Nuestro recuerdo y agradecimiento para el Maestro Jorge Conti... Su ejemplo y su voz, permanecerá entre nosotros, para siempre...
Jorge Conti nació en Pergamino, provincia de Buenos Aires, en 1935. Estudió en la Facultad de Filosofía y Letras en Rosario y desde 1963 residió en Santa Fe, con un breve intervalo de tres años en la ciudad de Viedma.
En los años sesenta fue Jefe del Departamento de Extensión Regional de la Universidad Nacional del Litoral, llevando la cultura y el conocimiento de nuestra casa de altos estudios a numerosos pueblos del interior.
En la etapa de la reapertura democrática, a partir de 1983, Jorge Conti cumplió una importante tarea en la renovación de la programación de LT10, aportando análisis, opinión comprometida y rigor periodístico. Su pluma inteligente y sus editoriales punzantes, también fueron emblema de la resistencia cultural que ejerció la radio en los noventa, ante el embate del pensamiento único y el neoconservadurismo.
Jorge Conti dejó además varias obras literarias, algunas compilaciones de poemas y su último libro, “Aguafuertes radiales”, una recopilación de sus recordadas editoriales en el programa “Siempre tarde”, que fue editado por la UNL en el año 2006.
Por su trayectoria, recibió en los últimos años de su vida el reconocimiento de LT10 y de la Universidad Nacional del Litoral, ámbitos donde será recordado siempre como un ejemplo y un verdadero maestro.
Como parte de ese reconocimiento y ese homenaje permanente, en diciembre de 2008, pocos meses después de la muerte del notable periodista y poeta, LT10 inauguró obras de mejoramiento técnico y edilicio en el Estudio Mayor de la radio, que recibió el nombre de "Jorge Horacio Conti". El acto fue presidido por el rector de la UNL, Abog. Albor Cantard y el presidente del Directorio de LT10, Prof. Luis Novara.
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Jorge Conti nos cuenta...
Inicios en la escritura
“Comencé a escribir muy joven, por supuesto imitando, en adolescente tributo, a escritores que admiraba, entre ellos, Jean-Paul Sartre, ya que en esos años mi interés estaba en la narrativa. Descubrí la poesía siendo ya estudiante universitario, en la Facultad de Filosofía y Letras de Rosario. Mi primera publicación (dos poemas que luego integraron mi primer libro) fue en la revista Pausa, que editaba el Instituto de Letras de la Facultad”.
Vinculación al arte, al teatro y a la escritura
“Desde que tengo memoria, siempre manifesté una fuerte inclinación por las artes. Mi padre, ferroviario socialista, era un gran lector y desde muy chico me acostumbré a hurgar en su biblioteca. Muchas veces he contado que aprendí a leer con el Quijote (mi padre me leía un capítulo por noche y a mí me divertía muchísimo), pero así fue como seguí con Lermontov, Dostoiewski, Remarque, Lazko y entre los argentinos, Echeverría, Ingenieros y el Facundo de Sarmiento que aún hoy me sigue pareciendo uno de nuestros mejores prosistas”.
“Con el teatro empecé en Rosario: me hice amigo de los grupos independientes y asistía a sus ensayos, asesoraba en cuestiones de textos, colaboré en varias puestas en escena del teatro El Faro y del Teatro Escuela de los Comediantes, pero recién me animé a dirigir en Santa Fe. Mi primera puesta en escena fue Mustafá de Discépolo y luego siguieron otras. Siempre me interesó el teatro nacional”.
Extensión Universitaria – UNL
“Ingresé en 1963, bajo la dirección de José María Paolantonio, en la sección de Medios Audiovisuales. Luego pasé a encargarme de la sección de Extensión Regional (trabajábamos en 18 localidades de Santa Fe y Entre Ríos). El rectorado de la dictadura me dejó sin trabajo y en 1984 me reincorporé para retirarme en 2001 como Direcror de Prensa de la Universidad”.
Periodismo radial
“Entre 1964 y 1976 hacía programas de difusión universitaria. Luego trabajé como periodista en la radio de Viedma, en LT9, en LT10 y en una FM de Rafaela”.
Periodismo gráfico
Diario “El Federal” de Santa Fe, Diario "Río Negro" de General Roca (Río Negro), colaboraciones en "La Nueva Provincia" de Bahía Blanca.
Producciones
"Poemas", Fondo Editorial de la Municipalidad de Santa Fe, 1961.
"El destierro", poemas, Editorial Biblioteca C.C. Vigil de Rosario.
"El regreso natural", Editorial Ciudad Gótica de Rosario, 2001.
“Antología de la poesía argentina", 3 tomos, de Raúl Gustavo Aguirre.
“Aguafuertes radiales”. Ediciones UNL, 2006.
Colaboraciones en diversas revistas literarias del país y del extranjero.
Obras inéditas
"Cantor triste en la ciudad", poemas.
“Viaje del sol", poemas
"Juan Moreira", versión libre de la novela de Ricardo Gutiérrez, puesta en escena en el Teatro Municipal de Santa Fe (Sala Marechal) con siete meses en cartel.
"Esperando en la encrucijada", novela.
Audio
"La última clase"
Programa Especial emitido en "Con todo al aire", que incluye una entrevista realizada por Miguel Cello a Jorge Conti, poco antes de su muerte. Allí, el periodista y poeta reflexiona con gran profundidad sobre el periodismo y la política, la historia y la Universidad, la vida y la muerte.
Capítulo 1
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Capítulo 3
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Entrevista al escritor entrerriano Juan L. Ortiz. Paraná, febrero de 1973.
Poeta y Periodista. Un joven Jorge Conti recién llegado a Santa Fe.
En la conducción del programa “De 8 a 13”, en los albores de la democracia, en la mañana de LT10 (1984-1985).
Columnistas
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Para Jorge, por Miguel Cello
Ser periodista es ser independiente en las ideas ante un lector, un oyente o un televidente y ante los poderes establecidos. Un buen periodista sabe mantener estos dos principios: el secreto profesional y la conciencia. Tiene mucha responsabilidad. Todo periodista sabe cumplir las normas que le va a permitir separar la actividad deseable de la que no lo es. Sabe contar las cosas, pero no es menos importante saber que no todas las cosas se pueden contar. Sabe de la importancia de los principios éticos. Un buen periodista no se vende ante el suceso. Se entrega y preocupa que el suceso llegue lo mejor posible a su audiencia. Lucha por la verdad y entrega lo mejor de sí mismo en esa pelea. Un periodista conciente hace de su trabajo una vocación de servir con la palabra a los demás. Su vida es un constante servicio a la comunidad. Jorge Conti reunía todas esas cualidades y virtudes.
Hacer buen periodismo es reconocer lo indisoluble entre el rol del periodista y su función social. De manera que un buen periodista es quien puede interpretar la realidad, ofrecer esa interpretación a la opinión pública y, a la vez, orientar la necesidad de transformar la sociedad. Jorge Conti hizo de esto una norma desde sus comienzos hasta el último día de su existencia.
Para ser periodista debe tenerse el sentido de cumplir una misión. La de Jorge fue siempre iluminar las oscuridades de la política, de la economía, de la cultura, de la vida misma, aquellos grises que nosotros no podíamos detectar y que él aclaraba con su verba y su capacidad de análisis.
Es buen periodista el que, constantemente, está leyendo. Jorge leyó miles de libros en su vida y se acordaba de cada uno de ellos, de aquella idea, de esa palabra, del párrafo del autor que traía a nuestro conocimiento para cerrar una idea, para reafirmar una opinión, para demostrarnos que lo de ayer no era ni mejor ni peor que lo de ahora, sino para ratificar que todo se había dicho antes, que todo había pasado alguna vez.
El periodista debe sorprenderse por las historias que le cuentan o que vive. Todo se aprovecha: una reunión familiar, un encuentro con una fuente, la mesa de café que cultivó en soledad o con amigos. Tiene que haber imaginación creadora para acabar con el periodismo de declaraciones oficiales. Hay que aplicar la imaginación para recrear escenas, situaciones. Jorge lo hizo y lo plasmó exquisitamente en sus aguafuertes radiales.
El buen periodista es aquel que no es cínico, no es el que miente con desverguenza, o defiende o práctica acciones reprochables. A Jorge Conti nunca nadie le reprochó o le podrá reprochar nada de eso. Era íntegro, transparente, de una sola pieza. Vivió como murió: con humildad, con honestidad, con austeridad.
Ser periodista ayer, hoy y siempre, requiere de mucho estudio y de mucha vocación natural, no de engreimientos de corporación o de alineamientos innecesarios: esto, sin embargo, sin dejar nunca de ser un buen compañero y sin dejar de ser un amplio reconocedor de los méritos ajenos. Jorge en eso era también un grande, era la persona más generosa en lo profesional y en lo humano que he conocido, no había con él problemas de cartel ni de espacios, pese a su extraordinaria estatura era uno más y sabía remarcar en el otro sus aciertos y sus progresos.
Ser periodista, en fin, es comprender que se ha escogido una profesión de una enorme responsabilidad y repercusión humanística, por el sencillo motivo de que el periodista se debe no sólo a su Patria, no sólo a su isla, a su región o a su continente, sino también a los pueblos todos de la Tierra. Por eso sus análisis de lo internacional, que algunos mediocres que se hacen pasar por periodistas denostaron, y que preanunciaron la globalización, el capitalismo feroz que exacerba lo individual por sobre lo colectivo y el éxito de los que más tienen, no de los que más saben o de los que se preocupan por el conjunto.
El periodismo es un instinto. Es un instinto lanzado hacia las noticias. Pero a la vez se estudia. La formación sin ese instinto está vacía. Pero el instinto sin esa formación es ciego. Jorge era, quizás, el periodista más formado que he conocido y nunca miró a nadie por encima del hombro
Hay que vivir para escribir bien. No se trata de escribir formalmente bien, sino de escribir vitalmente bien. Jorge ponía en palabras lo que nosotros pensábamos pero no podíamos expresarlo o volcarlo en un papel.
Alguna vez dijo en esta mesa Guillermo Dozo que “para ejercer el periodismo hay que ser, ante todo un buen hombre o una buena mujer: buenos seres humanos. Las malas personas no pueden ser buenos periodistas”. Si se es una buena persona se puede entender, se puede intentar comprender a los demás, sus intenciones, su fe, sus dificultades, sus tragedias. Jorge comprendía todo antes que todos, porque esencialmente fue un gran ser humano. Como era agnóstico no le vamos a decir adiós, como creía que nos ibamos de este mundo y nunca jamás nos volvíamos a ver, tampoco le vamos a decir hasta pronto, simplemente chau Jorge y gracias por todo. Amigo y Maestro.
A Jorge Conti, por Rogelio Alaniz
Fue un periodista valiente, honrado y lúcido. Tenía certezas, convicciones y las defendía con inteligencia y con pasión. Nunca creyó en las tonterías del llamado periodismo objetivo. Se honraba de ser un periodista comprometido. Su compromiso era con la justicia y con la libertad. Podía ser obsesivo, pero no era arbitrario ni caprichoso. Podía equivocarse, pero hasta en el error era talentoso. Austero, sobrio, vivía en armonía con sus palabras.
Los periodistas no son diferentes de nadie. Una profesión u oficio no definen la virtud o el vicio. Hay periodistas honrados y corruptos, inteligentes y mediocres, obsesivos y displicentes. Los vicios personales se trasladan a la profesión y, a veces, la profesión los exacerba. Hechas las aclaraciones, hay que decir entonces que Jorge Conti fue un gran periodista. Tal vez el mejor o uno de los mejores. Santa Fe debe estar agradecida por haber contado con su inteligencia, con la palabra de alguien que apostó al saber y a la ética. El periodismo como tal debe estar reconocido al hombre que honró a la profesión con sus luces. Todos los hombres y las mujeres que disfrutaron con sus notas, con sus opiniones, van a extrañar el tono de su voz, la vibración de su inteligencia, su amplia cultura.
Jorge ayudó a pensar en un mundo donde muy pocos pueden atribuirse esa virtud. Enseñó a mirar la realidad con ojos atentos y a no dejarse engañar por los becerros de oro del poder y las diversas idolatrías. Sé de oyentes que esperaban con devoción, con ansiedad, su palabra. Sé de mujeres que lo adoraban y de hombres que lo respetaban. Con Jorge se podía estar o no de acuerdo, pero de lo que no se podía dudar era de la sinceridad de sus convicciones y de la complejidad de su pensamiento.
Siempre practicó el periodismo de opinión. Jorge no era un animador radial, un vendedor de espejitos de colores. Hablaba con precisión porque preparaba por escrito sus intervenciones. En esos temas era minucioso y exigente. Sus palabras no provenían de la improvisación, sino del estudio. El tono de su voz era cálido; la voz de un hombre serio y recto, pero, también, la voz de un hombre que era capaz de querer y emocionarse. No era un sentimental, un sensiblero. Sabía muy bien que el sentimentalismo siempre fue el fracaso del sentimiento. Por eso eso se preocupaba de hablar con la mayor precisión posible.
Las opiniones de Jorge Conti eran comprometidas y fundadas. Nunca cayó en la tentación de ver al mundo con los colores absolutos del blanco y el negro. Su inteligencia distinguía los matices, la variedad tonal con que se colorea la aventura humana. Se sentía en plenitud ejerciendo el magisterio del periodismo, pero no era un hombre feliz en su trabajo. La injusticia del mundo lo afectaba. Más de una vez me dijo que al final del día se sentía cansado. Ese cansancio no era físico, era de otra clase, y él lo conocía mejor que nadie. Como el poeta, podría haber dicho que sólo era débil ante el dolor y la belleza.
No era un escéptico. Mucho menos, un cínico. Se enojaba con frecuencia y, a veces, podía ser injusto. Tenía la virtud de los hombres grandes: la indignación moral. La injusticia, la explotación, la hipocresía, la mediocridad lo ponían fuera de sí. En tiempos de desencantos y de ironías, él era un hombre de fe. Su fe no era religiosa, pero en algún punto podía parecerse. Su agnosticismo no debilitaba sus convicciones morales, las fortalecía. Una vez me dijo que el magisterio moral de un periodista podía compararse con el de un sacerdote. Sabía de lo que estaba hablando. Algo parecido habían dicho Hegel y Carlyle.
Siempre se interesó por las vanguardias, pero nunca fue un hombre que corrió detrás de las modas. Era demasiado exigente para caer en esas trivialidades. Alguna vez dijeron de él que era algo antiguo. Tal vez lo haya sido, pero por distintos motivos de los que le hacían esas imputaciones. En un tiempo de relativismo, él defendía las convicciones. Las tradiciones en las que se sostenía no eran las del privilegio, sino las del honor y la virtud, las de la inteligencia y el talento.
Su sensibilidad era trágica. No era un optimista en el sentido liviano de la palabra. Creía en el hombre y en los hombres, pero dudaba del destino de la humanidad. No era ingenuo. Sabía que era muy difícil suprimir la injusticia en el mundo, pero luchar contra ella podía justificar una vida. No conocí a sus héroes políticos, pero sí a sus héroes literarios. Se llamaban Jean Paul Sartre, Fedor Dostoievski y William Faulkner. Bastaba intercambiar algunas palabras con él para percibir esa relación.
Diría que su relación con la política se inició desde la literatura, desde la poesía, para ser más preciso. Fue un gran poeta y allí están sus poemas para testimoniarlo. Como la mayoría de los intelectuales de la generación del sesenta, entendía a la política como una exigencia ética y una exigencia del saber. La literatura, el teatro o la pintura no podían, no debían ser ajenos al destino del hombre. O la política contribuía a la liberación del hombre o no era necesaria. Su compromiso total no suprimía las diferencias. Jamás se le ocurrió someter un poema o un relato a las leyes de la política. El compromiso de Jorge era integral, pero en esa integridad había matices, diferencias, puntos oscuros.
Sus grandes amigos se le parecían. Conocí a dos de ellos: Juani Saer y Aldo Oliva. Debe haber habido otros, pero a mí, con esos dos me alcanza. También conocí a Erika, la mujer que amó, con la que, como me dijera ella, "dormimos juntos durante más de cuarenta años". Y la que le dio dos hijos de los que estaba orgulloso.
Durante casi cinco años, Jorge peleó a brazo partido contra una enfermedad impiadosa. Su agonía fue larga e injusta. El destino no es ni bondadoso ni agradecido. Soportó su enfermedad como soportó su vida: con coraje, con dignidad y, también, con bronca. El miércoles a la noche, con discreción, con el señorío que nunca lo abandonó, Jorge decidió marcharse al silencio. El periodismo, la ciudad, los santafesinos en general, estamos un poco más pobres, un poco más tristes, tal vez algo más solos, ahora que sabemos que se fue para siempre.
Nota del Editor:
Santa Fe de la Vera Cruz era una ciudad tranquila, en la que muchas personas conocían a tantas otras, allí por los '60 y 70' del siglo pasado.
Aquellos que amabamos las letras y las artes, estabamos en contacto con los autores, los poetas, los artistas de Teatro independiente y sus directores, los artistas plasticos, los musicos....
Conocí a Jorge Conti, y sin ser amigo propiamente dicho, nos encontramos
algunas veces en la Direccion de Extension Regional de Cultura de la U.N.L., en calle Tucuman. Tambien conocí a su hermosa esposa y a la hermana de esta,FRIDA, que estudiaba (en el reducido grupo de alumnos del que yo tambien formaba parte) Escenografía, en la Escuela de Artes Visuales de Santa Fe, cuyo Profesor era el MAESTRO Cesar Lopez Planas...
Jorge me regaló uno de sus libros de poesías, de sus hermosas poesías....
En 1973 nos fuimos de Santa Fe de la Vera Cruz, esa culta y tranquila ciudad(en aquellas epocas), y no volvi a ver a este excelente hombre que fue Jorge Conti, al que siempre aprecie y estime.
Su fallecimiento a una edad relativamente joven, fue y es una lamentable perdida para todos los santafesinos, para los argentinos, y tambien para mí
Recuerdo con nostalgia , su personalidad, su sencillez. su talento....
Lic. Jose Pivín
frente al puerto de Haifa
frente al mar Mediterráneo
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