lunes, 4 de febrero de 2008

EL PERIODISTA SANTAFESINO(ARGENTINO), ROGELIO ALANIZ VISITO ISRAEL

Un santafesino en Israel
Enero, 2007



"Tel Aviv, una ciudad judía"



Desde hace dos días llueve en Tel Aviv. Llueve y sopla un viento huracanado que impide caminar por las calles. Desde la ventana del hotel miro las olas del Mediterráneo que se deshacen en la costa. No todos los días se dispone del privilegio de mirar las olas del mar mientras escribo.


Hace frío y el informativo dice que el mal tiempo continuará por unos cuantos días. En Tel Aviv la temporada de lluvias es de dos o tres meses. El resto del año hace calor y no cae una gota de agua. Los amigos nos dicen que nosotros trajimos la lluvia. Lo dicen y se ríen, pero a nosotros la novedad hídrica no nos causa nada de gracia.



Con lluvia y con frío a las horas en Tel Aviv hay que aprovecharlas. Bien abrigados y con paraguas, salimos a la calle a caminar. Siempre dije que a una ciudad se la conoce caminando.


Tel Aviv no es la excepción. Caminar por ella es un placer que recomiendo.



De más está decir que una ciudad que dispone de buenos bares siempre merecerá mis respetos. Los deliciosos barcitos de la avenida Allenby justifican el frío, el viento y la lluvia.


Tomar un café o probar algún bocado sentado a la mesa de un bar mientras la ciudad trajina a nuestro alrededor es un placer que hay que saber disfrutar, por más que ninguna empresa de turismo lo promocione expresamente.



Dicen los que saben que Tel Aviv es la ciudad más moderna de Israel, su centro económico y financiero; la ciudad de los boliches bailables, de los teatros y las salas de concierto; la ciudad mundana, moderna y comercial; la ciudad frívola y alegre, consumista y caótica, trágica a veces, siempre cosmopolita.



En Tel Aviv se vive como en cualquier ciudad europea o, para ser más preciso, como en cualquier ciudad norteamericana. El modelo de consumo es yanqui, también son yanquis el estilo de los edificios, el trazado de los autopistas y la calidad de su parque automotor.


Constato el hecho sin establecer ninguna valoración.



La ciudad no tiene más de un siglo pero está cargada de historia. Como me dice Eduardo: el verde de Tel Aviv, sus plazas, sus árboles, sus prados son una obra de ingeniería más compleja que el edificio más alto y sofisticado. Tel Aviv se levantó en un páramo. No hace falta ser un arqueólogo para descubrir debajo del cemento la arena del desierto.



Tel Aviv como ciudad es una creación judía. Su existencia es un testimonio más de la legítima presencia de los judíos en estas tierras. Haber transformado una pesadilla de dunas en un jardín es una hazaña civilizatoria.



Dos amigos santafesinos nos pasan a buscar para dar una vuelta en auto. Cuatro santafesinos recorriendo Tel Aviv no es un caso frecuente por estas calles. Ángel dice que la avenida Rothschild se parece a bulevar Gálvez; Manuel señala que, en realidad, el paisaje le recuerda a avenida Freyre antes de Lofeudo.


Cosa de santafesinos nostálgicos a más de diez mil kilómetros de su ciudad rodeada de ríos. Añado otro detalle: mi mujer, Ángel y Manuel son egresados de la Escuela Industrial Superior. Mientras recorremos la ciudad, entonan la vieja canción: "Donde quiera el azar nos reúna; donde quiera nos lleve el andar, habrá un lazo que siempre nos una al calor de una misma hermandad...", cantan.


Ahora estamos en la ciudad antigua. Tel Aviv muestra sus cicatrices. Ellas también son un testimonio histórico, huellas de un pasado que interviene en el presente.


Esos caserones antiguos, esas calles oscuras, aquellos paseos iluminados por viejos faroles ya existían a fines del siglo XIX.


Estos barrios ya eran judíos cuando recién en

Europa Teodoro Herzl empezaba a hablar del sionismo, después de haber visto cómo el capitán Alfred Dreyfus era condenado a prisión perpetua por su exclusiva condición de judío.


Un país de contrastes



En Israel, casi el veinte por ciento de la población es árabe. Sus derechos civiles y políticos son plenos. Cuentan con partidos políticos que los representan en el parlamento y no se privan de criticar a las autoridades.


La relación con los judíos no es mala pero tampoco es la ideal. Las desconfianzas son mutuas. El árabe israelí tiene el corazón dividido: por un lado es solidario con sus paisanos de la Franja de Gaza o Cisjordania, pero por el otro sabe que la calidad de vida que disfruta en Israel no la va a disfrutar bajo gobiernos árabes.



Las universidades israelíes tienen una excelente calificación académica. Hay públicas y privadas. El sistema de ingreso a ellas no es sencillo. Las exigencias académicas son muy altas.


La calificación obtenida en el secundario importa. Un estudiante con malas calificaciones es muy difícil que pueda ingresar en las carreras importantes. Los aranceles son muy altos, alrededor de tres mil dólares anuales.


Hay un sistema de becas muy amplio y diversificado. Los sueldos de los docentes son buenos, pero los reclamos por mejores salarios están a la orden del día.



Un judío pacifista y de izquierda me dice que está dispuesto a luchar a favor de los derechos de los palestinos, pero que éstos, con sus actos, se lo impiden. "Yo no puedo defender al que me quiere matar" reflexiona.



Para la mayoría de las personas que entrevisté, el kibutz es casi una reliquia del pasado. Si Ben Gurión se levantara de la tumba, seguramente no reconocería al país que fundó sobre las bases de un proyecto socialista.


Quienes lo conocieron dicen que, sin embargo, práctico como era, se las hubiera ingeniado para explicar por qué en el siglo XXI ya no habría lugar para un proyecto de signo socialista.
La última gran trasformación en Israel la produjeron los inmigrantes rusos.


A partir de 1989, más de un millón de judíos llegaron de la URSS. En pocos años, la población creció en un veinte por ciento, pero tan importante como el número fue la calidad de los recursos humanos.


Ingenieros, científicos, intelectuales, artistas, médicos conformaron los contingentes que además se tomaron el trabajo de organizarse como comunidad y hoy participan del poder político e imponen sus condiciones.



El servicio militar en Israel dura tres años para los muchachos y dos años para las mujeres. Terminan el secundario e ingresan al ejército.


Después, trabajan un año, ahorran y se toman de seis a diez meses de vacaciones en algún lugar del mundo. Así se explica que los ingresantes a la universidad tengan 23 ó 24 años. El prestigio social del ejército es muy alto.


Para los israelíes, se trata de un ejército popular. A los muchachos y a las chicas se los ve en los ómnibus, en las calles. Visten uniformes y están armados. No atemorizan, despiertan afecto.


Dicen que la preparación militar es impecable. También lo es la formación cultural. El martes a la mañana, un contingente de soldados estaba en el museo de la Diáspora


. Una guía les hablaba de historia y literatura. No recuerdo haber visto a los colimbas argentinos en ese trance.



Rogelio Alaniz


fuente: Diario EL LITORAL de SANTA FE, Argentina.


N.D.E.


Rogelio Alaniz es un historiador y talentoso periodista que forma parte del Staff del diario EL LITORAL en la ciudad de SANTA FE DE LA VERACRUZ.
No lo conozco personalmente, pero he leido parte de sus notas en dicho diario, y he notado la calidad de su pensamiento.


Lastima que no lo pude ver durante su corta visita a este

pequeño país llamado Israel.


Lic. Jose Pivín



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