martes, 14 de abril de 2009

INMIGRACION Y LITERATURA el libro-vida cotidiana de los inmigrantes y exiliados que llegaron a la Argentina entre 1810 y 1960









por Lic.MARIA GONZALEZ ROUCO*

mgonzalezrouco@gmail.com

Introducción

En la Bolsa de Comercio, Julián Martel encuentra “Promiscuidad de tipos y promiscuidad de idiomas. Aquí los sonidos ásperos como escupitajos del alemán, mezclándose impíamente a las dulces notas de la lengua italiana; allí los acentos viriles del inglés haciendo dúo con los chisporroteos maliciosos de la terminología criolla; del otro lado las monerías y suavidades del francés, respondiendo al ceceo susurrante de la rancia pronunciación española” (1).

María, la gallega que llega a la Argentina en Como si no hubiera que cruzar el mar, novela juvenil de Cecilia Pisos, escribe: “Buenos Aires es muy grande. Tiene ruidos y olores extraños y las voces que se escuchan son de muchas partes, así que todos hablan pero no creo que ninguno se entienda. A mí me cuesta: dos o tres veces tengo que intentar hasta que encuentro a alguien que me hable en español y a quien yo pueda preguntar por una calle o un sitio cualquiera” (2).

Para algunos inmigrantes –los españoles- y para quienes lo habían aprendido antes de emigrar, el idioma no era un obstáculo más entre tantos que se les presentaban. Para otros, en cambio, era un problema ante el que reaccionaban de distinta manera: intentando hablarlo o negándose deliberadamente a la incorporación del mismo. Hubo diferentes formas de aprender castellano. Nos ocuparemos de ellas. Y también de quienes no quisieron aprenderlo.

Notas
1. Martel, Julián: La Bolsa. Buenos Aires, Huemul, 1979. Prólogo de Diana Guerrero.
2. Pisos, Cecilia: Como si no hubiera que cruzar el mar. Ilustraciones: Eugenia Nobati. Buenos Aires, Alfaguara, 2004. 216 pp. (Serie azul).

Opciones





Ya en el Martín Fierro encontramos referencias al inmigrante que no habla castellano: “Era un gringo tan bozal,/ Que nada se le entendía./ ¡Quién sabe de ánde sería!/ Tal vez no juera cristiano,/ Pues lo único que decía/ Es que era papolitano” (1).



Por conocer poco el idioma, Carlos Vergiati, padre de Julián Centeya, no pudo ejercer en la nueva tierra su profesión: “Llegados al país, se instalaron en San Francisco, pueblo de la provincia de Córdoba, lugar en el que el padre trabajó de carpintero, ya que su escaso conocimiento del idioma le impedía desarrollar su actividad periodística” (2).



La madre de Iris Marga utilizó su conocimiento de idiomas para ejercer la docencia. En una entrevista, le preguntaron a la actriz: “¿Es cierto que usted estuvo sentada en las rodillas del general Roca y en esa posición le recitó La avispa Teresa?”. Ella respondió: “Sí, mi mamá era profesora de idiomas de la familia De Vedia y un día la acompañé a ella y dio la casualidad de que estaba Roca. Parece ser que yo era muy simpática de chica y el general me pidió que le recitara algo. Entonces me senté en sus rodillas y le recité La avispa Teresa en italiano” (3).



Conocer el idioma garantizaba un mejor puesto a los policías porteños: “Por carecer de personal, la Policía se veía obligada a tomar todo tipo de personal, sólo tenían que rendir unas condiciones de tiro e ingresaban a la Institución. Fue así que se podía contar entre los vigilantes, a italianos, turcos y polacos que no dominaban muy bien el idioma español, cuando alguno de los postulantes sabían leer y escribir castellano, los ingresaban con el cargo de Cabo” (4).



El desconocimiento del castellano retrasa los estudios de una inmigrante: “A los catorce años –en plena Segunda Guerra Mundial, y sin hablar una gota de español- dejó su Viena natal y se instaló con sus padres en la Argentina. Acá la enviaron al colegio Mallinckrodt, pero abandonó porque el idioma era una barrera difícil de saltar. Mercedes von Dietrichstein se casó a los diecinueve, pero a los treinta se decidió a rendir el secundario libre. Mientras criaba a sus cuatro hijos estudió Psicología en la UBA, y después trabajó en el Hospital Borda” (5).



En Diario de ilusiones y naufragios, de María Angélica Scotti, en cambio, el inmigrante intenta hacerse entender: “Padrazo chapurreaba bastante el español; lo venía practicando desde antes de embarcarse en Génova” (6).



Al parecer, saber italiano facilitaba el aprendizaje del castellano. En el libro de Chuny Anzorreguy, el capitán Kovacic recuerda lo que se planteó al llegar a la Argentina: “Primero debíamos aprender el idioma. Habiendo ya aprendido más o menos el italiano, la cosa se nos iba a hacer más fácil. Así fue. En poco tiempo podía comunicarme en un castellano bastante pasable” (7).



Como puede habla castellano el inglés que evoca Leopoldo Lugones. No obstante, ejerce una beneficiosa influencia en los ganaderos a los que aconseja: "lo cierto es que en su media lengua trajo/ Artes y ciencias que el paisano ignora./El transformó los bárbaros corrales,/ Las torpes hierras, las feroces domas,/ Y aseguró en las chacras invernizas/ que al pronto parecieron anacrónicas,/ Forraje fresco a los costosos padres, que entienden sus maneras y su idioma. Y el tronco muscular del eucalipto/ En que su duro y blanco brazo apoya,/ Se amorata de fuerza parecida/ Al levantarse desgreñado de hojas/ ‘Marido de la Pampa’ como dijo/ Sarmiento, con palabra creadora” (8).



En “La noche de la cruz de plata”, uno de los cuentos por los que Jorge Torres Zavaleta mereció el Premio Fortabat en 1987, será el idioma el medio elegido por el joven para mortificar a su madre: “prefería tomarla en broma, imitar su tonada inglesa (hacía una parodia, que deleitaba a sus amigos, de Miss Lucy tomando el té en la embajada), abrazarla al ver que la entristecía” (9).



“Los británicos –afirma Andrew Graham Yooll- se negaron tenazmente a ser categorizados como inmigrantes, lo que significaba un descenso en la clase social” (10).



Para algunos, hablar más de un idioma, era testimonio de su condición de inmigrantes. Para otro, en cambio, era un sello de clase. En La noche que me quieras, Torres Zavaleta muestra el conocimiento de otras lenguas vinculado a un estamento social: “Arturo era un muchacho educado, se vestía bien, por supuesto, se la arreglaba con los idiomas. Algo te ha quedado de tantas profesoras franchutas e inglesas de cuando eras borrego” (11).



Dennis Clifford Crisp, hijo de ingleses, relató: “Mis padres vinieron a la Argentina en 1910. Mi padre era empleado de La Forestal y se radicó en el Chaco Santafecino. Yo nací en Guillermina y mi hermano (que es veterano de la RAF) en Tartagal, así que mi primer idioma fue el guaraní” (12).



“El pobre Ohannés no podía con el castellano –relata Bedrossian-, que entendía poco y hablaba defectuosamente. Lo peor eran los verbos, reducidos al presente del infinitivo y esa letra ‘pe’ que no lograba pronunciar sino como ‘be’ “ (13).



Le costaba también a los árabes que vivían en el interior: “en Tucumán y en Santiago del Estero los legisladores de origen árabe llegaron a ser mayoría. Cuenta Enrique Oliva –Francois Lepot- en La vida cotidiana que en una sesión de la Cámara en una de esas provincias, un diputado expresó: ‘Bara explicar este broyecto, cedo la balabra al baisano Abraham, que habla mejor la castilla’ “ (14).



¡Qué idioma tan increíble –exclama el ruso Gurovitz-, todavía más rápido que el italiano. Me equivoco siempre” (15).



Trabajando en el campo entrerriano aprendió castellano la abuela de Catalina Nasenson: “Estaban contentos, conformes con el ambiente, a tal punto que mi abuela, que no sabía una palabra de castellano, terminó hablando como los peones” (16).



Yagupsky muestra la otra cara de la moneda: “Al gaucho, en realidad, como era un elemento primitivo, de poca educación, lo imbuían de cultura judía. No sólo que muchos aprendieron y hablaban el ídish con nosotros, sino que conocían nuestras formas de vida, nuestro folklore y lo cantaban” (17).



No tuvo tanto inteligencia o tanto empeño la irlandesa que evoca, en uno de los cuentos de Tréboles del sur, Juan José Delaney: El escritor plantea la situación de una inmigrante que ve frustradas sus ambiciones, principalmente por el obstáculo que es para ella el desconocimiento del lenguaje, aunque, en lo que respecta a lo material, se muestra agradecida: “no puedo pasar por alto la buena acogida que los irlandeses todos hemos tenido en este suelo; difícilmente brazos deseosos de trabajar no encuentren recompensa”, dice la mujer (18).



En Moira Sullivan, el lenguaje, tan importante como factor sociabilizador, encarna una actitud de la protagonista. Ella nunca se interesó por aprender a comunicarse en castellano y esa negativa suya determina su relación con quienes la rodean. La anciana vive en su mundo y no quiere tener contacto con quien no pertenezca a él. Rechaza evidentemente toda forma de integración, y su repudio se patentiza en el aislamiento en el que se refugia: “Lo importante era el silencio. Todas las noches lo buscaba, especialmente los domingos cuando las otras recibían visitas y ella más sentía el acoso de la soledad. En rigor, a nadie tenía pese a haber estado en la vida de muchos y a que, por esa acción secreta y persistente del arte, continuaba gravitando sobre gentes extrañas y lejanas. El silencio de ese anochecer dominical le permitiría entregarse serenamente al ensueño en el que resucitarían vivencias y pensamientos provenientes de zonas postergadas por su memoria, y también secretas conexiones que su visión de la vida, del mundo y de los hombres concertaba con cierta independencia”. Aun cuando quisieran integrarse, el idioma era un serio problema para colectividades como la irlandesa; Delaney presenta dos paliativos para la incomunicación de los extranjeros: el cine mudo (en los Estados Unidos) y el tango, por los que manifiestan gran afición: “ ‘Tango es el lugar donde los inmigrantes sintieron que no son imprescindibles las palabras’, sentenció solemne Nelly Maguire”, en su fonda “San Patricio”, en Rojas, provincia de Buenos Aires (19).



“Los separaba el idioma – afirma Héctor M. Guyot-. Pero aquí, claro, no eran perseguidos por su catolicismo. Enseguida adoptaron las botas y se aficionaron al mate y al asado. Un paseo por los cementerios de Areco y Junín da cuenta no sólo de los muchos irlandeses que allá lejos y hace tiempo confluyeron en la zona, sino también de una curiosa simbiosis: Edward Geoghegan (“Gaucho Ted”) 1874-1928 reza una lápida, entre cruces celtas y otros apellidos irlandeses como Farrell, O’Neill o Murphy” (20).



Tampoco quiso aprender castellano el belga en la novela de Gabriel Báñez, aunque sufrió cuando se enfrentó a la realidad: “el viudo de Flora Divas debió salir al nuevo mundo de buscar trabajo y fue entonces cuando cayó en la cuenta de una realidad aterradora y elemental: no sabía una sola palabra de castellano. Ese día sería inolvidable. Sarita lo vio trasponer el portón de la pensión y llegar luego hasta el fondo de la galería para deshacerse en un llanto tibio y cordial a los pies del único árbol que detestaba, la glicina. (...) Nunca antes lo había visto llorar, ni en el funeral de su madre.(...) El viudo dijo algo incomprensible: que lloraba por el castellano que no entendía”. No obstante, “en su apatía vegetal jamás llegó a interesarse ni a comprender enteramente el castellano. O peor: lo padecía como un idioma oscuro y maldito” (21).



Por el contrario, los Fehér, que habían debido emigrar de Hungría, no quisieron que sus hijos aprendieran, en la Argentina, ese idioma. Durante una estadía en la nación de sus mayores, comenzó para Martín, el hijo, “su viaje hacia el pasado y la infancia. El recepcionista del hotel se había entendido en inglés con él, pero el mozo del restaurante, que apenas lo hablaba, comenzó a desarrollar un diálogo en húngaro con Luis que Martín escuchaba perplejo. Inesperadamente, lo que estaba oyendo comenzaba a remitirlo hacia su infancia, hacia las conversaciones de su Papá con sus tíos, con sus amigos húngaros, a los discos de csárdás que siempre se habían escuchado en su casa. Ese idioma era para él una especie de clave especial que se escuchaba sólo en el seno de su familia, o en alguna de las charlas de sus padres con otros húngaros. Siempre había tenido la sensación de que era un idioma que no existía realmente, como si no hubiese otra gente que lo pudiese practicar cotidianamente en alguna ciudad. Era un idioma secreto, restringido sólo a los que sus padres se lo permitían. Escuchar hablarlo abiertamente a un desconocido, era una experiencia rara y especial. Por ese odio que sus padres profesaban por los húngaros, nunca le habían querido enseñar a hablar ese idioma” (22).



Queda en el inmigrante decidir cuál será su lengua, opción que seguramente obedecerá a razones más afectivas que intelectuales. Syria Poletti, quien emigró a los veintitrés años, afirmaba: “uno, como escritor, pertenece al área en cuyo idioma se expresa. El instrumento con que yo me expreso es el idioma de los argentinos, con todo el substratum cultural que ello implica, por lo tanto soy hija del país, porque el idioma es como la sangre de un país. Los otros idiomas que me habitan –italiano y friulano- son herencias que me dejaron mis mayores. Y las herencias sirven si se hace buen uso de ellas” (23).



Distinta es la postura de Adelina C. Cela, quien canta nostálgica, en su poema “Calabreses”: “Como un susurro tu lengua/ me acunó toda la vida/ y no le diste abandono/ a tu hija en lejanía” (24).



Entrevistada por Deborah Campos, relata María Rosa Iglesias: "Mi padre nos había prohibido a mi hermano y a mí hablar gallego, actitud que siempre sentí arbitraria y descalificadora. Perder mi idioma fue una mutilación. Cuando más grande quise volver a hablarlo, no me atreví porque me avergonzaba hacerlo mal. (...) Escribo en gallego pero con menor capacidad expresiva que en castellano. La conciencia de estas limitaciones me ha impedido hasta ahora encarar una obra literaria en gallego ya que el lenguaje literario requiere de mayor destreza que el informativo. Tengo la ilusión de poder superar estas trabas en los próximos años. La sordera me dificulta escuchar conversaciones o seguir audiciones de radio donde se hable un lenguaje coloquial o figurado muy propio de la literatura y esto lógicamente, dificulta mi ejercicio del gallego que sólo practico en lecturas. En suma, siento que aún me faltan herramientas para expresar adecuadamente mi pensamiento. Si bien el gallego fue mi primer idioma y conservo sus estructuras básicas, no hay que olvidar de que es un gallego practicado y hablado hasta los 5 años, demasiado elemental como para hacer literatura” (25).



Manifiesta Silvia Plager: “nací en Argentina, mi madre nació en Lvov y se crió en Berlín, mi padre era de Tchorkow, Galitzia. Mi familia materna hablaba alemán, mi familia paterna polaco. Todos ellos mezclaban esas lenguas y el idish cuando hablaban en castellano. Mi castellano está perfumado de un mosaico de lenguas, y cuando escribo las huelo y los huelo a ellos, que habitan en mi lengua” (26).



Acerca del idioma y de la construcción verbal, afirma Mario Goloboff: “creo que es éste el terreno donde se nos marca como escritores judíos a cada uno de nosotros. En mi caso particular, fui un bilingüe auditivo de nacimiento. Lamentablemente, no hablé el idish, pero sin duda fue la primera lengua que oí y escuché en mi infancia. Y entre los dolores y terrores de la infancia y de la guerra (en aquel momento, en su esplendor), y en un pueblo como Carlos Casares (uno de las colonias judías más importantes que hubo en la provincia de Buenos Aires), me tocó vivir desde muy chico los temores familiares y las pocas esperanzas de que las cosas terminaran bien. Creo que esto, junto a la lengua, es lo que me ha marcado más profundamente” (27).



El protagonista de la novela Mestizo, de Ricardo Feierstein, recuerda la incomunicación que sufría con respecto a su abuelo polaco: “Toda mi historia está en esa foto, aunque yo sólo nacería muchos años después, de este lado del Atlántico. Esa sonrisa indefinida de Moishe Búrej se repetiría en los cuentos que, inútilmente, trataría de relatarme en un patio embaldosado de Villa del Parque. El, sentado, con su silla de inválido y un ídish de acento eslavo repleto de consonantes. Yo sin entenderlo, atrincherado en un exquisito castellano que él nunca comprendería, condenados a incomunicarnos, a no poder jamás cruzar una palabra, sólo gestos amistosos y besos de cariño. Cada uno hablando en su idioma. Nunca lo entendí y ahora lo extraño. ¿Qué habrá querido decirme mi abuelo, doctor? ¿Qué sucesos evocaría, qué lazos pudo haberme transmitido, en esa lengua inentendible? Estoy seguro de que, de haber comprendido entonces, todo me sería mucho más sencillo ahora” (28).



Moisés Mochkofsky, “nacido, según sus papeles, en Slenin, provincia de Grodne, Rusia, (...) Renunció al ruso y al idish; hablaba castellano como un cordobés de nacimiento. Con la lengua, también renunció al judaísmo” (29).



Máximo Yagupsky afirmó: “Yo leo hebreo y amo el idioma hebreo. Amo igualmente el idioma castellano, que es nuestro idioma argentino. Amo profundamente a los dos. Porque mucho es lo que me dicen. Son dos vasos comunicantes para mi espíritu. En sus alas puedo levantar vuelo y elevar mi espíritu a mundos siderales. Quiero, pues, mantenerlos vivos en mi espíritu y transmitirlos a mis hijos. Eso me enriquece. Si yo perdiera cualesquiera de estos asideros del alma, yo me habría empobrecido. Y habría empobrecido a la Argentina” (30).

Notas

1 Hernández, José: Martín Fierro. Testo originale con traduzione, commenti e note di Giovanni Meo Zilio. Buenos Aires, Asociación Dante Alighieri, 1985.

2 Criscuolo, Eduardo: “Un habitante ‘gris’ de Coghlan: Julián Centeya”, en El Barrio Periódico de Noticias. Buenos Aires, diciembre de 2003.
3 S/F: "Fui actriz porque a un empresario se le ocurrió", en La Maga, 1° de abril de 1994.

4 S/F: “Así nació la policía en nuestros barrios”, en Inquietudes, Julio de 2007.

5 Gambier, Marina: “Por los otros”, en Clarin Viva, 9 de noviembre de 2003.

6 Scotti, María Angélica: Diario de ilusiones y naufragios. Buenos Aires, Emecé, 1996.

7 Anzorreguy, Chuny: El angel del capitán. Biografía del capitán croata Miro Kovacic. Buenos Aires, Corregidor, 1996.

8 Lugones, Leopoldo: “Oda a los ganados y las mieses”, en Antología poética. Buenos Aires, Espasa, 1965.

9 Torres Zavaleta, Jorge: “La noche de la cruz de plata”, en El palacio de verano. Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1987.

10 S/F: “Los ingleses en la Argentina”, en Clarín, Buenos Aires, 18 de diciembre de 2000.

11 Torres Zavaleta, Jorge: La noche que me quieras. Buenos Aires, Planeta, 2000.

12 Castrillón, Ernesto y Casabal, Luis: “Un argentino en Birmania”, en La Nación, Buenos Aires, 6 de junio de 2004.

13 Bedrossian, Eduardo: Memorias para no olvidar. Buenos Aires, Edición del autor, 1998.

14 Pandra, Alejandro: “En busca de la esperanza”, en El Tiempo, Azul, 7 de septiembre de 2003.

15 Goldberg, Mauricio: Donde sopla la nostalgia. Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1985.

16 Londero, Oscar: “Historia de la inmigración a principios del siglo XX – Un recorrido por las primeras colonias judías de Entre Ríos”, en Clarín, Buenos Aires,

17 de diciembre de 2000. 17 Diament, Mario: op. cit

18 Delaney, Juan José: Tréboles del Sur.. Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1984.

19 Delaney, Juan José: Moira Sullivan. Buenos Aires, Corregidor, 1999. Pág. 130.

20 Guyot, Héctor M.: “Sociedad. Irlandeses en la Argentina. Una verde pasión”, en La Nación Revista, Buenos Aires, 13 de marzo de 2005. Fotos de Daniel Pessah.

21 Báñez, Gabriel: op.cit.

22 Weisz, José Martín: ...mientras los violines tocaban csárdás. Un viaje a Hungría. Buenos Aires, Milá, 2002.

23 Fornaciari, Dora: “Reportajes periodísticos a Syria Poletti”, en Taller de imaginería. Buenos Aires, Losada, 1977.

24 Cela, Adelina C.: “Madre Patria”, en La Capital, 5 de septiembre de 1999. 25 Campos, Déborah: "Follas Novas", en Fios invisibles http://fiosinvisibles.blogspot.com/2006/02/follas-novas.html, 8 de febrero de 2006.

26 Plager, Silvia: “B) Desde el lugar creativo”, en Feierstein, Ricardo y Sadow, Stephen A. (comp.): Recreando la cultura judeoargentina / 2 Literatura y artes plásticas. Buenos Aires, Editorial Milá, 2004.

27 Goloboff, Mario: “Teatro con debate: ‘Tras el paso de los grandes’ “, en Feierstein, Ricardo y Sadow, Stephen A. (comp.): Recreando la cultura judeoargentina / 2 Literatura y artes plásticas. Buenos Aires, Editorial Milá, 2004.

28 Feierstein, Ricardo: Mestizo. Buenos Aires, Planeta, 1994. 360 pp.

29 Mochkofsky, Graciela: Tío Borís: un héroe olvidado de la Guerra Civil Española. Buenos Aires, Sudamericana, 2006. 272 pp.

30 Diament, Mario: op. cit.

fuente:


http://inmigracionyliteraturaellibro.blog.arnet.com.ar/archive/2009/03/26/opciones.html

*María M. González Rouco de Prebble nació en Buenos Aires en 1960. Cursó estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de dicha ciudad, de la que egresó con los títulos de Licenciada en Letras con Orientación en Letras Modernas (1984) y Profesora en Letras (1983).

Escribió su Tesis de Licenciatura sobre los aspectos autobiográficos de la obra de Manuel Mujica Láinez. Ha publicado ensayos, comentarios, reportajes, notas de actualidad, cuentos y poemas en los diarios La Prensa (donde tramitó, en 1990, su Matrícula Nacional de Periodistas), Clarín, La Nueva Provincia de Bahía Blanca, La Voz del Interior de Córdoba, La Capital de Rosario, La Capital de Mar del Plata, Diario de Cuyo de San Juan, Pregón de Jujuy, El Diario de Paraná, El Tiempo de Azul, El Tiempo de Saladillo, The Southern Cross, Mundo Israelita y Diario Armenia.

En 2007 creó el blog "Inmigración y literatura", el más visto de Arnet. En 2008 creó el fotoblog "Colectividades argentinas", uno de los más vistos de Arnet.Es autora de Inmigración y literatura, libro digital publicado en el sitio www.monografias.com, y de las series Visiones del inmigrante, Inmigración a la Argentina: Personalidades e Inmigración a la Argentina: Colectividades, publicadas en el mismo sitio.

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