¿El fin del libro?
La semana próxima, en la inauguración de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, el autor colombiano Fernando Vallejo recibirá el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, de ciento cincuenta mil dólares, que lo distingue como una de las voces más originales de la literatura en español. Aquí se reproduce el texto que leyó en la feria el año pasado (durante el Fórum Atlántida), una hilarante diatriba contra el e-book.
Por Fernando Vallejo | LA NACION
Qué bueno que a los editores de Cataluña se les hizo poder celebrar su segundo Forum Atlántida! Se tienen que apurar porque dentro de poquito van a ser como el cóndor de los Andes, una especie en extinción. Y no por catalanes, sino por editores. Cuando cunda en serio el libro electrónico, esta profesión tan honorable que empezó algo después de Gutenberg, hace quinientos años, va a quedar más descontinuada que la de relojero o la de deshollinador. Todo cambia, todo pasa, todo se acaba y se lo lleva el viento, ¡qué le vamos a hacer! Lo que sí no va a volver a hacer el viento es pasarles las hojas a los libros. Como van a ser electrónicos? Si el viento les pudiera pasar las hojas a los libros electrónicos, el mundo habría empezado entonces, por fin, a andar bien. Pero no. Va mal, barranca abajo, irremediablemente, con uno de estos largos adverbios en "mente" que tanto ofuscaban a Borges. Dichoso él, que descansó de ellos. Yo todavía no descanso de la música disco.
Por lo pronto los editores españoles siguen en plena fiesta, publicando libros a lo loco. En 2009 publicaron setenta y seis mil títulos. Oigan bien: títulos, no ejemplares, o "copias" como dicen ahora los anglizados, que son todos menos yo, por terco. Ejemplares lo que se dice ejemplares, ¡sabrá Dios cuántos millones! Y en 2010 los títulos fueron cien mil, con sus correspondientes millones y millones de ejemplares, que puestos los unos sobre los otros alcanzan para llegar a la Luna, dar la vuelta y volver a la Tierra como si nada. Pues bien, los editores catalanes, que no suelen editar en su idioma, en catalán, sino en uno ajeno, en español (y hacen bien porque son preferibles cuatrocientos millones a ocho), son los grandes artífices de esta hazaña y los que hoy mandan la parada. ¡Qué digo hoy! Desde hace siglo y medio. Poco a poco se fueron apoderando del negocio y desbancaron a los madrileños, que son más bien perezosos. Y así, queramos o no, los catalanes hoy por hoy son los dueños de la lengua española. Señores editores catalanes: puesto que no les va nada en ello y no van a perder plata, ¿no podrían proscribir de los libros que editan en español los anglicismos y así salvan a este pobre idioma en bancarrota? No se olviden de que ustedes también cumplen una función social?
Fueron editores catalanes (los de las casas Maucci y Sopena) los que a principios del siglo XX editaron y le dieron alas continentales a mi paisano y correligionario ateo José María Vargas Vila. ¡Cómo no los voy a querer! Y a su Raimundo Lulio y a su Tirante el Blanco y a su Pompeyo Fabra y a sus librepensadores matacuras, ponebombas, anarquistas, terroristas, como yo, que si no me paso al catalán es porque estoy casado por la Iglesia con la lengua española. Con esta educación que me dieron los salesianos? Soy monógamo por mala crianza y la bigamia y el adulterio se me hacen pecado mortal. Gracias pues, señores editores catalanes, por invitarme a su foro y entremos de lleno en el desastre.
Hace cinco años un amigo me trajo de Francia de regalo un ipod, que en México ni se conocían. Venía mi amigo con su computador portátil y metidos en él cuarenta días de música: conectó el ipod virgen que me traía a su computador, y en lo que uno dice abradadabra me pasó todo: todo Gluck, todo Bach, todo Mozart, todo Beethoven, todo Schubert, todo Wagner, todo Mahler, todo Debussy, todo Richard Strauss? Y lo que me importa más: todo José Alfredo Jiménez y toda Chavela Vargas, que son los que más quiero. ¿Y cómo sonaba en el aparatito de diez centímetros que albergaba ya semejante tesoro Chavela Vargas? De maravilla. Como si estuviera cantando en la sala de mi casa pegada a una botella de tequila. En ese momento entendí que el barrio de Tepito de la Ciudad de México, corazón de la piratería planetaria, con todo y su picaresca y su hermoso idioma tenía los días contados. El ipod iba a acabar con la piratería de discos llevándose de paso a la industria discográfica. Nada de robarse uno en adelante un disco: mil, diez mil? El ipod era la piratería de la piratería. La madre de todas las piraterías, como diría el difunto Saddam Hussein.
Tengo otro amigo en México que tiene un ipod de películas y en él ha metido tres mil. Óiganlo bien, tres mil, y no robadas: suyas, que tenía en esa cosa que llaman DVD y que había comprado una por una en copias legítimas, no pirateadas, y que le ocupaban una pared. Puso a varios esclavos a trabajar durante meses día y noche en varios computadores hasta que acabó metiendo esas tres mil películas en uno solo, el suyo, y después, desde éste, en un ratito con un click las pasó a su ipod. ¿Y saben cuánto se tardaría este amigo mío en pasarme de su computador esas tres mil películas a un ipod de películas mío, que yo comprara, si se las pidiera, y sé que no me las iba a negar? Otro ratito, con otro click: en diez minutos. ¡Pero para qué quiero yo tres mil películas si detesto el cine! Más que a Castro. Más que al Papa. Ah no, menos. Ah no, más. Como sea. A lo que voy es que así como los amigos se están regalando ahora -uno a otro y otro a otro y otros a mil- cuarenta días de música con un click, sólo es cuestión de tiempo para que se empiecen a regalar tres mil películas con otro click. ¿Quién le puede impedir a uno compartir su tesoro con el prójimo? Eso no es piratería. Es amor cristiano. ¡Adiós CD! ¡Adiós DVD! Vuestro efímero reino finitus est . Ya pasaron estos cachivaches a engrosar la lista de los descontinuados junto con los deshollinadores y el disco de acetato.
Quebradas las industrias discográfica y cinematográfica, ¿cuál sigue? Pues la del libro, que es la que nos interesa aquí. Pero antes voy volver un momento al difunto disco para contar algo que me pasó en Medellín, mi ex ciudad, la que fue en sus tiempos áureos capital mundial de la coca. Estaba yo sentado en una banca del parque de Bolívar, el principal, en el mero centro, donde pasa mi último libro El don de la vida (que están vendiendo aquí al lado en el stand de Alfaguara, apúrense a comprarlo antes de que se agote), viendo a ver a quién mataban, cuando llegó un muchacho con un ipod.
-¿A dónde vas, belleza, con ese ipod? -le pregunté-. ¿A quién se lo robaste?
No, que a nadie, que era suyo y que iba allí a la vuelta, a dos cuadras, frente al puesto de la policía, a que se lo cargaran. Pues bien, allí, a la vuelta, a dos cuadras, frente al puesto de la policía, en un localito que tiene las paredes tapizadas de viejas encueradas, le cargan a uno, por veinte pesos y en diez minutos, su ipod vacío con cien días de música.
-Listo. El que sigue -dice el pirata Morgan-. Esto aquí es como capando marranos.
¡Qué barrio de Tepito ni qué barrio de Tepito! Ustedes son unas almitas de Dios, unas monjitas bondadosas. En Medellín, si queremos, le robamos una bomba atómica a Irán. A García Márquez le robamos el pasaporte?
Me imagino que lo que le iban a meter al muchacho en su ipod no era música sino ruido: esa basura anglosajona que llaman música y que tocan en las discotecas. Pero para el caso da lo mismo. Cien días de ruido le metieron al muchacho. Como para aturdir al Universo Mundo por lo que resta del big bang .
Y ahora sí, volvamos al maravilloso libro al que el viento le solía pasar las hojas. Y no desde Gutenberg, que es más bien reciente: no, de más atrás, desde hace dos mil años cuando se inventaron los códices o cuadernillos de hojas de papiro o de pergamino encuadernadas que reemplazaron a los rollos, que había que desenrollar para leerlos y que eran muy incómodos. ¿Qué va a ser de él, del invento prodigioso? Pues que se va a morir. Como yo, como ustedes. ¿O qué? ¿Se creen eternos? Eterna no es más que la eternidad. Y con uno se acaba. La eternidad es un concepto: humo de las neuronas.
El problema de leer libros en el computador (u ordenador, como le dicen en España) es la pantalla, que cansa mucho los ojos. Pero los aparatos lectores de libros electrónicos ya lo resolvieron: sin retroiluminación, que no sé qué es; y con tinta electrónica, que tampoco. Hagan de cuenta pues que están leyendo un libro de papel, de estos que venden aquí en esta feria, hermosos.
-¿Y las hojas? -me preguntarán-. ¿En el libro electrónico cómo se pasan las hojas?
Ahí está el detalle, que en el libro electrónico el viento no puede pasar las hojas. A la derecha de la página única o pantallita hay una flechita para que uno con un cursor la vaya bajando, bajando, y al hacerlo va pasando de la página 1 a la 2, de la 2 a la 3, de la 3 a la 4 y así?
-¡Ah, pero eso es un retroceso! Es como ir uno desenrollando un rollo de pergamino de los tiempos de Cicerón.
Exacto. Es que el hombre avanza retrocediendo. Por eso vamos tan bien. Y al que no le guste, se pega un tiro o se jode. Todo es cuestión de acostumbrarse. Se acostumbra uno a vivir en un planeta atestado, con las calles atestadas, las carreteras atestadas, los hospitales atestados, los aeropuertos atestados, las ferias de libros atestadas, las conferencias atestadas, y siete mil millones de bípedos sabios comiendo y demás, ¡no se va a acostumbrar a pasar las hojas con un cursor! Eso es peccata minuta . Y eso de que todo tiempo pasado fue mejor son cuentos de Jorge Manrique. Ningún tiempo pasado fue mejor. Fue menos malo.
Por ahí he leído que el libro es como las tijeras y como la rueda, que no se pueden mejorar. No se podrán mejorar, pero se pueden empeorar. En mi casa tengo unas tijeras modernas de resorte, dificilísimas de coger, dificilísimas de manejar y que todo lo que uno corta con ellas le queda torcido. Años llevo buscando unas de la marca Barrilito. Desaparecieron. Idas son. Las tijeras Barrilito hoy son como los incunables: inencontrables. Si por casualidad encuentran unas, se las encargo. Ah, y si por casualidad dan hoy con algo que sirva -un martillo pesado por ejemplo, un pantalón con bolsillos, una camisa con botones-, compren diez porque no los van a volver a ver. Todo lo que un día el hombre hizo bien después lo descontinúa, o por novelería lo cambia y lo daña. El día menos pensado van a descontinuar el inodoro y entonces el bípedo novelero volverá al patio. Ya le rompimos el piso al mar y el agujero que le abrimos casi no lo pueden tapar. ¿Y cuando le rompamos el piso al mar pero no con el taladro de una plataforma petrolera sino con una bomba atómica islámica de las que se está consiguiendo Al Qaeda qué? ¿Qué va a pasar? Nada. ¡Qué va a pasar! Que salimos de problemas. Me saboreo. ¡Cuál futuro del libro! ¡Si la que no tiene futuro es la humanidad!
Partiendo de la premisa falsa de que esto continúa, ¿qué va a ser del libro? Pues que su versión virtual, digital, lo va a acabar. Y no porque podamos pasar a un libro electrónico con un click bibliotecas enteras sin pagar (como ocurrió con los CD), que eso sería lo bueno, sino porque los libros electrónicos se pueden manipular: cambiarles el tipo de letra, la interlínea, la caja, la sangría; y al poderles cambiar uno la tipografía también les puede cambiar el texto, y eso es gravísimo. Por ahí va a empezar el acabose. ¿Se imaginan cuando a la canalla de Internet le dé por poner en un libro ajeno y firmado por otro las calumnias y miserias propias y lo echen a andar por el mundo? ¿Qué va a ser del autor?
Yo, por ejemplo, nunca uso el verbo "escuchar", que significa oír con atención. ¿Y por qué? Porque no me gusta, porque no lo necesito, porque está de moda. A mí con "oír" me basta porque me sirve tanto para un trueno como para un discurso. Si el presidente escucha un trueno, yo lo oigo. El presidente es un atropellador del idioma, un ignorante, un abusivo, un vivo: yo ya estoy muerto.
Ahora bien, si los libros míos los pasan del papel a lo digital y a un lector malintencionado le da por por manipular lo que yo escribí y donde puse "oír" me cambia a "escuchar" y mete mi libro en Internet y lo echa a andar por el mundo, ¿qué será de mí? Acaba conmigo. Cada quien es sus palabras. Está poniendo en boca mía palabras que nunca uso. Que es lo que me pasa cuando doy entrevistas. Los periodistas aniquilan al escritor. Todo lo tergiversan, todo lo banalizan, todo lo estupidizan. ¿Dice uno algo bien? Lo repiten mal. ¿Se equivoca uno? Dejan la equivocación. ¿Dice uno una frase genial? La borran. Los principales enemigos del escritor son: el corrector de pruebas, el periodista, el editor y el lector. En ese orden.
En el libro manuscrito de antes de Gutenberg, y después en el impreso, también se podía manipular el texto pero no era fácil. Pasar al pergamino o al papiro un libro manuscrito para después echarlo a circular con una falsedad tomaba mucho esfuerzo y mucho tiempo: meses, años. Y una edición impresa cuesta mucho. ¡Pero qué cuesta calumniar por Internet! La más dañina manipulación de un texto que yo conozca es de cerca del año 300 de nuestra era y se la debemos al obispo Eusebio, el biógrafo del genocida Constantino y el primer historiador de la Iglesia, que fue quien les agregó a las Antigüedades judaicas de Flavio Josefo el párrafo famosísimo que se conoce como el Testimonium flavianum , ese que empieza "Por esa época vivió Jesús, autor de milagros". No hay ningún párrafo (ni siquiera una frase) de ningún escritor anterior al año 100 que podamos aducir con certeza como prueba de la existencia histórica de Cristo. Sólo ese párrafo de Flavio Josefo, el historiador judío que escribió en griego hacia el año 90, y a quien, hacia el 300 (y Dios que está arriba lo sabe y no me dejará mentir y si estoy mintiendo que me mande un rayo), el obispo Eusebio se lo interpoló a sus Antigüedades judaicas en el tercer capítulo del Libro 18. Busquen y verán. Y si un libro ajeno lo puede modificar hoy cualquiera sin ningún esfuerzo para echarlo a rodar después de computador en computador, ¿en qué queda el autor?
Los CD no son modificables, ni los DVD (uno no puede, por ejemplo, quitarle trompetas o clarinetes a un CD, o la ropa a una actriz de un DVD), pero el libro electrónico sí lo es. Y ésta es una de las dos grandes diferencias entre la industria del libro por un lado y las del disco y de las películas por el otro. La otra es el soporte: que mientras el material de un CD o de un DVD no cuesta casi nada, el papel de un libro pirateado cuesta mucho: tanto, o casi tanto (según su calidad), como el del libro auténtico. Y me queda faltando la impresión del libro pirateado, ya que también éste hay que imprimirlo: no se puede pasar a su soporte con un click como si fuera un CD o un DVD. Y en este punto les hago una pregunta a los editores: ¿por qué están cobrando en Europa en promedio 15 euros por un libro impreso y 10 por uno electrónico, siendo así que el electrónico no tiene los enormes gastos del otro: los del papel, la impresión, el almacenaje, la distribución, el transporte? Se me hace un abuso para con el lector. Tendrían que cobrarle un centavo de euro. ¿Y por qué le quieren pagar al autor del libro electrónico el mismo porcentaje del libro impreso, algo así como el 10 por ciento? Se me hace injusto para con el escritor. El escritor tiene que ser el único dueño del libro electrónico. En fin, eso ya se arreglará, el dinero es lo de menos. Por mí, que se roben todos los libros míos. Me hacen un honor. Total, no me gustan. Ah, pero eso sí, que no me los toquen. Ni una tilde. Ni una coma. Eso para mí es sagrado. Yo un trueno lo oigo, no lo escucho.
Más que la piratería del libro electrónico que se ve venir y que se me hace maravillosa pues no hay que ponerle barreras al espíritu, lo terrible es la posibilidad de que un cualquiera, la chusma de Internet, pueda modificar los libros. Para escritores y editores el panorama lo veo sombrío. Que Dios nos agarre confesados..
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