Rogelio Alaniz
“Si la libertad significa algo, será sobre todo, el derecho a decirle a la gente aquello que no quiere oír”. George Orwell
Creo que la presidente habla demasiado. No se puede o no se debe ocupar la cadena nacional para “relatar” durante más de una hora una historia ocurrida hace treinta y cuatro años. Si lo que se intentó fue montar una formidable puesta en escena, los resultados fueron más bien modestos. Quienes esperaban, por lo menos, una orden de detención contra Magnetto y Mitre, se quedaron con las ganas. La presidente procedió como una republicana apegada a la división de poderes y pasó las actuaciones a la Justicia y al Parlamento.
Atendiendo a lo sucedido y conociendo cómo se resuelven estas cosas en la Argentina, aseguraría que dentro de una semana, dos a lo sumo, estamos hablando de otra cosa. De Graiver, el recuerdo que nos quedará será el del banquero que negociaba con los militares y los Montoneros y terminó perseguido por los dos. Respecto de Papaleo, su apellido evocará el de un reconocido funcionario de López Rega y una viuda siempre muy interesada en los negocios suyos y del marido.
¿Cuáles fueron las intenciones de los Kirchner a la hora de montar semejante espectáculo? Denunciar a Papel Prensa, obvio, y, por lo tanto, a La Nación y Clarín, que son sus socios mayoritarios. ¿Es verdad que pretendían meter presos a sus principales directivos? Nunca podremos saberlo. Lo que sí sabemos es que, en la Argentina, hoy estas maniobras son impensables. Por lo menos por ahora. Los opositores dirán que el gobierno está decidido a liquidar la libertad de prensa, pero no puede hacerlo -no porque sean buenos- sino porque la Argentina no es Venezuela, mientras que los oficialistas dirán que el gobierno respeta las libertades, pero no está dispuesto a consentir que el poder mediático se imponga, le dicte sus condiciones o decida por ellos.
Cada uno puede creer lo que quiera. De todos modos, no deja de ser desmesurada una movida que compromete a las principales instituciones del Estado detrás de una denuncia por demás sugestiva. Ya vamos a meternos en los hechos, pero mientras tanto me interesa discurrir acerca de las visiones ideológicas de los Kirchner en estos temas. En principio, y a juzgar por lo que dicen cada vez que se dirigen al público, los dos están convencidos de que los hechos sociales en las sociedades modernas los produce un poder “invisible” pero eficiente que se llama “prensa”.
Esta es su obsesión. El desmesurado poder de la prensa debe ser puesto en caja, O, para ser más precisos, lo debemos controlar nosotros. Si logramos -piensan- manejar a la prensa, nuestro poder político será invencible. Hay toda una bibliografía escrita alrededor de estas hipótesis. La prensa modela las cabezas y las almas. La gente piensa por lo que le dicen los medios, la prensa establece la verdadera agenda del gobierno. En definitiva, es un poder que funciona por encima y por debajo del poder democrático.
La simplificación de esta hipótesis no es inocente. Nunca las simplificaciones brutales del populismo lo son. Indagaciones tales como estudiar qué sucede entre el mensaje que recibe la gente y lo que ella luego hace con ese mensaje; indagar las relaciones de ida y vuelta que hay entre un diario y sus lectores, a los señores populistas no les interesa. Para ellos, la única verdad es la realidad y la realidad siempre está modelada de manera lineal y en sintonía con sus intereses.
Está claro que si fuera cierta la hipótesis de que la gente actúa de acuerdo con lo que le dictan los medios de comunicación como si fueran autómatas que obedecen las instrucciones de un Gran Hermano, se impondría actuar de inmediato, porque ninguna sociedad sería libre si un poder invisible manejara las mentes y las almas de la gente. Quedémonos tranquilos. Este peligro no existe. No hay monstruos, ni extraterrestres, ni medios de comunicación que logren esa hazaña propia de un relato de Ray Bradbury. Nadie debe creer en semejante patraña. Se trata de un “relato”, un relato que no tiene la belleza de los textos de Bradbury o Ballard, sino la fría y despojada funcionalidad de quienes se dedican a inventar enemigos imaginarios para atacar a enemigos que molestan.
Lo que los Kirchner dicen sobre la prensa no lo cree nadie; ni siquiera ellos. El problema de su hipótesis conspirativa es que no es verdadera. Y en el mejor de los casos expresa una verdad a medias. Yo lo siento por los amigos de las teorías conspirativas, pero los hechos sociales nacen fundamentalmente de la trama social, de la interacción social. La prensa es un poder, es un poder económico, político y social, pero su campo de decisión no es absoluto. A veces puede adquirir algo de preponderancia, a veces puede impresionar como que ocupa el centro del escenario, pero la base material y cultural de producción de los hechos sociales no depende exclusivamente de la prensa.
Los Kirchner se niegan a pensar en estos términos. Su comportamiento en Santa Cruz fue muy parecido al que intentan practicar en el orden nacional. La prensa es el enemigo porque es un poder que modela las cabezas de la gente, pero puede ser un amigo insustituible si es manejada por el poder político. Las consecuencias de este razonamiento son lógicas: hay que liquidar a la prensa privada y fortalecer a la prensa estatal. En Santa Cruz pudieron hacerlo, en la Argentina no es tan fácil, pero cada vez que pueden lo intentan.
En estos temas no hay nada nuevo bajo el sol. Lo que hoy quieren hacer los Kirchner no es muy diferente a lo que hizo Alejandro Apold durante la dictadura peronista. El grupo Alea S.A., creado por Apold, funcionaba en el centro de Buenos Aires en un edificio de 43 pisos. Allí se producían todos los contenidos periodísticos de la “nueva Argentina de Perón”. Los pocos medios que no se sometían a Alea S. A. eran controlados a través de cuotas de papel. Esa tarea estuvo a cargo del famoso diputado Visca, algo así como el Guillermo Moreno de aquellos tiempos.
La retórica de Apold no fue diferente a la de la presidente. Se lucha contra el poder de la oligarquía. Apold en su momento concentró todas sus energías contra el diario La Prensa, como ahora los Kirchner las concentran contra Clarín. Las enseñanzas de Goebbels siguen siendo insustituibles: hay que elegir un enemigo y dirigir toda la artillería contra él. Nada de dispersarse, nada de distraerse con enemigos menores, de ellos vamos a dar cuenta luego.
Por supuesto, el mejor enemigo es el que, además, tiene algunos pecados. La Prensa era el diario de la oligarquía, Clarín y La Nación son los diarios de la dictadura militar. ¿Es cierto esto? Más o menos. A mí me hubiera gustado que estos diarios hubieran luchado contra la dictadura militar, del mismo modo que a muchos peronistas seguramente les hubiera gustado que los Kirchner en lugar de enriquecerse con una ley confiscatoria de la dictadura se hubieran dedicado a la militancia solidaria. O hubieran elegido defender los derechos humanos cuando realmente había que defenderlos, es decir cuando eran avasallados. Es lo que me hubiera gustado, pero ya se sabe que en la vida no siempre ocurren las cosas como a uno le gustaría que sucedieran.
Clarín, La Nación y los Kirchner no estuvieron en la vanguardia de la lucha contra la dictadura y puede que Papel Prensa no haya sido una empresa al servicio de los diarios del interior. Esto es así y hay que decirlo. Pero también hay que decir que una cosa es haberse adaptado a las difíciles condiciones históricas de 1976; y otra, muy distinta, es haber hecho negocios valiéndose de la ayuda de los torturadores.
No lo conozco a Magnetto, pero sospecho que angelito no es. Pero de no ser un angelito no se infiere que sea un torturador. Del mismo modo que el hecho de que los Kirchner se hayan valido de una ley de la dictadura para expropiarle casas a gente en apuros económicos no se deduce que sean genocidas. Como dijera el amigo de mi abuelo: no me embarullen, no me mezclen las cartas para quedarse con mi plata.
Los Graiver tampoco eran angelitos, pero ello no autorizaba a los militares a torturarlos en el marco de una desaforada campaña antisemita que también alcanzó a Timerman. Graiver y sus familiares intentaron hacer negocios con los militares y los Montoneros. Unos vivos bárbaros, diría mi tío. Finalmente les pasó lo que les pasa a los vivos cuando se pasan de revoluciones o juegan con fuego con rivales que sólo reconocen el código de la picana, la cachiporra o la pistola.
Pero todos estos matices estuvieron ausentes en el “relato” de la señora. Tampoco dijo una palabra acerca de que el peligro real contra la libertad de expresión no proviene del mundo privado sino del Estado. Por lo menos en el siglo XX siempre fue así. La ausencia no fue casual. Ella no se proponía dar una clase de historia, sino perpetrar una operación política.
Lo que los Kirchner dicen sobre la prensa no lo cree nadie; ni siquiera ellos. El problema de su hipótesis conspirativa es que no es verdadera. Y en el mejor de los casos expresa una verdad a medias.
FUENTE: diario 'EL LITORAL' DE SANTA FE, ARGENTINA-28 DE aGOSTO 2010
FOTO: DE INTERNET
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