Otros hombres: la insolencia de la emperatriz
En un país aburguesado y conservador, el Chile de Pinochet, Lemebel se atrevió a desafiar el poder del dictador. Pero a diferencia de otros, supo celebrar la democracia y logró construir un universo literario barroco y arrabalero que lo convirtió en un ícono gay para todo el continente.
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Por: César Mackenzie
Santiago de Chile, septiembre del 86. Durante un acto político de la izquierda chilena, un grupo de comunistas frunce el seño. De súbito, una figura montada sobre altos tacones hace su entrada: es un profesor de arte y aprendiz de escritor, expulsado por la universidad por ser homosexual y travesti. El auditorio no comprende cómo es que Pedro Lemebel aparece con el pelo largo y un estrambótico vestuario, una loca en coqueteos con los treinta años, a leer un manifiesto: “No soy Passolini pidiendo excusas. No soy Ginsberg expulsado de Cuba. No soy un marica disfrazado de poeta. No necesito disfraz. Aquí está mi cara. Hablo por mi diferencia”. Los asistentes no pueden defenderse de esa bofetada poética. El que lee y proclama los envuelve. Al final no todos lo aplauden.
Se supo entonces que había nacido en el 55, que había vivido su infancia entre conventillos y desalojos hasta que su familia montó su propio cambuche en el Zajón de la Aguada, famoso basural santiaguino, plagado de ratas, piojos y asesinos: uno de los primeros reductos que padeció el abuso del poder de la dictadura, disfrazado de misericordia. Cuando el 11 de septiembre del 73 Pinochet y la Junta Militar ordenan el bombardeo al Palacio de la Moneda, Lemebel es estudiante de Artes Plásticas en la Universidad de Chile: ve las bombas caer, escucha a Allende desde Radio Magallanes pronunciar su último discurso, conjura para la breve utopía socialista y hace del arte una herramienta política para resistir los embates de la represión que acababa con los partidos políticos, y con las libertades individuales.
En el 87 Lemebel no soporta más el grito que lo amordaza. La cínica “dictablanda” de Pinochet se hace cada vez más dura, más evidente. Lemebel, con su maquillaje combativo, funda junto a Francisco Casas el colectivo Las Yeguas del Apocalipsis, que hacen su aparición desnudas sobre un caballo entrando a la Facultad de Artes de la Universidad de Chile. En su primer acto en público, protestan contra la discriminación en un tiempo de horror dictatorial que tras 17 años dejó 2932 casos de violaciones a los derechos humanos, de los cuales 73% fueron víctimas mortales entre los 16 y los 35 años.
Las apariciones de Las Yeguas se repetirán en un tiempo de desapariciones, ejecuciones extrajudiciales, torturas y abusos de la fuerza y el poder: en un recital, con corona de espinas invisten de burla al poeta Raúl Zurita en un homenaje demasiado solemne a Nicanor Parra. En el 89, en los salones de la Comisión de Derechos Humanos, cual faquires bailan cueca sobre un lecho de vidrios rotos tendido sobre el mapa de Sudamérica; ese mismo año, en la instalación Lo que el sida se llevó, sin ser seropositivo, Lemebel posa como un San Sebastián martirizado por jeringas en lugar de lanzas; irrumpen en hospitales públicos, ruinas del sueño socialista; pueblan con estrellas de fuego la prostibularia calle de San Camilo; en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Concepción tras un acto con cal, ladrillos y fuego salieron con “el cuero” chamuscado; en el año noventa Lemebel y Casas representaron a las dos Fridas en la santiaguina Galería Bucci; en un agasajo de alto copete cultural Las Yeguas le plantaron un beso al expresidente Ricardo Lagos; en una marcha a favor del Informe Rettig (hecho por la Comisión Chilena de Verdad y Reparación), recordaron a los NN. No faltaba quienes les gritaban: ¡maricones! Sus míticas apariciones se cuentan por cientos y se evaporan conforme se acerca el fin de la dictadura. Se disuelven Las Yeguas a comienzos de los 90. Para el advenimiento de la democracia, Lemebel es ya reconocido por hacer de cada acto una intervención al cuerpo y un acto político.
Como escritor, Lemebel se inicia en el 82 al ganar un premio literario con su cuento Porque el tiempo está cerca, texto sobre un putico sin madre que va de un lado al otro por una Santiago sórdida, desolada en cada esquina. En el 86, reúne otros cuentos suyos y publica Los incontables, historias sobre marginales que le abrirán paso a su voz barroca y farragosa, tan emparentada con las delicias de un Sarduy, un Piñera o un Arenas. En el 95, cuando ya es toda una celebridad local, publica su primer libro de crónicas, género del cual es maestro irrepetible: La esquina es mi corazón (que vendió 4 mil ejemplares en tres meses). Su voz como ciudadano de un Santiago apenas parido por la democracia resuena en miles de oídos. Su figura se robustece: más travesti que nunca, más loca que siempre, más deslenguado, rotundo, certero y ácido, al año siguiente Lemebel publica un libro imprescindible: Loco afán, crónicas urbanas ya publicadas en revistas independientes y suplementos del diario La Nación, del cual fue columnista. El tema y la escritura son per se un taco de dinamita: el sida, porque Lemebel fue de los primeros en América Latina en poner el tema sobre la mesa, con su descarnada sonrisa, con su perturbadora omnipresencia. En sus crónicas sobre el sida, la escritura es tan pulcra y fastuosa como estremecedora e hiriente, con ese ardor que produce estar ante una forma artística sin precedentes, algo que solo ese autor puede producir. Sus crónicas alcanzaron tanta visibilidad que llegó su nombre a oídos del mítico Roberto Bolaño.
Para el 2001, las recomendaciones de Bolaño, la beca Guggenheim que ganó en el 99, sus crónicas, el libro que publicó en el 98 titulado De perlas y cicatrices, y una indagación sobre la pobreza en el libro Chile en la mira, llevaron a que Jorge Herralde, editor de Anagrama, inscribiera a un segundo autor chileno en su prestigioso catálogo: Lemebel y su primera novela Tengo miedo torero, una fantasía en retorcida y límpida retórica sobre el atentado contra Augusto Pinochet en el 86. La protagonista, una loca anónima, travesti de clase media, se enamora de Carlos, un hosco personaje involucrado en el atentado. Lemebel examina la cultura popular y la realidad chilena de finales de los años ochenta, en un entramado a dos voces que dan desarrollo al relato: por un lado, la loca desaforada, apasionada, enamorada y temerosa, obnubilada por la pasión varonil de su amante; por otro, la perorata de la esposa del dictador, que fluye como agua recién salida del grifo. La novela habla de la violencia política, de la represión a la prensa, se inmiscuye en las acciones de la resistencia, habla de la inmoralidad y la homofobia del dictador, todo ello en un Chile prisionero en su propia mentira, dominado, violado por la barbarie.
El éxito lo alcanza con su novela, pero lo atropella la tristeza con la muerte de su madre, tres días después del lanzamiento. Lemebel es ya un escritor reconocido en los circuitos artísticos de Santiago y en los políticos también, pues simpatiza siempre con el Partido Comunista. Alejándose del mundo del performance, Lemebel se dedica a participar con creciente asiduidad en ferias del libro y otros eventos culturales en donde se queja de que a pesar de la democracia la cultura en su país “es un mojón”. Mientras tanto su nombre y figura se riegan por los circuitos literarios de Sudamérica como espuma de cerveza. En el 2003 es tan popular que cuando la policía chilena desmantela una enorme red de piratería de libros, se encuentra con que Zajón de la Aguada, cuarto libro de Lemebel (con un tono intimista y reflexivo) es el segundo libro más pirateado luego de Harry Potter y la orden del fénix.
Su ingreso a Anagrama es casi una consagración: en Chile, México y Argentina llevan sus obras al teatro y a la danza, los lectores chilenos lo aclaman cual rockstar y se arraciman en cientos para verlo y oírlo, y gana la simpatía de nombres como Monsiváis, Almodóvar y Fernando Vallejo, a quien conoció en Barranquilla y con quien se disputó un jovencito con cara de sicario que le habían llevado al chileno como regalo de bienvenida a la ciudad del carnaval y con el que, según él mismo, perdió la virginidad.
Tras haber correteado por los más miserables andurriales de Santiago, en el 2004 Lemebel es invitado a dictar una conferencia sobre crónica urbana en Harvard. Allí también habla sobre cuestiones de género y de cultura, critica el esnobismo y el arribismo de los chilenos y se refiriere a la “farandulización” de los productos culturales. En pocos años se convierte en un escritor con agente literaria y una agenda muy apretada. En los años siguientes publica sus crónicas autobiográficas de Adiós mariquita linda y Serenata cafiola y firma contrato con una productora italiana para llevar su novela al cine. Además, en la Casa de la Américas le dedican la Semana del Autor y la Universidad de Stanford dicta un simposio en torno a su obra en el campo de la literatura y las artes visuales. Ha protagonizado en el cine el documental Corazón en fuga de la argentina Verónica Qüense, y el cortometraje Blokes, adaptación de un cuento suyo, que entró en la selección oficial de Cannes en el 2010.
Infatigable, Lemebel sigue coloreando el exangüe statu quo de las letras americanas con prolija irreverencia, perverso desenfado, soñadora melancolía. Quizás no haya nadie como él en todo el continente.
En el mercado
Loco afán
Pedro Lemebel
LOM, 1996
172 páginas
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