jueves, 16 de diciembre de 2010
Witold Gombrowicz, los prólogos y los jinetes
por JUAN CARLOS GÓMEZ
GOMBROWICZIDAS
WITOLD GOMBROWICZ, LOS PRÓLOGOS Y LOS JINETES
Existen tres cuestiones que ponen en contacto a Gombrowicz con Stanislaw Lem: la ironía, la matemática y los prólogos. Stanisław Lem es un escritor polaco cuya obra se ha caracterizado por su tono satírico y filosófico. Los pone en contacto especialmente su profunda perspectiva irónica, y es en “Cosmos” donde las visiones de los dos escritores polacos encuentran el punto de aproximación más evidente.
A partir de la imagen de un gorrión colgado de una rama al inicio de “Cosmos”, Gombrowicz va desovillando una trama de escenas que parecen rimar, como el estribillo de una canción extraña. Escrita en un tono minimalista, lleno de detalles absurdos y frases deslumbrantes, la novela es un intento por descubrir lo que Gombrowicz llama el origen de la realidad.
“Cosmos” recuerda algunas de las obras de Lem, sobre todo a dos novelas policiacas: “La investigación” y “La fiebre del heno”. “En La investigación” un grupo de cadáveres se escapa de la morgue y un agente de Scotland Yard investiga el caso. Resulta que los cadáveres resucitaron durante algún tiempo de un modo inexplicable siendo encontrados después en diversos lugares de un Londres aureolado de una atmósfera gótica.
En “La fiebre del heno” una serie de hombres calvos, regordetes y solterones, muere misteriosamente en un balneario italiano. Las autoridades contratan a un astronauta divorciado, pelado y obeso, para que siga cada uno de los pasos de las víctimas. En ambas novelas el misterio se queda en el misterio a pesar de que se revela parte del enigma.
Lo mismo sucede en “Cosmos” de un modo más sutil y menos espectacular: al final de la novela el lector encontrará una solución, pero esta sólo planteará mayores problemas. Stanislaw Lem escribe unas palabras con la intención de conseguirle a los prólogos un título de nobleza. Reconoce el intento que había hecho Gombrowicz en este sentido pero puntualiza que el resultado había sido incompleto.
“Evoquemos a ese doctor preclaro, a ese terrateniente convertido a la hermenéutica de los prólogos que es Witold Gombrowicz. El nos explicaría las cosas de este modo: No se trata de que a la gente la idea de liberar a los Prólogos de la Materia qué anuncian nos guste o no nos guste, ya que estamos sometidos sin apelación a las leyes de la Evolución de la Forma (...)”
“El Arte no puede detenerse en un sitio ni repetirse siempre a si mismo: por eso no puede sólo gustar. Si has puesto un huevo, has de incubarlo; si te sale de él un mamifero en vez de un reptil, debes darle algo con que alimentarse; si, pues un paso consecutivo nos lleva a algo que despierta un disgusto general e incluso un estado paravomital, no hay remedio (...)”
“Hemos elaborado ya aquel Algo Concreto, nos hemos arrastrado y empujado tan lejos ya a nosotros mismos que, obedeciendo una orden superior al placer, tendremos que dar vueltas en el ojo en el oído, en el intelecto, a lo Nuevo, categóricamente aplicado, porque fue descubierto en el largo camino del ascenso. Por cierto, nadie ha estado nunca allí, ni quiere ir (...)”
“No se sabe si se puede aguantar en Aquellas Alturas siquiera un momento; pero, a decir verdad, ¡para el Desarrollo de la Cultura esto no tiene la menor importancia! Este lema nos ordena, con la soltura propia de la genialidad displicente, que cambiemos una esclavitud antigua, espontánea y por tanto inconsciente, por otra, nueva. No nos quita las trabas, sólo alarga nuestro ronzal (...)”
“De ese modo nos lanza a lo Desconocido, dando el nombre de libertad a una necesidad razonada”. Gombrowicz pasó olímpicamente por alto una personalidad tan multifacética y seductora como la de Jacques Lacan, sólo se refiere a él cuando mezcla su nombre en una retahíla de nombres estructuralistas que menciona en un reportaje apócrifo que se hace a sí mismo.
La inteligencia de Jaques Lacan era tan seductora que despertó la admiración de nuestra Victoria Ocampo en los viajes que hacía a París entre las dos guerras mundiales, aunque nadie puede asegurar que la relación que tuvo con él haya ido más allá de un apasionado flirteo mundano, a pesar del gusto que tenía esa dama tan elegante por ir a la cama con personajes destacados.
Gombrowicz vivió en la época más agitada del siglo XX, a la gente se le había dado por pensar y las ideas deslumbrantes salían de las cabezas de los pensadores a una velocidad vertiginosa. Gombrowicz era por naturaleza perezoso pero no podía dejarse estar ni quedarse atrás, más aún estando en Europa, y en el asunto de la novedad del pensamiento Dios le dio una mano.
Los franceses empezaron a hacer correr como reguero de pólvora el comentario de que su idea de la forma se había adelantado treinta años al estructuralismo con el que tenía un gran parecido. Por más que uno mire con los ojos de la ciencia la forma en la que se encadenan los acontecimientos, el resultado al que llegamos algunas veces nos parece milagroso.
De la misma manera nos parece milagrosa la aparición del protagonista que juega un mach de tenis en “Filimor forrado de niño”. “A fines del siglo dieciocho un campesino, nacido en París, tuvo un hijo, y aquel hijo tuvo un hijo, y ese hijo tuvo a su vez un hijo y luego hubo otro hijo… y el último hijo, campeón mundial de tenis, jugaba un mach en la cancha del Racing Club parisiense”
El encadenamiento de los acontecimientos psicoanalíticos en todo lo que concierne al club de gombrowiczidas se presentó de un manera parecida. En la segunda mitad del siglo XX, Jacques Lacan, nacido en París, tuvo un yerno, Jacques-Alain Miller, y de ambos nacieron unos miembros del club que participan de estas historias verdaderas con suerte marcadamente desigual.
Estos miembros son: el Gnomo Pimentón, Louis Soler, Jean-Michel Vappereau, y más recientemente el Gran Ortiba y Jorge Gómez Alcalá. Los cismas lacanianos que se producen en las organizaciones tanáticas que preside el yerno de Lacan son frecuentes, violentas y contagiosas. El Gnomo Pimentón, uno de nuestros gombrowiczidas más señalados, ha despachado desde el diván a muchos pacientes con suerte diversa.
Director de una organización de orates a la que dio en llamar “Fundación Descartes”, es un destripador de psiques que ha enloquecido a una gran cantidad de personas siendo uno de los casos más notables el de Cara de Ángel. Una de las particularidades más destacadas del yerno de Lacan, a más de la violencia, es su versatilidad, una versatilidad que nos recuerda a la de otro ilustre miembro del club: Revólver a la Orden.
“De las ‘psicosis no desencadenadas’, de los lazos entre Borges y Lacan y del ‘supuesto saber del presidente electo Fernando de la Rúa: de casi todo habló Jacques-Alain Miller, el yerno de Lacan”. En las apariciones de Gombrowicz, tanto se trate de su vida como de su obra, se hace presente el niño diabólico. El diabolismo de Gombrowicz, como también el de los niños, más que perverso es divertido.
Se pone voluntariamente en una posición inmadura y alegre para que su profundidad oscura y dramática sea francamente digerible. Las tesis y los problemas serios no le importaban demasiado, si bien se ocupaba de ellos lo hacía como quien no quiere la cosa, porque en el fondo de su alma era irresponsable. Los otros diablos que aparecen en Gombrowicz son más bien domésticos y sociables.
Aunque son diablos burlones y sarcásticos, tienen buenos modales y se los puede invitar tranquilamente a tomar el té en casa. “Filimor forrado de niño” es un relato corto que Gombrowicz incluye en “Ferdydurke”. Escrito en 1934 es presentado en el libro con un prefacio en el que Stanislaw Lem piensa cundo escribe sobre la naturaleza de los prólogos.
En este prefacio Gombrowicz da una explicación más o menos extensa de sus ideas sobre la forma y sobre los prólogos utilizando un estilo sarcástico para burlarse de la crítica. Construye artificialmente una tabla de sufrimientos para encontrar el dolor fundamental, y aunque escrita en forma irónica y teatral ni uno solo de esos dolores deja de ser humano.
En otra tabla contigua en la que identifica especialmente a sus rebeliones pone en entredicho a su propia psique, a la herencia y a toda la cultura. “Filimor forrado de niño” es un ejemplo de la maestría que tiene Gombrowicz para manejar el comportamiento de conjuntos a los que le va agregando elementos, hasta que finalmente algo explota.
En Gombrowicz conviven su clase social y una conciencia penetrante que buscaba el estilo de los pensamientos fundamentales, la independencia, la libertad y la sinceridad, en medio de los remolinos de sus anormalidades. Buscaba la realidad y sabía que la podía encontrar tanto en lo que es normal y sano como en la enfermedad y en la demencia.
El prólogo al “Filimor forrado de niño” es considerado como una muestra temprana de las relaciones que existen entre la idea de la forma que tiene Gombrowicz y la idea de estructura que tiene los estructuralistas. A fines del siglo dieciocho un campesino, nacido en París, tuvo un hijo, y aquel hijo tuvo un hijo, y ese hijo tuvo a su vez un hijo y luego hubo otro hijo…
Y el último hijo, campeón mundial de tenis, estaba jugando un mach en la cancha del Racing Club parisiense. Un coronel de zuavos, sentado en la tribuna lateral, empezó a envidiar el juego impecable de ambos campeones, y ansioso él también de exhibir sus habilidades, sacó una pistola y disparó contra la pelota. La pelota, no podía ser de otra manera, reventó.
Los contendientes, privados imprevistamente de aquello que estaban golpeando, golpeaban con la raqueta en el vacío. Cuando cayeron en la cuenta de que sus movimientos era absurdos, se agarraron a trompadas. Un trueno de aplausos estalló entre los espectadores. Aunque ésta no había sido la intención del coronel, la bala que había disparado siguió su trayectoria.
Finalmente la bala dio en el cuello a un industrial armador que estaba en la tribuna de enfrente. La esposa del herido, viendo borbotear la sangre de la arteria atravesada, quiso echarse sobre el coronel para quitarle el arma, pero como estaba inmovilizada por la muchedumbre le dio un cachetazo al vecino de la derecha. El abofeteado resultó ser un epiléptico.
Bajo la conmoción producida por el golpe, estalló como un geiser en medio de convulsiones. La pobre mujer se encontró de pronto entre un hombre que manaba sangre y otro que echaba espuma por la boca. El publicó atronó el estadio con aplausos. Un caballero que estaba sentado cerca de la desgraciada señora tuvo un acceso de pánico y saltó sobre la cabeza de una dama acomodada en las gradas de abajo.
La mujer se irguió y brincó hacia la cancha arrastrándolo en su carrera. El vecino de la izquierda del caballero, un jubilado humilde y soñador, hacía muchos años que soñaba con saltar sobre las personas ubicadas más abajo. Estimulado por el ejemplo de lo que estaba viendo, sin la menor tardanza saltó sobre una dama que tenía abajo recién llegada de África.
La joven en forma inocente se imaginó que justamente ésa era una costumbre del país y sin pensarlo ni por un momento también brincó tratando de imitar las maniobras de la otra dama y conservar la naturalidad de los movimientos. La parte más culta del público aplaudió para disimular el escándalo delante de los representantes de los países extranjeros.
La parte menos culta de la concurrencia tomó los aplausos como una señal de aprobación y empezó a cabalgar a sus damas. Como los extranjeros no salían de su asombro las personas presentes más distinguidas, también para disimular el escándalo, cabalgaron a sus damas. Un tal marqués de Filimor, se sintió disgustado y ofendido por los acontecimientos que se estaban desarrollando en la cancha de tenis.
De improviso el marqués se sintió gentleman, y desde el medio de la cancha de tenis, pálido y completamente decidido, preguntó si alguien, y quién precisamente, quería ofender a la marquesa de Filimor. Arrojó a la cara de la muchedumbre un puñado de tarjetas con la inscripción de “Philippe de Filimor”. Un silencio mortal reinó en el estadio.
De repente, no menos de treinta y seis caballeros se acercaron a la marquesa Filimor montados sobre mujeres de pura raza para ofender a la marquesa y para sentirse ellos mismos gentlemen. Pero la marquesa, a raíz del gran susto, abortó y parió un niño que empezó a berrear en forma estridente a los pies del marqués bajo los cascos de las mujeres piafantes.
“El marqués, repentinamente, forrado de niño, dotado y complementado de niño, mientras actuaba en forma particular y como un gentleman en sí, y adulto, se avergonzó y se fue a su casa en tanto un trueno de aplausos se oía entre los espectadores”. En este cuento, con toques maestros que le da a la forma y a la estructura, Gombrowicz convierte un partido de tenis en una cabalgata metafísica de jinetes.
Pero Gombrowicz no tenía una buena opinión de los jinetes. Los terratenientes tienen en general una buena relación con los animales, a Gombrowicz lo alcanzan las generales de la ley, es una predisposición que paradójicamente humaniza el carácter de los hombres, como también le ocurría a nuestro Bioy Casares. Ya sabemos que, a pesar de su nobleza terrateniente, Gombrowicz se sentía confuso y en contradicción con la naturaleza.
Al ponerse en contacto con ella se transformaba en un demonio, en una anti-naturaleza, sin embargo, con los caballos le iba bastante bien, no así con los jinetes. Mientras los caballos eran para Gombrowicz los representantes de una soledad radical, los jinetes en cambio eran unos payasos incorregibles. El hombre a caballo es una cosa estrafalaria, una ridiculez y una ofensa a la estética.
Los animales no nacen para cargar sobre sí a otros animales. Un hombre sobre un caballo es tan absurdo como una rata sobre un gallo o un mono sobre una vaca, es una perturbación del orden natural a pesar de que el arte le rinde homenaje a este convencionalismo en las estatuas y en la pintura. El jinete da brincos sobre la bestia con las piernas despatarradas en un animal torpe y estúpido.
Corre montado a la velocidad de una bicicleta y repite vez tras vez el salto de un obstáculo en una bestia que ni sirve ni ha nacido para saltar. Los placeres de las cabalgatas provienen del atavismo pues en otros tiempos el caballo era realmente útil y enaltecía al hombre. Un hombre a caballo dominaba a los demás, el caballo era la riqueza, la fuerza y el orgullo del jinete.
De esos tiempos nos quedó el culto de la equitación y la adoración por un cuadrúpedo anacrónico. “Mi monstruoso sacrilegio resonaba salvajemente de un extremo a otro del horizonte. El dueño y criador de sesenta yeguas de raza me miraba con condescendencia”
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