1° CERTAMEN LITERARIO INTERNACIONAL “SAN ANTONIO DE ARECO”
ALBA Y ARREBOL
Gran revuelo en la familia. El tío Agustín agregó a los sobrinos más pequeños al grupo que iba a ir con él a la cancha.
Amparo y Charo conocerían el Estadio Unico. Junto a Octavio y, seguramente mandado por los más grandes, le pidieron plata al abuelo para comprar bengalas.
- Que bengalas ni que ocho cuartos -le dijo el abuelo- ¡¡¡ no te voy a dar plata para eso!!!. No puede ser que utilicen las bengalas en medio de la multitud; por encima de las cabezas de los espectadores – rezongaba.
- Miren, vamos a hacer las cosas bien. Yo no me quiero enojar con ustedes. Les propongo que, en lugar de las bengalas, lleven unos papelitos muy especiales que les cortaré uno por uno y pintaré con los colores de mis amores. Los lanzarán al aire cuando entren los equipos a la cancha.
Los primos despotricaban de lo lindo. Querían bengalas, pero no solo eran sumamente peligrosas sino que estaban prohibidas. Por eso la policía las secuestraba y las inutilizaba inmediatamente hundiéndolas en un barril con agua. La verdad es que, a juzgar por la gran cantidad que se encendieron igual durante el partido, en algún lado los controles fallaron.
Al entrar los equipos a la cancha, los tres, de mala gana, soltaron el puñado de papelitos recortados con rebuscados tijeretazos que les efectuara el abuelo. Fue entonces que se les presentó, frente a sus seis ojitos, un espectáculo que no podían comprender. De repente los papelitos empezaron a subir y a subir sin parar. Como si aletearan. Despacio, de a poco. No caían sobre el césped como todos los demás… algunos se mantenían a media altura y otros subían hasta el techo del estadio, lo esquivaban y salían por el aro central, rumbo al cielo.
Vaya uno a saber en cumplimiento de que ley física, los papelitos se comportaron así. Tenía que ser una ley muy importante, porque no respetaban la famosísima ley de la gravedad de Newton con su aparatosa enunciación, sus pruebas y sus manzanas.
Lo cierto es que varios minutos después de iniciado el partido, los papelitos del abuelo seguían revoloteando a unos cuantos metros por sobre el terreno de juego, donde veintidós jugadores y un árbitro corrían detrás de una pelota.
Los chicos tironeaban el brazo del tío Agustín, gritándoles para que miraran el vuelo de los papelitos, que no bajaban y seguían revoloteando, pero no consiguieron que les prestara atención.
Miles de gargantas alentaban al pincha. Solo seis ojos se deleitaban en silencio con el acompasado cuerpo de baile de papelitos rojos y blancos. Muy parecido al otro espectáculo de ballet que ofrecían, sobre el césped, las once camisetas con los mismos colores.
del autor:
El presente cuento recibió una Mención en el 1° CERTAMEN LITERARIO INTERNACIONAL “SAN ANTONIO DE ARECO”
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