jueves, 19 de noviembre de 2009

Raquel Faerman: "El sillón de la Bobe"


Siempre se hamacaba. La mirada perdida en algún recuerdo, las
manos lánguidas, tan frágiles.

Un rincón en penumbras y el viejo sillón. La ventana entreabierta

deja paso a la brisa indiscreta. De la cortina pálida emergen
minúsculas partículas de polvo.

Forman una estela inasible en el aire.

Un reloj quejoso entona la monótona letanía de todas las horas.

A lo lejos la sirena de una ambulancia, o quizás los bomberos en
su tarea.

En la habitación el silencio es una herida.

Casi imperceptiblemente el sillón comienza un cadencioso

e incomprensible vaivén.

El gato, que dormía, huye despavorido.

Ahora es fuerte el balanceo, como si alguien lo impulsara. Una aureola
muy fina ensombrece al sillón.

Bruscamente se detiene. Algo ha cambiado/ Un grito doloroso, prolongado,
entorpece nuestros sentidos. Nos congela. Una sombra difusa se desprende
dolorosamente del sillón.


La reconocemos, aunque por momentos se diluye como si quisiera

retroceder hacia el útero de la vida.

La vemos ahora. Se incorpora. Es nuestra y es de todos.

Todo ha cambiado.

El silencio es un tigre agazapado ahora.

El cuadro de la bobe sobre la pared se agita inquieto, se bate a duelo
con el clavo oxidado y cae estrepitosamente.

Es una ilusión o la bobe parece sonreír?



La bobe.
Recordamos. Su idioma nos era desconocido, nos burlábamos de su acento,
de sus errores.


Los niños.
Mamá era el puente que se esforzaba por crear lazos entre los dos mundos,
tan distintos.

La bobe.
Jamás faltaban golosinas en nuestras bolsas escolares, o la revista infantil
que nos maravillaba. La torta fragante.


Mamá y la bobe.
Conversaban en voz muy baja, sonreían en complicidad mientras nos

miraban con amor.


Los niños.
Crueles a veces. Hacíamos bromas sobre sus ropas oscuras, su obsesión

por el brillo de nuestros guardapolvos blancos.

Gozábamos hamacándola en el sillón como a un bebe, mientras ella

sonreía, quizás avergonzada por sentirse feliz. Tal vez la Europa
destrozada se borraba por momentos de sus recuerdos.


La bobe.
Una del mediodía. Verano e invierno nos ayudaba a ponernos los

guardapolvos y cargaba nuestros portafolios repletos de tareas sin
completar. Juntos caminábamos varias cuadras en silencio.
Al vislumbrar el viejo portón de la escuela apretaba cálidamente
nuestras manos, nos besaba en las frentes y se alejaba rápidamente,

Flotaban en el aire ternezas a devolver. La capacidad de dar y recibir

no estaba aun clara en nuestras mentes, mas el amor sí, y era un
canto muy hondo.

Al regresar del colegio, el chocolate tibio y las tostadas. Su figura era

silente, atenta.

Llenábamos de mimos y reclamos a mamá, pero ella era elocuente

y tenaz.

Besos a la bobe, repetía.


Comenzó a desmejorar. Los vestidos impecables colgaban de sus

hombros. La piel estirada, seca, y una sombra gris en las mejillas.

La bobe. Se fue una tarde como siempre, y en silencio, como nos tenía
acostumbrados.

Mamá se vistió de negro. Papá casi no jugaba con nosotros.

El cementerio, la familia. Hacia donde se van los muertos que amamos..?

La tumba era un pozo sin salida. La tierra se acumulaba sobre nuestros recuerdos.

Todos, el tiempo y el olvido.

A veces una sombra parecía vagar por la casa. A veces la nombrábamos,

bobe.

A veces ya nada.

El parecido entre mamá y la abuela se acentuó. Las imágenes se superponían.

El tiempo y sus cosas.

Mamá. Mamá.

Nuevamente la incomprensión de la muerte.



Hoy extendemos los brazos temblando. Es en vano, el esfuerzo es en vano.

Mas...ellas están aquí, con nosotros. Son mamá, la bobe y un tropel agridulce
de sentimientos.

Lentamente retroceden hacia el viejo sillón y su regazo las recoge, delicadamente.

Son una sola ahora, mamá y la abuela. Sus miradas vidriosas se posan sobre
nosotros, los que las recordamos. Luego, con lentitud, se dirigen hacia un mundo que aún no habitamos.

El balanceo del sillón se renueva por momentos. y casi sin que nos demos
cuenta, se inmoviliza, inexorablemente.

Nosotros, hoy.

El puente entre las vidas y las muertes es infinito y generoso.






Imágenes en Rosh Hashaná 2004.


Nota del Editor:

Raquel Faerman nació en Rosario, Argentina. Reside en Jerusalen, Israel

desde hace 18 años. Es poeta y escritora.

"Bobe": significa ABUELA, en idioma idish.

1 comentario:

Paris Quelart Budó dijo...

Se necesitan blogs como el tuyo.