miércoles, 28 de octubre de 2009

¿Debería un padre obligar a su hijo a comer?

Por el doctor James Dobson


No. En realidad, la mesa es un posible campo de batalla en el que es fácil que al padre o a la madre se le ponga emboscada. Usted no va a poder ganar allí. Un niño de voluntad firme es como un buen general militar que busca constantemente un lugar ventajoso para enfrentarse al enemigo. No necesita mirar más allá de la mesa. De todos los puntos comunes de conflicto entre las generaciones (la hora de acostarse, el cabello, la ropa, las tareas escolares, etcétera), las ventajas en una pelea relacionada con la comida están todas a favor del niño. Tres veces al día, un diminuto jovencito puede negarse sencillamente a abrir la boca. No hay manera de hacerle comer por la fuerza lo que él no quiere comer.

Recuerdo un niño de tres años que estaba decidido a no comerse sus guisantes, a pesar de la insistencia de su padre en que iba a tener que tragárselos. Se trataba de una confrontación clásica entre una fuerza irresistible y un objeto imposible de mover. Ninguno de los dos cedía. Después de una hora de arengar, amenazar, engatusar y sudar, el padre no había logrado sus propósitos. El niño seguía lloroso, sentado con un tenedor lleno de guisantes apuntando amenazador hacia sus labios sellados.

Por último, y a base de pura intimidación, el padre se las arregló para situar un bocado de guisantes en su lugar, pero entonces el niño no quiso tragarlos. No sé todo lo que pasó después, pero la madre me dijo que no tuvieron más remedio que meter al niño en la cama, todavía con los guisantes en la boca. Estaban asombrados ante su fuerza de voluntad.

A la mañana siguiente, la mamá encontró un montoncito de guisantes al pie de la cama, donde él los había escupido. Resultado final: un punto para el niño y cero para papá. Dígame en qué otro terreno de lucha, un niño de menos de quince kilos de peso puede derrotar a un hombre hecho y derecho.

Por supuesto que no todos los niños son tan resistentes, pero a muchos de ellos les gustan las batallas por la comida. Son su juego ideal de poder. Hable con cualquier padre o abuelo que tenga experiencia y le dirá que esto es cierto. Lo triste es que estos conflictos no son necesarios. Los niños comen tanto como necesitan, si uno impide que se llenen con las cosas que no deben. No se van a morir de hambre. Se lo aseguro.

La forma de tratar a un niño que come poco es ponerle delante buena comida. Si le dice que no tiene hambre, cubra el plato y póngalo en el refrigerador, y mande al niño a jugar. Volverá al cabo de pocas horas. Dios le ha puesto una sensación rara en el estómago que le dice: "Dame comida". Cuando esto suceda, no le ponga delante dulces, ni pasteles.

Sencillamente, saque la comida anterior, caliéntela y sírvasela de nuevo. Si protesta, mándelo de nuevo a jugar. Aunque pasen doce horas o más, continúe con este método hasta que la comida, toda ella, comience a tener un aspecto y un olor deliciosos. A partir de ese momento, la batalla de la mesa deberá pasar a la historia.

Artículo adaptado del libro "Respuestas Confiables". Copyright (c) 1999. Publicado por Editorial Unilit. Todos los derechos son reservados. Todos los derechos internacionales son asegurados.

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