domingo, 1 de junio de 2008

Teresa Coraspe: la poesía como epifanía del lenguaje



por Rafael Rattia


¿En virtud de qué extraña señal un escritor sabe que está en presencia de otro escritor aún sin conocerle personalmente, sin haberse presentado antes ni estrechado sus manos?.


De entrada es esto: Son las tres de la tarde y espero ansiosamente a la poeta y escritora Teresa Coraspe en el Terminal de pasajeros del Delta del Orinoco, pues tenemos una cita pautada para un Viernes a las 5:00 p.m en el Auditórium Oriwakanoko de la capital de la Tierra del Agua.


Con un ostensible retraso, que no tardo en atribuírselo al lento y vaporoso paso de la Chalana de San Félix, una delicada e inteligente figura de sacerdotisa desciende de un vehículo de pasajeros por puesto y sin darme tiempo a que le pregunte por su nombre ella me inquiere:


¿Tú eres Rattia verdad?. —

Sí, ¿y tú Teresa, no?.


Sí, mucho gusto. De allí en adelante todo fue un calmo elixir de amistad literaria que únicamente puede venir de la experiencia poética. La poesía, ¡oh, dioses del agua dulce, la poesía!. Bendito sea el lenguaje y la palabra poética.


Con una coartada o pretexto de dictar una conferencia: «20 años de literatura guayanesa: balance y perspectivas», se pudo oír y escuchar la palabra encantada de una de las voces más decantadas de la poesía contemporánea venezolana que se gesta en el Oriente del país en los últimos 30 años de escritura literaria nacional.


Teresa Coraspe es una escritora anzoatiguense-guayacitana, ciudadana del mundo que irradia un halo magnético de auténtica oficiante de la palabra poética.


Su cálida y grata presencia entre las gentes de las canoas me permitió acceder a la estimulante lectura de sus libros de poesía: Este silencio, siempre (Asociación de Escritores de Venezuela, Seccional Bolívar, 1991), Vuelvo con mis huesos, (1978) Vértice del círculo, (1987) Tanta nada para tanto infierno, (Ediciones al Sur, 1994) y un primer poemario absolutamente inencontrable (agotado) sugerentemente titulado: Las fieras se dan golpes de pecho.


Vuelvo con mis huesos. No es difícil advertir el propósito nómada e itinerante de este canto poético contenido en este libro que se me antoja una bitácora de un viajero por mares ignotos de geografías imaginarias y de mares de sentido que advienen a la superficie de la página del libro por obra de una rara alquimia empalabradora.


La escritora no oculta su intención de viajante ni su condición aventurera. Ya desde 1978, fecha en que se publicó este poemario, Teresa Coraspe se adentraba en los escabrosos y arduos caminos de las temáticas de la desesperación ontológica del ser que vive en artista, del poeta que se asume en la desgarradura viva y desolladora de la existencia lírica en tanto que existencia poética.


En Vuelvo con mis huesos está toda la soledad y la lacerante ausencia de un ser que vive la enternecedora experiencia de sentirse vivo por intercesión de la espiritualidad poética.


La tarde es una metáfora de la tristeza en este libro encantador que, como dijo Ramos Sucre en su inmortal Preludio, «me cuenta amarguras» dulces e irresistibles.


El asombro, la implacable interrogación del tiempo, el dolor de estar vivos, la insoportable levedad de un presente que se eterniza hasta la náusea, la ceniza como simbología de la muerte y símil de la resurrección, atraviesan las deliciosas páginas de este libro de Teresa Coraspe que los lectores de poesía deberían procurarse para que abreven de las fuentes de la genuina poesía que se ha hecho en las últimas décadas en Venezuela.


La vocación de universalidad ya se insinuaba con decidida voluntad poética hace 23 años cuando Coraspe se decidió a publicar este hermoso canto poético que hoy reivindico con esta lectura pública.


Es indubitable, una férrea disposición trascendente se trasparenta cuando la poeta dice:


andando sobre el asfalto hirviente
sin parar
buscando los caminos invadidos de universalidad
siempre sintiendo este punzar de dientes
más allá de la médula
hacia el fondo
sin cesar.


Un búsqueda ilímite que no admite sosiego ni descanso es la terca osadía de la escritora dicha en la poesía de Vuelvo con mis huesos.


Este libro, lleno de revelaciones, rayano en el confesionario escupe una verdad insoslayable ante los ojos impávidos del lector.


Leyendo atentamente los poemas contenidos en Vuelvo con mis huesos vislumbramos una especie de tratado sobre la ciudad. La escritora nos obsequia una ciudad desnuda de falsos atavíos y carente de orlas superfluas.


La ciudad que emerge en este poemario es la ciudad doliente que alcanzó a ver Dante en su visionaria Divina Comedia.

Ciertamente, la tristeza y el dolor desgarrado signan buena parte de esta experiencia escritural de la escritora pero el amor, la ternura y el deseo carnal de la cópula cósmica también se explicitan como bisagras que unifican el lenguaje lírico de la escritora hasta decirse en un lirismo erótico de inocultables visos sexuales.


Dice la poeta:

entonces vienes
me habitas
me posees
y me descarno
sobre estos cementerios de sal.



A medida que avanzamos en la lectura de este libro la multiplicidad del sentido de hace más y más urgente desde el fondo de la página. Un extraño esquizo va rigiendo las pulsiones psíquicas de la hablante lírica.

La poeta se desdobla, ora en portaestandarte de una felicidad inmemorial, ora en profeta de una angustia y una desesperación que se hunde en los pliegues más recónditos del padecimiento humano.


Ya iremos comentando cada uno de los libros de esta singular escritora residenciada en Ciudad Bolívar que ha hecho una contribución sustantiva al acervo literario de nuestra contemporaneidad venezolana.


Con el debido permiso, parafraseándola a ella misma: «volveré con mis asedios».




Rafael Rattia es historiador egresado de la Universidad de Los Andes con una tesis sobre Émile Michel Cioran. Su trabajo académico fue asesorado por el filósofo José Manuel Briceño Guerrero. Actualmente se dedica a escribir poesía y ensayos críticos de imaginación. Escribe para la Revista española CASI NADA.
http://usuarios.iponet.es/casinada/xrattia.htm



Sábado 17 de marzo de 2001



ALGUNAS POESIAS DE TERESA:


ANTE LA PUERTA

¡Oh puerta!
¡Cuántas sombras habrán pasado a través de ti!
Y cuando tú no eras puerta, sino árbol, ¡Cuántas sombras
descansarían en tu regazo! Más, cuando tú, aún ni siquiera
Eras árbol, ¿qué mano temblorosa sembraría la tímida semilla
A la tierra, que diera origen a que algún día fueras árbol
Y luego puerta?.¿Dónde están?


MORADAS

De las casas que habité
Sólo tengo fragmentos de recuerdos
¡Fueron muchas!
así mi infancia fue fraccionada por las tantas mudanzas
Pero hay una casa
que se repite en los sueños
quizá porque en ella viví por siete años
y en las noches viene a visitarme poblada de fantasmas
Yo la voy reconstruyendo habitación por habitación
sin omitir ni una puerta o ventana (siquiera)
Pero de todas esas casas
la verdadera es ésta donde habito leo y pienso
y donde los hijos y la infancia dejó huellas profundas
con árboles y flores y el verde y los pájaros y la risa y el
llanto se sientan a la mesa como quien va a misa cotidianamente
Esta casa y las demás casas fragmentadas
son pedazos de vida dejados por ahí
a la par de los días
Y en muchas noches cuando duermo
vuelvo con la llave
a la cerradura que abro con suma facilidad
para habitar en silencio esa casa que se repite
y se niega a ser olvidada
Y la encuentro ocupada
con los mismos muebles que una vez existieron
sólo que voces misteriosas me asustan
quizás son las nuestras
que se quedaron grabadas
en el interior de sus muros
y que la ausencia vuelve entrañas
Por eso mi penúltima casa
la cuido y acaricio porque es la morada de este cuerpo
que un día dejará de ser
Yo la miro largamente para darle vida
y que palpite como una lámpara encendida a media noche
una casa donde el sol se las ingenia para entrar
y acurrucarse en silencio en todos sus rincones
y llenarla de luz como un cáliz venido desde lejos.


***
nota del editor:

las poesias fueron publicadas en:

la foto: tomada de una entrevista realizada por KARLA PRAVIA
y publicada en NUEVA PRENSA, de Ciudad Guayana

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