domingo, 18 de octubre de 2009

Maradona y el populismo criollo




Dios. La subcultura del fútbol lo ha incluido en el panteón de los dioses populares; lo ha colocado por encima de los mortales y lo ha liberado de las responsabilidades que les caben a los ciudadanos. Esta visión deformada distorsiona las percepciones del propio Maradona.
Foto: Agencia AFP


por Rogelio Alaniz


“La aparición de esos rostros en la multitud/


pétalos de una rosa oscura y húmeda”.


Ezra Pound

Con su habitual ironía, Jorge Luis Borges decía que lo que más lo asombraba de los hinchas de fútbol es que siempre estaban enojados. Ganaran o perdieran, salían furiosos de la cancha y destruían todo lo que se les cruzara en el camino. Borges exageraba, pero en lo fundamental tenía razón. La subcultura violenta y procaz del fútbol no la expresa el señor que asiste a la cancha con sus hijos, contempla el partido y regresa a su casa como si volviera del teatro Colón; la subcultura del fútbol, la que la distingue y le da el tono, la dictan los barrabravas, las hordas de fanáticos y violentos que encuentran en un partido de fútbol un excelente pretexto para liberar sus instintos y hacer sus negocios ilícitos, motivo por el cual el resultado es lo de menos, ya que lo que más importa es descargar el odio acumulado en las vísceras como un nudo y, a la vez, obtener alguna ventaja a expensas de alguien.

Las reacciones de Maradona después del partido que la selección le ganó a Uruguay se inscriben en esta subcultura. Se supone que cuando un equipo triunfa, el director técnico está contento porque la victoria lo confirma como profesional y, dicho sea de paso, mejora sensiblemente su cuenta bancaria. Esto no sucedió con Maradona. Concluido el partido, sus facciones eran las de alguien que liberaba un odio intenso, feroz, desbordante. Después, cuando se conocieron sus declaraciones supimos que estaba furioso con los periodistas y, a juzgar por sus palabras, era más importante el odio contra los periodistas que lo habían criticado que la clasificación de la Argentina para el mundial de Sudáfrica.

Las groserías de Maradona no merecen mayores comentarios. Los populistas que pretenden disculparlo porque proviene de una villa o algo parecido, no hacen más que faltarle el respeto a la gente humilde supuestamente grosera, vulgar y guaranga. De Maradona, por otra parte, no se sabe si a su guaranguería y prepotencia las adquirió en la villa porteña o en los arrabales de Nápoles. Lo seguro es que de un lugar y del otro asimiló lo peor, lo más sórdido y detestable.

Para quienes insisten en disculparlo, advierto que Maradona hace más de treinta años que ha dejado de ser pobre y que la vida le ha dado infinitas oportunidades para superar el “estigma del arroyo”. Sus desplantes y sus exabruptos son más el producto de una elección de vida que un condicionamiento social. Pelé proviene de los bajos fondos, sumó a todas las discriminaciones de la pobreza su condición de negro, y sin embargo su comportamiento es otro.

Habrá quienes creen que Pelé es un traidor a su clase mientras que Maradona sigue siendo fiel a su origen. No lo creo ni lo comparto. Maradona pertenece al mundo de los poderosos y con sus actos refuerza el poder de su clase. A la pobreza, a la miseria, hay que superarlas, y hay que superarlas porque en ellas no hay nada bueno, nada que merezca rescatarse.

Razonando a la inversa: si la pobreza fuera buena, si fuera una fuente de sabiduría y bondad deberíamos bregar para que todos seamos pobres. Porque no lo es, porque su condición es una afrenta a la condición humana, es que todos los hombres de buena voluntad luchan para superarla. Por lo tanto, disculpar a Maradona que, insisto, hace rato que ha dejado de ser pobre, por sus acciones, es disculpar y justificar lo más execrable de las subculturas populares.

La alternativa a la subcultura de Maradona no es el pobre sumiso, dócil u obsecuente; es el rebelde, la persona que en un determinado momento es capaz de decir que no a su condición y poner en movimiento su inteligencia y su sensibilidad para salir de ese lugar. El común de la gente suele confundir rebeldía con su opuesto, el resentimiento. Las diferencias entre un estado y el otro son decisivas. La rebeldía es liberadora, el resentimiento no; la rebeldía es sana, el resentimiento es enfermo; la rebeldía es solidaria, el resentimiento es individualista; la rebeldía es anticipo, simiente de un nuevo universo cultural, el resentimiento es la sumisión a lo existente, es la mimetización del humillado con los patrones de conducta del poderoso, es la alienación en sus versiones más crueles.

Como era de prever, D’Elía hizo declaraciones apoyando a Maradona y criticando a los periodistas. “Raza de víboras”, los calificó, citando textos que ha leído mal o directamente no ha leído. Para que ninguna perla faltara en su collar de insultos y agravios, sostuvo que la sociedad le perdona las mismas declaraciones a Reutemann porque es rubio y de ojos azules. Que yo sepa, ninguno de los periodistas que él imagina se ha quedado callado ante la torpeza de Reutemann. Tan duras fueron las críticas que él mismo salió a pedir disculpas, disculpas que Maradona aún no ha expresado y que difícilmente vaya a expresar.

Lo sucedido con Maradona en un partido de fútbol importa porque permite reflexionar acerca de los alcances y los límites de las culturas populares. Sobre el tema, los sociólogos se han cansado de escribir y discutir, y hasta el momento no es mucho lo que se ha avanzado. Recuerdo una película de Buñuel, “Los olvidados”, donde se pone de manifiesto el carácter salvaje de las relaciones que mantienen los pobres entre ellos.

El director español inicia la película con una advertencia. “Muestro lo que es, corresponde a los políticos modificarlo”. El universo de los pobres, para Buñuel, está muy lejos de ser un paraíso de generosidad y altruismo. Por el contrario, las variantes más furiosas del individualismo, del “sálvese quien pueda” encuentran un ancho cauce para expresarse.

Sin ir más lejos, el otro día vi cómo un muchacho que se había puesto a cuidar los autos en bulevar era golpeado y expulsado a patadas de ese lugar. Me asombró el ensañamiento con que lo golpeaban. Pues bien, los que golpearon a ese chico y le dejaron el cuerpo salpicado de moretones y magullones eran personas de su misma clase social, tal vez sus vecinos, tal vez sus parientes.

Si esto es así, debemos admitir que la pobreza es mala no sólo porque provoca hambre, desnutrición, sino porque despoja a los hombres de su condición humana o les impide acceder a una condición humana más digna. Diría algo más atrevido: en la Argentina el hambre es un problema, un problema que está más o menos controlado; lo que falla en nuestro país, a la hora de luchar contra la pobreza, es la educación. Es mucho más fácil darle de comer a una persona que alimentar su inteligencia con ideas. Las necesidades del estómago tienen solución, las que no tienen solución inmediata son las necesidades del cerebro. Un plato de comida puede darlo cualquiera, un plato de educación requiere de otros esfuerzos, otros talentos.

El drama argentino es que el populismo -en cualquiera de sus variantes- sigue creyendo lo contrario. Supone que en la pobreza existe una sabiduría trascendental que debe ser defendida contra los ataques de la ilustración. Los viejos socialistas a estas cuestiones las tenían muy claras. Kautsky o Lenín sabían muy bien que las ideas liberadoras a las clases oprimidas les llegaban “desde afuera”, porque su condición de explotados incluía el despojamiento de la cultura.

Estos paradigmas luego se complejizaron, pero en lo fundamental se sostienen. Si alguna impugnación recibieron fue por parte del populismo en sus versiones laicas y religiosas. Para ellos, la pobreza es una virtud evangélica o popular. Los pobres son capaces de producir virtudes alternativas a los vicios de las minorías opresoras. A esas virtudes -que nacen “espontáneamente”-, la tarea de los intelectuales populistas es animarlas y transformarlas en el sentido común de toda la sociedad.

Para un populista criollo, Maradona es la encarnación de la verdad del pueblo. Puede que haga algunas observaciones, pero en lo fundamental, reacciones como las de Maradona son juzgadas como la voz de los oprimidos, como transgresiones contra lo establecido. En realidad sucede lo contrario. La voz de Maradona es la voz del amo en su versión más salvaje. Los supuestos tonos populares se parecen al silbido del látigo; la transgresión no es más que el arrebato feroz del poderoso que sabe que todo le está permitido porque ninguna ley se ha escrito para él.

fuente: DIARIO 'EDL LITORAL'- SANTA FE-ARGENTINA- 17 DE OCTUBRE 2009

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