lunes, 12 de julio de 2010

Fernando Gonzalez Carey: El cementerio de libros extraños



El cementerio de libros extraños
Fernando Gonzalez Carey


Para Any, mi hermana.
In memoriam.




Apenas lo intuía por algunos indicios, por frases sueltas oídas en la librería de Bocha. Siempre sospeché que las alusiones a un cementerio de libros extraños en Roca era un recurso formidable de la librera para entretenernos, pero debo confesar que todo ello me enajenaba, y más habiendo leído hacía poco la novela del español Ruiz Zafón, La Sombra del Viento. Singular experiencia resultaría visitar un lugar así. Con los amigos de la librería solíamos fantasear sobre qué libros encontraríamos en ese privilegiado sótano (porque así lo imaginamos desde un comienzo) y acentuábamos la posibilidad de toparnos con olvidados y perdidos manuscritos locales.
Pero una vez cayó sobre la mesa un dato relevante, una inocente información que me dejó cavilando. El tal cementerio sería de libros muy especiales, que se correspondían con las posibles vidas que el autor nunca permitió transitar a sus protagonistas. Yo intuía que en ese lugar emergía el antídoto para que lectores disconformes pudieran sincerarse con la literatura. Una posibilidad más para salvar al autor de injustas condenas: sus creaciones guardaban en potencia múltiples facetas. Desde ese día presté más atención, a sabiendas de que Bocha sabía la verdad del lugar exacto de dicho cementerio. Junté indicios, anoté datos a medidas y entonces puede dibujar el misterioso lugar.
Una noche, me coloqué una capa negra que me protegiera de lluvias y vientos, y salí bien de madrugada. Crucé el canal cementado y encaré para el lado norte de la ciudad, hacia las bardas que la contienen. Una pequeña iglesia evangelista me advirtió que faltaba poco. Cuando llegué al edificio observé que al final de un endeble paredón aparecía una puerta de madera, con inscripciones hasta el hartazgo pero sólida como el cemento. Me atendió a través de una mirilla un rostro con cara de nadie, neutro.
- Señor…- y me miró inquisitivamente. Yo tuve que ponerme en puntas de pie y arriesgué una respuesta
entradora, que no pusiera límites.
- Justino, llámeme.
- Usted dirá
- El tiempo no me trató bien…
- Sabe que no puede regresar- deslizó después de una eternidad, con voz de caverna.
- Déjeme intentar.
Sin respuesta inmediata, quedé descifrando los garabatos de la puerta, pero rato
después se abrió y escuché la invitación para ingresar. Surgieron entonces ante mí decenas de estantes lineales, con libros muy manoseados, sucios de polvo y dispares en tamaño, que apenas dejaban un pasillo para transitar. Una luz mezquina cubría con tinte amarillento las colecciones. Cuando quise pedir explicaciones, me di cuenta de que estaba solo. Entonces, avancé con el alma entre las manos.
De a poco fui comprendiendo la organización del museo de libros. Eran ediciones casi desconocidas, olvidadas, ¿despreciadas?, ciertamente dejadas de lado por la población y por sus instituciones educativas. Me encontré con ensayos, biografías, novelas, diarios de viaje, cartas, poemarios, obras de teatro distribuidos por zonas y regiones del mundo. Busqué inmediatamente los de Roca y me entretuve acariciando los lomos de autores que conocía , las novelas de Alejandro Ponce, los cuentos de Claudio Alvarez, el teatro de Dinko Varga, los poemas Haydeé Massoni y de Clara Vouillat, y otros. Me sorprendí al ver mis Torres Vacías. Lo aparté con mucha delicadeza, pues parecía que me esperara y pasé sus páginas mientras sus títulos me arrastraban al pasado. La Hoja en Blanco, La Leyenda del Lago Aluminé, El examen…. Me entretuve nuevamente con este último y de repente descubrí que alguien estaba a mi lado.
- Profesor, ¿se acuerda de mí? - Su rostro no tenía puentes para abordarlo, así que fui sincero.
- No, no te recuerdo, pero ayudáme, son muchos los alumnos que tuve antes de jubilarme.
- De mí no se puede olvidar. Haga memoria, usted me tomó para uno de sus cuentos. Yo soy el de El
Examen, el que no supo…
- Sí, no sigás, sos el del turno de la tarde, el que no sabía quién era el amigo de Martín Fierro. Pasaron
tantos años…
- Sí, veinte o más, pero yo a usted no lo puedo olvidar - Nuevamente me dejaba en la duda de si me estaba
alabando o condenando. Uno tiene muchos errores que carga sobre su conciencia…
- ¿Qué hacés en este lugar?
- Qué sé yo, el ser humano es muy curioso, disconforme. Esta posibilidad de indagar sobre destinos
inimaginados de los héroes ficcionales me mueve, me gana. Ya me estaba cansando de las costumbres
conductistas de nuestros autores… Delinean a sus personajes sin permitirles opciones que no se correspondan
con el hilo de la narración, con el conflicto que se plantea en la obra…
- No te relaciono con ese muchachito que jamás leía los textos que sugería en clase…. Nunca me puedo olvidar
de tu silencio ante esa pregunta tan básica que te formulé sobre Fierro.
- Usted, en realidad, hace mucho que se quedó con la versión clásica de ese libro tan emblemático, la que todos
conocen. Sin embargo, en ese entonces yo había leído otra y por eso no pude responder la pregunta que
usted me hacía.
- Vamos…
- Le cuento. Hay otra versión del intento de apresar a Fierro que difiere de lo que relata Hernandez. La partida
policial, que conoce al temible gaucho, desiste de atacarlo por considerarlo valiente e injustamente perseguido.
Cruz entiende la postura de sus subordinados y regresa con ellos, entonces Fierro escapa al desierto y es la
cautiva quien le advierte de la peste que ya tiene síntomas en la toldería. Después la historia sigue como
usted ya la conoce. El sargento se redime ante los ojos del lector cuando explica a su hijo la postura que tuvo
ante la orden recibida de apresar a Fierro. Por eso me encontré desorientado ante la pregunta de quién era el
amigo de Fierro….
- ¿Y por qué no me lo aclaraste en el examen?
- Es que en aquellos años sufría por no poder expresar lo que sentía y pensaba
- ¿Cómo es eso?
- Simplemente así.
- Contáme ¿de dónde sacaste ese nuevo Martin Fierro? Nunca pensé en la posibilidad de que el personaje
transitara otros caminos que los marcados por el autor…
- De aquí, de estas estanterías… Jamás me conformé con la historia oficial. Este cementerio tiene que ver con
posibles modos de construir una vida. Leyendo veo las cosas desde otra óptica …,constato cómo los
personajes de la ficción se rebelan contra su destino y van forjando uno distinto. Todo esto me enloquece y me
hace devorar la literatura…
- Te entiendo, los protagonistas de las ficciones fueron señalados por sus autores, pero podrían haber sido
tan distintos…. Es muy interesante.
- Claro que a veces el personaje es el mismo autor, escondido en los intersticios de la obra. Las variantes que
aquí se observan les revelan la vida magnífica que podrían haber vivido, creándoles, con seguridad,
melancolía, tristeza honda.- expresó esto y me miró fijamente.
- ¿Quiénes son esos ancianos que están en ronda como deliberando?
- Los autores de estas versiones. Son sabios que interpretan al autor, abriendo nuevas perspectivas al lector.
Se aprende mucho conversando con ellos.
Fue suficiente y, cuando se alejó, me quedé observando rostros –seguramente de escritores- que urgaban en los estantes, buscando con fervor cómo hubiesen vivido sus días. Muchos se retiraban derrotados, a sabiendas de que ya era tarde, muy tarde. Otros, simplemente lectores, indagaban la suerte corrida por sus héroes.
Me levanté decidido a revisar mis Torres Vacías, deseoso por saber si ese personaje que arrastraba tanta nostalgia en su mirar, tantos recuerdos acuñados en un pasado que el viento se bebió, tantos miedos y sentimientos de indefensión y tantas pasiones ocultas y sin aflorar, era otro. Yo quería saber, pero entonces advertí la presencia del portero, quien me dibujó una duda
- ¿Está seguro de que quiere reecontrarse con su libro?
- Quiero volver a navegar los mares infinitos de mi niñez y juventud, pero acompañado esta vez
con amigos y con espadas…
- La vida lo marcó y sin embargo pudo salir…
- Los recuerdos me pesan como anclas, me castigan.
- Déjelos que bullan aquí en las estanterías, que se multipliquen hasta el hartazgo.
- Me pareció que faltaba algo.
- No hay tiempo. Solo está el presente.

El viejo tenía razón. Acomodé mis pasos al camino irregular de los senderos de la biblioteca y fui regresando. Miraba las estanterías e intuía infinitas historias que jamás se dieron, pero yo solamente sonreía.

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General Roca, Primavera del 2008.


Fernando González Carey
Biografía
Fernando Gonzalez Carey, nacido en 1943, es oriundo de Rosario, pero vive hace 35 años en Gral. Roca (Provincia de Río Negro).

Profesor en Letras por la Universidad Nacional del Comahue (Neuquen), cursó estudios de filosofía y de teología en el Seminario Arquidiocesano de Rosario entre 1957 y 1969. Es autor de ficciones literarias y ha editado un libro de cuentos ("Torres Vacías" en editorial el Camarote, de Viedma).

Participa del Centro de Escritores de General Roca y tiene a su cargo la revista literaria "Desde el andén".

Obra de Fernando González Carey
Todas las obras de este autor publicadas en www.yoescribo.com



Carbonilla
Confusión y engaño
Decisiones a tiempo
El barquero
El espejo
el turbante de hielo
Galael, un cuento de Navidad
Invasión
La boina negra
La derrota
La duda
Lin Lin
Los pecados de la niñez
Los puertos y los barcos
No quiero más regalos
Soledad
Tadeo y Julieta
Tentación



Dirección de correo electrónico:

candilsurenio@gmail.com


fuente: el texto fue enviado por el Autor, al que agradezco y felicito.
Los datos bio-bibliográficos son de
http://www.yoescribo.com/publica/comunidad/autor.aspx?cod=62119





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