Mostrando entradas con la etiqueta SHAKESPEARE. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta SHAKESPEARE. Mostrar todas las entradas

martes, 31 de agosto de 2010

Witold Gombrowicz y la cantidad




GOMBROWICZIDAS



por JUAN CARLOS GOMEZ

WITOLD GOMBROWICZ Y LA CANTIDAD


“Llegué aquí ayer a las cinco de la tarde llevando en la maleta varias decenas de páginas del bastante avanzado ‘Cosmos’. El viaje fue un desastre. Últimamente no tengo suerte con los viajes. En el tren, que ya estaba esperando en la estación Once, no hay asientos libres. Lo dejé partir y esperé el siguiente, de pie, porque los bancos estaban ocupados, y mientras esperaba iba observando con inquietud la cada vez más densa afluencia de gente (...)”


“Media hora más tarde llega el tren, completamente vacío, como nuevo, la multitud se anima, empuja, se introduce en los vagones; quedo atrapado en el medio del gentío, un asiento, ni soñarlo, ni siquiera voy de pie, sino suspendido. Arrancamos. Voy a la casa de Alicia y de Silvio Giangrande, un tren hasta Morón y desde allí un autobús hasta Hurlingham (...)”

“¿Por qué toda esa gente no es capaz de percatarse del hecho fundamental: que mientras duran las miradas y las discusiones sobre el imperialismo, la cantidad de gente no para de aumentar? ¿Qué diablo cargado de mala intención les impide a todos ellos darse cuenta de la cantidad? Decid, ¿de que os servirían unos sistemas más justos y un reparto de los recursos más equitativo si mientras tanto la vecina se multiplica por doce? (...)”


“También el cretino le hace seis hijos a la parienta, y en el primer piso dos se convierten en ocho. Sin contar los negros, los asiáticos, los malayos, los árabes, los turcos y los chinos. Y los indios. ¿Qué son todas las discusiones vuestras sobre el imperialismo si no la palabrería de un idiota que ignora la dinámica de sus propios genitales? ¿Qué son si no el cacareo de una gallina sentada sobre la más terrible de las bombas, sus huevos? (...)”

“El tren se adentra poco a poco en la estación de Morón y, extraído de esa prensa humana, me alejo en el espacio. Me dirijo a la plaza de Morón. Cada vez que vuelvo aquí, voy en peregrinación a la plaza para echar una mirada a mi pasado del año mil novecientos cuarenta y dos. Pero ya no existe la pizzería donde solía tener conversaciones con los contertulios (...)”


“Tampoco existe el café donde jugué una memorable partida de ajedrez bailando boogie-woogie con el campeón de Morón; los dos bailábamos y bailando nos acercábamos al tablero de ajedrez para cada nuevo movimiento. En la estación de autobuses me pongo en la cola. ¡Qué abundancia! Me siento millonario otra vez, todo se me multiplica por miles y por millones. El autobús se detiene (...)”

“Es aquí donde tengo que apearme. Me apeo. Estoy en la carretera con mi pequeña maleta... ¿Quién no conoce esto? La carretera es larga, los coches pasan con un silbido, me alejo por un camino de tierra, vientecillo, árboles, distancia, silencio... El aburrimiento de la naturaleza que enseña los dientes tontamente como un perro. La vaca de mi destino rumia. Los espacios están escaqueados”


Este viaje Gombrowicz lo hace en 1961, el año de la ciencia: su lectuta del ‘Panorama de las ideas contemporáneas’ de Gaëtan Picon, la diatriba contra los científicos, Ernest Mach... Es también el año en que Gombrowicz empieza a escribir “Cosmos”, una obra nacida de sus especiales con la ciencia. La ciencia ordena el caos reduciendo las grandes cantidades a pequeñas fórmulas.

Gombrowicz intenta ordenar el caos de otra manera, aunque también para él la cantidad es la representante del caos. Entre los recuerdos de sus miserias argentinas, incluidos los días que pasó entre rejas, el que permanecía en Gombrowicz como un símbolo misterioso era el de Morón. A Morón lo convirtió también en un enigma en las noches del café Rex con una oración que recitaba en forma maniática.


“Existe un cura en Buenos Aires que nunca ha estado en Morón”. Algunos pensaban que era una extravagancia de Gombrowicz y otros que esa frase encerraba un misterio. Gombrowicz fue a parar a Morón cuando el dueño del hotel de la calle Tacuarí donde vivía lo empezó a zamarrear para que le pagase los seis meses de alquiler que le debía. Una noche, mientras su vecino le pasaba las valijas por la ventana, se largó sigilosamente.

Ya en un café, después de la huida del hotel y con las valijas a cuestas, meditaba en su triste destino: –¿Usted aquí? En forma providencial se le acercó Taworski, un periodista polaco: –Mire, ahora tengo unos socios capitalistas, y hemos alquilado un chalet en los alrededores de Buenos Aires, en Morón, para montar un taller de tejidos. Gombrowicz se fue entonces a vivir a Morón.


El chalet era grande y lindo pero estaba casi vacío, Gombrowicz dormía en el suelo acostado sobre un montón de diarios, además de estas penurias, todos los días de noche recibían la visita de unos borrachos agresivos ex socios de Taworski con los que tenía algunas deudas importantes. Los borrachos se robaban las pocas cosas que quedaban en esa casa semivacía.

“Y aquellas visitas nocturnas, crueles y alcohólicas, así como nuestra impotencia para defendernos, tomaron para mí, una vez más, el aspecto de un símbolo tan patético como misterioso”. Gombrowicz pasaba miserias a lo grande, como si estuviera de vacaciones en un balneario de moda, siempre por encima de las circunstancias y poniéndole buena cara al mal tiempo.


“En Morón gocé de gran popularidad, tanto en la pizzería de la plaza como en el café, donde se podía jugar al billar y al ajedrez. Me bebía un litro de leche diario y me comía mi pan sentado en el suelo, sobre el pasto del chalet, mientras contemplaba la calle. En la pizzería, un mozo al que le caía simpático, me daba un sandwich por veinte centavos, pero con una feta de jamón cuatro veces más gruesa de lo normal, casi como un bistec (...)”

“Y, en eso, he aquí que el suplemento literario de ‘La Nación’, un periódico muy popular, aparece en primera plana un artículo mío. Desde ese momento mi posición social en Morón quedó liquidada. La gente empezó a darme muestras de consideración”. Gombrowicz escribe que era su propia catástrofe la que lo sostenía, así como la catástrofe de Polonia y la catástrofe de Europa.


Sin embargo había algo más, él era capaz de reírse a pesar de todas las desgracias, tirando de las barbas de Dios y tocándole la cola al diablo. Cuando al final de su vida le preguntan si la holgura europea no le había llegado un poco tarde, Gombrowicz se acuerda de los polacos y de nosotros. “Evidentemente, para mí es un poco triste porque no sólo la edad, sino también la enfermedad, me impiden gozar de todas estas cosas (...)”

“Pero yo he tenido siempre la sensación de que el arte no puede dar dividendos. Un artista que se siente, ante todo, creador de una forma profunda o personal, no puede pretender además unos ingresos; por algo así más bien hay que pagar. Hay un arte por el cual se es pagado, y otro arte por el cual hay que pagar. Y se paga con la salud, con las comodidades, con la posición social (...)”


“Naturalmente, no sé si soy un artista importante o no, pero de todas formas, en ese sentido, mi vida ha sido más bien ascética”. Pasó seis meses en ese chalet que gradualmente era desvalijado pues Taworski, con una sentencia de prisión en suspenso, no se atrevía a protestar. Cuidaba a Gombrowicz como si fuera un hijo. Vivían casi exclusivamente a base de carne ahumada y de choclo, una comida que cocinaba Taworski una vez por semana.

La vida de Gombrowicz en ese época no era nada fácil, pero al mismo tiempo que en las fronteras de la miseria también actuaba en otro plano, en un nivel más elevado. Yo pasé algunas tardes en la “Piedra amorosa”, así se llamaba la casa que tenían los Giangrande en una quinta de Hurlingham. Alicia y Silvio eran buenos, cordiales y lo querían a Gombrowicz.


En esa quinta en vez de disfrutar tuve que padecer el primer encuentro con los Giangrande gracias una broma que me gastó Gombrowicz. Desde muy joven la admiración había constituido para Gombrowicz un problema muy especial. No sé que es lo que habrá hecho en Polonia pero por aquí entraba a las exposiciones renqueando apoyado en alguno de nosotros.

Si alguien le preguntaba por qué renqueaba a veces respondía que lo hacía para compensar algún desbalance de la propia exposición, y otras veces respondía que renqueaba porque le dolía mucho una pierna, y que era una verdadera lástima que la belleza de la pintura calmara mucho menos que una aspirina. Cuando Gombrowicz me presentó las esculturas metálicas de Silvio, el esposo de Alicia, me tendió una celada.
Hizo todo lo posible para que yo no me pusiera en pose de admirador: –Vea, son unos pluviómetros muy especiales que se fabrican aquí para una empresa agrícola. Yo no supe a qué atenerme pues las esculturas no se diferenciaban gran cosa de esos artefactos, pero tenía mis sospechas. “A veces venía a tomar el té con su amigo Gómez. Me acuerdo un día en el que quiso oír unos discos (...)”

“Escuchaba religiosamente la música con Gómez. En un momento dado, salí al jardín. Todavía era invierno y encontré una gran flor de magnolia que acababa de abrirse. Entré para decirle que viniera a ver lo bella que era. Witold me respondió sin moverse: –Le creo, Alicia. Y siguió escuchando la música”. Antes del viaje que hice con Gombrowicz a Piriápolis pasa unas vacaciones en la quinta de Alicia y Silvio Giangrande.


Llevaba en la valija varias decenas de páginas de “Cosmos”. Los intentos que hizo Alicia para ayudar a Gombrowicz, igual que tantos otros intentos, fueron vanos. A pesar de todos los infortunios que había padecido no ponía ninguna voluntad por aceptarlos. Lo zamarreaban en las pensiones cuando intentaba escaparse sin pagar, a veces llegaba desfallecido a la casa de algún polaco para que le dieran de comer.

Dormía sobre papeles de diario en una casa de Morón, recorría los suburbios para que los cadáveres le dieran de almorzar. El hambre, el frío y las chinches no le faltaron en los primeros años de vida en la Argentina. Grandes árboles, una casa blanca de una sola planta, y unos perros negros y greñudos que demostraban su afecto saltando sobre los invitados. Silvio había sido capitán de la marina de guerra italiana, y hablaba poco.


“Uno llega a un lugar, toma té, conversa, después abre la valija, dispone las cosas en la habitación de los invitados... ¿No es uno de los temas centrales de mi vida? Escuchar nuevos susurros, respirar aire extraño, penetrar en un sistema desconocido de sonidos, olores, luces”. Gombrowicz había ido a Hurlingham a descansar y a encontrarse consigo mismo para seguir con “Cosmos”.

Alicia era pintora y Silvio escultor, se habían convertido poco a poco en una pareja de plásticos. “Al hablar con ellos, su dedicación al arte en esa quinta y ese proyecto suyo tan mimado, me ha parecido próximo a la bancarrota; en lo que decían no había alegría, sino más bien amargura, decepción, en fin, esas muestras de desencanto con que ahora me encuentro continuamente en el mundo de la pintura”

En las artes plásticas se ha impuesto una manera de ver y de recrear que hace que una persona del todo mediocre pueda llegar a crear una obra nada mala. Gombrowicz estaba complacido con la decadencia de ese arte impuro que siempre había estado ligado al instinto de posesión y al comercio, más que al placer estético. Poco a poco se fue dando cuenta que Helena, la sirvienta de la casa, no se comportaba de modo normal.

Era aplicada y amable, pero... Alicia le cuenta que es paranoica, que el diagnóstico se lo había hecho el psiquiatra. “A veces tiene ataques, y me hace escenas, pero después se le pasa. Lo peor es que, como dice el médico, es peligrosa, en el momento menos pensado puede tener una crisis de verdad y agarrar un cuchillo... ¿Y no tenéis miedo de estar con ella? Cio pasa mucho tiempo fuera de casa y usted está sola (...)”


“¿Y qué podemos hacer? ¿Despedirla? ¿Quién empleará a una loca? ¿Y su hija? ¿Qué hacer con la niña? ¿Enviar a Helena al hospital? No está lo bastante loca, sería inhumano encerrar en un manicomio a una persona como ella... Además los manicomios están repletos, son un verdadero infierno”. Había dos asuntos que Gombrowicz distinguía muy especialmente en sus rituales: el placer que le proporcionaba la comida y el miedo a ser asesinado.

Comía con buen apetito, de una manera disciplinada y ceremoniosa y se negaba sistemáticamente a compartir su habitación con nadie por temor a que lo estrangularan. Esta aprensión la usó como argumento para escaparse de las casas de los Giangrande y de los Swieczewski después de haber pasado unos días de vacaciones en ellas. No existe manía de Gombrowicz de la vida de todos los días que no aparezca en sus creaciones.


El asesinato toma las formas de la antropofagia en el cuerpo de un niño al que unos aristócratas se manducan en un almuerzo, de la estrangulación de animales y de personas y, en fin, de todo tipo de muertes como en las obras de Shakespeare. Mientras toma una decisión sobre qué hacer con la locura de la sirvienta sigue meditando en aquella casa; a su juicio el hombre nunca se ha planteado suficientemente el problema de la cantidad.

No es lo mismo ser un hombre entre mil millones que entre doscientos mil. No es lo mismo ser un hombre de la época de Demócrito que un hombre de la época de Brahms. “Vive en nosotros la conciencia del hombre único del tiempo de Adán. Nuestra filosofía es la filosofía de los Adanes. El arte es el arte de los Adanes”. La expresión debería estar separada entre la fase ascendente de la juventud y la descendente de la vejez.

La expresión también debería identificar a qué cantidad de hombres expresa. La épica, la sociología y la psicología a veces expresan al rebaño humano, pero desde el exterior, como a cualquier otro rebaño. No es suficiente que Homero o Zola se ocupen de la masa ni que Marx la analice, esas voces deberían tener algo que nos permita saber si pertenecen a un mundo de miles o de millones, deberían estar saturadas de la cantidad hasta la médula.

Estas reflexiones sobre la cantidad las hace a propósito de la sirvienta Helena, si él no se apiada de ella quién se va a apiadar. Pero no es la piedad de una sola persona, también la piedad se ha multiplicado, sólo en Buenos Aires debe haber en ese momento una cien mil almas apiadándose de alguien. Y la piedad en grandes cantidades le produce risa, una risa tan particular y tan tremendamente humana.


Quiere comprobar si este problema es real, pero no tiene tiempo, debe escaparse de Hurlingham, que otros centenares de miles de cabezas se ocupen de esto, él tenía miedo de ser asesinado. “Me levanto. Salgo. Anochece, y desde el camino se ve, levantándose en el horizonte, una niebla blanquecina, eléctrica, casi imperceptible, pero molesta, confusa, como venida de la irrealidad..., un hecho terrible que me agobia... y me aplasta...”

Después de ese viaje a Hurlingham en el que Gombrowicz es asaltado por la cantidad, “Cosmos” empieza a galopar. En agosto de 1963 Gombrowicz retoma “Cosmos”, una obra que había interrumpido en febrero de ese mismo año al enterarse que la Fundación Ford lo invitaba a pasar un año en Berlín. En mayo, recién llegado a Berlín, nos empieza a decir que tenía dificultades para terminarlo.


En septiembre nos escribe que le faltaban aproximadamente cuarenta páginas que le resultaban muy difíciles y que no le aparecía claro el título, dudaba entre Cosmos, Figura y Constelación. En octubre nos confiesa que la obra lo había aburrido en tal forma que no tenía ganas de terminarla, que el final era bravísimo y que ensayaba nuevos métodos y concepciones.

En diciembre nos cuenta que le faltaban tres páginas para terminar “Cosmos” pero que no sabía como hacerlo y que a lo mejor lo dejaba sin terminar. En junio de 1964 nos dice que le faltaban diez páginas y en agosto, que lo había terminado. A Gombrowicz no le gustaba dar datos sobre su obra y mucho menos cuando la estaba escribiendo, tampoco le gustaba dar detalles sobre su vida privada,

Basta recordar la infinidad de versiones que nos dio acerca del origen de la palabra Ferdydurke y de las variantes incalculables que utilizó para explicarnos por qué se había bajado del barco y no había regresado a Polonia. Por esta razón es que no nos informaba qué parte de la historia no tenía resuelta cuando le faltaban cuarenta páginas para terminar la obra.


Sin embargo por esa cantidad de páginas faltantes yo calculo que todavía no había decidido hacerlo masturbar a Leon en la montaña, ahorcar a Ludwik con su propio cinturón ni desencadenar el diluvio final que se parece bastante a dejar sin terminar la historia. Pero no hay que extrañarse de sus historias sin terminar, las cuatro novelas de Gombrowicz terminan en huidas.

En “Ferdydurke”, huye con la prima; en “Transatlántico”, con el bumbam; en “Pornografía”, con la sonrisa de los jóvenes; y en “Cosmos”, con el diluvio y el pollo relleno. Si bien la masturbación de Leon, el ahorcamiento de Ludwik y el diluvio son elementos verdaderamente dramáticos del final de “Cosmos” todavía nos podemos imaginar que Gombrowicz podía haberlos cambiado por otros.

Sin embargo, hay un momento de las obras en el que ya han aparecido las escenas claves, las metáforas fundamentales y los símbolos que apuntan en una dirección determinada y no se pueden cambiar por otros. Del caos inicial, por una acumulación de forma, se pasa a las escenas, a los personajes, a los conceptos y a las imágenes que el proceso de control ya no puede eliminar, y de lo ya creado se creará el resto.

Ese momento es para “Cosmos” la integración del sistema con las dos bocas y los tres elementos colgantes: el gorrión el palito y el gato. Los lectores están habituados a las formas literarias tradicionales que han sido probadas muchas veces a lo largo del tiempo. En “Ferdydurke” Gombrowicz utiliza el estilo del cuento filosófico a la manera volteriana. En “Transatlántico”, el del relato antiguo y estereotipado.


En “Pornografía”, el de la novela rural polaca; y en “Cosmos”, el de la novela policial. Parodia estos estilos, utiliza las formas antiguas y legibles para salirse de ellas y juntarlas con las concepciones modernas del mundo. El género policial es el que tiene más relaciones con la lógica, es decir, con la filosofía, y también con la ciencia. A pesar de la desconfianza que Gombrowicz le tenía a la razón y a las ideas es evidente que se sentía atraído por ellas.

La realidad surge de asociaciones de una manera indolente y torpe en medio de equívocos, a cada momento la construcción se hunde en el caos, y a cada momento la forma se levanta de las cenizas como una historia que se crea a sí misma a medida que se escribe, introduciéndose de una manera ordinaria en un mundo extraordinario, en los bastidores de la realidad.


A las peripecias de “Cosmos” en Hurlingham le siguieron las peripecias de Piriápolis. Mientras paseábamos por los bosques de Piriapolis con Madame du Plastique, Gombrowicz trataba de desentrañar cuáles eran los límites de la realidad, ¿por qué este árbol terminaba aquí y no allá? ¿Y por qué luego empezaba la tierra?, ¿por qué no era todo un continuo?, ¿cómo es que se establecen los límites de la realidad?

A Gombrowicz le parecía que se formaban artificialmente o, mejor dicho, por una intervención violenta de la voluntad. De repente, Gombrowicz se detiene bruscamente delante de un arbusto, y pregunta: –¿Qué es esto?; –Un arbusto, dice Madame du Plastique; –No, no. Nos quedamos abstraídos mirando el arbusto. Cuando el silencio nos empezó a incomodar, dije: –Es el presentimiento de la forma.
Gombrowicz se puso de rodillas, juntó las manos como si fuera a rezar y empezó a adorarme como si yo fuera el Dios mismo. Claro, el arbusto es una planta indefinida, una planta que no llega a ser un árbol, y la forma es una línea, es como el límite de la realidad. El arbusto tenía pues, para los propósitos manifiestos de Gombrowicz, una naturaleza esfumada, el arbusto tenía límites pero no tanto.

Pertenecía también a ese continuo donde las cosas están indiferenciadas. ¿Un arbusto no venía a ser entonces algo así como un presentimiento de la forma? Como yo conocía lo que andaba buscando Gombrowicz respecto a “Cosmos”, una obra que había empezado a escribir en ese año y que le costó mucho trabajo terminar, no me fue tan difícil hacerlo arrodillar.


También Gilles Deleuze encuentra en “Cosmos” las relaciones que existen entre la cantidad caótica y el orden de las series. Deleuze habla de Gombrowicz en un curso que da sobre la confrontación entre Whitehead y Leibniz como un ejemplo del escritor que sale del caos haciendo series. Para Deleuze, “Cosmos” es el desorden puro del que Gombrowicz sale organizando dos series diferentes, la de los ahorcados y la de las bocas.

La filosofía es para Deleuze el arte de formar, de inventar y de fabricar conceptos, una idea realmente interesante. “Sólo hay una manera de salir del caos, haciendo series. La serie es la primera palabra después del caos, es el primer balbuceo. Gombrowicz hizo una novela muy interesante que se llama ‘Cosmos’, donde él se lanza, como novelista, en la misma tentativa. ‘Cosmos’ es el desorden puro, es el caos, ¿cómo salir del caos? (...)”


“La novela de Gombrowicz es muy bella, muestra cómo se organizan las series a partir del caos, sobre todo hay en ella dos series insólitas que se organizan. Una serie de animales ahorcados, el gorrión ahorcado y el pollo ahorcado, y una serie de bocas, series que se interfieren la una con la otra y poco a poco trazan un orden en el caos. Es una novela muy curiosa que uno no habría terminado de leer si no se hubiera metido de cabeza en ella”


NOTA DEL EDITOR:
Recibido directamente del autor, a quien agradezco y felicito por su empeño en difundir a los lectores de habla castellana("español") la imagen de ese gran escritor polaco que vivió 24 largos años en Argentina (1939-1963).


Gombrowicz había llegado a Buenos Aires pocos días antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, como invitado de una Empresa Maritima que inauguraba una nueva Línea de Polonia a la Argentina.

A pocos días de su desembarco en el puerto de Buenos Aires, el ejercito
nazi alemán de Hitler ocupaba Polonia.

Lic. Jose Pivín


frente al puerto de Haifa


frente al Mar mediterráneo




jueves, 3 de junio de 2010

Witold Gombrowicz y el Yo



"GOMBROWICZIDAS"

por JUAN CARLOS GÓMEZ



“Exigir de un hombre que deje de ocuparse de sí mismo, que deje, en suma, de considerarse él mismo, sólo puede pretenderlo un loco. El que exige que me olvide de que soy yo sabe perfectamente que cuando yo tenga un ataque de apendicitis, seré yo quien va a gritar y no él. La enorme presión a la que estamos sometidos actualmente desde todos lados –para que renunciemos a nuestra propia existencia–, como todo postulado imposible de realizar, conduce sólo a la deformación y el falseamiento de la vida (...)”
“Una persona deshonesta consigo misma hasta el punto de poder decir: el dolor ajeno es para mí más importante que el mío propio, enseguida cae en esa facilidad que es la madre del verbalismo, de todas las generalizaciones y de toda sublimación demasiado ligera. En cuanto a mí, no, nunca, jamás. Yo soy (...)”

“En particular, un artista que se deje embaucar y dominar por ese convencionalismo agresivo está perdido. No os dejéis amedrentar. La palabra yo es tan fundamental y primordial, tan llena de realidad palpable y por tanto la más honesta, tan infalible como guía y tan severa como criterio, que en lugar de despreciarla debemos caer de rodillas ante ella (...)”
“Pienso que no he llegado a ser todavía suficientemente fanático en mi preocupación por mí mismo y que –por miedo a los demás– no he sabido dedicarme a esta tarea vocacional con una consecuencia suficientemente categórica y ni he sabido empujarla con la fuerza necesaria hacia delante. Yo soy mi problema más importante y posiblemente el único: el único de todos mis héroes que realmente me interesa. Comenzar a crearme a mí mismo y hacer de Gombrowicz un personaje como Hamlet o Don Quijote”

La admiración que Gombrowicz sentía por Shakespeare es una constante de toda su vida. La acción de sus piezas de teatro transcurre en un medio cortesano porque quería imitar a Shakespeare y porque sus manías genealógicas nunca lo abandonaron. Su familia tenía una posición ligeramente superior a la media de la nobleza polaca, pero no pertenecía a la aristocracia.
La pertenencia de Gombrowicz a una clase social situada entre la alta aristocracia y los hidalgos campesinos se le manifestó como un gran problema que llegó a tener alcances de obsesión. Cuando la inclinación de Gombrowicz por lo la naturaleza de lo inferior y de lo bajo se le volvía demasiado obsesiva Shakespeare lo ayudaba a controlarse y a tomar distancia.

Gombrowicz empezó “El casamiento” en la Argentina, durante la guerra mundial, con el propósito de escribir la parodia de un drama genial al estilo de Shakespeare. Se propuso mostrar a la humanidad en su paso de la iglesia de Dios a la iglesia de los hombres, pero esta idea no le apareció al comienzo de la obra, en la mitad del segundo acto todavía no sabía bien lo que quería.
“El casamiento” representa una teatralidad de la existencia a lo Skakespeare, una realidad creada a través de la forma que se vuelve contra Henryk y lo destruye. En esta obra Gombrowicz le abre la puerta a sus percepciones proféticas. Es el sueño sobre una ceremonia religiosa y metafísica que se celebra en un futuro trágico en el que el hombre advierte con horror que se está formando a sí mismo de un modo imprevisible; un acorde disonante entre el individuo y la forma.

Los grandes temas son tratados por Shakespeare con los acentos más ambiciosos, y sin embargo lo trágico surge siempre del detalle realista o del penetrante tratamiento psicológico del personaje, que induce al espectador a identificarse con él. De este modo Hamlet refleja la incapacidad de actuar ante el dilema moral entre la venganza y el perdón; Otelo, la crueldad gratuita de los celos; y Macbeth, la siempre cruel tentación del poder.
Es proverbial la indiferencia y el distanciamiento casi inhumanos de Shakespeare respecto a la realidad de sus personajes. No moraliza, no predica, no propone fe, creencia, ética ni solución alguna: plantea, y lo hace mejor que nadie, algunas de las angustias fundamentales de la condición humana, pero nunca les da respuesta. Su fantasía es capaz de ver un universo en una cáscara de nuez.

Como creador de personajes, cada uno de ellos representa en sí mismo una cosmovisión, por lo cual se le ha llamado poeta de poetas. Sin embargo, y por eso mismo, los personajes de sus obras parecen autistas, no saben escucharse y permanecen cerrados en su mundo a toda comprensión profunda del otro. ¿Qué simpatía existe entre Hamlet y su pobre y torturada novia Ofelia? Ésta es una de las diferencias más notables y sensibles entre Shakespeare y Cervantes.
Cervantes, en este sentido, es absolutamente opuesto y hace ver la conexión humana que llega a establecerse entre los hombres; el filosófico y trágico distanciamiento de Shakespeare impide ese acercamiento humano. Pero Shakespeare dramatizó como ningún otro el desarrollo de los sentimientos y de las pasiones humanas y no deja de ser una paradoja que Gombrowicz lo haya tomado como ejemplo.

Para Shakespeare los sentimientos eran la materia prima de todo lo que existe y para Gombrowicz eran una afección que había que evitar en el arte y también en la vida. Gombrowicz trató a los sentimientos como costumbres agonizantes y esclerosadas de las que se habían escapado sus contenidos vivos quedándose nada más que con la rigidez de las formas puras.
Gombrowicz se ocupa especialmente de destruir el carácter, para él no existe el carácter, sólo para otra persona aparecemos como un carácter, como una sustancia psíquica. Rechaza las sustancias en cualquiera de sus formas: el carácter, el temperamento o la naturaleza humana. La herencia, la educación, el ambiente y la constitución fisiológica no son más que los grandes ídolos explicativos de nuestra época porque corresponden a una interpretación sustancialista del hombre, pero Gombrowicz no le tiene apego a las sustancias.

La formación del hombre por los demás hombres era una cuestión crucial que Gombrowicz quería poner en evidencia. La idea de la forma era muy natural para él pero, en verdad, de difícil comprensión; era muy natural en él por el rumbo artificial que había tomado su conducta desde joven y por sus sentimientos de extrañamiento. La consecuencia que saca de esta anomalía es que en la conducta de los otros tenía que haber también, por lo menos en estado larval, una intervención de lo casual.
Sin embargo, Gombrowicz no quiere desmenuzar al individuo hasta convertirlo en una especie de polvo psíquico, el individuo vendría a ser algo así como una unidad atormentada por la forma. El carácter es para Gombrowicz sólo una sustancia que se nos aparece como una caricatura. El término carácter proviene de un vocablo griego que significa sello o estampa.

Y estamos habituados a emplear el término en el sentido de las peculiaridades estampadas en una persona como resultado de su herencia y de su medio. La literatura dramática de Shakespeare se funda sobre caracteres de estructuras definidas, que determinan las acciones en circunstancia dadas. Pero Gombrowicz se convirtió en un autor dramático sin utilizar caracteres.
Liquida la sustancia de los caracteres con la forma y con las palabras especialmente en “El casamiento”: “Las palabras se alían traicioneramente a espaldas nuestras (...) Y no somos nosotros quienes decimos las palabras, son las palabras las que nos dicen a nosotros, y traicionan nuestro pensamiento que, a su vez, traiciona. Las palabras liberan en nosotros ciertos estados psíquicos, nos moldean... crean los vínculos reales entre nosotros”

La trama no tiene mucha importancia en la obra de Gombrowicz, la utiliza sólo como pretexto. Tampoco la tienen los caracteres, lo importante para él es la acción, por eso toda su creación tanto en las novelas como en los cuentos tiene esa marcada característica teatral. “De modo que la cuestión decisiva para conocer la autenticidad de la literatura o de la vida espiritual de una nación será precisamente ésta: comprobar hasta qué punto están próximas a la realidad (...)”
“A la Polonia de aquel entonces la llevábamos en el pecho como la armadura de Don Quijote, pero por si acaso preferíamos no probar su resistencia”. En medio de una estructura de Polonia en la que anidaban la falsedad y la violencia Gombrowicz se pone la armadura de Don Quijote y escribe “Ferdydurke”.

La mezcla de idealismo y de realismo en el que se desenvuelve esta novela es la que también inspira al “Don Quijote”. En el año 1935 Gombrowicz publica un artículo entusiasta sobre “Don Quijote”, un libro que en adelante será para él una fuente inagotable de inspiración. El humanismo y el humor de “Don Quijote” y la teatralidad de “Hamlet” fueron modelos que Gombrowicz siguió para ordenar su tendencia a la creación anárquica.
“Don Quijote” es un libro divertido, rebosante de comicidad y humor, escrito con el ideal clásico de deleitar. Cervantes quiso crear una obra para todos los lectores, según las capacidades de cada uno. Abarca desde el lector mas inocente hasta el mas profundo. Este anhelo de universalidad de Cervantes es el mismo anhelo que tenía Gombrowicz cuando escribía “Ferdydurke”.

“Yo exigiría una grandeza capaz de soportar a todos los hombres, en cualquier escala, en cualquier nivel, que abarcara todos los tipos de existencia, una grandeza tan irresistible arriba como abajo. Es una necesidad que me fue inculcada por la universalidad de mi tiempo, que quiere atraer al juego a todas las conciencias, superiores e inferiores, y ya no se contenta con la aristocracia”
Existen gombrowiczidas a los que les encanta ver a Gombrowicz como a un hombre que jugaba y espiaba las cosas a distancia. A esos gombrowiczidas que ponen el acento en su talante de jugador hay que decirles que Gombrowicz era un enemigo implacable de las quimeras y un defensor acérrimo de la realidad, aunque siempre tuvo las manos libres para ponerle distancia al realismo, pues el realismo es una manera pesada e ingenua de ver la realidad.

“Don Quijote de la Mancha” se ha convertido en el libro más editado mundialmente, con lo que se confirman las palabras proféticas de Cervantes: “y a mí se me trasluce que no ha de haber nación ni lengua donde no se traduzca”. En la novela se narra la historia de un hidalgo maduro que, por la excesiva lectura de libros de caballería, se vuelve loco y concibe la idea de hacerse caballero andante y así recrear la antigua caballería.
Existe un progresivo acercamiento de las iniciales posturas contrapuestas de Don Quijote y de Sancho entre el idealismo y el realismo hacia un equilibrio e incluso hacia un entrecruzamiento en el final de la novela, un entrecruzamiento que aparece también en “Ferdydurke”. La segunda guerra mundial le da una terrible paliza al espíritu romántico, a Polonia le empieza a resultar indispensable un mayor grado de sensatez, es decir, de realismo.

Es entonces que le sirven en el plato de la ciencia y de la política una teoría presuntuosa que se jacta de ser un pensamiento racional, le sirven el marxismo científico. En el medio de un mundo de hombres paralizados en la Polonia de antes de la guerra a Gombrowicz se le ocurre ponerse en contra del lema del romanticismo polaco que convocaba a los jóvenes a medir las fuerzas por las intenciones y no las intenciones por las fuerzas.
En un principio, la pretensión de Cervantes en “Don Quijote” fue combatir el auge que habían alcanzado los libros de caballerías, satirizándolos con la historia de un hidalgo manchego que perdió la cordura por leerlos, creyéndose caballero andante. A pesar de ello, a medida que iba avanzando, su propósito inicial fue superado, del mismo modo que el de Gombrowicz en “Ferdydurke”, y llegó a construir una obra que reflejaba la sociedad de su tiempo y el comportamiento humano universal.

Para los polacos ilustrados era una obra fundamentalmente cómica y de lectura no sólo agradable, sino también útil por su crítica a las perniciosas novelas de caballerías que debilitaban la sensatez. La figura del caballero se encuentra en la obra de sus grandes poetas románticos: Adam Mickiewicz, Juliusz Slowacki y Zygmunt Krasinski.
La alucinación de Don Quijote, que toma por gigantes los prosaicos molinos de viento del campo de Montiel, simboliza el eterno esfuerzo en el que se debate la cultura por dar claridad y seguridad al hombre en el caos existencial en que se halla metido. Al enfrentar el plano del mito, propio del género épico, con el plano de la tosca realidad, vinculado con la comedia, Cervantes define la misión de la cultura en el mundo moderno y el tema del género híbrido encargado de expresar su visión del mundo: la novela.

Esa misión consiste en proclamar un nuevo valor, distinto a las verdades absolutas o a las consabidas tradiciones milenarias: la vida, radicada en el yo de cada ser humano. La cuestión del yo también me ha afectado a mí personalmente en mis relaciones con los gombrowiczidas que empeoran y mejoran como el tiempo. Un desencuentro singular que tuve hace tiempo con el Pato Criollo lo pone de manifiesto.
“Y sí, siendo amigos, o en vías de serlo, lo que da lo mismo, creo que ha llegado un momento muy duro para mí. Si vos leíste las cartas que yo le escribí a Gombrowicz, el mero transcurso del tiempo me obliga a leer alguno de tus libros, así lo mandan las leyes de la simetría, contrariando mi inveterada costumbre de resistirme, como gato panza arriba, a la lectura de libros, no así de cartas (...)”

“Llegados a este punto, y como es muy probable que a vos te interese saber, por lo menos en parte, qué es lo que pienso de tus escritos, creo que deberías recomendarme la lectura de un libro tuyo. Para prevenirnos, tanto vos como yo, de malos entendidos que podrían resultar fatales para el futuro de nuestra relación, más teniendo en cuenta que a vos te salen las novelas como porotos de la chaucha, es imprescindible que se entienda muy bien que te estoy pidiendo la recomendación para la lectura de tan solo uno de tus libros (...)”
“No sea cosa que se te ocurra jugarme una mala pasada y me hagas una Pitolina (el Niño Ruso me había mandado en esos días desde México tres libros dedicados), como quien diría”. A esta afirmación de mi yo el Pato Criollo respondió con la afirmación de su yo. “Me acertaste en un punto sensible con tu pedido (...)”

“No debería extrañarme porque vos sos de los que ponen la bala donde pusieron el ojo. Como esos arqueros zen que encuentran el centro del blanco con la punta de la flecha en la oscuridad. Y yo quería más que nada preservar tu oscuridad, para que sigas acertando. Es un poco injusto pedirle infalibilidad a nadie, aunque sea un polaco (además, vos no llegás a tanto), pero dejame seguir con la ilusión (...)”
“En todo caso, podríamos postular una forma nueva de infalibilidad, llamémosle ‘polaca’, a la de los que aciertan hasta cuando se equivocan. Así que: mejor no. Aprovechá que no sos polaco y atenete al argentino ‘preferiría no hacerlo’. La literatura, por suerte, no es obligatoria. No la hagas descender al nivel de la televisión (que sí es obligatoria) inventándote razones”

fuente: recibido directamente del Autor, a quien agradezco.

Lic. Jose Pivín




sábado, 17 de octubre de 2009

Witold Gombrowicz y William Shakespeare



GOMBROWICZIDAS



por JUAN CARLOS GÓMEZ -


La admiración que Gombrowicz sentía por Shakespeare es una constante de toda su vida. La acción de sus piezas de teatro transcurre en un medio cortesano porque quería imitar a Shakespeare y porque sus manías genealógicas nunca lo abandonaron. Su familia tenía una posición ligeramente superior a la media de la nobleza polaca, pero no pertenecía a la aristocracia.
La pertenencia de Gombrowicz a una clase social situada entre la alta aristocracia y los hidalgos campesinos se le manifestó como un gran problema que llegó a tener alcances de obsesión. Cuando la inclinación de Gombrowicz por lo la naturaleza de lo inferior y de lo bajo se le volvía demasiado obsesiva Shakespeare lo ayudaba a controlarse y a tomar distancia.

“Los campesinos son unos dementes. ¡Los obreros, pura patología! ¿Oís lo que dicen? Son unos diálogos oscuros y maniáticos, limitados, no con la sana limitación de un analfabeto, sino con un balbuceo de loco que clama por el hospital y por el médico... ¿Es que pueden ser sanas esas imprecaciones y obscenidades inacabables, sin más, esa mecánica ebria y demencial de su convivencia? Shakespeare tenía razón al presentar a la gente simple como seres exóticos, es decir, de hecho, sin parentesco con el hombre”
Gombrowicz quería hacer de sí mismo un personaje como Hamlet o como Don Quijote mientras andaba detrás de las siete llaves para abrir el arcón de los conocimientos más importantes y fundamentales. En el año 1935 publica un artículo entusiasta sobre Don Quijote, un libro que en adelante será para él una fuente inagotable de inspiración.

El humanismo y el humor de Don Quijote y la teatralidad de Hamlet fueron modelos que Gombrowicz siguió para ordenar su tendencia a la creación anárquica.
“En cuanto a mí, nunca más, yo soy (...) yo soy mí problema más importante y posiblemente el único, el único de todos mis héroes que realmente me interesa. Comenzar a crearme a mí mismo y hacer de Gombrowicz un personaje como Hamlet o Don Quijote”
Los tonos de sus conferencias variaban con el auditorio, pero en un momento determinado siempre cambiaban de rumbo. Eran climas funambulescos como el que imperaba una noche en la Fragata cuando, después de un paseo por las grandes figuras de la filosofía, sorprende a los contertulios recitando Hamlet en polaco y aflautando la voz en los parlamentos de Ofelia.

Gombrowicz empezó “El casamiento” en la Argentina, durante la guerra mundial, con el propósito de escribir la parodia de un drama genial al estilo de Shakespeare. Se propuso mostrar a la humanidad en su paso de la iglesia de Dios a la iglesia de los hombres, pero esta idea no le apareció al comienzo de la obra, en la mitad del segundo acto todavía no sabía bien lo que quería.
“El casamiento” representa una teatralidad de la existencia a lo Skakespeare, una realidad creada a través de la forma que se vuelve contra Henryk y lo destruye. En esta obra Gombrowicz le abre la puerta a sus percepciones proféticas. Es el sueño sobre una ceremonia religiosa y metafísica que se celebra en un futuro trágico en el que el hombre advierte con horror que se está formando a sí mismo de un modo imprevisible; un acorde disonante entre el individuo y la forma.

La figura de Hamlet que obsesionaba a Gombrowicz está fuertemente ligada a la de la calavera, símbolo de la muerte. La tragedia, situada en Dinamarca, cuenta cómo el príncipe Hamlet se venga de su tío Claudio, quien ha asesinado a su padre, el rey, para casarse con su esposa la reina y ser el gobernante del país. La obra explora temas tales como la locura real y fingida, la traición, la venganza, el incesto y la corrupción moral.
En los tiempos de Hamlet Dinamarca tenía una larga enemistad con Noruega, los dinamarqueses esperaban una invasión del ejército noruego comandado por el príncipe Fortimbras. En esas horas tan aciagas y peligrosas muere el rey de Dinamarca, lo sucede su hermano Claudio casado inmediatamente con la esposa del soberano, madre del príncipe Hamlet abrumado por los infortunios familiares.

En una noche fría de Elsinor, el castillo real de Dinamarca, unos centinelas, Horacio, el mejor amigo de Hamlet, y Hamlet ven y escuchan al fantasma del soberano muerto. Les dice que su hermano Claudio lo había asesinado vertiéndole veneno en un oído mientras dormía. Le pide a su hijo que lo vengue matando al homicida, pero Hamlet duda sobre si el espíritu es realmente su padre y si es verdad lo que le dice.
Ofelia, hija de Polonio, el chambelán del reino, y hermana de Laertes es cortejada por Hamlet. Está alarmada por el comportamiento extraño del príncipe, Polonio presume que Hamlet se ha vuelto loco y se lo cuenta a los reyes. La reina se reúne con Hamlet para tratar de entender su conducta, Polonio se oculta detrás de una cortina para espiar y escuchar.

Hamlet le reprocha a su madre su apresurada boda con Claudio, cuando escucha un ruido detrás de la cortina y pensando que es el rey lo apuñala, causando la muerte de Polonio. Ofelia enloquece y comienza a desvariar y a cantar; su hermano Laertes regresa de Francia con la idea de vengar la muerte de su padre. Claudio lo convence de que Hamlet tiene toda la culpa de la muerte de Polonio.
El rey y Laertes organizan un plan: Laertes peleará contra Hamlet con una espada envenenada para así tener más posibilidades de matarlo. En caso de que falle, Claudio le ofrecerá a Hamlet vino con veneno. En ese momento llega la reina para informar que Ofelia se ha ahogado en un río. En el duelo, Laertes hiere con su espada envenenada a Hamlet pero el príncipe se la quita y lo hiere con ella.

La reina madre muere al beber el vino envenenado. Laertes le confiesa a Hamlet que la trampa del vino fue ideada por el rey. Hamlet, encolerizado, por fin logra herir al rey y le hace beber de su propio veneno, cumpliendo finalmente la venganza que el fantasma de su padre anhelaba. Hamlet, antes de morir, pide que se declare al príncipe Fortimbras heredero del trono. La obra finaliza con la entrada en la corte de Fortimbrás, quien ofrece un funeral militar en honor a Hamlet en medio del espectáculo de tantas muertes.
William Shakespeare, dramaturgo, poeta y actor inglés es considerado el escritor más importante en lengua inglesa y uno de los más célebres de la literatura universal. Con el paso del tiempo, se ha especulado mucho sobre su vida, cuestionando su sexualidad, su afiliación religiosa, e incluso, la autoría de sus obras.

Su obra, en total catorce comedias, diez tragedias y diez dramas históricos, es un exquisito compendio de los sentimientos, el dolor y las ambiciones del alma humana. Los grandes temas son tratados por Shakespeare con los acentos más ambiciosos, y sin embargo lo trágico surge siempre del detalle realista o del penetrante tratamiento psicológico del personaje, que induce al espectador a identificarse con él.
De este modo Hamlet refleja la incapacidad de actuar ante el dilema moral entre la venganza y el perdón; Otelo, la crueldad gratuita de los celos; y Macbeth, la siempre cruel tentación del poder. Aunque hoy son muy conocidas y apreciadas, sus contemporáneos de mayor nivel cultural rechazaron sus obras por considerarlas tan sólo un vulgar entretenimiento.

Es proverbial la indiferencia y el distanciamiento casi inhumanos de Shakespeare respecto a la realidad de sus personajes. No moraliza, no predica, no propone fe, creencia, ética ni solución alguna: plantea, y lo hace mejor que nadie, algunas de las angustias fundamentales de la condición humana, pero nunca les da respuesta.
Su fantasía es capaz de ver un universo en una cáscara de nuez; como creador de personajes, cada uno de ellos representa en sí mismo una cosmovisión, por lo cual se le ha llamado poeta de poetas. Sin embargo, y por eso mismo, se le han hecho también algunos reproches: los personajes de sus obras parecen autistas, no saben escucharse y permanecen cerrados en su mundo a toda comprensión profunda del otro. ¿Qué simpatía existe entre Hamlet y su pobre y torturada novia Ofelia?

Ésta es una de las diferencias más notables y sensibles entre Shakespeare y Cervantes. Cervantes, en este sentido, es absolutamente opuesto y hace ver la conexión humana que llega a establecerse entre los hombres; el filosófico y trágico distanciamiento de Shakespeare impide ese acercamiento humano. Pero Shakespeare dramatizó como ningún otro el desarrollo de los sentimientos y de las pasiones humanas y no deja de ser una paradoja que Gombrowicz lo haya tomado como ejemplo.
Para Shakespeare los sentimientos eran la materia prima de todo lo que existe y para Gombrowicz eran una afección que había que evitar en el arte y también en la vida. Gombrowicz trató a los sentimientos como costumbres agonizantes y esclerosadas de las que se habían escapado sus contenidos vivos quedándose nada más que con la rigidez de las formas puras.

“Aún hoy en día sigo sin saber gran cosa de Ionesco y de Beckett porque confieso, tanto sin vanidad como sin rubor, que soy un autor de teatro que no asiste a representaciones desde hace veinticinco años y que, salvo de Shakespeare, no leo teatro. Me gustaría saber hasta cuando esos dos nombres malditos devorarán toda la sustancia de las críticas dedicadas al teatro que escribo; hasta cuando han de servir de pantalla a mi modesto teatro de aficionado (...)”
“En mí, escribir supone sobre todo juego, no pongo en ello intención, ni plan ni objeto. He ahí por qué no resulta nada fácil extraer de mis obras un esquema ideológico. Es un esquema, lo subrayo una vez más, a posteriori”
Gombrowicz se ocupa especialmente de destruir el carácter, para él no existe el carácter, sólo para otra persona aparecemos como un carácter, como una sustancia psíquica.

Rechaza las sustancias en cualquiera de sus formas: el carácter, el temperamento o la naturaleza humana. La herencia, la educación, el ambiente y la constitución fisiológica no son más que los grandes ídolos explicativos de nuestra época porque corresponden a una interpretación sustancialista del hombre, pero Gombrowicz no le tiene apego a las sustancias.
La formación del hombre por los demás hombres era una cuestión crucial que Gombrowicz quería poner en evidencia. La idea de la forma era muy natural para él pero, en verdad, de difícil comprensión; era muy natural en él por el rumbo artificial que había tomado su conducta desde joven y por sus sentimientos de extrañamiento. La consecuencia que saca de esta anomalía es que en la conducta de los otros tenía que haber también, por lo menos en estado larval, una intervención de lo casual.

Sin embargo, Gombrowicz no quiere desmenuzar al individuo hasta convertirlo en una especie de polvo psíquico, el individuo vendría a ser algo así como una unidad atormentada por la forma. El carácter es para Gombrowicz sólo una sustancia que se nos aparece como una caricatura. El término carácter proviene de un vocablo griego que significa sello o estampa.
Y estamos habituados a emplear el término en el sentido de las peculiaridades estampadas en una persona como resultado de su herencia y de su medio. La literatura dramática de Shakespeare se funda sobre caracteres de estructuras definidas, que determinan las acciones en circunstancia dadas. Pero Gombrowicz se convirtió en un autor dramático sin utilizar caracteres.

Liquida la sustancia de los caracteres con la forma y con las palabras especialmente en “El casamiento”: “Las palabras se alían traicioneramente a espaldas nuestras (...) Y no somos nosotros quienes decimos las palabras, son las palabras las que nos dicen a nosotros, y traicionan nuestro pensamiento que, a su vez, traiciona (...) Las palabras liberan en nosotros ciertos estados psíquicos, nos moldean... crean los vínculos reales entre nosotros”
La trama no tiene mucha importancia en la obra de Gombrowicz, la utiliza sólo como pretexto. Tampoco la tienen los caracteres, lo importante para él es la acción, por eso toda su creación tanto en las novelas como en los cuentos tiene esa marcada característica teatral.


fuente: recibido directamente del autor, al que agradezco.