AMISTAD VIRTUAL
Como regalo bastan las palabras
hechas a mano como versos vivos
muy pensadas como cuentos de hadas
tan presentes como vida en vida.
Son ellas mis leyes, tan mágicas, tan mías,
ante las cuales descalzo mis zapatos rellenos
de mil callos de la vida,
y quitándome el sombrero limosnero,
con respeto, por respeto, doy las gracias
a la ciencia, que ignorante, nos regala
los amigos tan amigos, más leales que virtuales,
conectados a la red de la ternura ilimitada,
a este abrigo de retazos cibernéticos
que tejemos día a día, digitando
letra a letra, byte a byte, nuestro abrazo,
tan real como fraterno
tan virtual como sincero.
© Bruno Kampel, Suecia
********
EL REGALO
Fui a la librería a comprar un ramillete de versos. El floricultor que la atendía me dijo que no quedaban más. Pero no me rendí. Fui a la florería y pedí un libro de jazmines oliendo a poesía. El editor se excusó amablemente alegando que ese libro se había marchitado. Terco como soy, entré en el circo para comprar la tristeza del payaso, pero el domador de ilusiones sólo quiso venderme la caricatura de su sonrisa.
De allí me fui hasta la maternidad para comprar un poquito de ternura, pero la partera de turno me dijo que tal sentimiento sólo es encontrable en el útero de algunos poemas.
Entonces, frente al dilema de parar o seguir, decidí continuar la búsqueda, porque deseaba mandar un regalo que significase algo más que una pequeña muestra de afecto.
Sí, busqué algunos gritos de felicidad, pero sólo encontré gemidos de segunda mano. Intenté hallar suspiros de placer, pero el tendero sólo tenía silencios que no paraban de gritar. Revolví todos los estantes buscando un vino añejo hecho de sudor nacido en el deseo y de lágrimas lloradas en la emoción del encuentro, pero apenas hallé botellas vacías que pacientemente esperaban por una mano que las llenara.
Y así, de estante en estante, de tienda en tienda, de barrio en barrio, agoté todas las posibilidades, ya que en la ciudad solo sobraron sin mácula las esquinas de la vida, las plazas de la esperanza, los árboles impávidos y los nidos sin candado en los que habitan los pájaros sin tristeza.
Por eso no tuve otra alternativa. Ojalá que puedas usar la esquina que te mando para esperar sin temor a que el semáforo de la felicidad se ponga verde de alegría; la plaza, para que en ella puedas deshojar la alegoría de tus sueños en flor recitando mariposas de todos los colores; los árboles, para que den sombra a la inspiración siempre que ella visite el jardín de tu memoria; los nidos, para que en ellos florezca el gorjeo que tu sensibilidad entone en prosa y verso; y los pájaros felices, para que sobrevuelen los paisajes que tu imaginación cincele en sus retinas.
Fue lo único que encontré para mandarte. Sé que es muy poco, poquísimo, nada más que una pequeña muestra de esperanza, pero como traté de explicarte, fue lo único que encontré para mandarte.
© Bruno Kampel, Suecia
No hay comentarios:
Publicar un comentario