viernes, 23 de julio de 2010

Witold Gombrowicz, River Plate y Racing Club




por JUAN CARLOS GÓMEZ


"GOMBROWICZIDAS"


WITOLD GOMBROWICZ, RIVER PLATE Y RACING CLUB


“Partido de fútbol en el estadio River Plate. Treinta mil espectadores. Un sol que calienta. De pronto, sobre las tribunas repletas de gente charlatana que espera impaciente el inicio del partido, aparece un pequeño balón.... ¿Un pequeño balón? Todo el mundo ve que nos es un pequeño balón, sino un preservativo que un soplido indecente ha hinchado de forma considerable (...)”



“El preservativo balón empujado por las corrientes que suben entusiasma a la multitud enardecida, planea por encima de las cabezas y, cuando cae, las manos de los bromistas lo vuelven a lanzar imperceptiblemente..., y la multitud multimilenaria clava la vista en ese escándalo volante, ¡tan terriblemente evidente, tan chocante! Silencio. Nadie se atreve a abrir la boca. Extasis (...)”

“De repente un padre de familia, indignado, pincha al balón preservativo. ¡Silbidos! ¡Aullidos! Una cólera increíble estalla por todas partes, aquí y allá, mientras el padre de familia, horrorizado, ahueca el ala por la puerta más próxima”. Hay un aspecto siempre presente en las apariciones de Gombrowicz, tanto se trate de su vida como de su obra: el de niño diabólico.


El diabolismo de Gombrowicz, como también el de los niños, más que perverso es divertido. Se pone voluntariamente en una posición inmadura y alegre para que su profundidad oscura y dramática sea francamente digerible. Las tesis y los problemas serios no le importaban demasiado, si bien se ocupaba de ellos lo hacía como quien no quiere la cosa, porque en el fondo de su alma era irresponsable.

Los otros diablos que aparecen en Gombrowicz son más bien domésticos y sociables, aunque son diablos burlones y sarcásticos, tienen buenos modales y se los puede invitar tranquilamente a tomar el té en casa. Los pensamientos de Gombrowicz, como el vuelo de algunos pájaros, se dejan caer desde la altura para atrapar algo parecido a la verdad, pero él siempre conserva intacto un talento que había utilizado en su juventud.

Con ese talento enredaba a los profesores y más tarde, ya mayor, ponía en apuros a los hombres de letras. “Esa alegría que es en realidad nuestra única victoria sobre la existencia y la única gloria del hombre. Resulta muy sarcástico que nuestra insignia más alta, nuestro más orgulloso estandarte, sean los pequeños pantalones de un niño. Soy como un hombre y como un niño, perfectamente responsable, perfectamente irresponsable”

En algunas conferencias que daba aparecía claramente el aspecto inmaduro de Gombrowicz. Cuando una noche en la Fragata, después de un paseo por las grandes figuras de la filosofía, sorprende al Dramaturro recitando Hamlet en polaco y aflautando la voz en los parlamentos de Ofelia, o cuando en la casa de Flor de Quilombo, después de una lección que les había dado sobre la inmadurez, recibe un ramo de cardos.

Lo recibe en carácter de homenaje mientras el hermano menor de Quilombo lo corría con una manguera. Gombrowicz se pone los pantalones de un niño. “El trabajo literario me parecía un poco ridículo, ser artista, ser poeta, ¡qué falta de tacto! Y las iniciativas de un joven preparando sus primeras elucubraciones estaban, en mi opinión, condenadas a una afectación incurable (...)”

“Una cosa era cierta y yo me daba cuenta: mis primeras tentativas literarias manifestaban una fuerte oposición... oposición a todo... su tono era rebelde. Si entro en esa Cámara de los Lores, me decía, será como Byron, para sentarme en los bancos de la oposición. Por el mismo tiempo me absorbió otra pasión: el tenis. Me inscribí en el club deportivo Legia y quedé cautivado(...)”

“El ambiente del club, las rivalidades, la jerarquía que se establecía entre los jugadores, todo esto hizo que el tenis fuera para mí algo infinitamente más sublime de lo que había sido en la época en la que lo practicaba como amateur en diversas canchas campesinas. Empecé a jugar con pasión e hice algunos progresos, aunque nunca llegué a ser un jugador destacado”

Gombrowicz se divertía jugando al tenis, escribiendo cuentos, no consideraba a sus prácticas de pasante en los tribunales de Varsovia como un trabajo verdadero, se sentía como un verdadero parásito. Le confesó a una joven las tribulaciones en las que se encontraba por tener una vida fácil, ella lo escuchó con atención y le respondió que era claro que tenía una vida fácil.

Sin embargo, para él su vida fácil era más difícil que lo que podía ser para otros su vida dura. Se le estaba presentando la posibilidad de realizar una operación que tiene una gran utilidad en el arte, la transformación de los propios defectos en valor. Por el momento se dedicaba a elaborar cuentos fantásticos dejando para más adelante su ajuste de cuentas con la vida, con la suya y con la de los demás.

El estilo de las novelas cortas es humorístico e irónico, pero los componentes de las historias son muchas veces morbosos y repulsivos, tienen un papel funcional y obedecen al objetivo superior de la creación artística. Gombrowicz intenta cancelar su deuda moral, quiere ser absuelto por su obra. Buscaba la realidad y sabía que la podía encontrar tanto en lo que es normal y sano como en la enfermedad y en la demencia.

“Hay otra cosa que también me parece injusta: que el mismo trabajo artístico me haya aportado tan pocos placeres puros, de aquellos que le están permitidos a los artistas; a pesar de todo, si el escribir me proporciona cierta satisfacción, es una satisfacción no sé por qué fría, intransigente, incluso hosca; cuántas veces escribo como un colegial obligado a hacer sus deberes, y muy a menudo incluso con miedo, o con una incertidumbre angustiosa (...)”

“Cierto que en ocasiones llegué a obsesionarme totalmente, sin poder desprenderme de lo que estaba escribiendo, y, después de separarme del papel, durante horas permanecía aún en una extraña e inútil excitación repitiendo frases, expresiones acabadas de escribir. Recuerdo un paseo así en Buenos Aires, por la orilla del río, en plena obsesión, resonándome en la cabeza ni siquiera frases, sólo palabras sueltas de ‘El casamiento’ (...)”

“Pero este estado parecía más bien una suerte de desbocamiento, de galope, una trepidación, un estremecimiento, y poco tenía que ver con la alegría”. A pesar de esta declaración amarga de Gombrowicz no son pocas las veces en las que escribe sin esa pesada carga de la satisfacción fría, intransigente y hosca, con miedo e incertidumbre, como por ejemplo en el “Filimor forrado de niño”.

Filimor y Filifor forrados de niño son dos relatos cortos que Gombrowicz incluye en “Ferdydurke”. Escritos en 1934 son presentados en el libro con sendos prefacios en los que da una explicación más o menos extensa de sus ideas sobre la forma utilizando un estilo sarcástico para burlarse de la crítica literaria. En el prefacio de Filimor construye artificialmente una tabla de sufrimientos para encontrar el dolor fundamental.

Aunque escrita en forma irónica y teatral ni uno solo de esos dolores de la tabla deja de ser humano. En otra tabla en la que identifica sus rebeliones pone en entredicho a su propia psique, a la herencia y a toda la cultura. “Filimor forrado de niño” es un ejemplo de la maestría que tiene Gombrowicz para manejar el comportamiento de conjuntos a los que le va agregando elementos, hasta que finalmente algo explota.

Ya dijimos que en Gombrowicz conviven su clase social y una conciencia penetrante que buscaba el estilo de los pensamientos fundamentales, la independencia, la libertad y la sinceridad, en medio de los remolinos de sus anormalidades. Buscaba la realidad y sabía que la podía encontrar tanto en lo que es normal y sano como en la enfermedad y en la demencia.

A fines del siglo dieciocho un campesino, nacido en París, tuvo un hijo, y aquel hijo tuvo un hijo, y ese hijo tuvo a su vez un hijo y luego hubo otro hijo… y el último hijo, campeón mundial de tenis, estaba jugando un mach en la cancha del Racing Club parisiense. Un coronel de zuavos, sentado en la tribuna lateral, empezó a envidiar el juego impecable de ambos campeones.

Ansioso él también de exhibir sus habilidades, sacó una pistola y disparó contra la pelota. La pelota reventó, y los contendientes, privados imprevistamente de aquello que estaban golpeando, golpeaban con la raqueta en el vacío. Cuando cayeron en la cuenta de que sus movimientos era absurdos, se agarraron a trompadas. Un trueno de aplausos estalló entre los espectadores.

Aunque ésta no había sido la intención del coronel, la bala que había disparado siguió su trayectoria y le dio en el cuello a un industrial armador que estaba en la tribuna de enfrente. La esposa del herido, viendo borbotear la sangre de la arteria atravesada, quiso echarse sobre el coronel para quitarle el arma, pero como estaba inmovilizada por la muchedumbre le dio un cachetazo al vecino de la derecha.

El abofeteado resultó ser epiléptico, y bajo la conmoción producida por el golpe, estalló como un geiser en medio de convulsiones. La pobre mujer se encontró de pronto entre un hombre que manaba sangre y otro que echaba espuma por la boca. El publicó atronó el estadio con aplausos. Un caballero que estaba sentado cerca de la desgraciada señora tuvo un acceso de pánico y saltó sobre la cabeza de una dama sentada en las gradas de abajo.

La mujer se irguió y brincó hacia la cancha arrastrándolo en su carrera. El vecino de la izquierda del caballero, un jubilado humilde y soñador, hacía muchos años que soñaba con saltar sobre las personas ubicadas más abajo. Estimulado por el ejemplo de lo que estaba viendo, sin la menor tardanza saltó sobre una dama que tenía abajo recién llegada del continente de África.

La joven en forma inocente se imaginó que justamente ésa era una costumbre del país y sin pensarlo ni por un momento también brincó tratando de imitar las maniobras de la otra dama y conservar la naturalidad de los movimientos. La parte más culta del público se puso a aplaudir para disimular el escándalo delante de los representantes de los países extranjeros.

La parte menos culta de la concurrencia tomó los aplausos como una señal de aprobación y empezó a cabalgar a sus damas. Como los extranjeros no salían de su asombro las personas presentes más distinguidas, también para disimular el escándalo, cabalgaron a sus damas. Un tal marqués de Filimor, disgustado y ofendido por los acontecimientos que se estaban desarrollando en la cancha de tenis, de improviso se sintió gentleman.

Desde el medio de la cancha, pálido y decidido, preguntó si alguien, y quién precisamente, quería ofender a la marquesa de Filimor. Arrojó a la cara de la muchedumbre un puñado de tarjetas con la inscripción de “Philippe de Filimor”. Un silencio mortal reinó en el estadio. De repente, no menos de treinta y seis caballeros se acercaron a la marquesa montados sobre mujeres de pura raza para ofenderla y para sentirse ellos mismos gentlemen.

Pero la marquesa, a raíz del asusto, abortó y parió un niño que empezó a berrear a los pies del marqués bajo los cascos de las mujeres piafantes. “El marqués, repentinamente, forrado de niño, dotado y complementado de niño, mientras actuaba en forma particular y como un gentleman en sí, y adulto, se avergonzó y se fue a su casa en tanto un trueno de aplausos se oía entre los espectadores”


fuente: EL TEXTO LO RECIBI DIRECTAMENTE
DEL AUTOR, AL QUE AGRADEZCO.


El
escritor JUAN CARLOS GÓMEZ fue el amigo mas cercano que tuvo el famoso Witold Gombrowicz cuando viva en Argentina y no era tan famoso.
La foto: fue tomada 'prestada' de Internet. Si el dueño de la misma se siente ofendido, me avisa y la elimino.

Lic. Jose Pivín
Editor del Blog



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