No hubo una pomposa ceremonia de inauguración ni publicidad en la prensa. No tenían dinero ni para distribuir algunos volantes en este barrio habanero de calles llenas de huecos y viviendas que se vienen abajo.
Por ello, cuando se abrió la ventana recién pintada de la diminuta pizzería en el día más importante de la vida de Julio César Hidalgo, al principio nadie se dio por enterado.
Hidalgo y su novia Gisselle de la Noval esperaron media hora, luego otra media hora. Finalmente, una mujer de 92 años, Estrella Soto, se acercó al mostrador y pidió una pizza mediana con cebolla.
"Me encantó", declaró la anciana. Hidalgo y De la Noval casi no tuvieron tiempo de sentarse a descansar desde entonces.
Vendieron otras siete pizzas en la media hora siguiente, y 30 en total en el día inaugural, el 8 de marzo. El sábado siguiente tuvieron su mejor jornada de ventas, 60 pizzas cocinadas en un horno de gas que parece demasiado pequeño incluso para satisfacer las necesidades de una familia.
Han pasado seis meses desde que el presidente Raúl Castro autorizó una modesta apertura económica en este país comunista, en la reforma más importante en décadas.
Para el 8 de marzo se habían concedido más de 171.000 licencias comerciales, según la prensa estatal, más de dos tercios de las 250.000 que se avizoraron para el 2011.
Algunos de los cubanos que instalaron pequeñas empresas han tenido éxito. Otros dicen que las cosas son más duras de lo que habían previsto. Varios no sobrevivieron y debieron cerrar sus negocios.
La AP comenzó a seguir en diciembre las fortunas de un grupo de personas que instalaron comercios en diciembre. Cuatro meses después, sus experiencias reflejan el alcance del gran experimento en que se embarcó Cuba, así como algunas de las vicisitudes crueles del mercado libre.
Tome el caso de Javier Acosta, quien lucha por conseguir clientes en un restaurante caro de La Habana. O el de Yusdany Simpson, joven madre soltera que consigue un modesto ingreso vendiendo café y sándwiches en el frente de su casa, una iniciativa humilde que trae a la mente a los niños que venden limonada en su jardín.
También está Danilo Pérez, un contador de 21 años que consiguió una licencia para vender DVD pirateados y tuvo que renunciar a ese negocio porque las autoridades cuadruplicaron los impuestos que debía pagar.
"Los cubanos son gente emprendedora, y si se les permite trabajar y ganar algún dinero, lo harán", comentó Lorenzo Pérez, ex economista del Fondo Monetario Internacional y miembro de la Asociación de Estudios de la Economía Cubana, un centro de investigaciones no partidista de Washington.
Pero acotó que las iniciativas de los pequeños empresarios enfrentan duros desafíos en un país donde poca gente tiene visión comercial, es difícil encontrar materiales y mercancías, los impuestos pueden ser exorbitantes y todavía hay varias regulaciones restrictivas.
"En todo el mundo, el porcentaje de pequeños comerciantes que salen adelante es muy pequeño, incluso en Estados Unidos", afirmó Pérez. "En Cuba, las dificultades son enormes, porque el ambiente no es propicio para los negocios... Pero eso no significa que uno no puede hacerlo".
Han aparecido decenas de restaurantes, algunos extremadamente elegantes para una isla de 11 millones de habitantes en la que cuesta trabajo encontrar cosas básicas como mesas y sillas que hagan juego.
Quienes han solicitado licencias dicen que el proceso es rápido y sencillo. Los temores de que apareciesen inspectores gubernamentales ansiosos por cobrar sobornos para permitir el funcionamiento de un negocio resultaron infundados, al menos hasta ahora.
El gobierno, por su parte, dejó en suspenso sus planes de despedir a 500.000 empleados estatales, reconociendo que era una medida muy compleja, que tenía que ser manejada con mucho cuidado. Es previsible que se hagan anuncios al respecto en el Congreso del Partido Comunista que comienza el 16 de abril.
Los pequeños empresarios tropezaron con bastantes obstáculos.
Pérez, el vendedor de DVD, tiró la toalla hace dos semanas. Dijo que cuando obtuvo su licencia en diciembre, las autoridades le informaron que tendría que pagar 2,50 dólares el mes para operar su negocio callejero. Pero cuando volvió en marzo, le dijeron que la tarifa había subido y era ahora de 10,50 dólares mensuales. Además, debía pagar un mes por adelantado.
"Ese día en esa oficina aumentaron así varias licencias y había gente protestando y otros hasta lloraban porque no tenían con qué pagar lo que les estaban pidiendo", declaró Pérez, quien no tiene trabajo y sale adelante con la ayuda de sus padres.
Javier Acosta, propietario de un nuevo restaurante en el residencial barrio de Playa, dijo que en el primer mes no hizo lo suficiente como para cubrir los 458 dólares de impuestos, por lo que tuvo que acudir a sus ahorros para pagarle al gobierno y a sus empleados. Al mes siguiente Acosta cubrió los gastos con lo justo y ahora espera que la tendencia se mantenga.
"Hay días que no ha venido nadie, de verdad, nadie", expresó Acosta. "A veces una mesa, dos mesas. Pero yo sé lo que es eso, la mejor promoción es de boca a boca".
A Simpson, la madre soltera, le fue mejor, aunque con metas mucho más modestas. Antes de abrir su kiosco en el barrio Vedado, no tenía trabajo y dependía de las remesas que le enviaban desde el exterior para criar a su hijo de dos años. Ahora gana unos 25 dólares al mes —poco más que el salario mensual promedio en Cuba— vendiendo café, gaseosas y sándwiches de mayonesa por centavos.
"Esto no es para hacerse rico, pero sacas para el diario", manifestó.
En la pizzería de Hidalgo, las tensiones derivadas de operar un negocio son evidentes. Hidalgo invirtió más de 1.000 dólares en la pizzería, la mayor parte un regalo de un primo que vive en Estados Unidos.
Ahora que abrió el negocio, se pasa horas de pie junto al horno todos los días, y más horas cargando bolsas de harina y cajas de tomate en su bicicleta. Consigue todos los ingredientes que necesita en comercios oficiales, lo que indica, según dice, que el gobierno está cumpliendo su promesa de mejorar el acceso a las mercancías.
Hidalgo dice que no tiene tiempo para disfrutar de su éxito porque se duerme antes de apoyar la cabeza en la almohada al final de sus agotadoras jornadas.
Indicó que el peor momento fue cuando apareció un inspector de viviendas que lo quería multar porque no tenía un permiso para convertir la entrada de su departamento en una pizzería.
Al principio dio la impresión de que tendría que pagar el equivalente a unos 75 dólares, pero al final le dijeron que se le perdonaría la multa si conseguía un arquitecto que hiciese planos de trabajo, algo que le costará cuatro dólares.
Hidalgo señaló que ningún inspector ha revisado sus cuentas ni exigido copias de recibos, en contraste con lo sucedido cuando abrió otra pizzería con un primo en los años 90. En esa ocasión, eran visitados todas las semanas por inspectores, que lo hicieron cerrar el negocio al descubrir que compraban ingredientes en el mercado negro.
Esta vez, Hidalgo pensaba tomarse una licencia en su trabajo en una panadería del gobierno, en el que ganaba 11 dólares al mes, pero pronto se dio cuenta que lo que quería hacer era manejar su propio negocio y renunció a su empleo.
Dice que todavía hay días malos, especialmente a fin de mes, cuando la gente se queda sin dinero, pero cuenta que vende un promedio de 20 pizzas cada jornada. En una buena tarde, puede sacar más que lo que ganaba en todo un mes en su viejo trabajo, aunque debe compartir las ganancias con De la Noval y con una tía que es la dueña de la casa.
Hidalgo cobra el equivalente a 50 centavos de dólar por una pizza básica pequeña de tomate y queso. Una grande con ingredientes adicionales cuesta tres dólares, una fortuna en una isla donde el salario promedio es de 20 dólares al mes.
Algunos economistas cubanos dicen que los cambios que ha habido podrían fracasar en parte porque los isleños no tienen suficiente dinero para mantener los nuevos comercios. Muchos, no obstante, reciben dinero del exterior y casi todos tienen algún negocito: o se roban artículos en sus sitios de trabajo o realizan algún oficio o labor por su cuenta.
Cuando se le pregunta de dónde sacan el dinero sus clientes, Hidalgo sonríe.
"Hay gente que vive de su salario y de la pensión, pero siempre hay dinero que entra por otra vía", expresó, mientras sacaba una pizza del horno y se secaba el sudor de la frente. "Si fuera por salario, la gente estuviera en taparrabo en la calle".
Hidalgo y su novia dicen que el negocio les hizo cambiar su perspectiva del país.
Hace un año, los dos deseaban emigrar. Ella quería casarse con un cubano-estadounidense y él vivir en Atlanta con un primo con el que una vez fue socio en un negocio.
"Nos arriesgamos, confiamos en el país, en los cambios que va a haber", declaró De la Noval.
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Las reporteras de AP Anne-Marie García y Andrea Rodríguez colaboraron en este despacho.
– sáb, 9 abr 2011 13:17 ART
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