domingo, 30 de marzo de 2008

"El humor puede ser el más efectivo acto de resistencia"

Eliahu Toker

Poeta y escritor


La vitalidad de una cultura se nota especialmente en la capacidad que ella tenga de reírse de todo aquello que se sufre y padece. Pero también en la posibilidad de ironizar sobre sus propias verdades.

por Fabián Bosoer



Contamos y leemos chistes para distraernos, una manera de tomarnos menos en serio las vicisitudes de nuestra vida. ¿Es ésa la función del humor?

—Creo que el humor tiene muchas vertientes, pero se vuelve realmente interesante cuando al mismo tiempo que entretiene cumple un rol social, que es el de permitirnos conocer a través de relatos y cuentos las circunstancias que marcan y animan la historia de nuestro pueblo o la de otros. Un espejo levemente curvo, pero espejo al fin, en el que una sociedad puede reconocerse y pensarse a sí misma.



¿Hay un humor serio y otro menos serio?

—Hay un humor menos o más afectuoso, en cuya mirada oblicua el humorista mismo se incluye. Creo que es la manera que uno tiene de poder mirar las cosas desde una perspectiva distinta, poder soportar determinadas realidades, cambiándoles el signo. Dicho de otro modo: el humor siempre fue también un acto de resistencia, a veces uno de los más efectivos; lo vivimos en la Argentina durante la dictadura. Cuando falta esa posibilidad de reírse de los opresores, empieza la imposibilidad de vivir.


Los típicos lugares comunes y estereotipos suelen dar pasto al prejuicio y la discriminación. ¿En qué se diferencian el humor y la burla?


—Un chiste prejuicioso de gallegos no deja de serlo porque lo cuente un gallego, ni uno antisemita deja de serlo porque lo cuente un judío. Una genuina mirada humorística desde el vamos descarta siempre todo chiste prejuicioso, racista, machista, partiendo de la idea de que humor agresivo no es humor sino agresión. Es interesante recordar que ya los sabios del Talmud diferenciaban entre "reírse de" y "reírse con". El "reírse con" era estimulado, mientras que la prohibición formal de "reírse de" se menciona con frecuencia. Incluso hay un explícito mandato talmúdico que dice: "Toda burla está prohibida, salvo la destinada a la idolatría."



¿Hay pueblos con más humor que otros?

—Creo que sí. Por lo pronto, sabemos que difieren los códigos humorísticos de una cultura a otra. Y creo que efectivamente hay pueblos con menos sentido del humor. El judío mismo no fue siempre un pueblo con humor; al menos no con lo que hoy entendemos por humor. La Biblia y el Talmud apelan a menudo a la ironía, a una ironía didáctica si se quiere; como cuando dice en Proverbios: "Callado, hasta el necio pasa por sabio", o cuando en el primer libro de Reyes el profeta Elías se burla de los paganos que llaman infructuosamente en su ayuda a su dios Baal, y él les dice: "Griten más fuerte, porque tal vez vuestro dios esté ocupado, o haciendo sus necesidades, o tal vez haya salido de viaje, o está dormido y hay que despertarlo..." En el Talmud también abundan las muestras de sabia ironía: "Cuando un divorciado se casa con una divorciada, hay cuatro opiniones en la cama" o "Cuando un ladrón no encuentra la oportunidad, está condenado a la honradez" o "¿Una piedra cae sobre un cántaro? ¡Ay del cántaro! ¿Un cántaro cae sobre una piedra? ¡Ay del cántaro!".


¿Quiere decir que la religión judía es más receptiva que otras a las manifestaciones de humor entre las personas?

—No ha sido siempre así. Durante su larga Edad Media, el pueblo judío no sólo no tenía motivos para reírse sino que la risa estaba mal vista por la ortodoxia rabínica. Durante la festividad de Purim —suerte de carnaval judío que celebra la salvación de los judíos de Persia hace un par de milenios—, según el bíblico libro de Ester, sólo un día al año estaban autorizados los judíos a integrar comparsas, disfrazarse e ir de casa en casa representando breves escenas teatrales satirizando incluso los textos sagrados. Pero durante los demás días del año esa ortodoxia miraba el humor con suspicacia y rechazo.


El humor judío ha mostrado una gran capacidad de juntar "lágrimas y carcajadas". ¿Qué relación existe entre las tragedias sufridas y los diferentes modos de elaborarlas?

—Creo que vale la pena aclarar que el pueblo judío tiene en su mismo seno una gran diversidad, de modo que durante su larga historia de dispersiones desarrolló diferentes lenguas, culturas y humores. Este humor que llamamos "judío" es en realidad producto de sólo una parte del judaísmo askenazí, y es diferente del humor sefaradí o del humor judío europeo occidental. Eso que hoy entendemos por "humor judío" nació en idish, en el siglo XVIII y en Europa Oriental, y su explosión como fenómeno popular sucedió en ese idioma, en aquella época y en aquel lugar bajo la inspiración del jasidismo, un movimiento místico judío que, oponiéndose a aquella ortodoxia rabínica, reivindicó en los villorrios, en los "shtetlej" de Europa Oriental, la canción, la danza, el humor y la alegría como maneras adecuadas de entrar en contacto con la espiritualidad y la divinidad.


¿El idish era entonces una lengua que reflejaba formas de religiosidad popular?
—Los grandes maestros de este movimiento popular hicieron un arte del relato y la parábola, precisamente en esa lengua del pobrerío judío, el idish. Muchas de las características esenciales del humor idish son las del jasidismo, desde la ingenuidad y la ternura hasta la sobreentendida familiaridad con todo otro judío; desde la horizontalidad democrática y popular hasta la intensa intimidad con Dios. Y efectivamente este humor idish a veces ríe para no llorar. Es un humor escéptico, que puede ser triste pero nunca desesperado; es secular, visceralmente democrático, y da por supuesto que no hace falta estar de acuerdo. Humor oral, más amigo de la sonrisa que de la carcajada, no sólo no es un humor obsecuente, autoglorificante o autoritario, sino que su gracia pasa bastante por reírse, sin agresividad, de nosotros mismos.

Después de haber sobrevivido al Holocausto, ¿qué queda de esa tradición?

—La singularidad del idish consiste en que es una lengua sin territorio, ni gobierno, ni burocracia, ni policía ni ejército; una lengua habitada hasta la Segunda Guerra Mundial por unos doce millones de hablantes. Se trata de una lengua maternal, íntima, visceral, tierna, apasionada, exuberante, horizontal, femenina, que resume, más allá de las previsibles divergencias, un determinado modo de ser. Hablarlo significa navegar una manera de ver, entender y decir la vida, el mundo, lo judío y lo no judío. Su pobreza léxica a la hora de nombrar, por ejemplo, variedades de flores o pájaros, se ve ampliamente compensada por su enorme riqueza cuando se trata de expresar los innumerables matices del afecto, de la alegría o de la tristeza.

¿Es el idish actualmente una lengua en extinción?

—Yo diría que es una lengua en situación de crisis. No hay duda de que el Holocausto, que masacró a millones de seres humanos, también destruyó gran parte de las fuentes nutricias de la lengua y la creatividad idish. Pero la singularidad de este idioma también se manifiesta en una notable vitalidad; así, más allá de su importante vida académica (medio centenar de universidades lo estudian y enseñan) el idish encuentra modos de expresarse, sea a través de la universalmente difundida música klezmer, o desarrollando foros en Internet o abriendo espacios de encuentro como el que tuvo lugar en un asombrosamente concurrido "Buenos Aires idish" organizado por la Comisión para la Preservación del Patrimonio Histórico Cultural, del Ministerio de Cultura del Gobierno de la Ciudad.
¿Se detectan influencias del humor judío en el humor más típicamente argentino?

—No es fácil de asegurar, pero de alguna manera hay una cantidad de humoristas que integran una manera porteña, más que argentina, de verse a sí mismos y de reírse con una irreverencia que no pierde su elegancia y que tiene mucho que ver con el humor judío. El ejemplo clásico es, por supuesto, Tato Bores, y tras él los nombres que primero se me ocurren son los de Jorge Guinzburg, Jorge Schusheim, Langer o Rudy. O escritores como Isidoro Blaistein, Bernardo Ezequiel Koremblit, César Tiempo, Alicia Steimberg o Ana María Shúa. Con las distancias del caso, hay algo parecido en la cultura urbana de Nueva York que tiene mucho del humor judío, es decir del humor idish.


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