Israel y Palestina: ¿Guerra o paz?
Mohamed Abbas ha dicho en las Naciones Unidas que Israel ocupa ilegítimamente territorios palestinos. Hay un debate histórico abierto sobre este tema, pero para simplificar la polémica la pregunta a hacerse es la siguiente: ¿A qué ocupación se refiere Abbas? ¿A la de 1967 o la de 1947? La respuesta formal a este interrogante es a favor de 1967. Israel debería devolver los territorios ocupados en la “Guerra de los seis días”: Cisjordania y Gaza.
Sin embargo, hay buenos fundamentos para sospechar que, en realidad, para los jefes palestinos la ocupación real, la que importa, ocurrió en 1947, cuando las Naciones Unidas decidieron legitimar dos Estados: el palestino y el israelí. Fue la gran oportunidad que tuvieron los líderes árabes para arribar a un acuerdo razonable sobre la base del principio de dos pueblos y dos estados.
Nada de ello ocurrió. Los árabes no aceptaron la resolución de las Naciones Unidas y declararon la guerra. La declararon y la perdieron. La derrota militar no modificó la convicción de considerar a los judíos como ocupantes o invasores. Tampoco alteró la estrategia definitiva desde entonces de luchar por todos los medios para arrojar a los judíos al mar.
Entre 1947 y 1967 transcurrieron veinte años. Los árabes tuvieron dos grandes opciones para resolver este tema. Una solución fue la de asimilar en los inmensos territorios árabes a quienes habían perdido la guerra. No lo hicieron. Prefirieron mantenerlos en campamentos. Sorprendentemente, cuando algún intento hubo para integrarlos, el desenlace fue trágico. Para los árabes, los palestinos siempre han sido una buena causa para luchar contra los judíos y un dolor de cabeza a la hora de hacerse cargo de ellos. Las masacres en Jordania y El Líbano así lo demuestran.
De todos modos, si efectivamente lo que importaba era un territorio para los palestinos, esa posibilidad la brindaban los territorios de Gaza y Cisjordania controlados hasta 1967 por Egipto y Jordania. Ese control incluía a Jerusalén. Curiosamente, durante veinte años nadie levantó la voz para construir un Estado palestino.
Fue necesaria la “Guerra de los Seis Días” para que comenzara a reclamarse la devolución de los territorios ocupados. A favor de los árabes jugó la vigencia de una legislación moderna que asegura que los territorios ocupados en una guerra deben devolverse. Al respecto algunas consideraciones son necesarias. Hasta la primera mitad del siglo veinte, las conquistas territoriales obtenidas en guerras defensivas fueron legitimadas de hecho. Francia se ha quedado con Alsacia y Lorena; la ciudad de Kant hoy es territorio polaco, y en Europa del este todas las fronteras son provisorias porque su persistencia ha dependido en la mayoría de los casos de la suerte militar.
Si esta lógica hubiera funcionado en Medio Oriente, Israel habría quintuplicado sus territorios porque ganó todas las guerras a enemigos que se la declararon con la promesa de aniquilarlos. No quiso hacerlo y no pudo hacerlo. Asimismo, no dejaba de ser una paradoja que sus enemigos le declararan guerras de exterminio, pero cuando eran derrotados se refugiaban en el derecho internacional que habían desconocido.
¿Mantienen los palestinos la estrategia de arrojar a los judíos al mar? Formalmente Abbas reconoce la existencia del Estado de Israel ¿Son sinceras sus declaraciones? No hay manera de saberlo, pero algunas indagaciones son posibles. En la dura y áspera diplomacia de Medio Oriente a nadie se le escapa que alguien puede invocar los beneficios de la paz no como estrategia sino como recurso táctico. ¿Es así en el caso de Abbas? No lo sabemos, pero hay algunas pistas y esas pistas las brindan los planes educativos de las escuelas palestinas, donde los niños son educados desde la más tierna infancia para luchar contra el enemigo judío, enemigo que es descripto con las retóricas del más rancio antisemitismo. Puede que estas consideraciones carezcan de valor en una mesa diplomática, pero los judíos no se chupan el dedo.
De todos modos, los palestinos han avanzado en su pretensión política de constituirse como Estado. Tanto han avanzado que los propios judíos están de acuerdo en que ese Estado exista. El problema es que las dificultades para esa existencia no la plantean los judíos, sino los propios palestinos. No es Israel el que tiene que demostrar que su estado es viable, sino los palestinos.
¿Por qué? Porque, en primer lugar, Abbas es una autoridad política muy cuestionada, sobre todo por la excesiva corrupción que anida en sus filas y que los propios dirigentes de Hamas se encargaron de denunciar con lujo de detalles. En segundo lugar, el mandato político de Abbas está vencido y no se sabe cuándo, cómo y en qué condiciones se va a renovar. En tercer lugar, porque el jefe del pretendido Estado no puede ni acercase a la Franja de Gaza, ya que si bien en los últimos meses se arribó a algunos entendimientos con Hamas, la beligerancia sigue siendo fuerte. Por último, Hamas desconoce al Estado de Israel y -para colmo de males- no es la única organización terrorista que opera en Gaza, al punto que los entendidos aseguran que el panorama interno es tan crispado que Hamas vendría a ser, en ese escenario delirante, la alternativa más moderada.
Como se podrá apreciar, el panorama político de Medio Oriente sigue siendo complejo. La paz no está a la vuelta de la esquina y los obstáculos más serios para un acuerdo razonable los siguen presentando los palestinos. Un acuerdo de las Naciones Unidas, una declaración a favor de ellos, no alteraría en lo más mínimo las tensas y explosivas reglas de juego de Medio Oriente.
La estrategia de los palestinos apunta a ganar un amplio consenso internacional victimizándose y presentando a Israel como el verdugo. Es lo que mejor han hecho. Que esta causa haya adquirido una notoriedad internacional tan intensa y prolongada se debe entre otras cosas al antisemitismo conciente e inconciente que está presente en el mundo contemporáneo.
Pueblos que carecen de territorios hay muchos en el mundo. El caso más notorio son por ejemplo, los kurdos, que suman alrededor de cuarenta millones de personas y que periódicamente son masacrados por los gobiernos de Turquía e Irak sin que nadie abra la boca. En África y en Asia, se repiten situaciones parecidas. Es el caso de Ruanda o el Tibet, pero salvo algunas denuncias protocolares, nadie pareciera preocuparse demasiado por la suerte de estas desagraciadas poblaciones.
Es más, si Israel no fuera un Estado judío y, por el contrario, fuera una secta o una tribu musulmana más que ocupa indebidamente un territorio, los incidentes no llamarían la atención de los grandes medios, ni los humanistas occidentales organizarían cruzadas justicieras para poner fin al invasor sionista.
Siria, para no irnos tan lejos, es gobernada por una tribu minoritaria que no vacila en perpetrar impiadosas carnicerías. Sin embargo, ninguno de estos episodios truculentos parecen sensibilizar a los defensores de las causas justas. Por lo tanto, hay que hacerse cargo de que la noticia en Medio Oriente es Israel. Y lo es por muchos motivos: porque son judíos, porque han organizado una sociedad democrática; porque su calidad de vida está entre las más elevadas del mundo; porque es un testimonio palpitante de la modernidad y porque es la frontera de la barbarie. Si por un acto de gracia divina Israel devolviera todos los territorios ocupados, ajustara cuentas con sus colonos y permitiera que Jerusalén sea musulmana, lo mismo la guerra continuaría porque la estrategia es echar a los judíos al mar, no convivir con ellos.
¿Pero los judíos están dispuestos a convivir con los árabes? La respuesta es afirmativa. El veinte npor ciento de la población de Israel es árabe y en la mayoría de los casos son muy críticos de las autoridades judías. Nada de ello impide que los árabes de Israel dispongan de derechos que no dispondrían si se fueran a vivir con sus paisanos.
Sólo en Israel los árabes votan en elecciones libres; sólo en Israel sus hijos tienen acceso a las mejores universidades del mundo. ¿Pasa lo mismo en Palestina, Siria, Irán o Arabia Saudita? La pregunta es innecesaria. Los propios palestinos -moderados y extremistas- han dicho que ellos no están dispuestos a convivir con los judíos. ¿Todos los palestinos piensan lo mismo? Por lo menos ése es el repertorio ideológico de sus principales autoridades políticas. Más no podemos saber porque así como en Israel abundan las manifestaciones a favor de Palestina o críticas del gobierno de Netanyahu, nada de ello ocurre en Palestina, no porque no haya disidencias sino porque están prohibidas.
FUENTE: blog de ROGELIO ALANIZ
NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG,
Rogelio Alaniz es un notable periodista, escritor y profesor universitario de la ciudad de Santa Fe de la Vera Cruz, en la República Argentina.
Sus editoriales, ensayos y textos publicados en el diario El Litoral (y tambien en su blog y en sus varios de sus libros ) han sido muy bien recibidos por sus lectores, colegas y medios de comunicación.
En mi humilde opinión Rogelio debería recibir un premio Pulitzer o similar, por su claridad, seriedad y fluída escritura, que no es complaciente sino crítica objetiva de la realidad argentina y universal.
Con admiración y amistad.
Lic. Jose Pivín
desde Londres
junto al río Támesis marrón y sucio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario