Los árboles
aquietan morosamente, tiernamente los pensamientos.
Desde su altura no compiten: están.
Acompañan los ciclos y adormecen los vientos;
persisten sin apetecer.
Son compañeros de viaje hacia el sosiego
maestros en el juego de la luz
y no desean más que lo dado.
Aromito
Iluminado y luminoso el tapiz amarillo
responde al sol que anida en cada copo.
Juegos de milenios enramados, convocantes.
Entre mis torpezas de transitar el mundo
intento la memoria del árbol,
su estar allí, su don,
su presencia inocultable de aromos.
Mis manos no alcanzan para su decir
que es todo asombro en el aire y en la luz.
Entonces,
hago de la mañana un sombrero
y del aromito un sueño de ella.
Jacarandá
Tajo de lunarriba gotea
campánulas de cielo.
Cuentan viejas memorias de la herida del cielo;
el celeste, en breves copos tamizaba estas tierras.
Fue un árbol, cauterizador de heridas, que con
sus largas ramas comenzó a recoger en el aire los
copos cielares. Dicen las voces antiguas que el
cielo se curó por la bondad del árbol que supo de
su herida; lo pobla desde entonces en su copa.
Dicen que dicen que el cielo bajó a habitar
estas tierras.
Oscar Cacho Agú
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