sábado, 26 de abril de 2008

ROCIO SORIA R. DESDE QUITO, ECUADOR



POEMA

Ya nadie quiere cuidar de esta mano
cuyos movimientos involuntarios han pretendido,dicen, ahorcarme.


La envuelvo
la cubro
le doy un beso en la cabecita
le arrullo
me amanezco meciéndola pero ella nunca duerme
está vigilante
pendiente
se sobresalta al menor ruido y me araña de desesperación el pecho.

Quiere llamar mi atención porque sabe que ya está cerca.
Le digo que sea cautelosa pero ella es muy impulsiva.
Es peor cuando la máquina de los latidos empieza a bombear toda la noche, sin descanso
y no termina de morirse ese pitido en mis ojos
o se vuelve a una sola hebra
y el hombre de blanco viene con su abulia masculla algún silencio que he olvidado
dice algo que no entiendo.


Se acerca
se la lleva
le muele a sondas el cuello.

Él no entiende
que ella solo pretendía advertirme.
Se la lleva.
Estoy sola.
Miro por el estrecho agujero del parapeto común.

El hombre de la pieza seis se ha levantado
y camina descalzo hacia el fondo
agitando la pierna como si quisiera lanzarla.

El hombre de las flores amarillas
se golpea la cabeza contra la pared
repitiendo la misma frase.

El martes arañaba con la cuchara el plato vacío
en un ritual interminable de invocación.

Ya nadie quiere atar estos cordones blancos que me crecen cuando llueve,
nadie quiere cuidar de esta mano
cuyos movimientos involuntarios han pretendido,
dicen, ahorcarme.


La envuelvo

la cubro.

Espero.



POEMA 4

Sumerge sus dedos para comprobar la tibieza del cultivo
no hay nada de especial en el frasco salvo un vapor dulzón,
tiembla por ese recuerdo de su colección de bolas y botones
aspira hasta llenarse
aprieta los labios para darse el valor y permanecer al filo del lienzo
cierra los ojos con la fe del último esfuerzo
se contiene
se columpia
tiembla por las veces en las que sin causa aparente
tiembla por las manos volteando los ojos en las escaleras.
¿Escuchas?
son las voces que vienen del túnel
y que se le adherían a medida que iba creciendo, canciones parcas.
El dolor, en este punto, no es más que un cosquilleo raquídeo
o levedad suspendida en vasijas comunicantes.
Ya no hay recuerdos
sólo ese susurro interminable de los olvidos como en un velorio…


POEMA 5

Las antiguas de mí misma
deben haber muerto
en fibras blancuzcas,
en aserrines
tropezándose en sus mismos pies,
ahorcándose en sus propios brazos.
Las otras de mí
deben haberse contenido el peso de las pupilas
en los pañuelos de sangre,
deben haberse colgado en los muros
a desgajarse el pellejo a piedras.
Encuentro que estoy hecha de fríos
como las otras
lo sé porque el dolor de vivir
se me ajusta a la espalda
y me circula como un hematoma negro.
Voy oscura, descalza
como si ya me hubiera unido a las sombras para siempre
como si ya hubiera vivido siempre
trago cuchillos,
me deleito sorbiendo agua sal por las ternillas
hasta llenarme el estómago,
hasta volverme cianótica.
El dolor es una especie de éxtasis:
lloro detrás de la cortina
y me gusta cómo mis lágrimas se van espesando.
Es como haber ingerido solvente.
¿Hasta cuándo podré reír?
no puede existir un placer tan gratificante
como el dolor que me abunda.
¿Hasta cuánto fuego podré tolerar?
Estoy hecha de eritemas
como quien guarda alacranes en el cajón
y se los traga
y deja que lo piquen hasta hacerse inmune.
No hay poción, ni raticida para el dolor

solo me queda apretarlo hasta que de tanto apretarlo
me vuelva insaciable.
Sin embargo
hoy no estás y eso si es insalvable
es una nueva mutación del dolor.
Las otras de mí deben haberse colgado en los muros
y despellejado a piedras.

POEMA 6


Este bocado de oxígeno es el primero: lo respiro con cuidado y me oprime,
me oprime
como si fuera naciendo íntimamente hacia dentro
como un embrión que lo hubiera formado a solas.
Hay un demonio negro
circulándome y deteniéndose,
circulándome y deteniéndose,
CIRCULÁNDOME Y DETENIÉNDOSE,
puedo sentir cuando se detiene a hurgar atajos entre los troncos sanguíneos,
es como una aguja caminándome por el cuerpo.
La cabeza se entibia por segmentos
de atrás hacia delante y de abajo hacia arriba.
Queda una idea convulsa dentro,
solamente, una idea que no alcanzo a pronunciar,
una idea de miedo destornillándoseme de entre los párpados.
No hay palabra que la nombre.
El techo: carúncula silenciosa sigue una senda indefinida
el aire pita en mi pecho, puedo sentir como se infla mi abdomen,
araño pero no puedo deshacerme de esta convulsión,
las piernas se tensan con piquetes que suben hasta amortiguarse,
las manos se encarrujan entre las sábanas y tiemblan
espasmódicamente.
Quiero un bocado de aire pero la garganta ha estrechado el paso
-hay ruidos de gente llegando-.
Una sola imagen final,
una sílaba atascada que se repite y va acelerándose,
acelerándose,
ACELERÁNDOSE
hasta la desesperación.
No sale.
Se acabó,

todo terminó por apagarse,
la vaga imagen cuelga de la pecera.
Punto final.




Rocío Soria R. (Quito, 1979)

Realizó estudios en la Facultad de Comunicación Social de la Universidad Central del Ecuador. Ha publicado su poemario "Huella Conceptual", con el que obtuvo el Segundo Premio en el Concurso de Poesía organizado por el Departamento de Cultura de la Universidad Central del Ecuador, 2003; obtuvo también el Primer Premio en el Concurso Interuniversitario de Relato Corto organizado por la Universidad San Francisco de Quito, 2005; Premio Nacional de Poesía Fanny León Cordero organizado por la Asociación Ecuatoriana de Escritoras Contemporáneas, 2005, Medalla de Bronce en el género cuento en el Concurso de Poesía, Cuento y Ensayo organizado por la Facultad de Filosofía, Escuela de Lenguaje y Literatura de la Universidad Central del Ecuador, 2006; Primer Premio Concurso del Libro y de la Rosa organizado por la UNESCO y la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, 2006. Ha publicado el poemario “El Cuerpo del Hijo”, 2008.





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