domingo, 20 de diciembre de 2009

¿El silencio desprecio tortura encubrimiento creación miedo ?

A los terapeutas NA, SC, CM.

Américo Gollo Chávez.



En la música el silencio es parte deliberada del creador para integrarlo como elemento de la obra. Recurso técnico para la pausa, pero lo trascendente de él, es cuando constituye parte sustantiva de la obra, como creación, cuyos efectos deliberadamente se estructuran, bien como parte del en sí de la obra, bien en correlación con el público. En la literatura ha jugado importante papel, tanto como objeto poético, narrativo, creo que en Kafka hay un bello ejemplo, con El silencio de las sirenas, pero también como intencional recurso para la comunicación obra- lector. En el cine, I. Bergman con El Silencio, alcanza logros únicos en las contradicciones de las hermanas que conforman la esencia, digamos, del film, y qué decir de las denominadas películas de terror, donde el silencio tantas veces se hace parte del terror mismo o es un recurso para elevar las expectativas del público en el cine, el suspenso. Pero, como es de sencilla inferencia, el silencio va unido al sonido, cualquiera sea la forma que asuma, como su opuesto, para la mejor valoración. Para algunos psicoanalistas, el silencio es la más alta barrera para la cura, dicho de otra manera, un paciente que guarde silencio se hace inexpugnable y el silencio bien puede ser para su refugio o bien para el ocultamiento de hechos, sucesos, intenciones, en donde su “culpabilidad” por acción, por omisión, por complicidad, pudieran develar situaciones de alto riesgo, complicidad, delación, compromiso. La inmensa mayoría de las culturas asocian el silencio con la tranquilidad, para el sueño, por ejemplo, pareciera ser necesario, antes de que apareciese la cultura del escándalo, del mismo modo el espacio del silencio que se asocia a la noche y con ella su tranquilidad, pero también su opuesto, el delito. La inmensa mayoría de los crímenes, por no decir todos los asesinatos, tienen en el silencio un gran aliado. En las religiones puede decirse que el silencio es fuente anterior a la creación. Todo estaba en silencio, la Nada existía en el silencio o en silencio. La Nada es silencio, quizá sea el silencio o el silencio sea la nada. Decimos esto no por la soberbia que suele crearse por la erudición, normalmente superficial, banal, sino para angustiar positivamente al lector con el tema, para prevenirlo, en el sentido de observar que el silencio es objeto del arte, de la ciencia y que de muchas maneras ha sido cuidadosamente estudiado, tardíamente, pero eficazmente desde hace unos treinta años para acá en nuestra cultura occidental y, que desde luego, el psicoanálisis ha hecho uno de los más destacados esfuerzos, no por saber qué es, sino cómo opera en los pacientes. Observará el lector que hago referencia al psicoanálisis, pero que yo sepa, el genial Freud no abordó el silencio, como Freud manda. Nuestro tema de hoy es en mucho, más simple; pero que tal vez esté unido a estos campos arriba fragmentariamente vistos.





Cuando era muy niño, mi mamá nos hizo ver que el silencio era un arma eficiente, eficaz en la guerra cotidiana, tanto más si, además del silencio como eje de la batalla, de hacerla así, se usaban otras armas para reforzar el valor que ella daba al silencio. En efecto, una de mis tías paternas, no beneficiada por la estética natural, mas bien alejada y engañada por ella, solía tener en su habla un arma para la agresión, la cual para hacerla eficaz llenaba de tal volumen que, una vez de tantas, se rompieron los cristales del templo, tal pues, su intensidad, su tono, su tesitura, su timbre y la virgen María recurrió a la cera de abejas para taparse los oídos, no por el escándalo físico, que desde luego la aterraba, sino por la perversidad que conformaba el discurso, que podía estar lleno de infamias, difamaciones, injurias, calumnias y otros elementos no menores, en donde yo incluyo, hoy, la envidia.




Mi madre con pausa muy ritual, abría la puerta y en un escalón previo al umbral de la entrada, ponía la bacinilla, vacía si las expresiones de mi tía estaban desprovistas de infamia o con orina de niños, si tempranera mi tía iniciaba sus descargas de injurias. Luego, con franca majestuosidad, con humildad de soberbia belleza, cerraba pausadamente la puerta y mi no bella tía, se veía obligada a dialogar con tan importante utensilio, porque era importante por su uso, pero más importante por la significación que alcanzaba en aquel acto. Fue la primera vez que supe que el silencio podía ser castigo, más que eso, desprecio, más que eso también, como quien dice, venganza moral. Dije como quien dice. Porque la venganza pareciera ser inmoral, pero como siempre ocurre o casi siempre, las apariencias engañan, habida cuenta que el castigo se viste de justicia para la realización de la venganza, es decir, la pena impuesta al delincuente, al criminal, es una manera eufemística que tiene la sociedad para dar forma ejemplar a la venganza, el castigo.



La reacción de mi tía, ante la palabra, es decir, el silencio de la bacinilla, concluía como en un orgasmo precoz y se refugiaba en el silencio. Nunca supe qué valoración diera a su obra, pero sí intuía que el silencio de mi madre con su arma de guerra, la bacinilla silente, pero expresiva, había derrotado a mi tía, que celebraba o sufría en el silencio su derrota, de modo que el silencio se convertía en espacio adecuado para soportar y sobrevivir a la derrota.



También puede ser un lugar exquisito para el ejercicio de la soberbia, por ejemplo, Napoleón en Santa Helena. Allí se aprecia el silencio como tortura, según fue el tratamiento de los ingleses, ahora sí, en el ejercicio de su venganza y como castigo a la soberbia de Napoleón. Y creía, tal vez por las lecciones que puertas adentro recibíamos de mi madre y del silencio de mi papá, que el silencio era lo mejor para deshacerse del necio, pero también como premio al imbécil, a quien, por lo demás debíamos perdonar cuanto diga en sus arrebatos y que, como castigo, el silencio en bacinilla, era suficiente.



También, a partir de esa fecha supe que el silencio de mi padre otorgaba razón a mi madre, digo mejor a mi mamá, siempre creí que entre madre y mamá hay realmente si no diferencias radicales exactamente sí grandes distancias, con lo cual se satisfaría la sentencia de “quien calla otorga”, o, claro, marcado por la duda, podría ser por miedo, lo que desde mi infancia daba otra interpretación al silencio. El silencio como refugio del miedo, de la cobardía. Pero no, en justicia no, no! Mi padre era franco, honesto, bueno, sabio y justo y, jamás se calló por cobardía o por miedo, ni del físico ante el más fuerte ni al qué dirán de los más débiles, ni ante el abuso de los gobiernos, porque hizo de la razón y la verdad, del canto y el poema su existencia.



De modo, pues, que para la tranquilidad de mi alma, estoy seguro, que el silencio de mi papa daba razón a mi mama. Más aún que en ese acto de silencio, que era bello, les permitía hacerse cómplices en la verdad a mi papa y mi mama, verdad que cultivaron con manos, cuerpo y alma, y quisieron siempre legar a sus hijos, lo cual daba al silencio otro valor, el de la complicidad, que en este caso es positiva, es expresión de fe y amor y no de temor, ni cobardía y menos complicidad delictiva. A este modo de silencio, la complicidad delictiva, se recurre para protegerse o proteger al criminal, mientras aquel para garantizar la belleza de la verdad, que a veces es bueno vestir de silencio. Probablemente este tipo de silencio pudiera ubicarse mejor como asentimiento solidario que de complicidad positiva.




Claro, cuando uno crece, o cree crecer, se le complican mas las cosas, en lugar de iluminarse suele la obscuridad llegar a uno, aposentarse en casa. La verdad, sólo a modo de ejemplo, se muere en el silencio si deliberado es espacio para ocultarla, porque lesione intereses diversos, los del dogma, los del poder, para solo disponer de dos ejemplos. Que saldrá airosa la verdad, lo sabemos, pero tantas veces tan tarde, tantas otras bajo tantos sacrificios, entre los cuales caben sus muertos por ella, sus mártires. Entre las cosas que no quise aprender pero que ahora se, está el silencio como arma eficaz y recurrida del poder para ocultar sus desmanes y, en otros casos, lo usa como castigo.



Perdónenme este ejemplo vulgar, para simplificar cubro con la palabra escándalo el discurso de Chávez contra el imperialismo, pero también contra otros no tan imperiales o sin imperio alguno, salvo el imperio de la verdad en tantos casos. El escándalo es instrumento de provocación, es acto de soberbia para imponerse por encima de sus rivales. Agrega mi terapeuta que es también miedo. Pues bien, en el caso de los Estados Unidos, su silencio diplomático es un arma de distintos juegos para distintos escenarios y con distintos fines. Permite que Venezuela le suministre parte fundamental de su energía, pero y sobre todo, ese silencio, como un dejar hacer, dejar pasar, humilla a Chávez.



El peor de los castigos contra las soberbias es la indiferencia, elaborada con cuidados en silencio. Entonces el silencio adquiere en política muchos mas valores, anotemos estos dos, el de la tolerancia surgida de la razón económica, de la necesidad, de cohabitación y el de la humillación, pues la indiferencia ante la ofensa, ante la imbecilidad, agudiza más la enfermedad del paciente y, por la otra, incrementa su desesperación y lo obliga a incurrir en el mismo delito sistemáticamente. Gran juego del silencio. Esa actitud del “imperio” sobre el Socialismo del siglo XXI, en agonía, impedirá la repetición del modelo, por ese descrédito práctico y moral que sus actos generan y que, a su tiempo, serán puestos en evidencia.



Vale decir que el imperialismo bien pudiera evidenciar la irracionalidad y fracaso del tal socialismo, pero prefiere el silencio para que se mate solo y después será exhibido ese fracaso ante la gente, para que no se repita tamaña monstruosidad. Si bien esto es claro en las relaciones internacionales, para este caso y semejantes, también se puede ver a niveles más cercanos. En las relaciones del ciudadano con el Estado. Cierto que tenemos derechos constitucionales para dirigirnos a cualquier instancia del poder y el Estado está en la obligación de responder, pero la respuesta, siempre o casi absolutamente, es el silencio. Las interpretaciones van desde la excusa como justificación del Estado (el presidente, el gobernador, alcalde, TSJ, AN, tienen mucho que hacer, reciben muchas cartas, quejas y no se puede atender a todos y que satisfacer una complace al resto, pues son problemas comunes…) hasta la frustración de quien poder ser escuchado solicita. No se me responde, porque soy el débil, suele inferir con hidalguía el desoído. Pero donde mejor engorda el silencio es ante la crítica.



Recurre a la sordera absoluta como su refugio, el silencio como su arma, al que además quiere darle organización para que no se escape, para que no se rompa lo que lleva por dentro, así, entonces, como imposición crea las diversas leyes sobre libertad de expresión, que constituyen el vestido legal para garantizarse el silencio de quienes tengan en la palabra justa, ética, observaciones fundamentales a su equivocado desempeño. Este silencio del poder ante el ciudadano, constituye desprecio por el ciudadano. Sea este otro de los modos de hacerse el silencio. El desprecio.




En estos días ha sido este el tema más crucial entre mi terapeuta y yo. Mi terapeuta ha optado por guardar silencio a mis peticiones, digo mucho mejor, a mis planteamientos. Observa con mucha atención y con tal sobriedad los temas pero opta por el silencio como respuesta, que presumo no por egoísmo sino por racionalidad, de ser así, el silencio adquiere en el silencio cierto grado terapéutico. Lo cual aún no me permite ubicar el silencio de mi terapeuta de manera clara en alguna de las clasificaciones hasta este momento empleadas. Yo estoy seguro de la bondad, de la calidad, de la condición humana de mi terapeuta, en mí no hay ninguna duda sobre ello.



Digo mucho más, creo, tengo fe de que es así y creo y tengo fe de que podría demostrar que eso es así, pero obligado estoy a descifrar su silencio. De no intentarlo me consume la angustia negativa. Pero es tanto mas importante cuanto que es tarea terapéutica básica dejar hablar al consultante, pero el terapeuta con su palabra debe impulsarlo a decir y decir todo cuanto, fundamentalmente, no ha dicho pero que oculta; de modo que el silencio del consultante, expresión que prefiero a paciente, lo emplea como auto-preservación, pero, como arriba se dijo, impide la cura. O dicho de otra manera, el terapeuta tiene que inducir, mejor, convencer al consultante a romper su silencio, particularmente el que aprisiona lo más recóndito, lo que más se quiere guardar mediante su palabra. Romper el silencio es el camino, porque es botar lo malo del trayecto y preservar lo bello y bueno que el andar ha sido, y de lo malo guardar sus lecciones para prevenir peores desaciertos. Y ese es, en parte vital, el papel del terapeuta.



Pero, se insiste que para lograrlo no sólo hablará el consultante, sino que el terapeuta tiene que recurrir a la palabra valedera, oportuna, adecuada, fiable, confiable, que cree fe en él, para lograr vaciar totalmente de la memoria del consultante todo aquello que nos hace ser y estar como somos en este aquí y ahora, cuando a él se recurre. Pensé que el silencio del terapeuta pueda ser su rechazo a su consultante y éste tome, ante su silencio, su maleta y huya con su ruido a otra parte. Pero, no creo que sea este el caso, su ética le impide violar el juramento hipocrático y se que no lo haría porque cree en el valor de la cura, de la sanación, casi en sentido cristiano, místico, de la palabra. Habrá pues otras razones terapéuticas para que se inhiba responder. Seguro que no es su capacidad. Extraordinaria. Dominio de su oficio, gusto por el arte, sentido de la belleza, de la justicia y, a toda prueba su valor humano y su amor por la libertad del hombre. Me confesó que lo grande de una terapia de ese tipo, es lograr definitivamente la libertad.





El hombre deja de ser paciente, alienado, cuando tiene clara consciencia de su libertad, de la libertad del otro, de todos. Y me propuso descifrarlo y hacerlo juntos en silencio.



AMERICO GOLLO CHAVEZ

"Al Sr. Americo Gollo con frecuencia lo vemos en el pueblo."

Américo Gollo Chávez es un hombre de montaña. Nació en Mitón, un pueblito del Estado Trujillo, hace exactamente cincuenta y cinco años. Ha transitado mucho camino en busca del conocimiento. Varios títulos universitarios, melómano a conciencia de la terredad latinoamericana, profundo conocedor y practicante voraz de la literatura y la música sin regatearle el tono sublime de los campesinos hasta las profundidades de un Wagner. Sólo basta, como dirían los poetas clásicos chinos, que pulse la lira para que exista el bosque. Ha publicado un libro: Cuatro variaciones de nuestra conciencia. Ha ejercido el periodismo como columnista de opinión en varias publicaciones nacionales. Profesor de la Facultad de Ciencias en la Universidad del Zulia. Estudió en Alemania y Hungría, donde se doctoró en Estética.
http://www.legamos.com/html/gollo_right.htm
www.milton.nireblog.com




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