Soy una mujer sin problemas
    
   Todos lo saben
   y entonces buscan mi compañía para charlar por las noches.
   Sin embargo yo conozco a alguien que quiere morir en paz consigo mismo
   y me produce estremecimientos, insomnio, soledad,
   porque la paz conmigo misma sería una guerra sin fin,
   dos o tres asesinatos inevitables y alguna entrega desmedida
   que no entra en mis planes.
   Sin embargo yo sueño por las noches
   con un jardín inmenso donde los muertos se levantan para saludarme;
   yo sueño con un hombre que me inquieta y como lo ignora
   me habla amigablemente del resto del mundo
   y de mis múltiples amores, tan simpáticos,
   tan apropiados como tema de conversación.
     
     
   La literatura en serio
     
    
   Como sufro y me aburro resulto bastante divertida,
   a veces represento situaciones,
   la mujer comprensiva, el hombre triste;
   como no tengo sentido de la oportunidad,
   puedo interrumpir la mejor escena de amor,
   y para que nadie dude de mi inteligencia,
   me ocupo de problemas casi ridículos.
   Rodeada de gente que espera cosas de la vida
   o practica la tragedia,
   mis explosiones de júbilo son bastante frecuentes,
   y como me regalo horizontes, cucharas que vacían mi corazón,
   casi siempre estoy triste,
   por eso mi alegría es digna de verse.
    
   -
   Una poesía para impresionar
   con grandes imposibles olvidos que no llegan
   o esas frases de: tengo para poco
   una poesía en realidad para ser un animal herido entre la gente
   para irse a un rincón y tratar de no molestar
   si digo esa poesía ya no me interesa
   es porque he empezado a sentir gusto por la vida en serio.
    
   -
   Con el invierno los amigos han vuelto a casa
   yo pregunto seriamente
   ¿Qué vas a hacer de tu vida juana?
   Sufro, amo, todos rabiamos por la revolución
   a veces tengo miedo de que seamos felices.
   Los amigos han vuelto con los brazos abiertos
   preguntan qué pasa en nuestra ciudad,
   yo sólo puedo describir tu rostro,
   para decirlo de una vez el rostro del amor.
   ¿Qué vas a hacer juana
   con la juventud que aún te queda,
   con las historias inverosímiles
   los amigos en solfa,
   los amigos en serio
   y toda esta ternura
   que quién sabe adónde irá a parar?
     
     
     
   Aristocracia obrera
     
    
   Las casas que vimos construir tienen años
   las amplias labias son sólo discursos de mitómanos
   charlas de magisters
   cátedra de confusión
   no hay olvido ni paz sólo alguna entrevista pendiente
   una carta por escribir
   la distancia siempre llegó demasiado temprano a mis fiestas
   mucho más de lo que amé ha caído en el vértigo de lo ridículo
   la poesía es una señorita esquizofrénica que delira al après-midi
   los que ostentaban la escoba de la historia
   cuidan la limpieza de sus legajos
   yo sonrío aunque no haya laúdes con qué
   acompaño a la gente hasta el ascensor
   abandonada, perro de umbral en las tardes
   viejo pecador converso jamás en silencio
   a ver
   líneas de las manos
   de venus destrozada de apolo inmejorable
   alegrías que no le quitan profundidad a mi pensamiento
   pero sí lo aligeran
   recuerdo algún cementerio sentimental
   cierta felicidad de un viaje nocturno
   enloquezco con estilo
   mientras los dueños de esta luz de domingo a la mañana
   con un sentido de la realidad muy argentino
   jugados a la precariedad y a la historia
   sobreviven en tensa vigilancia
   ignoran la tranquilidad de las siglas
   no se tranquilizan con ajenjos marchitos
   ahora que todo empieza a terminar
   confiemos en la diferencia de nuestras muertes
   nada las cambiará
   menos estas alianzas pasajeras
   las maravillosas delicadezas y sus culitos pateados
   cada vez que muevo esta mano
   cambio de lugar un objeto
   aparto algún rostro
   como en un triunfo de mis peleas y de mis muertes
   o una felicidad de mi final
   sé que mis hermanos desconocidos no me olvidarán
    
   -
   Desesperada ya como gente que conoció ciertas cosas
   verdades que no borran ni el vino
   ni los juegos con los que reemplazamos el amor
   con mucha delicadeza mucho cuidado
   buscamos como niños no ya tréboles de cuatro hojas
   no ya la vida plena los golpes definitivos
   para acortar los plazos ensayamos fracasos que no duelen
   pequeños triunfos que provocan nuestras sonrisas más dulces
   bajo mi sueño mis enemigos
   –cuidados por mí como por nadie–
   entre el ruido de juana
   sus grandes actividades y la ternura que me provocan
   tenemos ideas fijas obsesivas
   verbos que no conjugamos
   verbos de acción de sentimiento
   verbos para algún momento que creí
   cercano próximo imposible
   gente que estaremos casi muertos cuando pase algo
   no mido lo que falta ni lo que se fue
   duro
   defendiendo el pedazo justo para estar de pie
    
   -
   Ahora que tanta gente llama por teléfono
   y tengo invitaciones saludos en la orilla del camino
   he dejado de ser la presa mayor en una cacería que
   después de todo
   protagonizaba
   he dejado de ser trágica
   a veces soy definitiva
   con la edad, simplemente, estoy cada vez más enojada
    
   -
   Era fácil quedarme sola brillante intocable en mi agresividad
   tirar los pedazos que aún valían entre gente conocida
   cartas prestigiosas de desprestigiados
   disimular el paso de los años
   su asqueroso pelo infiltrado
   con frasecitas jactanciosas
   pagar la buena conciencia con reuniones de seudo peligrosos
   dedicarme a la solidaridad difusa
   era tanto más fácil
   que entrar a patadas en esta turbia y compleja realidad
   si toda vida es un reemplazo y no existe el lugar en blanco
   el sueño de estar a la vuelta de esta historia
   con aquellos viejos ácratas revolucionarios principios
   es el crujido de la muñeca de madera en la noche
    
   abandonen la hermosa escena familiar
   no hablen más de un ciego retrato en colores
   sobre él ha caído una permanencia
   la de la sangre
    
   -
   Yo te agradeceré eternamente aquel diálogo
   donde vos hablabas y yo preparaba mi historia
   yo te agradeceré eternamente
   haber señalado con un hecho
   que la palabra existe
   vos hablabas a nadie que luego fue este animal sin garras
   solo en un claro que se llamó JB
   quiero decirte que este animal de una aldea
   o de aquel lujo de vivir que fue Buenos Aires
   sólo escucha a través de lo que amaste en mito
   Pére Lachaise fuentes de Roma
   a aquella niñita que te escuchaba sin poder contestar
   le enseñaste la palabra
   que a veces ahora no sabe dónde buscar
   este animal no trata de repetir los sonidos de la tribu
   sino tus sonidos y tu voz
   
fuente:
VOXINAS
     
   agosto 2011
   Poemas / Rosquetas culturales
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Juana Bignozzi: "La ideología es una forma de eternidad"
 Fue anarquista, militó en el comunismo y es considerada una de las  voces más trascendentes de la poesía argentina. Acaba de publicarse su  último libro donde presenta una escritura irreverente. Aquí critica la  abundancia de poetas, a las antologías, al peronismo y a Montoneros.
  															Por: JORGE FONDEBRIDER
     EL ANARQUISMO FUE MI KARMA. Eso dice Juana Bignozzi, quien se crió en le mito de la cultura y además, como dice aquí: "nunca fui de transar".
        Juana Bignozzi es una poeta imponente. Esta mujer inteligente, que  también supo hacerse fama de temible, recibe a Ñ con calidez en su  departamento de Once, donde se ha instalado luego de vivir 30 años en  Barcelona. Apenas comenzada la charla –a propósito de Si alguien tiene  que ser después, su último libro– se hace evidente que su poesía no  admite medias tintas y su conversación, mucho menos. 
En este libro aparece el concepto de la "aristocracia obrera". ¿Cómo se le fue configurando esa visión de las cosas?
Vengo  de una familia de criollos viejos, cuyos orígenes están en Padua. De mi  bisabuela para acá, todos argentinos. Mi padre obrero panadero y  anarquista; o sea, no hacía changas ni horas extras. Siempre decía que  un obrero no tiene que tener dos trabajos ni mucho menos quitarle el  trabajo a otro obrero. La dignidad para él estaba en mantenerse con un  solo trabajo, o sea que no teníamos casi nada. Tuve muy poca ropa y un  único par de zapatos (el que me exigían en la escuela, pero que también  servía para las fiestas). Vivíamos en la parte más humilde de Saavedra,  en una calle de tierra, que era barro cuando llovía. Hasta mis 10 años  no hubo agua caliente: el gas no había llegado al barrio. De ahí vengo.  Más pobres que nosotros sólo eran los mendigos. Ahora bien, otras cosas,  en cambio, no faltaban. En casa había muchos libros y una vez por mes  íbamos al Teatro Colón. Era una decisión sobre en qué cosas se debía  gastar y en cuáles no, y si bien de chica yo hubiera querido tener más  ropa que libros, con el tiempo me di cuenta de que ésa había sido la  mejor manera que mi familia había encontrado para ayudarme. Ese obrero  cultivado, amante de la cultura, sin proponérselo me estaba haciendo  cambiar de clase. La cultura nos hace cambiar de clase. Una no traiciona  lo que es, pero se produce un ascenso social irremediable y empezamos a  tener otro tipo de apetencias y necesidades. En eso, en el desprecio  férreo a la ignorancia, para terminar de contestar a su pregunta,  consiste la aristocracia obrera.
La de su padre parece una curiosa decisión.
Entonces  no tenía nada de curiosa. Los anarquistas de antes nunca hacían la  revolución ni lograban tomar el poder, pero se la pasaban leyendo todo  el día. Así, el dinero que se gastaba en libros formaba parte de  nuestros gastos esenciales. También comprábamos Nuestra Palabra, La  Prensa, La Protesta y Propósitos. Papá terminaba de leer y salía a la  puerta a contarles el diario a los vecinos, que no leían. Tanto él como  mi madre se fueron convirtiendo en una referencia moral de la familia, y  consultores de los vecinos del barrio. Eso les venía muy bien, porque  la otra actividad anarquista por excelencia es la discusión y mi casa  funcionaba como comité clandestino del Partido Comunista de Saavedra.
¿Eran anarquistas y prestaban su casa a los comunistas?
Sí, eran de izquierda, pero ellos no estaban afiliados al PC porque no querían tener pertenencia formal a ninguna institución.
Viniendo de ese hogar, ¿cómo la pasaba en la primaria?
Bastante  mal, pero no muy mal. Logré destacarme y ser una excelente alumna,  además de una especie de líder natural. A mí me iba bien en las pruebas y  tenía las mejores notas, pero salía en defensa de mis compañeras. Era  la abanderada y, a la vez, una especie de delegada de la clase, aunque  tenía pocas amigas porque el diálogo era difícil. Volvíamos del fin de  semana y no había casi nada de qué hablar. Les contaba que el sábado me  habían llevado al teatro y en ese barrio nadie, salvo nosotros, había  ido nunca al teatro. Para que se dé una idea del lugar de donde vengo,  de las veintidós chicas que éramos en la primaria, sólo dos fuimos al  secundario. Y, además, yo empecé a militar muy temprano en el PC, que es  una de las maneras más rápidas de separarse del barrio.
Sus años de escuela coinciden con el primer peronismo.
Exacto. Puedo decir que me pasé todo el peronismo bajando y subiendo la bandera.
¿Cómo se situó su familia respecto del peronismo?
Mi  padre, que era de una rectitud absoluta y espartana, detestaba el  peronismo. Después de que Perón y su CGT de 1945 se quedaron con el  crédito de haber conseguido transformar en ley todos los proyectos del  socialismo, el anarquismo fue apenas un sueño: se perdieron muchas de  sus consignas y todos los delegados. No quedaba nada, salvo las  bibliotecas obreras. Entonces, si bien nunca se afilió, mi padre que no  toleraba el oportunismo, se acercó más a los comunistas.
¿Y usted?
Ser  comunista desde la más tierna infancia o educarse con los jesuitas son  cosas que nos marcan a fuego, condicionando nuestra manera de concebir  el mundo y la política. Hay una moral distinta, hay una visión  jerárquica que, al menos en mi caso, me ha impedido acercarme al  peronismo.
Más allá de que el primer peronismo le arrebató a  la izquierda sus estandartes, debió haberse puesto contenta de que hayan  entrado en vigencia esas leyes.
Si me hubiese puesto  contenta, mi padre se habría disgustado enormemente. El me inculcó una  visión jerárquica del obrero, que yo todavía mantengo. Sigo creyendo en  un obrero con conciencia de clase, que no aspira a ser pequeñoburgués,  como en el caso de los obreros peronistas, cuyos sueños –que me  disculpen– al lado de los de mi padre son pequeños.
Sin embargo hay una cantidad grande de intelectuales y escritores que, habiendo estado en el comunismo, dieron ese salto...
La  mayoría de las personas que pasaron del comunismo al peronismo venían  de hogares de clase media y se afiliaron a la Fede en su adolescencia,  en buenos colegios o en la facultad. Lo mío es diferente: crecí en una  casa anarquista, una especie de karma, como la lectura y el teatro. Me  crié en el mito de la cultura. Y además, nunca fui de transar.
Se habrá quedado sola más de una vez...
El  día que murió Eva Perón yo estaba en una fiesta de quince. Esa noche me  aburrí mucho porque, como le dije, a pesar de los mutuos esfuerzos, mis  compañeras y yo no teníamos de qué hablar. Saqué el tema de la muerte  de Evita, pero nadie dijo nada. Y volví a mi casa, me senté en una silla  y me puse a llorar. Ahí vino mi mamá y preguntó por qué lloraba. Le  dije que por Evita. Me dijo: "Evita no tiene nada que ver. ¿Qué te  pasa?". Y ahí me di cuenta de que en realidad lloraba porque estaba  sola. Se lo dije y ella me respondió que tenía que estar preparada  porque muchas otras veces iba a estar sola por quién era y por lo que  sabía. Y así fue.
Sus gustos estéticos no parecen tan  cercanos a esa izquierda de sus orígenes. ¿No fue también ésa una fuente  de cortocircuito respecto de sus pares?
Tiene razón. Esa  cultura a la que usted se refiere es el logro de la clase que ostenta el  poder y que impone su fasto. No voy a pedir perdón por encontrar que  esa circunstancia es admirable y por pensar que de ella tendríamos que  haber aprendido, preparándonos por si alguna vez hubiésemos alcanzado el  gobierno. Se comprenderá que es más lógico admirarse por la  arquitectura que impulsaron los Luises antes que por la arquitectura  soviética, ¿no?
Cuando empezó a militar en el PC se habrá encontrado con otros jóvenes con quienes sí pudo conversar.
Ahí  estaban Juan Gelman, Andrés Rivera, Juan Carlos Portantiero... Casi  todos eran mayores que yo, tenían sus estudios o su experiencia de vida,  y me adoptaron y protegieron a muerte.
¿Siguió en el PC después de que, a principios de los 60, ellos fueron expulsados?
Muy  poco. Tuve un enfrentamiento con un dirigente y, como se imaginará, no  iba a pedir disculpas. Me asociaron a los disidentes y no me renovaron  el carnet. Por ese entonces se fundó VC (Vanguardia Comunista) y se  agruparon en varias publicaciones. Así que seguí en contacto con ellos
.
¿Estudió en la Universidad?
Varias  carreras, sin terminar ninguna. Empecé Letras dos o tres veces.  También, Derecho. Después quise ser asistente social. A los seis meses  salí disparada. Así que me conformé con hacer toda la Alianza Francesa y  después toda la Dante Alighieri, con lo que me quedé muy contenta.  Preferí trabajar. Siempre me gustó tener calle y, claro, un sueldo  respetable.
¿De qué trabajó?
Yo hice un  comercial modelo, de esos que implantó Perón –y fíjese las aspiraciones  pequeñoburguesas del peronismo: a pesar de nuestra pobreza nos obligaban  a usar uniforme como en los colegios pagos, sumándonos, a mí y a mi  familia, un problema más– y apenas terminé me puse a trabajar como  profesora de contabilidad en la Berlitz. Después, conseguí trabajo como  ayudante de contador, y ahí empecé a ganar muy bien. Pasé a ser  administrativa y después entré en La Hora, y cuando cerró, empecé a  hacer encuestas, lo que me permitió recorrer el país. El último empleo  fijo que tuve fue en el Centro Editor de América Latina, que sólo toleré  unos meses.
¿Por qué no lo toleró?
¿Qué quiere  que le diga? Nunca me gustaron esas empresas socialistas que no son  socialistas, como el Banco Credicoop. Con un patrón capitalista, una  sabe cómo proceder. La cosa se complica cuando el patrón es socialista y  trata a los empleados como un capitalista. Somos todos socialistas,  hasta que se llega quince minutos tarde y empiezan los gritos. De más  está decir que nunca entré en la mística del Centro Editor.
¿Qué pensó cuando empezó la lucha armada?
Estaba  a favor, pero hay que matizar. Apoyé desde afuera. No podía ser ni  montonera ni del ERP. Por un tiempo, estuve con las FAR, pero después me  aparté porque no soporté el nacionalismo con olor a sacristía de los  montoneros. Mi padre siempre decía que todo nacionalismo es de derecha.  Sumemos la parte cristiana y qué tenemos: oscurantismo. Así que, ante la  perspectiva de un país montonero, mi marido y yo nos fuimos a España.  Y, treinta años después, volvimos y, fíjese qué desgracia, algunos de  ellos están en el gobierno.
Fue amiga de Alejandra Pizarnik. También de Susana Thénon y de Luisa Futoransky...
Somos de la misma generación.
¿Cómo se entendía con ellas desde lo ideológico?
No  me entendía, hablábamos de otras cosas, nuestra relación pasaba por la  poesía. Me trataban bien, aunque les parecía exótica. Siempre pasaba lo  mismo: estábamos charlando con Alejandra y, de pronto, yo miraba la hora  y decía que me tenía que ir. "Debe tener que ir a hacer algo  comunista", decía ella y yo me reía y me iba. Insisto, nos leíamos  poemitas, pero no hablábamos de cosas personales ni teníamos amigos en  común. Cuando empecé la relación con quien es mi marido, la distancia  fue mayor y ahí se terminó todo. Con Susana Thénon la relación era  incluso más distante. Era la típica hija de un dirigente prestigioso del  PC y eso era todavía peor que ser la hija de un anarquista. En cuanto a  Luisa, se desperdigó mucho.
Me imagino que a esta altura no tendrá problema...
¿Qué problema voy a tener yo, con un pie en la tumba?
... en decirme cómo considera la poesía que ellas escribieron.
Alejandra  no se merece este bastardeo al que la someten, presentándola como una  poeta intocable a la que hay que estudiar de frente y de perfil. Sólo  logran que la gente joven no la lea. Digamos las cosas como son: es una  buena poeta, que encarna muy bien la herencia de las vanguardias y que  no refleja necesariamente la época en la que le tocó vivir. Tal vez por  eso, más adelante la gente no la va a leer de la misma manera. Ese  universo de noche, muerte y negrura refleja lo que una piensa en la  adolescencia, pero a medida que avanza la vida todo eso se queda atrás. Y  la verdad es que yo no sé si las muchachitas ahora sufren de las mismas  cosas que se sufrían antes las que ahora andan por los 50 o los 60  años.
¿Y Susana Thénon?
Siempre me pareció agradable lo que hacía, pero nunca pensé que fuera más que eso. Tiene humor, pero mucha gracia no me hace.
¿Y Luisa Futoransky?
Una  lástima. Con todo lo que ha hecho, los lugares donde ha estado, la  gente que conoció, a la edad que tenemos ya no debería estar escribiendo  esa poesía tan llana, fácil y pegada a cierta vanguardia antigua que  ella escribe.
Me sorprende. Usted ha hecho un culto de la transparencia.
De  lo transparente sí, no de lo llano. Quiero que lo que diga se entienda,  pero no necesariamente que sea fácil de entender. Espero no escribir  poemas descriptivos. Alejandra se murió joven y no sabemos qué habría  seguido escribiendo. Susana murió pasados los 50 y ya dije lo que pienso  de ella. Luisa ha escrito narrativa, ensayo y poesía, lo que contribuyó  a dispersar su obra. A diferencia de estas talentosas muchachas, he  tratado de dejar en claro que en toda vida hay sentimientos jerárquicos y  otros que no lo son tanto. No todo lo que sentimos tiene importancia  para la poesía. A veces es mejor que nunca llegue al papel.
Cuando  se habla de los años 60, suele destacarse la poesía más combativa, que  aludía a la realidad inmediata y no dudaba en mezclarse con la política. 
Da la impresión de que todo lo malo se hubiera agrupado  para configurar una única cara de la poesía de esa época, razón por la  que los jóvenes sienten tanto rechazo por esa poesía populista, que se  podría asimilar a las letras de los malos tangos. Y atenti: Juan Gelman  nunca estuvo allí. Héctor Negro, que se ha dedicado al tango, creo que  tampoco, y eso lo ha salvado. Ellos, a diferencia de varios de mis  compañeros del grupo El Pan Duro, nunca escribieron poemas oficinescos  en los que se quejaran del jefe. Tampoco esa mala poesía política del  tipo "yanquis hijos de puta, no pasarán"... No me haga acordar que me  deprimo. Se es poeta para trabajar con la lengua de otra manera, ¿no? En  la poesía tiene que haber algún misterio, algo que el poeta ve y que el  público no. Tenemos la obligación de revelar los misterios pero de una  manera distinta de la que, por ejemplo, tiene el periodismo.
¿Qué poetas quedan entonces de los años sesenta?
Queda  Gelman. El de Cólera buey. También quedan las chicas que acabamos de  nombrar. Creo que también quedo yo. Hay otros poetas, como Mario Morales  o Gianni Siccardi, pero uno murió joven y el otro escribió muy poco, y  es necesario tener algo más donde poder hincar el diente, ¿no? Pero me  da la impresión de que ninguno de los dos escribió nada que cambiara la  poesía. Horacio Salas y Héctor Yánover son, en cierta forma, el tipo de  poeta que yo critico. Hicieron una poesía cargada de buenos sentimientos  y nadie dijo que la poesía se hace con buenos sentimientos. ¿Me quiere  decir a quién le importa el último tranvía o el barrio mal copiado del  tango? Pero, por favor...
Poesía política, entonces, no es lo mismo que la poesía cargada de ideología.
La  política es la aplicación de una ideología. Dicho de otro modo, la  política es apenas un camino. La ideología sobrevive a la política  porque no siempre esta última expresa debidamente a la ideología y es  necesario hacer correcciones. Muchos poetas están cargados de ideología,  pero carecen de practicidad política.
¿Quién es un poeta político?
Los  poetas rusos de la Revolución, el Neruda del poema a O'Higgins y a  Prestes. También el turco Nazim Hikmet. Pero, a veces, grandes poetas se  equivocan y escriben mala poesía política. Pienso en Raúl González  Tuñón, que después de grandes libros como La calle del agujero en la  media o Todos bailan tuvo veinte años de negrura (su poema a Stalin, que  me perdonen, no se puede leer), hasta que al final de su vida volvió a  ser un gran poeta con A la sombra de los barrios amados y Poemas para el  atril de una pianola.
¿Cuál es la clave?
La  circunstancia interior tiene que coincidir con la circunstancia  exterior. Yo no puedo ponerme a escribir poemas a El Salvador o a  Nicaragua, por ejemplo. Mi poesía es ideológica, no política.
¿Y qué opina de la poesía de Leónidas Lamborghini?
Lo  salvó la parodia. Con Eva Perón en la hoguera logró hacer una  interesante poesía política, algo único. Pero, por eso, no puede tener  discípulos.
¿Alguien reúne ideología y política en su poesía?
Paul Eluard. Gelman.
Poetas que se identifican con la izquierda. ¿Algunos poetas vanguardistas no estaban más cerca de la derecha?
Sí,  claro: T.S. Eliot, Ezra Pound, Wallace Stevens... Para no hablar de los  rusos a los que Stalin mandó a Siberia, o de Gabriele D'Annunzio que  fue un fascista prístino, o de los poetas católicos franceses excluidos  del surrealismo... En general se suele creer que la ideología es el  patrimonio de la izquierda, pero la simple enumeración de la vanguardia  demuestra otra cosa.
Ideología y política son, en cierta  forma, el leiv motiv de su último libro. Parece reclamarles a los poetas  más jóvenes su falta de ideología...
Sin embargo, tengo la  impresión de que ahora se está volviendo a una poesía más ideológica.  Pero en esos 20 años, que coinciden con el momento en que empecé a venir  al país, la idea de trascendencia estaba en decadencia: el adentro  había ganado sobre el afuera. Entiendo que la ola de conservadurismo que  azotó al mundo desde Reagan en adelante tuvo mucho que ver. Me refiero a  eso de la vuelta a los valores familiares, el parto en casa y todas  esas pavadas. ¡El parto en casa! ¡Por favor! ¿Qué, después de haber  logrado que los chicos nazcan en hospitales, con la atención debida,  ahora hay que volver atrás y tenerlos en las casas? ¿Esta es la sociedad  del progreso? ¿No se dan cuenta de que todo eso es dejarle el campo al  enemigo? Cuando uno cree que el mundo es el propio jardincito, las  labores de la casa y la olla que hace puf puf, ganó el otro.
Se olvida de la poesía de los años 80, que no fue eso. Hubo un cambio en los hábitos de lectura, debido a esos poetas...
Si  se refiere a lo que hizo la gente del Diario de Poesía, tiene razón.  Pero esos poetas fueron algo así como una isla en medio de esa nada que  yo veía desde el exterior. Sólo ahora los buenos poetas empiezan a  cobrar visibilidad. Algunos pocos, como Irene Gruss, Mirta Rosenberg o  Estela Figueroa, salieron bien parados. Pero los que más sufrieron el  golpe son los que se desilusionaron de la política. Esos quedaron  desfasados, aplastados entre la mitología de los años 60, con la  consiguiente desilusión por la política, y la banalidad de los 90, con  toda esa autopromoción que llega hasta nuestros días. Se portan como si  alguien los hubiera traicionado para siempre, y no es así. Lo que ocurre  es que la historia obliga a que, sin modificar el propio punto de vista  ideológico, una vuelva a posicionarse y a hacer los ajustes necesarios.
La ideología, entonces, ¿es una forma de trascendencia?
Absolutamente.  La ideología es la forma de eternidad que tenemos. Yo no concibo que  una se pelee con el partido que le da identidad sólo por confundir al  dirigente miserable que transitoriamente está en el frente con la  ideología que a una la sustenta. ¿Lo quiere más claro? Una no podía  pelearse con Codovilla como si fuera Marx.
Digame, ¿hay tantos poetas como dicen las antologías?
En  vista de lo que está pasando, habría que sacar alguna ley que  prohibiera el amontonamiento en las antologías, ¿no? Como dice Camus, en  Calígula, el mayor pecado que puede cometer un hombre es desesperar a  un alma joven. Y estas antologías, con pretensiones monumentales,  desesperan a las almas jóvenes: se pasa de un gran poema, a uno decente y  de ése a otro que dan ganas de morirse. No hay tantos poetas y no veo  mal en ello.
José Luis Mangieri y Adriana Hidalgo, su actual  editora, están en las antípodas de lo que consideran es la edición.  ¿Cómo se maneja entre los extremos?
José Luis era mi amigo  de juventud, y nos amábamos y nos peleábamos como perros. Adriana  Hidalgo es mi editora, nos tuteamos, es una mujer muy correcta, pero la  nuestra es una relación afable y comercial.
¿Extraña a Mangieri?
No  sabe cómo. Cada dos por tres lo cito. Me encuentro hablando de algún  mal poeta y diciendo, como solía decir él, "éste es la borra de la  poesía".
 Bignozzi básico
 Buenos Aires, 1937.
Poeta.
Publicó los  libros de poesía "Los límites" (1960), "Tierra de nadie" (1962), "Mujer  de cierto orden" (1967), "Regreso a la patria" (1989), "Interior con  poeta" (1994), "Partida de las grandes líneas" (1996), "La ley tu ley"  (obra reunida, 2000), "Quién hubiera sido pintada" (2001) y "Antología  personal" (2009). Entre 1974 y 2004 vivió en Barcelona. 
    Poemas de madurez y juventud
 Si alguien tiene que ser después
de Juana Bignozzi 
Adriana Hidalgo 
92 pags.
$49. 
Jorge Fondebrider nació en la ciudad de Buenos Aires en 1956. Poeta, ensayista, traductor y periodista cultural, colaboró con los principales diarios y revistas de Argentina.
Irene Gruss habla de Juana Bignozzi Cuando  conocí a Juana Bignozzi, a inicios de los 70, transmitía la misma  imagen que la de quien habla en primera persona en sus primeros libros;  especialmente, me refiero a Mujer de cierto orden: rodeada de amigos varones que, a su manera, la consideran amiga y compinche (no tanto una mujer),  compañera de militancia y de noches. Los compañeros de esas noches  fueron, entre otros, Gelman, Mangieri, Alberto Szpunberg; hombres no tan  fuertes como ella, y que junto a Juana marcaron a raya la poesía  argentina venidera, sin hablar de la historia de la Argentina venidera.  Altísima, de unos ojos verdes de búho que todavía no podían saber del  todo, de una inteligencia y lucidez feroces –sin que esto disminuyera su  coquetería–, he visto a Juana Bignozzi, así como la veo hoy en éste, su  último libro. Pero aquí la poeta introduce un tono nunca antes oído en  su obra (¿lo esquivaba?) o que quizá no se había atrevido a mostrar: esa  primera persona de entonces, la soberbia y altanera, ahora dice cosas  como "es un duro paseo mamma y hace mucho frío"; "Tosca hubiera querido  ser"; "escribiendo a solas como yo escribía en Saavedra"; o agrega y  pide: "un último paseo mamma"; "dejame aquí sentada hasta el final"; o  agrega y afirma: "Es mi nombre mi fuego"; "faltan pocos días para mi  santo/ y creo que heredé su virtud". La insoslayable y gélida mirada de  búho no se ha debilitado. Persiste porque son más que un leit motiv la  lucha, ganar y/o perder una guerra, prevalecer. Sin embargo, algo de  ternura y piedad atraviesa esa mirada. Bignozzi ha crecido y ha superado  un estilo que bien podría haberse "quedado" como el de alguno de sus  coetáneos –porque quizá con ello bastaba para entrar en el podio de una  trascendencia tan segura como viscosa–, pero hay algo semejante a esa  "rabia contra la agonía de la luz" de Dylan Thomas que empecina, y la  fuerza a dar más, a renovar lo que la autora llamaría municiones de esa  guerra. Ya desde el título, la poeta presenta e inaugura otra sintaxis:  "si alguien tiene que ser después", dice, así como ese complejo primer  verso que abre el poemario: "el viento del final del verano tarde en el  amanecer", o busca un ritmo inconcebible, por no habitual; o juega, como  siempre, tramposa: "Una poeta compra algún color una ensalada danesa";  cortes de verso o empalmes novísimos en la "retórica  Bignozzi": el dejar pelada y sola una palabra a fin de detenerse a  sentir, reflexionar, y que como lectores también nos deja en ese  desamparo, en el concepto puro, "como un ramalazo de viento en la alta  noche". Véase "Señoras irregulares": "velaste a tu amiga tres días con  sus noches/ a quién vela esta mujer/ con la que pasábamos dos domingos  al mes/ luego pensé/ nunca había un hombre esos domingos/ a quién  velabas velándonos a nosotras mismas/ ¿consagrabas tu aceptación de lo  silenciado?/ ¿era también en mi nombre?/como siempre tanto ruido entre  nosotras/ y vos sola sosteniendo toda la escena para ampararme". Así van  apareciendo las tres voces con que se estructura el libro –"La luz de  la edad", la primera; "El retrato moral", la segunda; y finalmente, la  homónima al título–, tres zonas en las que la forma, a medida que se  avanza, se anima cada vez más a tocar el vacío. Bignozzi nos tenía  acostumbrados a veces a tomar el hilo con un simple participio, como  esos "Rodeada de universos en tragedia ineluctable", "perdido el primer  sentido de la solidaridad/ perdida la solidaridad horizontal", para  después mandar la tajante sentencia que cortará casi de cuajo la  respiración. Aquí, no sólo demora esa marca sino que se da el lujo de  rasar lo explícito como quien habla a solas o toma la palabra en un bar,  en una asamblea; grita o murmura de lado lo que no habría que atreverse  a decir, ni habría que decir; ni, mucho menos, el cómo habría que  escribirlo. Hace todo esto con una irreverencia digna de la madurez, y  digna de esa energía que sólo provee la juventud, si no la adolescencia,  esa que Juan L. Ortiz supo limitar entre la grieta y la euforia.  Bignozzi deja la calma para después. Mientras tanto, nombra a los que  ama, a los que no ama; a los que admira y a los que desprecia; a los que  todavía están y a los que vendrán de aquí en más; a sus muertos  queridos y a una muerte no querida; nombra una fe; atisba un final, y lo  borra de un plumazo.
Irene Gruss. 
   
http://edant.revistaenie.clarin.com/notas/2010/08/15/_-02207352.htm

