GOMBROWICZIDAS
por JUAN CARLOS GÓMEZ
“Aunque Gombrowicz fue un alumno irreprochable, que pasaba de un curso a otro con notas medianas, no le gustaba la escuela. No participaba de la vida escolar, frecuentaba solamente a los hijos de las familias que tenían lazos de amistad con la suya. Su comportamiento se caracterizaba por cierta reserva respecto de las materias enseñadas, a excepción de la literatura, la historia y el francés (...)”
“Por lo demás, consideraba una chifladura el interés por cualquier otra asignatura que no fuese la literatura. Más tarde haría burla de los métodos de enseñanza, del ambiente de la escuela y de la mentalidad de los profesores en su novela panfleto “Ferdydurke”. En el instituto Kostka recibía la formación oficial, pero su verdadera educación la llevó a cabo por su cuenta (...)”
“Leía muchísimo, y empezaba a escribir a escondidas de su familia. A los quince años Gombrowicz ya leía a Spencer, Kant, Schopenhauer, Nietzsche, Shakespeare, Goethe, Montaigne y Rabelais. Su interés por la filosofía tenía por objeto el conocimiento de los problemas, y no una adquisición sistemática de esos pensamientos. La psicología y la sociología completaron su saber (...)”
“Algo más tarde, las obras de Scheler, de Spranger y de Dilthey alimentaron su pasión analítica, y descubrió a Hegel, a Russell y a Heidegger. Bajo la influencia de todas estas lecturas Gombrowicz se alejó de la religión católica y se volvió ateo. La toma de conciencia de la irrealidad de la vida que llevaba, su rebelión, el abandono de la fe católica, el progresivo distanciamiento de su medio y la negativa a participar en la vida social datan de esos años del instituto Kostka, contemporáneos de la primera guerra mundial y del período turbulento que siguió”
Esta referencia biográfica de Irena Sadowska que aparece en “Testamento” pareciera escrita por el mismísimo Gombrowicz, especialmente por el detalle, la exhibición y el alarde que hace de sus lecturas. Gombrowicz perteneció a una época que sucedía a otra anterior en la que había triunfado el intelecto con una violenta ofensiva en todos los campos, parecía entonces que la ignorancia podía ser erradicada por el esfuerzo tenaz de la razón.
Este impulso intelectual creció hasta alcanzar su apogeo después de la segunda guerra mundial, cuando el marxismo y el existencialismo se desparramaron por toda Europa. Estas ideas ampliaron explosivamente los horizontes de los hombres dedicados al pensamiento en toda Europa.
Gombrowicz empieza a darse cuenta de que, si bien la vieja ignorancia estaba desapareciendo poco a poco, aparecía una nueva ignorancia engendrada, justamente por el intelecto, y por una nueva estupidez desgraciadamente intelectual. La vieja visión del mundo que descansaba en la autoridad, sobre todo la de la Iglesia, estaba siendo remplazada por otra, en la que cada uno tenía que pensar el mundo y la vida por cuenta propia, porque ya no existía la vieja autoridad.
“Así pues, si la generación polaca que entraba en la liza justo después de la primera guerra mundial se bañaba en la gran revolución de las costumbres engendrada por la guerra, la generación siguiente sentía ya el soplo de un nuevo cataclismo. De este modo en el tiempo de entreguerras la juventud se iba alejando progresivamente de las ideas acerca del matrimonio, la familia y el trabajo profesional inclinándose cada vez más hacia la vida romántica y peligrosa (...)”
“La diferencia entre nosotros y Europa occidental, en cuanto se refiere a ese proceso de liberación creciente de las costumbres, consistía probablemente en que en aquellos países que proporcionaban un sentido de mayor seguridad, se procedía de forma más racional, más reflexiva, mientras en Polonia era todo mucho más oscuro, intuitivo, dramático (...)”
“Los jóvenes ingleses leían a Russell, criticaban los conceptos antiguos en nombre de una nueva visión del mundo, científica, atea, que reconocía el derecho de las mujeres y el amor libre. En Polonia la transformación se producía por sí misma, ya que hasta los mocosos captaban de alguna manera, fuera de la retórica oficial, los indicios secretos de la tragedia que se avecinaba”
Bertrand Russell representaba todos los valores que se habían puesto en funcionamiento entre la primera y la segunda guerra mundial y que Gombrowicz ataca desde la inmadurez en su, a juicio de Irena Sadowska, panfleto “Ferdydurke”. Filósofo y matemático británico, Bertrand Russell puso el énfasis en el análisis lógico que repercutió sobre el curso de la filosofía del siglo XX. Desde muy joven mostró un acusado sentido de conciencia social; al mismo tiempo se especializó en cuestiones de lógica y matemáticas.
Alcanzó el éxito con su primera gran obra, “Principia Mathematica”, en la que intentó trasladar las matemáticas al área de la filosofía lógica y dotarlas de un marco científico preciso.
Refutó las doctrinas del idealismo, la escuela filosófica dominante en ese tiempo, que mantenía que todos los objetos y experiencias son fruto del intelecto. Russell, una persona realista, creía en cambio que los objetos percibidos por los sentidos poseen una realidad inherente al margen de la mente. Russell recibió en 1950 el Premio Nobel de Literatura y fue calificado como un campeón de la humanidad y de la libertad de pensamiento.
A pesar de que el pensamiento abstracto le producía eczema, Gombrowicz se acompañó durante toda su vida con los filósofos. La atracción que le producía Russell estaba determinada especialmente por las reflexiones del filósofo sobre las percepciones y sobre las conexiones no causales de los hechos. Los problemas de la causalidad, del determinismo y del libre albedrío rondaban la cabeza de Gombrowicz.
Bertrand Russell pensaba que en realidad no podemos decir que un acontecimiento es la causa de otro. Todo lo que sabemos con seguridad es que un acontecimiento está correlacionado con otro acontecimiento. Cuando vemos cómo un acontecimiento siempre causa otro lo que en realidad estamos viendo es que un acontecimiento ha estado siempre en conjunción constante con el otro.
En consecuencia, no tenemos ninguna razón para creer que el primer acontecimiento causó al segundo acontecimiento, o que ambos acontecimientos continuarán apareciendo siempre en conjunción constante en el futuro. Esta concepción le quita toda la fuerza a la causalidad. Russell desechó la misma noción de causalidad aduciendo que es un tipo de superstición.
Tanto nosotros como otros animales tenemos una tendencia instintiva a creer en la causalidad debido al desarrollo de hábitos de nuestro sistema nervioso, una creencia que no podemos eliminar, pero que no podemos probar mediante ningún argumento, deductivo o inductivo. A Gombrowicz se le presentaba con frecuencia el problema del determinismo: si mis acciones determinan inexorablemente el futuro, yo soy responsable de todo lo que ocurrirá en el mundo.
Pero si mi propia vida está regida por circunstancias que escapan a mi control, entonces, no soy responsable de mis acciones. Russell advirtió este conflicto, al ver el problema desde la perspectiva contraria: el libre albedrío resulta incompatible con el indeterminismo.
Si las acciones realizadas no están determinadas por los acontecimientos anteriores entonces las acciones son completamente aleatorias. Además, y de más importancia para la filosofía humana, no están determinadas por el carácter o la personalidad. Pero, ¿cómo podría ser alguien responsable de una acción que no es consecuencia de su carácter, sino que ocurre de forma aleatoria?
El libre albedrío parece necesitar del determinismo, porque de lo contrario el agente y la acción no estarían conectados. Así que, mientras que el libre albedrío parece contradecir al determinismo, al mismo tiempo lo necesita. Russell consideraba misión del intelectual la difusión de una cultura que habitúe a los hombres a la revisión de sus propias ideas y a la tolerancia mutua.
La ciencia, en calidad de tal, no basta para la felicidad de los seres humanos, quienes, en la consecución de tal objetivo, deben acudir al arte, al amor y al respeto recíproco. Este anarquista inolvidable, admitiendo fracasar en ayudar al mundo a vencer la guerra y en ganar su perpetua batalla intelectual por verdades eternas, escribió unas palabras memorables en ocasión de celebrar su octogésimo cumpleaños.
“He vivido en busca de una visión, tanto personal como social. Personal: cuidar lo que es noble, lo que es bello, lo que es amable; permitir momentos de intuición para entregar sabiduría en los tiempos más mundanos. Social: ver en la imaginación la sociedad que debe ser creada, donde los individuos crecen libremente, y donde el odio y la codicia y la envidia mueren porque no hay nada que los sustente. Estas cosas, y el mundo, con todos sus horrores, me han dado fortaleza”
fuente: La foto y el texto fueron enviadas directamente por el autor, Juan Carlos Gómez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario