por Rogelio Alaniz
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Conociendo el paño, me animo a decir que es muy probable que los funerales del fiscal Alberto Nisman sean también los funerales de la investigación sobre su muerte y los de su propia investigación sobre el atentado contra la Amia. Desearía sinceramente que mis palabras tengan un cierto toque de exageración, pero en la Argentina que vivimos toda exageración no es más que un lastimoso homenaje al realismo.
Se sabe que la fórmula más eficaz para ocultar un crimen o disimular un chanchullo es ensuciar la cancha. Es exactamente lo que se hizo desde el poder. Como en el juego del Gran Bonete, el culpable puede ser cualquiera, menos, claro está, el Gran Bonete que no sólo es inocente sino que, además, es víctima de una vasta y siniestra conspiración de intereses.
A través de las virtudes de una dudosa retórica, la historia K se transforma en historieta o -lo que vendría a ser lo mismo- en relato. Por lo pronto, en el tema que nos ocupa, el principal responsable de lo sucedido parece ser el muerto. Y lo es por partida doble: por suicida y por haberse dejado manipular por hombres malos. En todos los casos, a su incompetencia personal le suman sus incompetencias profesionales y, si al culebrón le quisiéramos dar otra vuelta de tuerca, podríamos agregarle su incompetencia como marido y como padre, sugerencias e insinuaciones que el poder K no se ha privado de hacer.
En el lunfardo policial, se dice que cuando la causa está complicada o hay intereses creados, siempre es importante contar con un “garrón” disponible y un “malo” en serio a mano. En este caso, el “garrón” se llama Lagomarsino; y el malo, Antonio Stiuso. La fórmula es simple y sus resultados son eficaces: si el asesino no es uno, es el otro. Y por qué no, los dos juntos. Por lo pronto, no es imprescindible que alguno de ellos vaya preso; lo que importa, en cualquier caso, es jugar a las figuritas o distraer al público con habilidosos juegos de manos.
Escribo a diez mil kilómetros de la Argentina, desde la ciudad de Cádiz para ser más preciso, la ciudad donde vivió José de San Martín y estuvo a punto de ser víctima de una tragedia; la ciudad donde se sancionó la gran constitución liberal de 1812, la famosa “Pepa”, y la ciudad donde murió Bernardino Rivadavia, el hombre que además de ser presidente, tuvo la dignidad personal de renunciar cuando consideró que las exigencias de la política y del honor así lo demandaban.
¿Qué pasa en la Argentina que asesinan al fiscal que iba a incriminar a la presidente y sus principales colaboradores? Es la pregunta que con diferentes tonos y matices me hacen desde el mozo de un café a un colega con el que compartimos el mismo hotel. Para ellos -diría que para cualquiera que no se deje seducir o encandilar por los fuegos de artificios del poder- no hay dudas de que a Nisman lo asesinaron. Y lo asesinaron por lo que iba a decir o por lo que sabía. ¿Están equivocados? Yo no haría esa imputación con tanta seguridad.
No sé quién dio la orden de muerte o quién apretó el gatillo; pero como se dice en estos casos, no pongo las manos en el fuego por nadie. Se habla de una interna salvaje de los servicios de inteligencia, de bandas armadas y financiadas por el Estado que ayer las usó y hoy no las controla. Puede ser. En la Argentina esto ha pasado y nadie puede afirmar que no vuelva a ocurrir. Se habla también de operaciones de espionaje y contraespionaje en las que están comprometidos la Cia, el Mossad, el KGB y los servicios iraníes. Se habla de todo, menos de lo que debería importar.
De manera deliberada o no, los verdaderos responsables de la muerte del fiscal se ven beneficiados por esta suerte de dispersión de culpas. Los resultados, en estos casos, son conocidos: si los culpables pueden ser tantos, si los asesinos pueden militar en las trincheras más antagónicas, lo más probable es que finalmente nadie sea responsable.
Y lo que nunca se debe perder de vista es que los responsables existen. A Nisman no lo mató el Espíritu Santo o la Luz Mala. Los asesinos fueron hombres de carne y hueso que cumplían órdenes de personas de carne y hueso. Dicho esto, agrego: el más elemental sentido común debería incorporar a la lista de sospechosos a las personas que Nisman iba a incriminar ese lunes que para él nunca llegó.
Se dice que en el poder todos son inocentes porque ellos serían los principales perjudicados por lo sucedido. Argumento falaz y tramposo. Los principales perjudicados por todo esto son, en primer lugar, los que murieron en calle Pasteur hace veinte años. Y en segundo lugar, el señor Nisman. No obstante, admito que el escándalo que provocó la muerte del fiscal podría perjudicar a un gobierno inocente. Pero permítaseme señalar a continuación que la otra alternativa también es posible: los que mataron a Nisman lo hicieron a pesar de las consecuencias que esa muerte podría ocasionar. No sé quién dictó la orden, pero está claro que quien la dio pudo haber evaluado los pro y los contra de su decisión y arribar a la conclusión de que era preferible correr el riesgo de atravesar por una crisis política de la que siempre es posible salir, que permitir que tomara estado público la denuncia de Nisman.
Insisto: como ciudadano me limito a tener presente todas las posibilidades y no las que impone el poder. ¿O es tan descabellado y arbitrario especular con la posibilidad de que la muerte de Nisman haya sido perpetrada por los perjudicados por su denuncia? Por algo Edgar Allan Poe pensó en la hipótesis de la carta robada.
No sé cómo se organizan los crímenes políticos, pero sé que existen y que a sus promotores les suelen dar buenos resultados. Tampoco es necesario dar la orden de manera directa. El rey Enrique II se limitó a decir que el padre Becket le caía antipático. Alcanzaron y sobraron esas breves palabras para que un fanático o un chupamedias decidiera matarlo. Es posible que Alfredo Yabrán no le haya dicho a Gregorio Ríos que liquidara a José Luis Cabezas. Bastó con manifestar su fastidio por las fotos indiscretas que le sacaban.
La muerte de Nisman es, en este sentido, la frutilla del postre que le faltaba a un atentado terrorista cometido en la Argentina hace más de veinte años. Veinte años de impunidad, de los cuales doce pertenecen a los Kirchner. Dicho sea de paso: se trata de la masacre más importante de la historia argentina y en veinte años no hay un detenido, cuando en París a la policía francesa le sobraron veinte horas para dar con los culpables y poner las cosas en su lugar.
Todos los indicios apuntan a Irán con nombres y apellidos. Puede hablarse de la pista siria e incluso sugerir -como se ha hecho- que los propios judíos, para victimizarse, decidieron volar por los aires, primero, a la embajada de Israel, y luego a la Amia. Todas estas posibilidades se han barajado en este naipe de cartas marcadas y manos fulleras, pero la única que se mantiene en pie es la responsabilidad de Irán.
El gobierno nacional, ¿pretendió liberar de culpas a los seguidores de los ayatolas? No me consta, pero convengamos que las tratativas iniciadas por Timerman despertaron más recelos que confianza. De lo que hablaron y decidieron los diplomáticos iraníes y kirchneristas nunca lo sabremos, porque por algo estas negociaciones son secretas y, además, en estos casos se sabe que siempre es más importante lo que no se escribe que lo que se escribe.
Retorno al principio: no va a pasar nada. Final abierto. Los responsables de la Amia seguirán libres y felices, y los asesinos de Nisman dispondrán del mismo estado de ánimo. Los que deben investigar no lo hacen porque no saben, no quieren o no les conviene. La máxima autoridad política de la Argentina primero guardó silencio y diez días después habló para victimizarse. Ni una palabra sobre Nisman, ni una condolencia a sus familiares y a sus dos hijas. Se entiende. La Señora pertenece a la tradición política que nunca renunció al sano y edificante principio que dice: “Para los amigos todo, para el enemigo ni justicia”.
La máxima autoridad política de la Argentina primero guardó silencio, y diez días después habló para victimizarse. Ni una palabra sobre Nisman, ni una condolencia a sus familiares y a sus dos hijas.
Edición Online | 29-01-2015 |http://www.ellitoral.com/
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