Cierta fascinación por el grotesco y el espanto
Existencialista antes de Sartre, estructuralista antes de que el estructuralismo se diera a conocer, miembro de la vanguardia estética polaca y posteriormente gran mito de la literatura argentina, Witold Gombrowicz moría hace 40 años, el 24 de julio de 1969, en Francia. El escritor polaco, autor de libros centrales como “Ferdydurke”, “Transatlántico” y “Cosmos”, vivió entre 1939 y 1963 en la Argentina, donde conoció y, al mismo tiempo, detestó con elegante indiferencia a la sociedad literaria local.
Por Ezequiel Alemian
Varado. Durante su escala en Buenos Aires, estalló la Segunda Guerra. Se quedó más de dos décadas.
En una última entrevista, a días de su muerte, de la que se cumplieron 40 años el viernes pasado, Witold Gombrowicz, el “escritor argentino más importante del siglo XX” (según lo definió provocativamente Ricardo Piglia), admitía con resignación y naturalidad la tristeza que le provocaba el no poder disfrutar, por cuestiones de edad y de salud, del reconocimiento que en ese momento empezaba a brindársele en todo el mundo.
Habían pasado 32 años de la publicación de su primera novela, la que tal vez desmonta mejor que ninguna los mecanismos de formación institucional de una identidad: Ferdydurke. La publicó en polaco, en Varsovia. También en polaco, pero en París, en 1964, había editado Cosmos, su cuarta y última novela, la más filosófica. Entretanto, en las mismas condiciones, había publicado, en 1952, Transatlántico, “un barco lleno de dinamita” lanzado contra los sentimientos nacionales y el sometimiento al lenguaje, una novela íntegramente escrita en la Argentina, también sobre su experiencia argentina, donde vivió entre 1939 y 1963. De 1961 es Pornografía (La seducción), sobre, si puede decirse, la vejez y el deseo. El deseo. La forma y el deseo. La forma vs. el deseo.
A este cuerpo novelístico habría que agregar Los hechizados, un vertiginoso folletín gótico policial que en 1939 publicó con seudónimo, y quedó apenas inconcluso por el viaje emprendido a América del Sur.
Su teatro repercutió tanto o más que sus novelas: en Yvonne, princesa de Borgoña (1935), La boda (1947) y Opereta (1966), se encuentra ejemplarmente sintetizado el universo gombrowicziano. Más ensayístico que anecdótico, en su Diario (1953-1966) reconstruye algunos de sus encuentros paradigmáticos con “lo argentino”. En 1942, por ejemplo, cena en casa del matrimonio Bioy Casares-Silvina Ocampo con Borges, Mastronardi, Bianco, Peyrou y los dueños del lugar. A él lo fascinaba lo bajo y eso eran las alturas, a él le encantaba la oscuridad de Retiro y a ellos las luces de París. Para Gombrowicz, la juventud del país confirmaba sus propios estados de ánimo, y para los otros la gran ambición (entendía él) era incorporar cuanto antes, por razón, conocimiento, experiencia o técnica, la madurez de los mayores. “¡Ah, llegar a la altura de Francia e Inglaterra! ¡Ah, tener una literatura madura!” La cena terminó “en nada”, dice, “como todas las cenas consumidas en compañía de la literatura argentina”.
En 1960, en Buenos Aires, vuelve a verse con Roberto Santucho, a quien ha conocido dos años antes en Santiago del Estero. El discurso de Santucho, “tonto, presuntuoso y apodíptico”, imbuido de una “retórica de la que no es capaz de extraer las narices”, le produce el mismo sentimiento de impotencia que le provocaba el discurso de Hitler. En Santucho ve Gombrowicz celos, complejo de inferioridad, superficialidad, debilidad y confusión. “Miraba su cabeza y su mano, una mano dispuesta a matar en nombre de una niñería. No hay que olvidar que los que no escriben con tinta escriben con sangre”, anota.
Gombrowicz se consideraba un existencialista anterior a Sartre y un estructuralista anterior al estructuralismo. Le gustaba citar un parlamento de La boda, en el que Henri, uno de los protagonistas, asegura que no son los hombres los que dicen las palabras, sino las palabras las que dicen a los hombres.
Para él, no se podía ser definido. No se era más que fermento, caos e inmadurez. Era para manifestarse hacia el exterior, frente a los demás, que se necesitaba la forma (palabras, ideas, gestos, decisiones, actos, etc.: toda posibilidad de manifestación). Pero la forma limita y viola.
“Hitlerismo, stalinismo, fascismo”: Gombrowicz estaba fascinado por las formas “más grotescas y espantosas” que surgían en la esfera de lo interhumano. “Era como si la humanidad atravesase un cierto estadio para entrar en otro: el de una elaboración consciente de la forma. En adelante el hombre podía hacerse, se fabricaban las verdades a voluntad, y los ideales, los fanatismos e incluso los sentimientos más íntimos...”, escribe.
Su obra se abrió camino con muchas dificutades: dificultades de lengua, dificultades geográficas, dificultades de carácter personal, financieras, dificultades políticas, dificultades de recepción, de comprensión.
De padres terratenientes, nació en 1904 en Maloszyce, a 200 kilómetros de Varsovia. Su primera educación la hizo con institutrices francesas. Cada año iba con su madre a pasear por Austria y Alemania. Cursó el bachillerato en el instituto más aristocrático de Polonia, y después obtuvo una licenciatura en Derecho. Viajó a París para continuar sus estudios, pero los descuidó. Empezó a escribir. Fue una de las figuras de la vanguardia polaca. La naviera estatal lo invitó a un viaje alrededor del mundo. Durante su escala en Buenos Aires, estalló la Segunda Guerra. Los nazis ocuparon Polonia. Se quedó en la Argentina. Acá vivió muy pobremente, de la ayuda de amigos… Su historia es archi conocida. Como antídoto a la forma, se aconsejó en una autoentrevista:“¡Sé prudente, sé hábil, y no te identifiques jamás con lo que hacés de vos mismo!”.
FUENTE:
http://www.diarioperfil.com.ar/edimp/0386/articulo.php?art=15818&ed=0386
26 DE JULIO 2009
miércoles, 1 de septiembre de 2010
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