Asesinato del profesor Alejandro Peñata López: ¡una muerte que me duele!
El pasado 21 de junio, cuando revisaba los titulares de la prensa regional de la costa norte de Colombia, en la cual casi nunca me detengo, encontré una noticia que me revolvió el espíritu. La víspera en el corregimiento de Campanito, localizado entre los municipios de San Pelayo y Cotorra, “había sido ahorcado con alambre de púa, por personas desconocidas”, el docente Alejandro Peñata López. El asesinato de Alejandro Peñata López me conmociona por dos razones. En primera instancia, porque Alejandro Peñata López fue mi condiscípulo en la carrera de Ciencias Sociales, la cual cursamos juntos hasta el séptimo semestre. En segundo lugar, su asesinato me conmueve porque denota un grado de salvajismo y falta de humanidad, del que no se tenía antecedentes en la historia de la criminalidad a sueldo –y selectiva- en el departamento de Córdoba.
Hasta mediado de los años ochenta el departamento de Córdoba fue una tierra bastante tranquila, donde la noticia de un asesinato generaba conmoción social durante varias semanas. Todavía me acuerdo, como si fuera ayer, del revuelo causado por un tiroteo –quizá el primero- cometido, a mediados del año 1986, por sicarios de la moto en pleno centro de Montería. En esa época yo trabajaba cuidando carros, los fines de semana, en la discoteca Video Estudio 54, que quedaba en la 29 con carrera tercera. Un sábado, cuando iba para la discoteca, escuché varios tiros a la altura de la calle 34 con primera. Como en ese tiempo hacer tiros al aire era un deporte favorito de ciertos borrachos de clase alta, no le puse mucha intención al asunto. A las ocho y media de la noche, cuando los primeros clientes de la discoteca empezaron a llegar, nos enteramos que desconocidos había matado, a tiros, en la entrada de su negocio, a un comerciante antioqueño, que hacía poco había abierto un comercio en la ciudad. El lunes, el periodista William Bendeck Olivella dijo en su noticiero de las seis de la mañana, en la Voz de Montería, que el comandante de la policía había dicho que se presumía que el crimen obedecía “a móviles ligados a venganzas personales” y para esclarecer los hechos prometía “una investigación exhaustiva”. Sin embargo, todo quedó allí y el polvo del tiempo sepultó el asunto.
Tres años más tarde, el 13 de octubre de 1989, dos hombres armados llegaron hasta la puerta de la casa del periodista William Bendeck Olivella y le dispararon en varias oportunidades. En la insalubre calle del mercado publicó: la célebre 36, los jugadores de dominó comentaban, en sus partidas cotidianas a la caída del sol, que a Bendeck Olivella lo mataron por ser “un tipo lengua larga, que hablaba mucha mierda sobre los políticos”. Una vez, en una parranda, le escuché decir a alguien muy bien posicionado socialmente en Montería, que a Bendeck Olivella no lo habían matado “por hablar mucha mierda sobre los políticos, si no porque él había trabajado para el régimen de Anastacio Somoza y los sandinistas había decidido ir a Montería a ajustarle las cuentas”. Pero la cosa no paso a mayores, por eso todo quedó allí y el polvo del tiempo sepultó el asunto.
Un año antes de la muerte de Bendeck Olivella, el 11 de noviembre de 1988, había sido asesinado Oswaldo Regino Pérez, corresponsal del diario El Universal en Montería. El rumor que corrió por la época fue que a Regino Pérez lo habían baleado por “haber cubierto unas masacres de campesinos y casos de violencia perpetrados por grupos, que se dedicaban al negocio de la droga”. Sin embargo en las calles de la ciudad corrió otro rumor. En baja voz la gente decía que a Oswaldo Regino Pérez lo mataron por ser “un marxista, que leía a Lenin, escuchaba música de Mercedes Sosa, Facundo Cabral y Pablo Milanés, además de colaborar con la guerrilla”. En ese tiempo ya había cogido vuelo en Córdoba la teoría que sostiene “que matar comunistas es lícito, porque se salva a la patria de las garras del demonio y se le hace un favor al pueblo, protegiendo sus buenas tradiciones”. Nadie se preocupó de esclarecer los hechos y por eso todo quedó allí y el polvo del tiempo sepultó el asunto.
Amparados por la zozobra masiva que genera el terror y la confianza que produce en el criminal la impunidad, el temido grupo“Los Magníficos” hacía circula de tiempo en tiempo un volante tenebroso titulado “OJO POR OJO”. Esa chapola macabra anunciaba, sin tapujos, como si se tratase de las presentaciones futuras de una banda pelayera o de un grupo de gaiteros sabaneros, las acciones criminales que dicho grupo proyectaba realizar en el corto plazo. Por eso circuló de mano en mano en abril de 1988, la víspera del sepelio del profesor Duque Perea, un ejemplar de dicho volante, en el que se le anunciaba, sin ambages, “a los distinguidos camaradas Alejandro Cortés y Geminiano Pérez”, que los visitarían “para felicitarlos por haber sido designados integrantes de la Junta Nacional de la “Unión Patriótica”. Meses más tarde atentaron, en su casa, en Cereté, a plena luz del día, contra el profesor Geminiano Pérez. La gente se escandalizó con el hecho, pero finalmente todo quedó allí y el polvo del tiempo sepultó el asunto.
Sin embargo cuando las muertes de los periodistas Regino y Bendeck se produjeron, ya la tradicional calma –o al menos la aparente calma- del departamento de Córdoba había desaparecido, pues en Montería se habían hecho estallar dos bombas: una en la sede política de Camilo Jiménez Villalba y otra en la sede del candidato del Partido Conservador. El hallazgo de muertos, generalmente decapitados o ejecutados, con un tiro de gracia, en las carreteras principales y marginales era un asunto frecuente. Dichas acciones eran los coletazos –menores, si se puede decir- de una ola de violencia bien articulada, que recorría –y hacía correr la sangre por doquier- en el territorio cordobés, la cual se escenificaba ante la mirada impotente –digámoslo de ese modo, para no decir negligente- de las autoridades y la actitud aterrorizada de la ciudadanía.
Los actos de terror colectivo contra la población cordobesa habían comenzado el tres de abril de 1988. Ese día, en el caserío de La Mejor Esquina, Los Magníficos interrumpieron el fandango ritual del sábado de gloria y acribillaron, a balazos, a 27 campesinos, incluyendo varios menores. Las circunstancias que rodearan el ataque nunca se esclarecieron, todo quedó en rumores y el polvo del tiempo sepultó el asunto.
Luego vinieron otras masacres como la de El Rincón de las Viejas, un caserío paupérrimo y bucólico, que queda entre Pueblo Bujo o Chifla’ó y Loma Verde. Esta masacre nadie la recuerda hoy, ni tiene dolientes porque no se mencionó en los periódicos nacionales y los muertos de El Rincón de las Viejas fueron los muertos de un pueblo, cuyo nombre sólo puede hacer parte de una toponimia digna de la geografía del absurdo y la jocosidad. Lo único que puedo decir es que la masacre de El Rincón de las Viejas fue antes que la masacre del caserío de El Tomate, perpetrada el 30 de agosto de 1988, donde “murieron 16 campesinos, entre ellos un niño de 3 años, calcinado en su propia residencia, incendiada por los forajidos”. Al igual que la Masacre de El Tomate, la masacre de El Rincón de las Viejas “quedó impune”, pues “nadie investigó lo sucedido” y el polvo del tiempo sepultó el asunto.
Después de esas tres masacres, que no fueron las únicas, y de una silenciosa campaña de limpidaza social y de desaparición de jóvenes en los caseríos ribereños del alto Sinú, la gente, sobre todos los muchachos, fue perdiendo la costumbre atávica de ir a pasar Semana Santa y fin de año al Monte –así se le dice en Córdoba a la región rural-, porque, (sobre todo en el alto Sinú), circular en la región rural sin la compañía de un lugareño se volvió un acto osado, que se pagaba generalmente con la vida.
Uno de mis compañeros de universidad me cotaba que un primo suyo, que era aficionado a la casería de canarios, se fue una vez a capturar sus pájaros por la vía a . Cuando se encontraba en las inmediaciones de una finca cercana a San Anterito, montando sus trampas, fue rodeado por un grupo de hombres fuertemente armados, que lo golpearon sin piedad. Después de propinarle su golpiza, el jefe del grupo, antes de partir con su pelotón, le encomendó al miembro más joven del escuadrón que lo matara y lo enterrara. El hombre puso al muchacho a cavar su propia tumba y mientra este cavaba el hoyo donde iba a ser enterrado, el hombre al verlo llorar inconsolablemente comenzó a hacerle preguntas, porque él también era aficionado a la captura de canarios cuando adolescente. En la conversación salió a relucir el nombre de un conocido de los dos que compraba canarios en Montería. Gracias a esa coincidencia el muchacho se salvó. Historias de altercados con grupos armados en las veredas cercanas a Montería les escuché contar a muchos muchachos de los barrios populares de esa ciudad, que tenían el hábito de ir a recoger leña o excremento de ganado, para vender entre sus vecinos.
Los profesores de Córdoba en la mira de los gatilleros
No puedo señalar con precisión cuando asesinaron al primer profesor en el departamento de Córdoba, ni quien fue la victima. Desafortunadamente el magisterio cordobés no ha elaborado, ni el colombiano tampoco, una reseña de cada caso, que nos permita conocer los nombres de las victimas, la fecha de los asesinatos y el resultado de las investigaciones judiciales de manera expeditan, como medianamente lo han hecho los periodistas. Si lo han hecho, dicho documento no se encuentra en línea. Ante la ausencia de un documento de tal catadura, que sería de gran ayuda para aquellos que intentemos aproximarnos al fenómeno del exterminio del magisterio en Córdoba, desde la perspectiva histórica o desde la crónica periodística, tendré que aventurarme en los laberintos de mi memoria, para evocar ciertos hechos que considero significativos.
La primera vez que tuve noticias de un atentado contra un profesor fue en el año 1987, cuando estaba en séptimo grado. Ese año, sin ninguna explicación desapareció de la Normal de varones Guillermo Valencia el profesor José María Durango, un profesor bastante dinámico y carismático, que me dictaba historia. Un día alguien, que estaba mejor informado que los demás, comentó que la ausencia del profesor Durango se debía a que habían intentado matarlo. El profesor Durango había llegado a remplazar al profesor Horacio Garnica Díaz, que había tenido que dejar la ciudad meses antes, porque lo habían amenazado de muerte. Sin embargo, el primer asesinato de profesor ampliamente comentado en los medios, que generó gran movilización del sector profesoral fue el del profesor Alfonso Cujavante Acevedo, el 15 de marzo de 1988. A éste se le sumaron después los asesinatos de los profesores Rafael Duque Perea y Orlando Manuel Colón Hernández.
La víspera del sepelio de los profesores Duque Perea y Colón Hernández circuló una edición del susodicho pasquín “OJO POR OJO”, en la que se anunciaba, de manera escueta que:
El pasado 15 de marzo fue ajusticiado ALFONSO CUJAVANTE. Ahora les tocó el turno a RAFAEL DUQUE PEREA y ORLANDO MANUEL COLÓN HERNÁNDEZ. [...] Fueron ajusticiados porque como militantes del movimiento “Frente Popular” aprovecharon su máscara de educadores para concientizar a la juventud, para engañarla y hacer apología al comunismo. [...] Sus camaradas hablan de ellos como “ilustres educadores” porque servían de títeres al partido y lo cierto es que además eran una escoria, con malos ejemplos para la juventud y la sociedad monteriana. [...] Muchos son los que están en la lista; pero también hay muchos que no están pero que podrían ser ajusticiados en masa, si asisten al sepelio de Rafael Duque Perea y Orlando Manuel Colón Hernández.
Después de la circulación de ese pasquín se volvió común en Córdoba el asesinato y la amenaza a profesores. Con ocasión del asesinato de Alejandro Peñata, el diario El Heraldo (25/6/2011) rememoró un hecho que en 1988 se comentó en baja voz, pero que no pasó a mayores. En el municipio de Valencia, “en un hecho sin precedentes en Córdoba y el país, 200 profesores abandonaron sus plazas [...], por la presión armada de grupos de ultraderecha”. Pero eso no era todo, algunos profesores de ciencias sociales, que trabajaban en los colegios del Alto Sinú, particularmente en el municipio de Valencia, manifestaban –en baja vos- que en esa región, el pensum de dicha materia se determinaba en la celebérrima hacienda Las Tangas, de los epónimos hermanos Castaño Gil.
En los últimos 20 años, en Córdoba, la amenaza y la matanza de docentes ha sido un hecho continuo y sostenido en el tiempo. Y no hay esperanza de que las cosas cambien. Según directivos del sindicato de profesores, desde diciembre de 2008 hasta la fecha, 20 docente han sido asesinados en el territorio departamental. Lo interesante de todo esto –por utilizar un adjetivo calificativo neutro- es que el comandante de la policía departamental, afirme; así lo informó Radio Caracol (junio 21 de 2011), “que estas personas no han sido asesinadas por su calidad de maestros” y por eso “no se puede afirmar que se trate de una acción de exterminio contra los profesores”. Por su parte Aurelio Ordóñez, segundo comandante de la policía en Córdoba y oficial responsable de la parte operativa, sostiene que los asesinatos de los profesores en el departamento “son hechos que se presentan por situaciones personales”. En su opinión “cada caso es materia de investigación por parte de los organismos de seguridad del Estado”. Lo curioso es que las investigaciones policiales nunca den frutos. De allí que no sepamos –a ciencia cierta- si a los maestros los están matando por líos de faldas, por robo de ganado mayor, por deudas que no han pagado a los tenderos de barrios, por haberse atrevido a develar la ubicaci ón exacta de las calderas de Piero Botero[i], o bien para facilitar el nombramiento de un nuevo docente en el cargo del difunto o simplemente porque le pusieron mala nota al hijo del ciudadano gatillo fácil del pueblo, que no acepta las malas notas para su retoñito.
Por causa de la matanza –permanente y sostenida- de profesores en Córdoba, todo aquel que haya asistido a los planteles de secundaria públicos en dicho departamento, después del final de los años ochenta, debe tener la sensación de que recibió clases o se cruzó alguna vez, en algún pasillo, con un profesor que luego fue abatido a valazos por un sicario. Matar profesores en Córdoba se ha convertido en una cosa tan común, que a veces tengo la impresión que es una afición similar a la casería de pisingos y otros patos ciénagueros, actividad que fuera el pasatiempo preferido del Mono Mancuso, en los meses de enero, febrero y marzo en las ciénagas de la región.
“Maestro: profesión peligro en Córdoba”
Tienen toda la razón los redactores de El Heraldo cuando afirman que la de “Maestro” es en Córdoba una “profesión peligro”. Según el diario El Universal (22 Junio de 2011) “la ola de violencia que atraviesa el Departamento de Córdoba [...] está afectando directamente al gremio docente”, pues éste es “uno de los más azotados por asesinatos, extorsiones, fleteos y todo tipo de actos delictivos en los últimos años”. Por su parte El Heraldo resalta que en marzo del presente año las “autoridades gubernamentales revelaron que alrededor de 70 maestros en Córdoba estaban siendo víctimas de algún tipo de extorsión o amenazas”. Según dicho diario, “el 13 de octubre de 2010 se hizo pública la amenaza colectiva contra los 12 profesores que laboraban en la escuela del corregimiento Los Córdobas, Montelíbano”, que “encontraron en los pizarrones mensajes intimidatorios de una de las bandas criminales” que operan en la región, lo cual motivó la dimisión automática del personal docente del plantel.
Según Zenen Niño, presidente de FECODE, el departamento de Córdoba es el más afectado “por la ola de violencia contra los docentes en diferentes regiones de Colombia”. Lo que más desconcerta de todo esto es que la aguda situación de seguridad por la que hoy atraviesa el magisterio cordobés sea ampliamente conocida por las autoridades educativas a nivel nacional y que el Estado –en todos los niveles- no haga mucho para superarla. En el website de El Ministerio de educación de Colombia (mineducacion) aparece colgado un reporte de prensa del diario El Heraldo de Barranquilla, fechado 25 de Septiembre de 2010, que a la sazón dice: “En lo que va corrido de este año han sido amenazados en Córdoba un total de 66 educadores”. De acuerdo con dicho reporte, el mayor número de agresiones “se presentan en la subregión del San Jorge que la conforman los municipios de Ayapel, La Apartada, Montelíbano y Puerto Libertador”. Según dicha nota, los autores de las amenazas “se identifican como miembros de las bandas criminales al servicio del narcotráfico”.
La inseguridad crónica que padece el departamento de Córdoba acabó con la vida del joven educador Alejandro Peñata López. El salvajismo que los criminales pusieron en escena es repugnante y debe ser condenado -sin tapujos y de frente- por toda persona civilizada y mentalmente sana. La ciudadanía cordobesa, otrora pacifica y respetuosa de la vida, debe entender, como bien lo señala Héctor Abad Faciolince en su columna de El Espectador (elespectador), que “Hay una sola cosa peor que matar, y es dejarse matar”. Por eso todo aquel cordobés, que se considere persona de bien, debe pedir la ayuda de la “parte sana y valiente del Estado y de la autoridad”, para que ésta, haciendo “un uso legítimo de la fuerza”, enfrente a “la mano negra de la mafia” y de la criminalidad política, con la “mano limpia de la verdad y la justicia”, que es la única que puede garantizar una paz y cohesión social durables.
A Alejandro lo voy a recordar siempre como un chico juicioso y pacifico, que trató de tener el menor número posible de problemas en la vida. Gracias a su apariencia física, en la que sobresalían “rasgos masculinos” bien marcados: “quijada grande, cejas prominentes, voz gruesa y pelo en pecho”, siempre fue el preferido de las compañeras de clase, que lo apreciaban también porque era un hombre respetuoso, colaborador y agradable. Frente a su muerte no me queda más que decir que "Un país que asesina a sus maestros es un país que asesina la democracia, es un país que asesina su futuro".
Eso no lo digo yo. Lo dijo Álvaro Uribe Velez, el 23 de Octubre de 2002, en la clausura del foro educativo "Evaluar es valorar". Lo doloroso es que durante sus ocho años de gobierno, en los que se exhaló sin descaso el mantra de “La seguridad democratica”, no se hizo mucho por aumentar la seguridad de los educadores, pues un reporte de Radio RCN (rcnradio), difundido el 28 de marzo de 2011 nos informa que “Más de 4 mil profesores están amenazados en el país por las Bacrim”.
Nota: cuando terminaba la redacción de esta crónica, una banda de sicario acribillaba a balazos en la ciudad de Guatemala, en la vía al aeropuerto, a Facundo Cabral, un cantor que me incitó a ser irreverente a través del discurso. Yo que me he salvado –por poco- de correr una suerte similar a la de él y a la de Alejandro, deseo paz en sus tumbas y a sus deudos solo me queda acompañarlos en su dolor.
[i] No hay un origen claro para la expresión «Las calderas de Pedro Botero». Pedro Botero es uno de los nombres que varios literatos, en el siglo de Oro español, dieron al Demonio en varias obras literarias. También lo llamaron Pero Gotero, Pedro Botello o Piero Botero. De allí la expresión “Las calderas de Pedro Botero”, que hace referencia a un infierno flamígero, físico y real.
fuente: http://labarcadeenoin.blogia.com/2011/071301-asesinato-del-profesor-alejandro-penata-lopez-una-muerte-que-me-duele-.php
Nota del Editor de este Blog,
Acabo de leer el texto que escribió el editor de su Blog y quede entristecido por la forma brutal del asesinato cometido con el docente Alejkandro Peñata Lopez y todos los otros asesinatos cometidos en ese país.
Parece ser que la policía allí es impotente o tienen miedo o no les interesa solucionar y resolver estos crimenes y tampoco hacen mucho para evitarlos y combatir a estos asesinos.
El Gobierno Nacional debería encarar seriamente con su ejercito y su polícia una guerra total contra los asesinos, ya sean narcotraficantes y.o asesinos a sueldo o terroristas.
Y si sus fuerzas armadas no pueden realizar la tarea, que soliciten la ayuda de la OEA o de las NACIONES UNIDAS.
LO MISMO DEBERIA HACERSE EN MEXICO.
Lic. Jose Pivín
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