sábado, 27 de agosto de 2011

Juana Bignozzi poeta argentina imponente, según el poeta y periodista cultural Jorge Fondebrider



Soy una mujer sin problemas

Todos lo saben

y entonces buscan mi compañía para charlar por las noches.

Sin embargo yo conozco a alguien que quiere morir en paz consigo mismo

y me produce estremecimientos, insomnio, soledad,

porque la paz conmigo misma sería una guerra sin fin,

dos o tres asesinatos inevitables y alguna entrega desmedida

que no entra en mis planes.

Sin embargo yo sueño por las noches

con un jardín inmenso donde los muertos se levantan para saludarme;

yo sueño con un hombre que me inquieta y como lo ignora

me habla amigablemente del resto del mundo

y de mis múltiples amores, tan simpáticos,

tan apropiados como tema de conversación.

La literatura en serio

Como sufro y me aburro resulto bastante divertida,

a veces represento situaciones,

la mujer comprensiva, el hombre triste;

como no tengo sentido de la oportunidad,

puedo interrumpir la mejor escena de amor,

y para que nadie dude de mi inteligencia,

me ocupo de problemas casi ridículos.

Rodeada de gente que espera cosas de la vida

o practica la tragedia,

mis explosiones de júbilo son bastante frecuentes,

y como me regalo horizontes, cucharas que vacían mi corazón,

casi siempre estoy triste,

por eso mi alegría es digna de verse.

-

Una poesía para impresionar

con grandes imposibles olvidos que no llegan

o esas frases de: tengo para poco

una poesía en realidad para ser un animal herido entre la gente

para irse a un rincón y tratar de no molestar

si digo esa poesía ya no me interesa

es porque he empezado a sentir gusto por la vida en serio.

-

Con el invierno los amigos han vuelto a casa

yo pregunto seriamente

¿Qué vas a hacer de tu vida juana?

Sufro, amo, todos rabiamos por la revolución

a veces tengo miedo de que seamos felices.

Los amigos han vuelto con los brazos abiertos

preguntan qué pasa en nuestra ciudad,

yo sólo puedo describir tu rostro,

para decirlo de una vez el rostro del amor.

¿Qué vas a hacer juana

con la juventud que aún te queda,

con las historias inverosímiles

los amigos en solfa,

los amigos en serio

y toda esta ternura

que quién sabe adónde irá a parar?

Aristocracia obrera

Las casas que vimos construir tienen años

las amplias labias son sólo discursos de mitómanos

charlas de magisters

cátedra de confusión

no hay olvido ni paz sólo alguna entrevista pendiente

una carta por escribir

la distancia siempre llegó demasiado temprano a mis fiestas

mucho más de lo que amé ha caído en el vértigo de lo ridículo

la poesía es una señorita esquizofrénica que delira al après-midi

los que ostentaban la escoba de la historia

cuidan la limpieza de sus legajos

yo sonrío aunque no haya laúdes con qué

acompaño a la gente hasta el ascensor

abandonada, perro de umbral en las tardes

viejo pecador converso jamás en silencio

a ver

líneas de las manos

de venus destrozada de apolo inmejorable

alegrías que no le quitan profundidad a mi pensamiento

pero sí lo aligeran

recuerdo algún cementerio sentimental

cierta felicidad de un viaje nocturno

enloquezco con estilo

mientras los dueños de esta luz de domingo a la mañana

con un sentido de la realidad muy argentino

jugados a la precariedad y a la historia

sobreviven en tensa vigilancia

ignoran la tranquilidad de las siglas

no se tranquilizan con ajenjos marchitos

ahora que todo empieza a terminar

confiemos en la diferencia de nuestras muertes

nada las cambiará

menos estas alianzas pasajeras

las maravillosas delicadezas y sus culitos pateados

cada vez que muevo esta mano

cambio de lugar un objeto

aparto algún rostro

como en un triunfo de mis peleas y de mis muertes

o una felicidad de mi final

sé que mis hermanos desconocidos no me olvidarán

-

Desesperada ya como gente que conoció ciertas cosas

verdades que no borran ni el vino

ni los juegos con los que reemplazamos el amor

con mucha delicadeza mucho cuidado

buscamos como niños no ya tréboles de cuatro hojas

no ya la vida plena los golpes definitivos

para acortar los plazos ensayamos fracasos que no duelen

pequeños triunfos que provocan nuestras sonrisas más dulces

bajo mi sueño mis enemigos

–cuidados por mí como por nadie–

entre el ruido de juana

sus grandes actividades y la ternura que me provocan

tenemos ideas fijas obsesivas

verbos que no conjugamos

verbos de acción de sentimiento

verbos para algún momento que creí

cercano próximo imposible

gente que estaremos casi muertos cuando pase algo

no mido lo que falta ni lo que se fue

duro

defendiendo el pedazo justo para estar de pie

-

Ahora que tanta gente llama por teléfono

y tengo invitaciones saludos en la orilla del camino

he dejado de ser la presa mayor en una cacería que

después de todo

protagonizaba

he dejado de ser trágica

a veces soy definitiva

con la edad, simplemente, estoy cada vez más enojada

-

Era fácil quedarme sola brillante intocable en mi agresividad

tirar los pedazos que aún valían entre gente conocida

cartas prestigiosas de desprestigiados

disimular el paso de los años

su asqueroso pelo infiltrado

con frasecitas jactanciosas

pagar la buena conciencia con reuniones de seudo peligrosos

dedicarme a la solidaridad difusa

era tanto más fácil

que entrar a patadas en esta turbia y compleja realidad

si toda vida es un reemplazo y no existe el lugar en blanco

el sueño de estar a la vuelta de esta historia

con aquellos viejos ácratas revolucionarios principios

es el crujido de la muñeca de madera en la noche

abandonen la hermosa escena familiar

no hablen más de un ciego retrato en colores

sobre él ha caído una permanencia

la de la sangre

-

Yo te agradeceré eternamente aquel diálogo

donde vos hablabas y yo preparaba mi historia

yo te agradeceré eternamente

haber señalado con un hecho

que la palabra existe

vos hablabas a nadie que luego fue este animal sin garras

solo en un claro que se llamó JB

quiero decirte que este animal de una aldea

o de aquel lujo de vivir que fue Buenos Aires

sólo escucha a través de lo que amaste en mito

Pére Lachaise fuentes de Roma

a aquella niñita que te escuchaba sin poder contestar

le enseñaste la palabra

que a veces ahora no sabe dónde buscar

este animal no trata de repetir los sonidos de la tribu

sino tus sonidos y tu voz


fuente:

VOXINAS

agosto 2011

Poemas / Rosquetas culturales

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Juana Bignozzi: "La ideología es una forma de eternidad"

Fue anarquista, militó en el comunismo y es considerada una de las voces más trascendentes de la poesía argentina. Acaba de publicarse su último libro donde presenta una escritura irreverente. Aquí critica la abundancia de poetas, a las antologías, al peronismo y a Montoneros.

Por: JORGE FONDEBRIDER

EL ANARQUISMO FUE MI KARMA. Eso dice Juana Bignozzi, quien se crió en le mito de la cultura y además, como dice aquí: "nunca fui de transar".


Juana Bignozzi es una poeta imponente. Esta mujer inteligente, que también supo hacerse fama de temible, recibe a Ñ con calidez en su departamento de Once, donde se ha instalado luego de vivir 30 años en Barcelona. Apenas comenzada la charla –a propósito de Si alguien tiene que ser después, su último libro– se hace evidente que su poesía no admite medias tintas y su conversación, mucho menos.


En este libro aparece el concepto de la "aristocracia obrera". ¿Cómo se le fue configurando esa visión de las cosas?


Vengo de una familia de criollos viejos, cuyos orígenes están en Padua. De mi bisabuela para acá, todos argentinos. Mi padre obrero panadero y anarquista; o sea, no hacía changas ni horas extras. Siempre decía que un obrero no tiene que tener dos trabajos ni mucho menos quitarle el trabajo a otro obrero. La dignidad para él estaba en mantenerse con un solo trabajo, o sea que no teníamos casi nada. Tuve muy poca ropa y un único par de zapatos (el que me exigían en la escuela, pero que también servía para las fiestas). Vivíamos en la parte más humilde de Saavedra, en una calle de tierra, que era barro cuando llovía. Hasta mis 10 años no hubo agua caliente: el gas no había llegado al barrio. De ahí vengo. Más pobres que nosotros sólo eran los mendigos. Ahora bien, otras cosas, en cambio, no faltaban. En casa había muchos libros y una vez por mes íbamos al Teatro Colón. Era una decisión sobre en qué cosas se debía gastar y en cuáles no, y si bien de chica yo hubiera querido tener más ropa que libros, con el tiempo me di cuenta de que ésa había sido la mejor manera que mi familia había encontrado para ayudarme. Ese obrero cultivado, amante de la cultura, sin proponérselo me estaba haciendo cambiar de clase. La cultura nos hace cambiar de clase. Una no traiciona lo que es, pero se produce un ascenso social irremediable y empezamos a tener otro tipo de apetencias y necesidades. En eso, en el desprecio férreo a la ignorancia, para terminar de contestar a su pregunta, consiste la aristocracia obrera.


La de su padre parece una curiosa decisión.



Entonces no tenía nada de curiosa. Los anarquistas de antes nunca hacían la revolución ni lograban tomar el poder, pero se la pasaban leyendo todo el día. Así, el dinero que se gastaba en libros formaba parte de nuestros gastos esenciales. También comprábamos Nuestra Palabra, La Prensa, La Protesta y Propósitos. Papá terminaba de leer y salía a la puerta a contarles el diario a los vecinos, que no leían. Tanto él como mi madre se fueron convirtiendo en una referencia moral de la familia, y consultores de los vecinos del barrio. Eso les venía muy bien, porque la otra actividad anarquista por excelencia es la discusión y mi casa funcionaba como comité clandestino del Partido Comunista de Saavedra.


¿Eran anarquistas y prestaban su casa a los comunistas?


Sí, eran de izquierda, pero ellos no estaban afiliados al PC porque no querían tener pertenencia formal a ninguna institución.


Viniendo de ese hogar, ¿cómo la pasaba en la primaria?


Bastante mal, pero no muy mal. Logré destacarme y ser una excelente alumna, además de una especie de líder natural. A mí me iba bien en las pruebas y tenía las mejores notas, pero salía en defensa de mis compañeras. Era la abanderada y, a la vez, una especie de delegada de la clase, aunque tenía pocas amigas porque el diálogo era difícil. Volvíamos del fin de semana y no había casi nada de qué hablar. Les contaba que el sábado me habían llevado al teatro y en ese barrio nadie, salvo nosotros, había ido nunca al teatro. Para que se dé una idea del lugar de donde vengo, de las veintidós chicas que éramos en la primaria, sólo dos fuimos al secundario. Y, además, yo empecé a militar muy temprano en el PC, que es una de las maneras más rápidas de separarse del barrio.


Sus años de escuela coinciden con el primer peronismo.


Exacto. Puedo decir que me pasé todo el peronismo bajando y subiendo la bandera.


¿Cómo se situó su familia respecto del peronismo?


Mi padre, que era de una rectitud absoluta y espartana, detestaba el peronismo. Después de que Perón y su CGT de 1945 se quedaron con el crédito de haber conseguido transformar en ley todos los proyectos del socialismo, el anarquismo fue apenas un sueño: se perdieron muchas de sus consignas y todos los delegados. No quedaba nada, salvo las bibliotecas obreras. Entonces, si bien nunca se afilió, mi padre que no toleraba el oportunismo, se acercó más a los comunistas.


¿Y usted?


Ser comunista desde la más tierna infancia o educarse con los jesuitas son cosas que nos marcan a fuego, condicionando nuestra manera de concebir el mundo y la política. Hay una moral distinta, hay una visión jerárquica que, al menos en mi caso, me ha impedido acercarme al peronismo.


Más allá de que el primer peronismo le arrebató a la izquierda sus estandartes, debió haberse puesto contenta de que hayan entrado en vigencia esas leyes.


Si me hubiese puesto contenta, mi padre se habría disgustado enormemente. El me inculcó una visión jerárquica del obrero, que yo todavía mantengo. Sigo creyendo en un obrero con conciencia de clase, que no aspira a ser pequeñoburgués, como en el caso de los obreros peronistas, cuyos sueños –que me disculpen– al lado de los de mi padre son pequeños.


Sin embargo hay una cantidad grande de intelectuales y escritores que, habiendo estado en el comunismo, dieron ese salto...


La mayoría de las personas que pasaron del comunismo al peronismo venían de hogares de clase media y se afiliaron a la Fede en su adolescencia, en buenos colegios o en la facultad. Lo mío es diferente: crecí en una casa anarquista, una especie de karma, como la lectura y el teatro. Me crié en el mito de la cultura. Y además, nunca fui de transar.


Se habrá quedado sola más de una vez...


El día que murió Eva Perón yo estaba en una fiesta de quince. Esa noche me aburrí mucho porque, como le dije, a pesar de los mutuos esfuerzos, mis compañeras y yo no teníamos de qué hablar. Saqué el tema de la muerte de Evita, pero nadie dijo nada. Y volví a mi casa, me senté en una silla y me puse a llorar. Ahí vino mi mamá y preguntó por qué lloraba. Le dije que por Evita. Me dijo: "Evita no tiene nada que ver. ¿Qué te pasa?". Y ahí me di cuenta de que en realidad lloraba porque estaba sola. Se lo dije y ella me respondió que tenía que estar preparada porque muchas otras veces iba a estar sola por quién era y por lo que sabía. Y así fue.


Sus gustos estéticos no parecen tan cercanos a esa izquierda de sus orígenes. ¿No fue también ésa una fuente de cortocircuito respecto de sus pares?


Tiene razón. Esa cultura a la que usted se refiere es el logro de la clase que ostenta el poder y que impone su fasto. No voy a pedir perdón por encontrar que esa circunstancia es admirable y por pensar que de ella tendríamos que haber aprendido, preparándonos por si alguna vez hubiésemos alcanzado el gobierno. Se comprenderá que es más lógico admirarse por la arquitectura que impulsaron los Luises antes que por la arquitectura soviética, ¿no?


Cuando empezó a militar en el PC se habrá encontrado con otros jóvenes con quienes sí pudo conversar.


Ahí estaban Juan Gelman, Andrés Rivera, Juan Carlos Portantiero... Casi todos eran mayores que yo, tenían sus estudios o su experiencia de vida, y me adoptaron y protegieron a muerte.


¿Siguió en el PC después de que, a principios de los 60, ellos fueron expulsados?


Muy poco. Tuve un enfrentamiento con un dirigente y, como se imaginará, no iba a pedir disculpas. Me asociaron a los disidentes y no me renovaron el carnet. Por ese entonces se fundó VC (Vanguardia Comunista) y se agruparon en varias publicaciones. Así que seguí en contacto con ellos

.
¿Estudió en la Universidad?


Varias carreras, sin terminar ninguna. Empecé Letras dos o tres veces. También, Derecho. Después quise ser asistente social. A los seis meses salí disparada. Así que me conformé con hacer toda la Alianza Francesa y después toda la Dante Alighieri, con lo que me quedé muy contenta. Preferí trabajar. Siempre me gustó tener calle y, claro, un sueldo respetable.


¿De qué trabajó?


Yo hice un comercial modelo, de esos que implantó Perón –y fíjese las aspiraciones pequeñoburguesas del peronismo: a pesar de nuestra pobreza nos obligaban a usar uniforme como en los colegios pagos, sumándonos, a mí y a mi familia, un problema más– y apenas terminé me puse a trabajar como profesora de contabilidad en la Berlitz. Después, conseguí trabajo como ayudante de contador, y ahí empecé a ganar muy bien. Pasé a ser administrativa y después entré en La Hora, y cuando cerró, empecé a hacer encuestas, lo que me permitió recorrer el país. El último empleo fijo que tuve fue en el Centro Editor de América Latina, que sólo toleré unos meses.


¿Por qué no lo toleró?


¿Qué quiere que le diga? Nunca me gustaron esas empresas socialistas que no son socialistas, como el Banco Credicoop. Con un patrón capitalista, una sabe cómo proceder. La cosa se complica cuando el patrón es socialista y trata a los empleados como un capitalista. Somos todos socialistas, hasta que se llega quince minutos tarde y empiezan los gritos. De más está decir que nunca entré en la mística del Centro Editor.


¿Qué pensó cuando empezó la lucha armada?


Estaba a favor, pero hay que matizar. Apoyé desde afuera. No podía ser ni montonera ni del ERP. Por un tiempo, estuve con las FAR, pero después me aparté porque no soporté el nacionalismo con olor a sacristía de los montoneros. Mi padre siempre decía que todo nacionalismo es de derecha. Sumemos la parte cristiana y qué tenemos: oscurantismo. Así que, ante la perspectiva de un país montonero, mi marido y yo nos fuimos a España. Y, treinta años después, volvimos y, fíjese qué desgracia, algunos de ellos están en el gobierno.


Fue amiga de Alejandra Pizarnik. También de Susana Thénon y de Luisa Futoransky...


Somos de la misma generación.


¿Cómo se entendía con ellas desde lo ideológico?


No me entendía, hablábamos de otras cosas, nuestra relación pasaba por la poesía. Me trataban bien, aunque les parecía exótica. Siempre pasaba lo mismo: estábamos charlando con Alejandra y, de pronto, yo miraba la hora y decía que me tenía que ir. "Debe tener que ir a hacer algo comunista", decía ella y yo me reía y me iba. Insisto, nos leíamos poemitas, pero no hablábamos de cosas personales ni teníamos amigos en común. Cuando empecé la relación con quien es mi marido, la distancia fue mayor y ahí se terminó todo. Con Susana Thénon la relación era incluso más distante. Era la típica hija de un dirigente prestigioso del PC y eso era todavía peor que ser la hija de un anarquista. En cuanto a Luisa, se desperdigó mucho.


Me imagino que a esta altura no tendrá problema...


¿Qué problema voy a tener yo, con un pie en la tumba?


... en decirme cómo considera la poesía que ellas escribieron.


Alejandra no se merece este bastardeo al que la someten, presentándola como una poeta intocable a la que hay que estudiar de frente y de perfil. Sólo logran que la gente joven no la lea. Digamos las cosas como son: es una buena poeta, que encarna muy bien la herencia de las vanguardias y que no refleja necesariamente la época en la que le tocó vivir. Tal vez por eso, más adelante la gente no la va a leer de la misma manera. Ese universo de noche, muerte y negrura refleja lo que una piensa en la adolescencia, pero a medida que avanza la vida todo eso se queda atrás. Y la verdad es que yo no sé si las muchachitas ahora sufren de las mismas cosas que se sufrían antes las que ahora andan por los 50 o los 60 años.


¿Y Susana Thénon?


Siempre me pareció agradable lo que hacía, pero nunca pensé que fuera más que eso. Tiene humor, pero mucha gracia no me hace.


¿Y Luisa Futoransky?


Una lástima. Con todo lo que ha hecho, los lugares donde ha estado, la gente que conoció, a la edad que tenemos ya no debería estar escribiendo esa poesía tan llana, fácil y pegada a cierta vanguardia antigua que ella escribe.


Me sorprende. Usted ha hecho un culto de la transparencia.


De lo transparente sí, no de lo llano. Quiero que lo que diga se entienda, pero no necesariamente que sea fácil de entender. Espero no escribir poemas descriptivos. Alejandra se murió joven y no sabemos qué habría seguido escribiendo. Susana murió pasados los 50 y ya dije lo que pienso de ella. Luisa ha escrito narrativa, ensayo y poesía, lo que contribuyó a dispersar su obra. A diferencia de estas talentosas muchachas, he tratado de dejar en claro que en toda vida hay sentimientos jerárquicos y otros que no lo son tanto. No todo lo que sentimos tiene importancia para la poesía. A veces es mejor que nunca llegue al papel.


Cuando se habla de los años 60, suele destacarse la poesía más combativa, que aludía a la realidad inmediata y no dudaba en mezclarse con la política.


Da la impresión de que todo lo malo se hubiera agrupado para configurar una única cara de la poesía de esa época, razón por la que los jóvenes sienten tanto rechazo por esa poesía populista, que se podría asimilar a las letras de los malos tangos. Y atenti: Juan Gelman nunca estuvo allí. Héctor Negro, que se ha dedicado al tango, creo que tampoco, y eso lo ha salvado. Ellos, a diferencia de varios de mis compañeros del grupo El Pan Duro, nunca escribieron poemas oficinescos en los que se quejaran del jefe. Tampoco esa mala poesía política del tipo "yanquis hijos de puta, no pasarán"... No me haga acordar que me deprimo. Se es poeta para trabajar con la lengua de otra manera, ¿no? En la poesía tiene que haber algún misterio, algo que el poeta ve y que el público no. Tenemos la obligación de revelar los misterios pero de una manera distinta de la que, por ejemplo, tiene el periodismo.


¿Qué poetas quedan entonces de los años sesenta?


Queda Gelman. El de Cólera buey. También quedan las chicas que acabamos de nombrar. Creo que también quedo yo. Hay otros poetas, como Mario Morales o Gianni Siccardi, pero uno murió joven y el otro escribió muy poco, y es necesario tener algo más donde poder hincar el diente, ¿no? Pero me da la impresión de que ninguno de los dos escribió nada que cambiara la poesía. Horacio Salas y Héctor Yánover son, en cierta forma, el tipo de poeta que yo critico. Hicieron una poesía cargada de buenos sentimientos y nadie dijo que la poesía se hace con buenos sentimientos. ¿Me quiere decir a quién le importa el último tranvía o el barrio mal copiado del tango? Pero, por favor...


Poesía política, entonces, no es lo mismo que la poesía cargada de ideología.


La política es la aplicación de una ideología. Dicho de otro modo, la política es apenas un camino. La ideología sobrevive a la política porque no siempre esta última expresa debidamente a la ideología y es necesario hacer correcciones. Muchos poetas están cargados de ideología, pero carecen de practicidad política.


¿Quién es un poeta político?


Los poetas rusos de la Revolución, el Neruda del poema a O'Higgins y a Prestes. También el turco Nazim Hikmet. Pero, a veces, grandes poetas se equivocan y escriben mala poesía política. Pienso en Raúl González Tuñón, que después de grandes libros como La calle del agujero en la media o Todos bailan tuvo veinte años de negrura (su poema a Stalin, que me perdonen, no se puede leer), hasta que al final de su vida volvió a ser un gran poeta con A la sombra de los barrios amados y Poemas para el atril de una pianola.


¿Cuál es la clave?



La circunstancia interior tiene que coincidir con la circunstancia exterior. Yo no puedo ponerme a escribir poemas a El Salvador o a Nicaragua, por ejemplo. Mi poesía es ideológica, no política.


¿Y qué opina de la poesía de Leónidas Lamborghini?


Lo salvó la parodia. Con Eva Perón en la hoguera logró hacer una interesante poesía política, algo único. Pero, por eso, no puede tener discípulos.


¿Alguien reúne ideología y política en su poesía?


Paul Eluard. Gelman.


Poetas que se identifican con la izquierda. ¿Algunos poetas vanguardistas no estaban más cerca de la derecha?


Sí, claro: T.S. Eliot, Ezra Pound, Wallace Stevens... Para no hablar de los rusos a los que Stalin mandó a Siberia, o de Gabriele D'Annunzio que fue un fascista prístino, o de los poetas católicos franceses excluidos del surrealismo... En general se suele creer que la ideología es el patrimonio de la izquierda, pero la simple enumeración de la vanguardia demuestra otra cosa.


Ideología y política son, en cierta forma, el leiv motiv de su último libro. Parece reclamarles a los poetas más jóvenes su falta de ideología...


Sin embargo, tengo la impresión de que ahora se está volviendo a una poesía más ideológica. Pero en esos 20 años, que coinciden con el momento en que empecé a venir al país, la idea de trascendencia estaba en decadencia: el adentro había ganado sobre el afuera. Entiendo que la ola de conservadurismo que azotó al mundo desde Reagan en adelante tuvo mucho que ver. Me refiero a eso de la vuelta a los valores familiares, el parto en casa y todas esas pavadas. ¡El parto en casa! ¡Por favor! ¿Qué, después de haber logrado que los chicos nazcan en hospitales, con la atención debida, ahora hay que volver atrás y tenerlos en las casas? ¿Esta es la sociedad del progreso? ¿No se dan cuenta de que todo eso es dejarle el campo al enemigo? Cuando uno cree que el mundo es el propio jardincito, las labores de la casa y la olla que hace puf puf, ganó el otro.


Se olvida de la poesía de los años 80, que no fue eso. Hubo un cambio en los hábitos de lectura, debido a esos poetas...


Si se refiere a lo que hizo la gente del Diario de Poesía, tiene razón. Pero esos poetas fueron algo así como una isla en medio de esa nada que yo veía desde el exterior. Sólo ahora los buenos poetas empiezan a cobrar visibilidad. Algunos pocos, como Irene Gruss, Mirta Rosenberg o Estela Figueroa, salieron bien parados. Pero los que más sufrieron el golpe son los que se desilusionaron de la política. Esos quedaron desfasados, aplastados entre la mitología de los años 60, con la consiguiente desilusión por la política, y la banalidad de los 90, con toda esa autopromoción que llega hasta nuestros días. Se portan como si alguien los hubiera traicionado para siempre, y no es así. Lo que ocurre es que la historia obliga a que, sin modificar el propio punto de vista ideológico, una vuelva a posicionarse y a hacer los ajustes necesarios.


La ideología, entonces, ¿es una forma de trascendencia?


Absolutamente. La ideología es la forma de eternidad que tenemos. Yo no concibo que una se pelee con el partido que le da identidad sólo por confundir al dirigente miserable que transitoriamente está en el frente con la ideología que a una la sustenta. ¿Lo quiere más claro? Una no podía pelearse con Codovilla como si fuera Marx.


Digame, ¿hay tantos poetas como dicen las antologías?


En vista de lo que está pasando, habría que sacar alguna ley que prohibiera el amontonamiento en las antologías, ¿no? Como dice Camus, en Calígula, el mayor pecado que puede cometer un hombre es desesperar a un alma joven. Y estas antologías, con pretensiones monumentales, desesperan a las almas jóvenes: se pasa de un gran poema, a uno decente y de ése a otro que dan ganas de morirse. No hay tantos poetas y no veo mal en ello.


José Luis Mangieri y Adriana Hidalgo, su actual editora, están en las antípodas de lo que consideran es la edición. ¿Cómo se maneja entre los extremos?


José Luis era mi amigo de juventud, y nos amábamos y nos peleábamos como perros. Adriana Hidalgo es mi editora, nos tuteamos, es una mujer muy correcta, pero la nuestra es una relación afable y comercial.


¿Extraña a Mangieri?


No sabe cómo. Cada dos por tres lo cito. Me encuentro hablando de algún mal poeta y diciendo, como solía decir él, "éste es la borra de la poesía".




Bignozzi básico
Buenos Aires, 1937.
Poeta.

Publicó los libros de poesía "Los límites" (1960), "Tierra de nadie" (1962), "Mujer de cierto orden" (1967), "Regreso a la patria" (1989), "Interior con poeta" (1994), "Partida de las grandes líneas" (1996), "La ley tu ley" (obra reunida, 2000), "Quién hubiera sido pintada" (2001) y "Antología personal" (2009). Entre 1974 y 2004 vivió en Barcelona.
Poemas de madurez y juventud
Si alguien tiene que ser después
de Juana Bignozzi
Adriana Hidalgo
92 pags.
$49.

Jorge Fondebrider nació en la ciudad de Buenos Aires en 1956. Poeta, ensayista, traductor y periodista cultural, colaboró con los principales diarios y revistas de Argentina.


Irene Gruss habla de Juana Bignozzi

Cuando conocí a Juana Bignozzi, a inicios de los 70, transmitía la misma imagen que la de quien habla en primera persona en sus primeros libros; especialmente, me refiero a Mujer de cierto orden: rodeada de amigos varones que, a su manera, la consideran amiga y compinche (no tanto una mujer), compañera de militancia y de noches. Los compañeros de esas noches fueron, entre otros, Gelman, Mangieri, Alberto Szpunberg; hombres no tan fuertes como ella, y que junto a Juana marcaron a raya la poesía argentina venidera, sin hablar de la historia de la Argentina venidera. Altísima, de unos ojos verdes de búho que todavía no podían saber del todo, de una inteligencia y lucidez feroces –sin que esto disminuyera su coquetería–, he visto a Juana Bignozzi, así como la veo hoy en éste, su último libro. Pero aquí la poeta introduce un tono nunca antes oído en su obra (¿lo esquivaba?) o que quizá no se había atrevido a mostrar: esa primera persona de entonces, la soberbia y altanera, ahora dice cosas como "es un duro paseo mamma y hace mucho frío"; "Tosca hubiera querido ser"; "escribiendo a solas como yo escribía en Saavedra"; o agrega y pide: "un último paseo mamma"; "dejame aquí sentada hasta el final"; o agrega y afirma: "Es mi nombre mi fuego"; "faltan pocos días para mi santo/ y creo que heredé su virtud". La insoslayable y gélida mirada de búho no se ha debilitado. Persiste porque son más que un leit motiv la lucha, ganar y/o perder una guerra, prevalecer. Sin embargo, algo de ternura y piedad atraviesa esa mirada. Bignozzi ha crecido y ha superado un estilo que bien podría haberse "quedado" como el de alguno de sus coetáneos –porque quizá con ello bastaba para entrar en el podio de una trascendencia tan segura como viscosa–, pero hay algo semejante a esa "rabia contra la agonía de la luz" de Dylan Thomas que empecina, y la fuerza a dar más, a renovar lo que la autora llamaría municiones de esa guerra. Ya desde el título, la poeta presenta e inaugura otra sintaxis: "si alguien tiene que ser después", dice, así como ese complejo primer verso que abre el poemario: "el viento del final del verano tarde en el amanecer", o busca un ritmo inconcebible, por no habitual; o juega, como siempre, tramposa: "Una poeta compra algún color una ensalada danesa"; cortes de verso o empalmes novísimos en la "retórica Bignozzi": el dejar pelada y sola una palabra a fin de detenerse a sentir, reflexionar, y que como lectores también nos deja en ese desamparo, en el concepto puro, "como un ramalazo de viento en la alta noche". Véase "Señoras irregulares": "velaste a tu amiga tres días con sus noches/ a quién vela esta mujer/ con la que pasábamos dos domingos al mes/ luego pensé/ nunca había un hombre esos domingos/ a quién velabas velándonos a nosotras mismas/ ¿consagrabas tu aceptación de lo silenciado?/ ¿era también en mi nombre?/como siempre tanto ruido entre nosotras/ y vos sola sosteniendo toda la escena para ampararme". Así van apareciendo las tres voces con que se estructura el libro –"La luz de la edad", la primera; "El retrato moral", la segunda; y finalmente, la homónima al título–, tres zonas en las que la forma, a medida que se avanza, se anima cada vez más a tocar el vacío. Bignozzi nos tenía acostumbrados a veces a tomar el hilo con un simple participio, como esos "Rodeada de universos en tragedia ineluctable", "perdido el primer sentido de la solidaridad/ perdida la solidaridad horizontal", para después mandar la tajante sentencia que cortará casi de cuajo la respiración. Aquí, no sólo demora esa marca sino que se da el lujo de rasar lo explícito como quien habla a solas o toma la palabra en un bar, en una asamblea; grita o murmura de lado lo que no habría que atreverse a decir, ni habría que decir; ni, mucho menos, el cómo habría que escribirlo. Hace todo esto con una irreverencia digna de la madurez, y digna de esa energía que sólo provee la juventud, si no la adolescencia, esa que Juan L. Ortiz supo limitar entre la grieta y la euforia. Bignozzi deja la calma para después. Mientras tanto, nombra a los que ama, a los que no ama; a los que admira y a los que desprecia; a los que todavía están y a los que vendrán de aquí en más; a sus muertos queridos y a una muerte no querida; nombra una fe; atisba un final, y lo borra de un plumazo.


Irene Gruss.



http://edant.revistaenie.clarin.com/notas/2010/08/15/_-02207352.htm


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