miércoles, 12 de marzo de 2008

MUJER

por PILAR RAHOLA

No hablaré de nosotras. En un día como hoy, las estadísticas recordarán el porcentaje de mujeres que no cobran igual que los hombres por el mismo trabajo. O las dificultades de ser mujer, triunfar profesionalmente y no morir en el intento. O la locura de conciliar la vida laboral y la sobrecarga del trabajo doméstico. Y en las zonas más oscuras de la información, aparecerá el trágico récord de mujeres asesinadas a manos de sus parejas. Sensibles al 8 de marzo, se recordará a las 146 mujeres calcinadas en Nueva York, cuando mantenían un encierro en la fábrica textil Cotton, en la que protestaban por las terribles condiciones de trabajo que sufrían. Y quizás alguien hablará de Lisístrata, la primera feminista reconocida como tal, cuando en la antigua Grecia organizó una huelga sexual de las mujeres contra los hombres para parar una guerra. El día está sobrecargado de homenajes, informaciones sensibles, debates que intentan entender la dificultad de cambiar el paradigma social del dominio… Y todo será bueno, porque nada es suficiente cuando se lucha contra el prejuicio, la discriminación y falta de oportunidades.

Pero yo no hablaré de nosotras. Sé que tendría motivos para elevar el lamento, la queja y, ¡ay!, la indignación. Sé que queda mucho por hacer en el largo camino hacia una sociedad más paritaria y, por ende, más justa. Sé que hay mujeres que sufren, porque no llegan, no respiran, no pueden. Pero con la sensibilidad erizándome la piel, a pesar de todo, no hablaré de nosotras. Lo sé, nosotras hemos cambiado las leyes, hemos trastocado en pocos años la sociedad patriarcal de centenares de siglos, hemos salido a la calle y estamos empezando a conquistarla. Con dificultades, pero ahí estamos. Y también están ellos, nuestros colegas de la vida, nuestros cómplices, nuestros hombres. Algunos, aún anclados en las rémoras del dominio antiguo. Otros, con el desconcierto a cuestas, amando a mujeres libres, quizás sin entenderlas. Y muchos otros, aprendiendo a compartir la libertad y sus muchos deberes. Pero no hablaré de nosotras. Porque nosotras estamos en pie, y el futuro esconde sueños.

De ellas quiero hablar. De las otras. Las que no viven en sociedades libres, no saben lo que es tener leyes que las protejan, no conocen a dioses que las tutean ni saben que el amor puede ser de igual a igual. A ellas, que nacen esclavas incluso antes de respirar y mueren esclavas incluso antes de vivir. A ellas, las que nacieron en las tierras donde el islam enseña su peor cara, mujeres que no pueden ser poetas, maestras, médicas ni abogadas, ni conducir sus propios coches, amar a quien desean ni escaparse a otros mundos, si su mundo las ahoga. A ellas, que no tienen otras leyes que las leyes que las convierten en propiedad de sus hombres. Esas mujeres que nunca sabrán que la vida puede escribirse en femenino y, sobre todo, en singular. A ellas, abandonadas de todos, víctimas de un sufrimiento que no interesa a nadie, invisibles en su desaliento, solas en su esclavitud. Si algún sentido tiene aún levantar viejas banderas, es por ellas, que no cuentan en estadística alguna ni son objeto de una resolución condenatoria de la bonita ONU. Las mujeres sin cara, sin manos, sin piernas, las mujeres de negro de ese islam tortuoso que no tiene alma. Para ellas, el día, la lucha, el recuerdo.

Y también para ellas, los millones de mujeres que han sufrido mutilación genital. La mayoría, niñas mutiladas antes de la pubertad, algunas tan pequeñas que aún no saben hablar, pero ya saben chillar cuando la cuchilla corta su intimidad. Millones en los desiertos de Somalia, en los pueblos rurales de Egipto, en la pequeña Ghana y en la gran Gambia. Algunas de ellas, mutiladas en los barrios donde las ciudades europeas pierden su nombre. Mujeres que no sabrán nunca lo que es el deseo sexual, que sufrirán dolores terribles en los partos, que, quizás, morirán desangradas. Y con ellas y por ellas, a todas las niñas que son vendidas con cinco, con seis años, para llenar de carne infantil los burdeles del mundo. Por todas ellas, alzo hoy la voz, el lamento y la rabia.

Porque hoy es su día, aunque nadie lo diga.
Aunque nadie lo sepa.


Pilar Rahola :
La Vanguardia. Barcelona.


http://www.pilarrahola.com/

1 comentario:

Andrés Aldao dijo...

La presencia de esta señora, a quien puse en su verdadero lugar desde el periódico Nueva Sión de Buenps Aires, en el año 2004, me da la pauta de lo que significa este blog: una sucursal de la hipocresía..
Atte.
Andrés Aldao