El pasado 13 de junio Liliana Lara aguardaba noticias del veredicto de la XVI Bienal Literaria José Antonio Ramos Sucre. Lo hacía impaciente frente a la pantalla de su computadora, cerca del teléfono, artefactos que la conectan con la vida más allá del Kibbutz Bror Hail, donde reside en el sur de Israel. “Primero pensé que había perdido porque no encontré ningún mensaje en mi correo electrónico, pero no tomé en cuenta el cambio de horario”, cuenta a través de una conversación vía Messenger. “Cuando llamaron desde Cumaná, yo no estaba en la casa y me dejaron un mensaje con un hebreo parlante que sólo entendió "Venezuela" y "universidad", es decir, nada. Pero supuse que podía ser una llamada de la Bienal y esperé, esperé, esperé al lado del teléfono, hasta que finalmente volvió a sonar. ¡No lo podía creer! Aunque algunas veces me pareció que mis cuenticos no estaban tan mal, la mayor parte del tiempo pensaba que no ganaría porque me imaginaba concursando solo con autores "éditos".... Fue una emoción escuchar que gané. No pude dormir en toda esa semana. No paraba de decir: ¡qué increíble, qué increíble!”. Nada tiene de increíble que Liliana Lara haya obtenido el preciado galardón literario, pues desde hace mucho es escritora de oficio y conciencia. Nacida en Caracas en 1971, se mudó a los seis años a Maturín y luego a Cumaná para estudiar Educación mención Castellano y Literatura en la Universidad de Oriente. Fue tallerista en varias oportunidades de la Casa Ramos Sucre. Más tarde hizo la maestría en Literatura Latinoamericana de la Universidad Simón Bolívar.
En mayo del 2001 los péndulos del amor la hicieron conocer a un argentino israelí con el que un año después se casó y se mudó a Tierra Santa. Hoy tiene dos hijos, Emiliana, de tres años y medio y Sebastián de ocho meses, hermosas y rubias razones por las que su escritura se acopla a las intermitencias, sus correos son anhelos de media noche y sus conversas cibernéticas se ven interrumpidas por un “ya vengo, despertó el bebé, debo darle pecho”. Esa calistenia maternal la hace alimentar su blog, hasta hace poco anónimo, Memorias y avatares de una madre intelectual: http://memoriasdelamamacita.blogspot.com/
En mayo del 2001 los péndulos del amor la hicieron conocer a un argentino israelí con el que un año después se casó y se mudó a Tierra Santa. Hoy tiene dos hijos, Emiliana, de tres años y medio y Sebastián de ocho meses, hermosas y rubias razones por las que su escritura se acopla a las intermitencias, sus correos son anhelos de media noche y sus conversas cibernéticas se ven interrumpidas por un “ya vengo, despertó el bebé, debo darle pecho”. Esa calistenia maternal la hace alimentar su blog, hasta hace poco anónimo, Memorias y avatares de una madre intelectual: http://memoriasdelamamacita.blogspot.com/
.—¿Cómo escribe una venezolana en el Medio Oriente?
—Podría decir que una venezolana que escribe en el Medio Oriente escribe igual a una venezolana que escribe en cualquier otra parte del mundo. Creo que escribir cuentos en su mayoría venezolanos desde acá debe ser como Jorge Volpi escribiendo su novela alemana, En busca de Klingsor, desde México o Rodrigo Fresán escribiendo su novela inglesa, Jardines de Kensington, desde Barcelona o Buenos Aires. O más aún, Juan José Saer escribiendo novelas argentinas desde París, con la debida distancia, claro, ya quisiera yo... Nombro a estos tres escritores —aunque seguro hay y habrá muchos otros en la misma situación— porque para mi significaron un gran hallazgo: gente que escribe sobre geografías distantes o sobre geografías propias estando distantes. Cuando llegué a Israel me dije a mi misma: “bueno, ya no escribo más, si en Venezuela era inédita sin esperanzas, desde aquí ni hablar... además, estando tan lejos, ¿sobre qué voy a escribir?”. Entonces abandoné la escritura, con toda la tristeza que eso acarrea, también porque estaba más ocupada en sobrevivir a las diferencias culturales. En esa época entré en contacto con el semanario venezolano Nuevo Mundo Israelita, comencé a escribir crónicas para ellos y esa fue una especie de salvación a la completa anulación de la escritura que me había auto impuesto. Disfruté muchísimo esas crónicas y comencé a ver la realidad que me rodeaba con nuevos ojos: ojos literarios. Lo cierto es que tras leer a Saer, Volpi y Fresán me di cuenta de que, en líneas generales, no importa el lugar dónde se encuentre el escritor. Para escribir hay que escribir. Puede que esto se note o no en lo escrito, pero ese es otro asunto. Por supuesto, no es lo mismo estar en París que en el Medio Oriente y si eso ha afectado mi escritura diría que ha sido en el sentido de estar más sola, más alejada de cualquier centro, siendo más extranjera. Podría decirse que soy una “escritora marginal”, aunque Jerusalén sea el centro del mundo —y vivo a una hora de ese centro.
—¿Todo escritor no es, de alguna manera, un marginal?
—No todos los escritores son tan marginales. Hay quienes se las pasan en cuanto evento, presentación de libro, conferencia existe. Se reúnen y se leen los unos a los otros, hacen grupos, se pelean... Marginales son los que escriben desde la soledad, desde lejos de Caracas, por ejemplo o de las ciudades grandes. Eso creo que es ser marginal (marginal dentro de lo marginal). También se puede hablar de marginalidad lingüística: alguien que vive en otro idioma que no es el oficial...
—Su marginalidad es, en todo caso, escogida…
—Su marginalidad es, en todo caso, escogida…
—Por un lado escogida (porque es muy chic ser marginal....jajajaja!) por otro, no tengo otra opción viviendo lejos de mi idioma y de mi país. Aunque si viviera en Venezuela también estaría lejos de los centros, creo, porque viviría en el oriente venezolano.
—Siempre Oriente.... el del mundo, el del país…
—Si, me encantan los orientes, aunque soy un poco desorientada.
—¿Cómo surgió el libro Los jardines de Salomón?
—Retomé la escritura con las crónicas que hice para Nuevo Mundo Israelita, con algunos poemas chillones y larguísimas cartas a mis amigos. Pensé que no escribiría más cuentos (que era lo que más me gustaba) hasta que una historia me llegó de pronto. Una historia venezolana-israelí que se me ocurría como una película de producción binacional (imposible de filmar en estos días). “Los jardines de Salomón” se llama ese cuento y es el que da título al libro. No lo escribí de un tirón, lo abandoné varias veces y comencé a escribir otras cosas, pero siempre pensé que si algún día lo terminaba iba a ser parte de un libro que llevaría el mismo nombre por una razón muy personal: fue el primer cuento luego de una larga sequía. Después, cuando escribí otros cuentos, me di cuenta que había un cierto espíritu “salomonesco” —por no decir salomónico— que podía dar unidad a todo un libro. De pronto tuve un proyecto de libro (ya no se trataba de escribir cosas sueltas, como había hecho siempre). Entonces por primera vez me senté frente a mi computadora a terminar ese libro. Fue un trabajo arduo: todas las mañanas me sentaba a escribir, a veces no salía nada, otras veces miles de historias fluían. Se puede decir que terminé el libro en un mes y medio de trabajo intensivo, hace justo un año. Además, estaba apurada porque tenía fecha de parto de mi segundo hijo y sabía que con un bebé recién nacido no iba a poder escribir. Fue un verano muy fecundo, se podría decir.
—Fue el verano de la guerra con Líbano…
—Nunca antes me había encontrado en una situación bélica y a pesar de que vivo lejos de la frontera —donde caían cohetes, sonaban alarmas y la gente vivía metida en los refugios— la sensación de muerte y fin de mundo estaba en todas partes. Los israelíes tienen una capacidad especial para soportar situaciones extremas aferrándose al día a día, cosa de la que carecemos los venezolanos. Lo cierto es que pensé que el mundo se acababa y yo no había escrito mis historias, así que con la urgencia que da esa terrible sensación de que en cualquier momento suena una alarma antiaérea y nos tenemos que meter debajo de la cama a esperar el final, me puse a escribir. Podría haber escrito un blog de guerra (hubo muchos) pero lo que menos quería era pensar en lo que pasaba. Si en algo ha influido en mi escritura la situación geográfica en la que me encuentro es en ese sentido apocalíptico de que hay que escribir más y hay que terminar los proyectos de escritura que uno tenga, independientemente de si luego quedan engavetados o ganan premios: escribir con la urgencia de quien no sabe qué le depara el futuro, por decirlo de una forma dramática. Hay quienes tienen la teoría de que en las dictaduras los escritores escriben más, bueno, pasa otro tanto con las guerras.
—El jurado de la Bienal acotó un cierto parentesco del libro con la escritura de José Antonio Ramos Sucre.
—El jurado de la Bienal acotó un cierto parentesco del libro con la escritura de José Antonio Ramos Sucre.
—¡Jajaja! ¿En qué sentido lo habrán dicho? Yo ni soy tan culta, ni tan elegante, ni tan poeta, ni tan insomne (si no duermo en este periodo de mi vida es porque tengo un bebé comelón).
—¿Qué significa ser profeta en tu tierra, viviendo lejos, justamente en tierra de profetas?
—Ojalá yo fuese profeta en mi tierra y ojalá ésta fuese todavía la tierra de los profetas. Hoy en día no hay profetas en Israel. Amos Oz dijo en una entrevista reciente, a propósito del premio Príncipe de Asturias, que era difícil ser profeta en la tierra de los profetas porque había mucha competencia. Seguramente hablaba de profetas muertos o presos... Y allá, en Venezuela, ojalá yo fuese profeta, qué no haría…
—¿La escritura se ve afectada por el hecho de que hables una lengua a diario y escribas en otra?
—Probablemente si, porque aparte de todo soy profesora de español y he terminado hablando un español muy neutro. Aunque los modismos siempre salen a flote.
—Y los paisajes tan ajenos, ¿cómo influyen?
—No sé, creo que han influido más en mi poesía, que también escribo, aunque es muy mala... pero seguro también en los cuentos... el desierto es muy impresionante!!!
—¿Qué viene en lo inmediato?
—De momento me dedico a disfrutar de este minuto de fama, no todos los días se gana uno un premio y es entrevistado. ¿Planes? Escribir una novela. Cuando terminé el libro me di cuenta de que mis cuentos eran cada vez más largos y pensé que lo que viene es escribir una novela. Me gustan mucho las narraciones largas y, la verdad, soy más lectora de novelas que de cuentos. Tengo las ganas, el gusto, las lecturas, algunas historias: ¡habrá que ver si eso es todo lo que se necesita para escribir una novela!
©Jacqueline Goldberg
Publicado en Papel Literario, El Nacional, 2007.
Publicado por Jacqueline Goldberg en
http://jacquelinegoldberg/-
Publicado por Jacqueline Goldberg en
http://jacquelinegoldberg/-
entrevistas.blogspot.com/2007/08/liliana-lara-una-escritora-marginal-en.html
Nota del Editor:
Conocí a Liliana Lara a fines de marzo de 2008, en
una velada cultural en el barrio norte de Tel Aviv.
Me la presentó la joven escritora mexicana Liliana V. Blum,
que esa noche recibía en ese lugar, el Primer premio del Concurso Internacional de Narrativa Breve organizado por CICLA.
Liliana, la mexicana, me había comentado que quería encontrarse con su amiga cibernetica, la Liliana venezolana, con la que se escribía desde su ciudad, alli en la lejana Mexico.
Conversamos muy poco los tres, ya que había allí un coctail organizado por la Embajada de Mexico en homenaje a su conciudadana premiada en este país.
Y luego comenzaron los discursos, las fotografías, los aplausos,
y los saludos...en la sala colmada del lugar.
Interesante: el ganador del segundo premio en ese Concurso internacional tambien fue un joven ciudadano mexicano, radicado en Israel...
Liliana Lara me hizo acordar a mi nueva nuera, SOLANGE APARICION, la esposa brasileña de mi primogenito. Ambas delgadas, ambas jovenes, ambas casadas con argentinos-israelíes...pero Solange no escribe cuentos.
Liliana, la venezolana, me contó que se había casado con un joven argentino-israelí, que viven en un Kibutz, que enseña castellano en un College a pocos kilometros de la frontera con Gaza, pero no me dijo que habia recibido un Primer Premio de literatura en Venezuela.
Fue la escritora venezolana Riolama Fernandez, bióloga
reputada y escritora venezolana (hija de la talentosa poeta y escritora Teresa Coraspe) quien me lo comentó.
Desde aquí saludo fraternalmente a todas las involucradas, deseándoles escritura fertil y fuerzas para seguir adelante en esa
dura tarea de ser escritora en un mundo no precisamente
solidario con ellas, y además, generalmente, tambien madres y
esposas responsables de sólidos hogares .
A Liliana Lara, en especial, mi solidaridad de alguien llegado
a Israel desde un idioma similar al suyo (castellano) y conviviendo diariamente en otro, tan distinto y difícil, como lo
es el idioma hebreo.
Lic. Jose Pivín
frente al puerto de Haifa
frente al mar Mediterráneo
1 comentario:
Hola José!
Qué sorpresa encontrarme en tu blog! Justo en estos días publicaron mi libro (con el que gané ese premio)en Venezuela. No pude estar en la presentación, lamentablemente!... Apenas me llegue, te regalaré un ejemplar!
Gracias por la solidaridad linguística y por tus amables palabras!
Besos!!
Liliana Lara
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