Estas líneas son para despedir a un amigo de madurez, un testigo del horror que sobrevivió para contarlo, una víctima de Auschwitz que pudo retomar el pulso vital de su época para volver a trabajar, fundar una familia, escribir varios libros.
Y, sobre todo, Charles Papiernik fue un hombre bueno, que nos dejó el pasado 21 de setiembre, en vísperas de Iom Kipur (Día del Perdón, la jornada más sagrada del judaísmo) y en momentos en que comenzaba la estación primaveral.
Los afectos a deducir metáforas podrán sacar conclusiones acerca de esta coincidencia.No es mi caso, ahora. Su partida, aun conociendo su avanzada edad (89 años) y su delicado estado de salud, es dolorosa y no termina de ser aceptada.
Dudé bastante antes de borronear estas líneas, porque en los últimos meses perdí a varios seres queridos y las despedidas verbales y escritas renuevan los sentimientos de pesar.
Pero precisamente la noche anterior a este día en el que escribo, casi insomne, se me apareció la figura de mi amigo diciéndome: "Llamé a ... (una prima donna del mundo teatral judeoargentino) para pedirle que lea unos textos la semana próxima, cuando presentemos mi libro de memorias.
Trató de excusarse, contándome que estaba muy ocupada, tenía muchos compromisos y no se sentía muy bien. Yo le dije, simplemente: `En Auschwitz, yo me sentía peor de lo que usted está ahora'. Hubo un silencio y, luego, ella dijo: `¿A qué hora debo estar allí?"
Así de agudo y sincero era Charles.¿Cómo buscar excusas, ahora? A su pedido, redactamos juntos las memorias del campo de concentración, pero mucho más que eso.
Durante algo más de un año -el primero de nuestra larga amistad, que se profundizó con el paso del tiempo- él me visitó todos los miércoles después del mediodía, en las oficinas de la Editorial Milá.
Convenientemente aislados y grabador por medio, cerraba los ojos y rememoraba con pasión y precisión envidiables. Quería recordar cada detalle, cada diálogo, cada escena, sin agregar contenidos superfluos ni invenciones posteriores, como suele suceder con las memorias redactadas en edad avanzada.
Había dolor en sus evocaciones, pero jamás rencor. Allí comencé a admirarlo.Su esfuerzo contribuyó a acercar a las nuevas generaciones el testimonio directo de un protagonista de aquellos años: la infancia como huérfano temprano en su ciudad polaca natal; la adolescencia en una sinagoga jasídica en cuyos duros bancos de madera dormía (pero que le proveyó el sentido mágico de la vida); años de formación en Polonia y luego en Francia bajo los ideales del socialismo bundista y la fraternidad humana.
La caída de París representó un cambio brutal en su vida: deportado por los franceses y luego en manos de los alemanes, su historia es tan estremecedora que imposibilita un resumen veraz.
Sí importa señalar, en un balance apresurado, que la clave de su sobrevivencia (tres años en Auschwitz, casi un imposible), estuvo ligada, precisamente, a su formación humanista.
Según contaba, en un momento los guardianes del campo de concentración lo eligieron a él, joven veinteañero, para aplicarle latigazos a un prisionero al que atraparon comiendo un trozo de pan en horario de trabajo".
Tomó el látigo en sus manos, pensó un instante y lo dejó caer al suelo: ``Yo no puedo hacer eso"'', dijo. El nazi lo amenazó con la muerte y Charles aceptó el veredicto.Poco después, el capitán que comandaba esa sección lo llamó a su oficina y exigió explicaciones.
``Simplemente, no puedo golpear a un compañero, aunque eso me cueste la vida. No fui formado así''". Hubo un largo silencio. El alemán le ofreció un cigarrillo (que Charles pensó era el último deseo de los condenados), lo observó un rato y, después, dijo: ``Yo tengo un hijo de tu edad y es asombrosamente parecido a vos.
El ha caído prisionero, ahora, en el frente ruso. Y me gustaría que tuviera tu mismo comportamiento, si se diera la ocasión"''. Luego, le dijo que trataría de protegerlo. A esa mezcla de azar, parecido físico y comportamiento principista debió su sobrevivencia.
La extrema rigurosidad de sus recuerdos, que prosiguieron relatando la muerte de todos sus hermanos y la pregunta culposa (¿Por qué sobreviví yo, el único soltero y sin hijos?); el reencuentro con quien sería su esposa, Micheline; la vida en Uruguay y la descendencia familiar con hijas, nietos y hasta bisnietos; las iniciativas como la redacción de una Hagadá de la Shoá, no lo hizo abandonar un necesario pudor que, creo comprender, tenía también por objetivo no horrorizar a nadie, no generarles pesadillas irrepetibles desde alguien que, como dijera Elie Wiesel, ``Si ha entrado en Auschwitz, jamás podrá salir de allí''.
Hubo algunas experiencias que decidimos no incluir. Otras, estremecedoras, me fueron relatadas años después, cuando la amistad ya era sólida camaradería.
Sólo pude admirarlo y quererlo más después de eso.Ignoro si fue del todo consciente de su incomparable aporte histórico. El poder de la palabra desnuda (que en el texto traté de mantener de manera casi literal, con todos sus errores sintácticos y reiteraciones, para lograr un duplicado cercano al original tal como aconsejan los manuales antropológicos sobre historias de vidas), sin intermediaciones literarias, testigo presencial de lo narrado, anula la intención nazi de no nombrar a las víctimas, de no considerarlas humanas (las llamaban en Auschwitz trapos, marionetas).
El estilo es el hombre: el tono coloquial de su relato logra trascenderse a sí mismo y sumergirnos en el difícil siglo XX del judaísmo europeo.
Este tipo de memorias austeras y despojadas traslucen el horror de esa época pero no permiten las catarsis exculpadoras, sino que enfrentan a los lectores al escenario poco imaginable de la tragedia verdadera.
¿Acaso la Shoá puede contarse?Una misión imposible y necesaria: traducir el horror en palabras. Todos los testimonios, las interpretaciones filosóficas y psicoanalíticas insisten, sin embargo, en que lo acaecido es irrepresentable.
Un desafío a la imaginación.Charles hizo todo esto y mucho más. Pero la recordación y la puesta en letras de molde de su trayectoria apenas puede consolarnos del hecho irrefutable de que no estará más con nosotros. Lo extrañaremos. Extrañaremos a este hombre bueno.
Por Ricardo Feierstein
fuente: AURORA- TEL AVIV- 17 NOV.2007
N.D.E.
Ricardo Feierstein es uno de los escritores
talentosos de Argentina en los últimos
treinta años.
Su obra literaria es amplia y comprende
poesía, cuentos, novelas, ensayos, etc.
Arquitecto de profesión, periodista de alma,
escritor y poeta de nacimiento, Feierstein
es una voz clara e inteligente en el panorama
de las letras argentinas.
Su bibliografia es amplia y puede consultarse
en la web.
Fue Secretario de Redacción de la mitológica
revista 'RAICES' y uno de los responsables
por la edicion del periodico NUEVA SION
en la decada del '60.
Despues de varios años, fue nombrado director
de la Editorial Milá ("palabra"), siendo además
el editor de la Revista 'RAICES' en su segunda
etapa.
Esta Editorial de la AMIA en Buenos Aires
bajo la direccion de Feierstein sacó a luz
una considerable cantidad de libros
relacionados de alguna manera con el
Judaismo e Israel.
Estos libros se encontraban en venta no
solo en las librerias, sino en muchisimos
quioscos de diarios y revistas en la ciudad
de Buenos Aires.
Uno de los libros mas difundidos de
Feierstein es la "HISTORIA DE LOS JUDIOS
ARGENTINOS"(editada por PLANETA, siendo
la tercera edicion a cargo de Edit. Galerna)
donde se destaca la seria participación de
los argentinos de fe Mosaica que han contribuido
y contribuyen a la cultura, a la ciencia, el arte,
la industria, el comercio, la medicina, etc.
en el país más europeo de America del Sur.
Jose Pivín
domingo, 18 de noviembre de 2007
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