionistas Mundiales, Relaciones con las Corrientes Reformistas y Conservadoras Mundiales).
Asimismo fue elegido para integrar la Junta de Gobernadores de la Agencia Judía y la Directiva del Brit Sionista Mundial Kadima Hanoar Hatzioni.
Está casado, tiene cuatro hijos y 14 nietos.
fuente: SEMANARIO 'AURORA' - TEL AVIV, 4 Febrero 2010

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