jueves, 19 de noviembre de 2009

Shimon Peres, Presidente de Israel, en la Argentina

por Rogelio Alaniz

Shimon Peres tiene 87 años, más de medio siglo de militancia política y en la actualidad es el presidente de Israel, una designación que él no está dispuesto a que sea simbólica o a reducirla a un cargo para satisfacer a alguien que desea jubilarse sin demasiadas complicaciones. Por el contrario, Peres ha decidido otorgarle a su función una dimensión política de primer orden porque lo que este hombre se propone es pasar a la historia grande de su país por ser el artífice del definitivo acuerdo de paz en Medio Oriente.

Peres es hoy el último dinosaurio de una fauna que contó entre sus filas a personajes como Ben Gurión, Golda Meier, Jaim Weizmann, Isaac Rabin, Abba Eban, Moshe Dayan y, por qué no decirlo, Menahem Beguin, Ariel Sharon y todos aquellos que desde el acuerdo y la disidencia, forjaron hace más de medio siglo el Estado de Israel. Su biografía coincide con aquella gesta que se inició en Europa y concluyó en Palestina, haciendo realidad el proyecto sionista pensado por Teodoro Hertzl de una nación y un Estado para el pueblo que soportó, durante siglos, persecuciones religiosas y políticas y cuya tragedia máxima se expresó en el Holocausto, es decir, en la masacre de alrededor de seis millones de judíos -casi el cuarenta por ciento del total de su población reconocida- en los campos de exterminio levantados por los nazis.

Peres nació en Polonia en 1922 en el seno de una familia judía acomodada que le pudo brindar a sus hijos algunos privilegios que no eran los más comunes entre los judíos del este europeo. En 1935, su padre previó lo que les esperaba a los judíos en Europa y organizó el traslado de la familia a Medio Oriente. Shimon entonces era un adolescente, pero recuerda los años vividos en el Viejo Mundo y, muy en particular, la tragedia de sus familiares capturados y exterminados por los nazis pocos años después.

La biografía de Peres no difiere en lo fundamental de la de sus paisanos, todos signados por la tragedia de la Solución Final y la voluntad de construir un hogar propio para ellos y para todos los judíos del mundo. Sus estudios los concluyó en Tel Aviv, el territorio que los judíos conocieron cuando era casi una aldea y la transformaron en un centro moderno y cosmopolita. Como correspondía a todo judío identificado con la causa del socialismo, Peres vivió una temporada en un kibutz, esa formidable experiencia solidaria que un historiador poco identificado con el sionismo como Hosbawn, consideró que fue el experimento socialista más auténtico y trascendente del siglo veinte, muy superior en su testimonio, en la calidad de sus logros y en los ideales comprometidos, a las experiencias organizadas por los totalitarismos comunistas.

Ya para entonces estaba afiliado al partido de Ben Gurión y militaba en el Haganá, las milicias populares organizadas por Gurión. En esos años, se casó con quien habrá de ser la mujer de toda su vida, Sonia Gelman, con la que tuvo tres hijos y a la que, según las crónicas, cada diez años le renueva la promesa de retirarse definitivamente de la política, promesa que, como corresponde a todo dirigente de raza, “con el demonio de la política metido en la sangre”, no ha cumplido y, a esta altura de los acontecimientos, existen buenos motivos para creer que nunca cumplirá.

Hasta 1959, Peres se desempeñó en la burocracia estatal y militar y, de alguna manera, fue la mano derecha de Ben Gurión. Desde ese rol técnico participó en la guerra de la independencia de 1948, llevó a cabo tareas importantes en la guerra de 1956 hasta que en 1959 ingresó por primera vez en el Parlamento, donde se mantendría durante casi cuarenta años.

Para los años sesenta, Peres ya es un integrante legítimo de la elite política de Israel. También para estos años está definido su perfil de negociador, una habilidad que irá puliendo con la obsesión de un artesano. Si la diferenciación entre halcones y palomas es posible, Peres pertenece sin duda a las “palomas”, aunque es necesario aclarar a continuación que, en un país asediado por la guerra, las palomas tienen un vuelo muy particular y, en más de un caso, su desplazamiento por el aire no suele ser muy diferente al de los halcones, sobre todo cuando consideran que lo que más importa puede estar en peligro.

Para quienes no entiendan este juego de palabras, conviene advertirles que hacer política en Israel es siempre un oficio duro ejercido por hombres endurecidos. Isaac Rabin y Ehud Barack, laboristas y jefes militares implacables, fueron los políticos que realizaron las propuestas de paz más audaces, pero llegado el momento, no vacilaron en tomar las decisiones más duras; no porque fueran particularmente malos, sino porque cuando un país convive con la guerra todos los días, exige un tipo de responsabilidad que excede los esquemas ideológicos al colocar en un primer plano la defensa de la Nación y la protección de sus hijos amenazados por el enemigo. Hecha esta aclaración, puede decirse que efectivamente Peres expresa un perfil pacifista que los primeros en reconocérselo son los principales dirigentes árabes, por lo menos aquellos que admiten este tipo de diferenciaciones.

En Medio Oriente la política no es una profesión aconsejada para cardíacos. Particularmente en Israel las luchas internas son duras porque las condiciones son duras y los hombres necesariamente son el producto de esas circunstancias. Peres no es una excepción a esta realidad, pero si alguna virtud hay que reconocerle es que en ese contexto siempre fue la voz que alentó el acuerdo, la solución compartida, una voz que en más de un caso se levantó en soledad y que por esas decisiones debió pagar el precio de las postergaciones, la incomprensión y la soledad.

Su carrera política -como no podría ser de otro modo- está jalonada de aciertos y errores, de victorias y derrotas, de renovadas esperanzas y persistentes frustraciones, pero a la hora del balance hay una amplio consenso en admitir que el hombre se ha ganado un lugar importante en la consideración pública, al punto de que sería imposible escribir la historia de Israel sin incluir su nombre.

Para los argentinos, es un orgullo recibir a uno de los estadistas más importantes del mundo, a un político progresista, inteligente y culto cuya trayectoria lo ha transformado en una suerte de prócer, la expresión viva de un tiempo que ya es historia y leyenda y la encarnación de un testimonio humanista que apuesta a favor de soluciones pacíficas en una región donde siempre es más cómodo alentar la guerra o pensar en términos guerreros.

Hacía veinte años que un jefe de Estado de Israel no visitaba a la Argentina. La presencia de Peres obedece a diferentes causas, entre las que se incluye la relación con la comunidad judía local y las relaciones comerciales entre ambos Estados, pero a nadie se le escapa que una de sus tareas prioritarias será la de diseñar en América Latina, una estrategia que contrapese la alianza establecida entre Venezuela e Irán y sus visibles conexiones con integristas argentinos y brasileños.

Por lo pronto, sus declaraciones han sido prudentes y precisas. Porfiadamente optimista, cree que las condiciones de paz en Medio Oriente son posibles y que si en algún momento pudo arribarse un acuerdo con Egipto y Jordania, ahora es posible establecer algo parecido con los palestinos. El político pacifista es optimista pero no ingenuo. Sus propuestas de paz no desconocen el hecho cierto de que Hamas y Hezbolá alientan la guerra y la destrucción de Israel, entre otras cosas porque disponen del generoso financiamiento de la teocracia iraní.

“La democracia no es ganar elecciones, es ganar la libertad”, ha dicho respondiendo al argumento de que Hamas ganó los comicios en la Franja de Gaza. Con respecto a Irán, se preocupa muy bien en diferenciar al pueblo iraní de los clérigos fundamentalistas que respaldan a Ahmadinejad. “Irán es un problema para el mundo, no sólo para Israel”, ha dicho pensando tal vez en la presencia de terroristas en la triple frontera o en la alianza entre Chávez -el mismo que acaba de decir que hay que prepararse para la guerra- y Ahmadinejad.




El presidente Shimon Peres, es el primer mandatario de Israel que visita nuestro país en 20 años. Uno de los objetivos de su presencia es afianzar lazos con países de América Latina para equilibrar la cercanía de Irán con Venezuela.

Fuente: diario EL LITORAL- SANTA FE, ARGENTINA
Foto: EFE



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