jueves, 19 de mayo de 2011

El filólogo Félix Rodríguez, autor del Diccionario Gay - Lesbico -

Primer léxico gay: las cosas por su nombre

Llega el Diccionario Gay-Lésbico. Su autor, el filólogo Félix Rodríguez, explica en esta charla por qué los estudios lexicográficos contribuyen a borrar prejuicios.

Por: Osvaldo Aguirre

ARCO IRIS DEL ORGULLO. Miles de personas marchan en San Pablo durante el “gay parade”, uno de los más grandes del mundo.

Félix Rodríguez (Frómista, Palencia, 1949) es catedrático de Filología Inglesa en la Universidad de Alicante y lleva muchos años dedicado a la sociolingüística y la lexicografía del español. Ha investigado el lenguaje de los políticos, de los militares y de los jóvenes. Pero sobre todo le interesan el habla de grupos marginados, perdedores, outsiders "y en general de todos cuanto se salen de la línea dominante que define las pautas sociales". En esa perspectiva, su Diccionario gay-lésbico (Gredos, 2008) avanza en un campo inexplorado por los especialistas, al proponer un notable registro del vocabulario de los homosexuales y una minuciosa investigación de la historia y los usos de más de dos mil palabras.

Autor de Prensa y lenguaje político (1991) y Diccionario de terminología y argot militar (2005), entre otras, Rodríguez recibió el Premio Nacional de Lingüística Inglesa en 1995 y tiene preparados otros dos estudios lexicográficos, sobre el argot de los consumidores de drogas y un vocabulario del sexo y el erotismo. Con citas de los más diversos registros orales y escritos, para documentar el funcionamiento de los términos, el Diccionario gay-lésbico configura una aproximación singular al estudio de la lengua, y a las ideas, con frecuencia inadvertidas por estar arraigadas, con que los hablantes del español se refieren a las preferencias sexuales que discrepan de la heterosexualidad.

El Diccionario tiene características atípicas: su mismo objeto, un trabajo de campo en el barrio gay de Madrid, las muestras del uso de las palabras y detalladas referencias sobre conceptos centrales. ¿Cómo las definió?

Me dedico a un tipo de lexicografía que no tiene que ver con los diccionarios generales al uso, con los que el público está más familiarizado, sino con diccionarios temáticos monolingües en los que intento ser lo más exhaustivo posible, al menos en lo que atañe al argot, la parte más informal del lenguaje, y por ende, la más desconocida. La temática es particularmente marginal, se trata de un lenguaje referido a grupos que han sido o son objeto de estigma social, o se sitúan al margen, lo que explica que los lexicógrafos lo soslayen en gran medida. Al no resultar muy conocido se hace más relevante su recopilación, y el examen de su contexto social e histórico y las circunstancias que rodean su uso. Por eso las citas son importantes; no sólo son el mejor testimonio de su empleo sino que también, si son convenientemente elegidas, aclaran y profundizan en su significado.

¿Qué puntos en común encuentra entre el argot gay-lésbico y otros, como el de la droga? ¿Cómo funcionan en relación a la lengua estándar?

Se trata de lenguajes de grupos que permanecen más o menos cerrados, unos incluso físicamente, como los antiguos reclutas de los cuarteles, lo que lleva a establecer cierta connivencia. Al permanecer al margen del sistema, y en todo caso con una actitud crítica o iconoclasta frente a la sociedad convencional, sus valores se reflejan en su léxico, que se nutre de voces portadoras de una mayor carga irónica y un toque críptico y de humor, a veces ácido, derivado del secretismo del ambiente en que se mueven. Son voces subestándar que a veces coinciden con las de la lengua general, pero re-contextualizadas para reflejar mejor sus nuevos valores y estilo de vida.

¿Por qué persiste ese secretismo, cuando podría decirse que no hay necesidad de ocultarse?

La mayoría de los argots marginales pertenecientes a grupos sociales que han sido o son objeto de estigma social, como los homosexuales, contienen palabras que responden a un doble motivo críptico y humorístico. En el pasado, hasta una fecha reciente, contar con unos códigos y claves secretas tuvo su razón de ser como señal de reconocimiento, autodefensa y afirmación. En el actual clima de libertades desde luego no es tan necesario, pero no conviene olvidar que estamos ante una orientación sexual diferente, y si ésta es minoritaria y es objeto aún de cierto estigma, lo normal es que los lazos de unión o connivencia que se establecen entre quienes visibilizan esa orientación continúen reflejándose en el lenguaje. Lo que pasa es que precisamente por esa mayor visibilidad, el argot se reduce y se torna más festivo.

El argot del sexo

Una característica de este argot es que sus palabras se refieren, por lo general, al erotismo y la sexualidad. ¿Por qué?

El argot encuentra un campo fértil en determinados centros de interés, especialmente en situaciones proclives al tabú entre las que destaca sobremanera el sexo. Si se hace referencia a una sexualidad tan reprimida por nuestra cultura como es la de gays y lesbianas, es de prever que el vocabulario relacionado con el erotismo se redoble y renueve con más facilidad. Sin olvidar, claro, que el ámbito que examinamos tiene como rasgo definitorio una orientación sexual, por lo que necesariamente las alusiones al sexo y las relaciones sexuales han de ser constantes.

Hay usos exclusivamente regionales y otros universales; términos específicos y otros que refieren un mismo significado, por ejemplo para designar al gay o a la lesbiana. Y términos acuñados por escritores y otros anónimos. ¿Se articulan, efectivamente, en el habla de los homosexuales?

El vocabulario referido a la homosexualidad nace en contextos muy varios y por ello conoce muy diferentes grados de uso y difusión. Al lado del carácter universal de términos como gay y lesbiana, y de los más argóticos y populares como sarasa, bujarrón, maricón, marimacho, transmitidos por generaciones sucesivas, están otros de sabor culto como uranista y sáfico que perviven, pero cuyo uso se limita al registro escrito y estilo literario. En el pasado, en épocas de represión cultural o política, hubo términos como ser así y ser epéntico utilizados como señal de reconocimiento en núcleos ilustrados muy minoritarios como fue el caso de los poetas de la generación del 27, entre ellos García Lorca, y que por su carácter críptico no rebasaron su propio ámbito. Y lo mismo cabe decir de voces como tebeo (lesbiana joven) y librera (lesbiana adulta), empleadas por las lesbianas en la Cataluña de la era franquista. En los tiempos actuales, donde la homosexualidad es más visible, hay voces que se han propagado rápidamente en el habla, como bollera (lesbiana) y camionera (lesbiana con rasgos viriles), al lado de otras que, pese a ser creaciones humorísticas y la mar de ingeniosas, como vagoneta (homosexual pasivo y activo, "que engancha por delante y por detrás"; bisexual en el español de Argentina) y bolliscout (bollera o lesbiana que sale de excursión, como los boys scouts), se resisten a salir de su marco regional. Por el contrario, hay términos como mariliendre (chica que acompaña y se pega a un gay, como si fuera un liendre) y lederona (marica amante del cuero, del inglés leather) cuya difusión y popularidad deben mucho a la pluma de escritores como Luis Antonio de Villena y de Eduardo Mendicutti. Su condición de columnistas de medios de comunicación de gran tirada explica la fortuna de ambas voces en el argot homosexual y la rapidez con la que éstas han penetrado en el habla general.

Moral de diccionario

Los diccionarios, dice al citar al de la Real Academia Española, no sólo fijan las normas lingüísticas sino que también reflejan la moral dominante. ¿En qué medida contribuyen a la discriminación?

Los diccionarios son hijos de su tiempo, y por tanto reflejan muy bien los valores predominantes en la sociedad de cualquier época, y en ese contexto hay que entender sus contenidos y la variación que sufren al compás de los vientos que soplan. Las voces referentes a la homosexualidad son de lo más ilustrativas, empezando por homosexual y sus sinónimos. Así, el famoso y respetado Diccionario de uso del español de María Moliner, publicado en 1966, presentaba la homosexualidad como "vicio o prácticas de los homosexuales", reflejo del control religioso que aún persistía en España. Más adelante otros diccionarios, incluso tildados ya de modernos, la presentaron como "instinto", "tendencia", terminología psicológica recogida por la ciencia médica, o psiquiátrica. Finalmente, el DRAE de 2001 pone énfasis en el "deseo" y la "atracción erótica", eliminando así la referencia sexual hasta entonces predominante, tan criticada por los homosexuales.

Una corrección que también muestra el influjo de la época.

Pero no todo es de alabar, y así el DRAE en esa misma edición define maricón en el sentido de "afeminado", pero falta la acepción de "homosexual'", algo, por cierto, que sí corrige el Diccionario esencial de la lengua española de la misma Academia, de 2006. Como para rellenar ese hueco incluye la de "sodomita", inexacta y políticamente incorrecta hoy. Y ello es un rasgo de homofobia, pues la sodomía hoy no puede tomarse como definición de la orientación homosexual, como también lo es la equiparación de pederastia y homosexualidad, y la de pedofilia (o paidofilia) y pederastia, criminalizando lo que puede ser una genuina, y para algunos legítima, atracción erótica hacia un menor. Un testimonio aún más reciente del cambio de actitudes en la moral es la palabra matrimonio, definida hasta ahora por todos los diccionarios como "la unión de un hombre y una mujer", y que tras las legalizadas bodas de homosexuales en España y otros países europeos, el remozado diccionario de María Moliner, adaptándose a los tiempos, la define en su tercera edición, de 2007, como "unión de una pareja humana". De manera que los diccionarios se hacen eco de la moral dominante y, por lo general, si no se revisan convenientemente prestando atención a estas sutilezas del lenguaje, contribuirán a reforzar y perpetuar las discriminaciones.


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