Por Luli Szerman y Paul Chamah
El pasado junio se cumplieron 27 años de esta recordada guerra. Y aunque han pasado todos estos años, aún hay evocaciones, vivencias, y agradecimientos. Testimonios de algunos de sus protagonistas.
Caty, que vive en Naharía, fue una de las personas que vivió de cerca el drama de esa guerra ya que durante 40 años residió en Comodoro Rivadavia, en el sur argentino y durante esa época estuvo allí. Esta ciudad está ubicada a 1800 km. de Buenos Aires y allí se encontraba el Comando principal de las Fuerzas Armadas Argentinas. Desde allí se transportaban a los soldados que participarían en dicha guerra.
En Comodoro Rivadavia Caty fue Presidenta de la Wizo durante veinte años y cuenta que la colectividad era muy pequeña. “Eramos unas veinte familias, pero teníamos una sinagoga pequeña en la que había un Sefer Tora, libros de rezos, todo donado por las familias judías”.
Una mañana la llamaron por teléfono desde la Wizo, de la DAIA y de la AMIA, para informarle que soldados judíos viajaban a Comodoro Rivadavia para ser enviados a la guerra. “Sus familiares estaban muy preocupados por no saber nada de ellos, ya que no se les daba ninguna explicación, tenían prohibido dar información. Inmediatamente pedí sus nombres, tanto de los soldados como de sus familiares para informarles dónde y cómo se encontraban”. Desde ese momento Caty junto a otras señoras comenzaron a ayudar de manera constante a estos soldados judíos, que llegaron a ser cerca de treinta jóvenes, en diferentes momentos de la guerra. “Nos abocamos a la tarea de buscarlos y los encontramos, hablábamos con ellos, solicitábamos permiso para que salieran de la base y los reunía en mi casa para que pudieran hablar con sus padres”.
La casa de Caty se convirtió en el centro de este grupo: “En mi casa los recibíamos con comida, cosas dulces, y tratábamos que se sintieran como en familia. Los viernes a la noche nos reuníamos en la pequeña sinagoga y solicitamos en su momento a la Asociación Mutual Israelita Argentina y a la DAIA que nos enviaran rabinos para que los soldados tuvieran su Kabalat Shabat”. Así fue como llegaron cinco rabinos junto a varios padres que desde Buenos Aires vinieron para estar con sus hijos. “Los recibimos en mi casa. Mi esposo y mi hijo se encargaban de llevarlos a todos los lugares”.
Al terminar la guerra, estos soldados regresaron a sus hogares sanos y salvos. No todos los soldados fueron a la guerra misma, sino, como muchos otros soldados argentinos, estuvieron en la retaguardia, pero preparados en caso de ser necesitados para la guerra. “La alegría de mi familia y de toda nuestra pequeña colectividad fue cuando todo terminó y los soldados volvieron a sus casas junto a sus familias”.
Han transcurrido veintisiete años y hoy esos soldados ya son hombres con familia, con hijos, pero no han olvidado los momentos terribles que han pasado, así como Caty no los ha olvidado a ellos. Y más aún, después de casi tres décadas, que Caty ha empezado a recobrar contacto con algunos de ellos. Por eso, a sus ochenta años, Caty les muestra con orgullo, alegría, y al mismo tiempo un poco de nostalgia por esas épocas vividas, a sus nietos ya hombres, las cartas que está recibiendo de esos soldados, “sus soldados”, después de veintisiete años.
Testimonio I
“Al ser judío, no tenés fronteras”
José Carlos Armoza, 46 años, vive en Capital Federal, República Argentina y relata cómo fue eso de estar a los 20 años en Comodoro Rivadavia, en la Guerra de Malvinas en el año 1982. “Fui Soldado del Regimiento I de Infantería Patricios”.
Dentro de los momentos más difíciles menciona los momentos en los que “recibía malos tratos por parte de mis superiores y sentía mucha discriminación”. Allí permaneció dos meses aproximadamente, y si bien no estuvo en ningún momento en el frente, recuerda los problemas de antisemitismo que tuvo que soportar a diario.
Con su familia tenía contacto por carta y alguna que otra vez por teléfono.
Frente a la pregunta si tuvo algún inconveniente en conseguir trabajo por ser ex combatiente de Malvinas, confiesa que no, y que hoy en día trabaja como comerciante, tiene un local en Trelew y otro en San Rafael, Mendoza.
Lo que José Carlos quiere resaltar es una sensación que nunca podrá olvidar. “No tengo palabras para agradecer a Caty y a su familia. Pasó mucho tiempo y no recuerdo nombres ni caras, pero sí recuerdo que había familias que desinteresadamente nos abrieron sus casas y nos hicieron sentir parte de su familia. Ahí comprendí que ser judío no tiene fronteras, porque tenés familia en todos lados, en Comodoro Rivadavia yo estaba en casa”. “Recuerdo cómo nos recibieron en su casa, para hacer un Shabat hace más de 25 años. Recuerdo que yo estaba sucio, con hambre y el único contacto con mi familia era una carta con 25 días de atraso, y todo lo que me rodeaba en ese momento, no tenía que ver con mi hogar”. Cuando piensa si un hijo suyo tuviera que pasar por momentos como los que el pasó, dice sin dudarlo: “Le pediría a Di’s la ayuda para que gente buena lo ayude y lo acompañe en esos momentos difíciles en los cuales sólo la familia te puede apoyar”. Eso fue lo que Caty y su familia fueron para él. “Siempre digo que ser judío es pertenecer a una gran familia internacional, porque estés donde estés siempre vas a tener hermanos de sangre”.
Testimonio II
El drama de ser soldado y judío
“En Malvinas me tocó un nazi como jefe de sección, el subteniente Eduardo Flores Ardoino”, afirma Silvio Katz, del Regimiento Mecanizado 3 de Tablada, uno de los cerca de treinta soldados judíos que participaron de la guerra. En entrevista con el periodista argentino Hernán Dobry, que está haciendo una investigación sobre los judíos que participaron de esta guerra, Katz cuenta cómo debió luchar contra el hambre, el frío como todos sus compañeros, pero también contra el odio antisemita de oficiales y suboficiales del Ejército. “Se me congelaban las manos en el agua, y él me tiraba la comida adentro de la mierda y la tenía que buscar con la boca. Me trataba de puto, que todos los judíos éramos cagones. Era feliz viéndome sufrir. Un día quise agarrar un fusil para pegarle un tiro, y no podía ni tener el fusil en la mano. ‘Es tan cobarde que no puede disparar. No ve, usted es un cagón’, me decía, y me pegaba. Yo pensaba: si este tipo supiera que no le pego un tiro porque no puedo mover los dedos, se dejaría de hablar boludeces. El arma que me apuntaba era la de él. Eso le daba el poder, y unos botones lo hacían creer que era Di’s. Les decía a los demás que les hubiera pasado lo mismo si hubieran sido judíos como yo. Algunos compañeros me odiaban tanto como él porque veían en mí el problema de todos sus males. Llegué a pensar que realmente era mejor morir. Me convencí de que arriba o abajo estaba mi viejo, que había fallecido, esperándome. No soy muy creyente, pero creo que hay un Di’s que fue el que hizo que volviera de Malvinas. En algo tenés que creer. Yo hablaba como si mi papá me escuchara, le pedía que por favor me ayudara a soportar, a sobrevivir. Por ahí, era rezarle a Di’s, y yo lo ponía a él en su nombre. Sufrí demasiado”.
fuente: PIEDRA LIBRE- Nro. 37- noviembre 2009
martes, 24 de noviembre de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Me gustó mucho el blog. No se debe permitir jamás que el pueblo israeí sufra de nuevo.
Saludos y Shalom
Publicar un comentario