Por Alejandro Rozitchner
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La palabra pueblo tiene un sentido fascista, es decir, excesivamente autoritario. La palabra pueblo, la idea de pueblo, es un truco político para aprovecharse de la gente. ¿En qué consiste? En que amucha (junta, apelmaza) a todas las personas, a todos los individuos, en una masa manipulable. Para construir esa masa cada individuo debe despersonalizarse, dejar de lado sus diferencias, su realidad, y pasar a simular ser una cabecita más en la muchedumbre que viva al líder popular. La masa, el pueblo, no valora la individualidad: ni las emociones, ni los deseos, ni las diferencias, ni todo lo que constituye la riqueza de la personalidad, la verdad de las vidas concretas.
Los populares viven luchando en contra de las manifestaciones de la personalidad individual, endiosando las características del imaginario hombre popular, un ser imposible y carente de todo atributo. Los populares no quieren que nadie se desarrolle, porque si lo hace deja de ser pueblo y el pueblo debe estar ante todo sometido al rigor de una organización estricta, comandada por sus defensores, en la que deben obedecer y besar la mano del que los cuida, como si fueran animalitos. Los populares pretenden que la gente sea como animalitos, quieren una manada sacralizada y pobre, para eternizarla con picardía en una pobreza a la que se respeta como si fuera una expresión de una verdad trascendente.
La palabra pueblo sirve para desarrollar la pobreza. No el país. No a las personas. No a la gente real. La idea de pueblo ama a la pobreza, y cree que esa situación de carencia representa la "cultura popular". Los populares, subidos a la idea del pueblo, cabalgan en su discurso (lo popular es siempre un discurso, que abusa de aquellos a los que dice representar y defender) arrasando con todo aquello que intente resistirse a su movimiento autoritario. Como son "los buenos" pueden hacer todo tipo de maldades, tienen la justificación en esa instancia suprema, religión moderna, el pueblo. Los populares son "buenos" y no paran de hacer desastres a los que luego enmascaran como una necesidad de su lucha popular.
Pero el pueblo no existe. Hay algo mejor: personas. Esas personas pobres que la idea de pueblo tritura son personas. Personas que merecen una vida mejor, que luchan por conseguirla, personas a las que hay que ayudar desde el Estado a lograr una organización que produzca bienestar y riqueza: cosa que los populares no saben hacer. Los populares, los cabecillas de lo popular, sólo logran privilegios para sí mismos. Es la historia del populismo. Sí, hubo algunas conquistas sociales, allá lejos y hace tiempo, pero desde hace tiempo los populares producen poca democracia y mucha imposición, poco logro y mucha verborragia, mucho pueblo y poca riqueza. Excepto para ellos mismos.
Hoy día sólo hay pueblo cuando se contrata a actores para que lo finjan. Esos actores son los pobres, a los que se transforma en mano de obra de una pantomima barata, muy barata, algo más que el pancho y la coca.
No siempre fue así. En otras épocas, la palabra pueblo, la idea de pueblo, tenía otro sentido. La cultura humana no había logrado desarrollar al individuo como lo logró en el último siglo. Gracias a un avance enorme en el conocimiento, en la salud, en la producción, en la comunicación, en la psicología, en toda la cultura en general, hoy en día hay más individuos que nunca, personas que se saben tales, que no necesitan sumirse en un conjunto indiferenciado para hacer su vida. La idea de pueblo tenía sentido cuando el país todavía no era una nación, y había que abrir el espacio de una libertad nueva. En esas épocas las guerras consumían vidas en una forma que hoy nos parece atroz y no toleraríamos.
Hoy en día el pueblo es un recurso retórico, una palabra que se usa para darle valor a la pobreza, cuando correspondería tratar de resolverla mediante la producción de riqueza. Los populares dan subsidios, para mantener a todos como sus hijitos pobres. Una política para el desarrollo generaría trabajo, abriría mercados, uniría recursos, sería capaz de proyectos sociales serios, de ver las verdades de la vida comunitaria. Los populares mienten las cifras, para que su lucha parezca buena, cuando no lo es. Los populares arman peleas, para convencer a los pobres de que están amenazados por los ricos, para que no se logre un acuerdo, buscan preservar el estado primitivo de la sociedad porque sacan partido de la situación. Los populares se llenan de plata, y si se lo ponen en evidencia dicen que lo hacen por el bien del pueblo.
La palabra pueblo suena a fascismo, a gran monumento musoliniano, a pretensión nazi de una lucha final y santa. Detrás de la idea de pueblo hay siempre un intento de autoritarismo, una cierta falta de inteligencia, una promoción disimulada de la pobreza.
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Alejandro Rozitchner es escritor, filósofo y novelista, trabaja como inspirational speaker y es asesor de la Secretaría General del Gobierno de la Ciudad.
FUENTE: www.yahoo.com.ar
martes, 24 de agosto de 2010
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